Sección: Última Hora
Terminaron los carnavales... de corso y de tablados. El de la interna peronista sigue, así como el del borramiento de la Alianza. Pero en este número me quiero ocupar de los importantes, o sea de los primeros.
Tuvieron rasgos distintivos señalables. Van retomando su lugar, los corsos y tablados barriales. Se van expandiendo nuevas murgas, vuelven a florecer algunas tradicionales que se hallaban de capa caída. Toman un peso que en la Argentina anteriormente no tenían, los grupos de percusión, algunos de los cuales ya son agrupaciones importantes, tanto por el número de sus componentes, como por la variedad de sus parches y de los temas que interpretan. Comparsas y murgas mantienen la coreografía tradicional, pero ha aparecido una diversidad sumamente interesante en el terreno de los géneros musicales y el apoyo instrumental que utilizan. Desde “usar” la música de temas de moda como apoyo para las letras que sus letristas les endosan, hasta el típico cuplé de los tablados uruguayos, con todas sus resonancias españolas. Bienvenida entonces, la influencia brasileña, notable en las batucadas que recorrieron las calles porteñas, y la de nuestros entrañables orientales, presente también, pero no sólo, en los percusionistas.
Pero el rasgo más importante, fue la recuperación de un humor fino e inteligente. Después de la dictadura militar, la crítica oscilaba entre la queja amarga y el insulto soez. Y tradicionalmente, antes, mucho antes, era muy común que la obscenidad subiera a los tablados y desfilara por los corsos. Comienza a producirse un posicionamiento diferente a la atmósfera depresiva que dejó la dictadura como consecuencia del genocidio, y radicales y menemistas, por el fracaso de las expectativas que la población puso en ellos. El gran tablado de la obscenidad y lo soez se ha trasladado a la televisión, tanto por sus programas propios, como por las noticias que trasmiten de lo que ocurre en el mundillo de la política partidaria, sindical (cegetista) y empresaria. Hay algo que agradecerle, tanto a políticos como empresarios de la televisión: –generaron condiciones de posibilidad para que el buen humor tomara las calles.
Pero esto convive con que la miseria retoma las mismas. Crece el fenómeno de familias buscando restos de comida y otros deshechos utilizables, en las bolsas de basura. No cede la inseguridad urbana, que reconoce dos fuentes principales. La mano de obra desocupada, aumentada gracias a la limpieza producida en la bonaerense (policía) después del asesinato de José Luis Cabezas, y el aumento de la pobreza estructural con el lanzamiento a la desocupación de miles de obreros, agravado a partir del efecto caipirinha.
Una discusión se replantea. ¿Es lícito el buen humor, cuando la desgracia amenaza?
En la época de la dictadura Santiago Dubcovsky nos recordaba en un artículo[i], un relato de Stefan Zweig sobe la hiperinflación en la Viena del 23. Hubo un momento en que los vieneses le perdieron el respeto al dinero y se dedicaron a las buenas cosas de la vida, bailes, teatro, poesía en calles y plazas. Lo contrario contaba Walter Benjamin, ocurrió con los alemanes. Se agriaron, se resintieron, se encerraron sobre si mismos. De esa reacción nació el huevo de la serpiente. La sociedad se dividió en dos facciones irreconciliables –los rojos y los nazis. Se generaron las condiciones para la catástrofe de la guerra mundial.
Esta discusión también se ha desplegado a causa del impacto de la hermosa película de Roberto Benigni: La vida es bella. Diego Lerer, periodista de Clarín, dice en un artículo de opinión titulado Un filme profundamente inmoral: “En el filme el Holocausto, es una tragedia personal, familiar a lo sumo./.../ El de Benigni es un filme mentiroso, de falso sentimentalismo y hasta peligroso en sus consecuencias. En su mirada naive sobre la mayor tragedia del siglo, en su postulación simpática pero falsa de que con ‘imaginación todo se puede vencer’, en la infame manera en que evita presentar a la familia protagónica como judía y darle un contexto cultural, en la irresponsable forma en la que se enfrenta a la muerte y en la sensación de alivio que deja en sus espectadores, La vida es bella es un filme profundamente inmoral.” No sé si habrá sido casualidad o esa será su cara habitual, pero la fotito que acompaña a la nota, muestra un rostro fruncido, con un rictus amargo emanado de su mirada, de la contracción de los labios y del corte de bigotes y barba.
¿Desde donde vio la película este periodista? Desde la creencia en que el único rasgo que merece identificar a una etnia es su religión. Esto se hace evidente cuando dice: “...infame manera en que evita presentar a la familia protagónica como judía y darle un contexto cultural...” . En ningún momento la película niega el origen étnico de los personajes, tanto del protagonizado por Benigni como el del tío. Simplemente ocurría, que ambos eran laicos, judíos, pero laicos. Parece que para Lerer sólo son judíos los religiosos. La falta de humor suele ser un rasgo de los sectarios entre los religiosos, no de todos los religiosos. La secta es consecuencia de los fundamentalismos y caldo en los que se cuecen. Los fundamentalismos son la tendencia de la debilidad mental media, por el efecto de abrochamiento que tiene el registro imaginario, que reduce cualquier cosa a estar causados y reconocer razones en supuestos fundamentos absolutos. El fascismo y el comunismo los vehiculizaron en la primer mitad del siglo. Hoy lo repiten los sectarismos dentro del Islam, los que autorizan la tortura en el estado de Israel y los neoliberales en las economías emergentes, hechas bolsas.
La película de Benigni y su merecido éxito, me parecen síntoma de que sectores importantes de la población en varios lugares del planeta, están prefiriendo poner en cuestión a las lacras de los poderes centrales por la vía del buen humor. Y no sólo a estas, sino a otros dramas de lo real de la vida. Algo de eso hubo en Underground de Kusturica, y como lo comentamos en el número anterior y en este en la sección ¿Salud Mental?, lo hay en la opereta de Dolina Lo que me costó el amor de Laura.
En verdad lo que se pone en discusión con estos debates, es algo que hace a rasgos claves de ciertas formas del pensamiento occidental. Las que reducen todo a contrarios, y reniegan de la función creativa de la paradoja, que hace por ejemplo que una denuncia sobre los campos de concentración pueda ser mucho más efectiva, si muestra a través de la ficción de un padre protegiendo con el humor y la ficcionalización de la tragedia que vivían, hasta su muerte, el espacio potencial[ii] necesario para que su criatura atravesara lo mejor posible la misma.
Nuestra función de psicoanalistas, consiste en enfrentar al sujeto con lo real de su vida. Pero sabemos que eso reclama respetar tiempos. No se puede estar despertando todo el tiempo a los sujetos ante lo real. Y para hacerlo, muchas veces una herramienta útil es el humor. Recordemos el grito de Lacan “Soy un payaso. ¡Aprendan de mí, pero no me imiten!
El poderoso, porque teme al humor, autoriza a los bufones. Prefiere bufones autorizados, a que el humor surja de la propia gente, en las calles, porque eso es señal que le ha perdido el respeto, antesala de que quieran sacárselo de encima. Pues eso, es lo que ha ocurrido en estos carnavales porteños.
[i] Publicado primeramente en la revista de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires y luego en su libro Psicoanálisis Real.
[ii] Me refiero al concepto de Winnicott