Una clase peligrosa de artículo filosófico

En la sección Tribuna en Opinión del diario Clarín del 20 de enero, fue publicado un artículo del filósofo italiano Giorgio Agamben con el título La humanidad, clase peligrosa. Como este filósofo parece haberse puesto de moda en algunos sectores del lacanismo leí con curiosidad sus afirmaciones. Me sorprendí al encontrarme con una serie de lugares comunes dichos con la altisonancia propia de algunos filósofos. Nada grave, sino fuera por los efectos represivos y renegatorios que esos dichos tienden a producir. Así llegué a la conclusión de que puede valer la pena producir una lectura a la letra que desnude las enunciaciones que transitan tras esos enunciados. Tomaré, aprovechando las facilidades del Word, la metodología de interlinear antes de producir algunas conclusiones.

Los diarios no dejan lugar a duda: quien de ahora en más vaya a Estados Unidos con una visa será fichado y deberá dejar sus huellas digitales al entrar al país. (No todos, los ciudadanos de 27 países la mayoría europeos entre ellos Italia, no deberán realizar ese trámite. Primera segregación en la propia medida) Personalmente, no tengo ninguna intención de someterme a tales procedimientos, (que por ser europeo no sufriría) y es por eso que anulé de inmediato, el curso que debía iniciar en marzo en la universidad de Nueva York (evidentemente lo anuló por otra causa).

Me gustaría explicar aquí la razón de esta decisión, es decir, por qué a pesar del cariño que me une desde hace muchos años a mis colegas norteamericanos como a sus alumnos, considero que esta decisión es necesaria y a la vez inapelable y me gustaría que fuera compartida por otros intelectuales y profesores europeos (que tampoco entrarían dentro de las generales de esa ley yanqui).

No se trata sólo de una reacción epidérmica frente a un procedimiento que fue impuesto durante mucho tiempo a criminales y acusados políticos. Si se tratara de sólo eso, es obvio que podríamos aceptar moralmente compartir, por solidaridad (¿solidaridad con -"los criminales"-?), las condiciones humillantes a las que son sometidos hoy tantos seres humanos (¿Qué concepto de la solidaridad lo obligaría a compartir humillaciones?).

Pero eso no es lo esencial. El problema excede los límites de la sensibilidad personal y tiene que ver, simplemente con la condición jurídico-político (tal vez sería más sencillo decir bio-políticas) de los ciudadanos en los Estados supuestamente democráticos en los que vivimos.

Desde hace algunos, años intentan convencernos de que debemos aceptar, como dimensiones humanas y normales de nuestra existencia prácticas de control que siempre habían sido consideradas excepcionales y verdaderamente inhumanas(¿qué animal por fuera de los humanos ejercen o son capaces de ejercer dichas prácticas?).

Nadie ignora, entonces, que el control ejercido por el Estado sobre los individuos a través del uso de dispositivos electrónicos, como las tarjetas de crédito o los teléfonos electrónicos han alcanzado límites hasta no hace mucho insospechados.

Sin embargo, es imposible traspasar ciertos umbrales en el control y manipulación del cuerpo sin penetrar en una nueva era biopolítica, sin franquear un paso más hacia lo que Michel Foucault llamaba una animalización (o ¿humanización? No soy etólogo pero sé que no hay animal capaz de inventar, usar y controlar, "dispositivos electrónicos, tarjetas de crédito o teléfonos móviles" fuera del animal humano) progresiva del hombre implementada a través de las técnicas más sofisticadas.

El fichaje electrónico de las huellas digitales y de la retina, el tatuaje subcutáneo así como otras prácticas de la misma índole son elementos que contribuyen a definir este umbral. Las razones de seguridad que se invocan para justificarlas no deben impresionarnos. La historia nos enseña que las prácticas que en un principio estaban reservadas a los extranjeros luego se aplican al conjunto de los ciudadanos.Lo que está en juego aquí no es nada menos que la nueva relación biopolítica "normal" entre los ciudadanos y el Estado. Esta relación ya no tiene más que ver con la participación libre y activa en la esfera pública, sino que concierne a la inscripción y al fichaje del elemento más privado y más incomunicable de la subjetividad: me refiero a la vida biológica del cuerpo. (Generaliza a partir de una concepción tan moralista como la que cree combatir. En los países que hemos sufrido el terrorismo de estado con su consiguiente política de desaparición de personas, ha resultado de valioso uso la investigación comparativa de ADN a través de exámenes compulsivos de sangre para recuperar chicos nacidos en cautiverio y entregados a apropiadores. Práctica muy útil también en la investigación de crímenes y violaciones. Actualmente en nuestro país se está jugando el futuro de la investigación sobre el crimen de Marta García Belsunce alrededor de si la Corte autoriza o no, la extracción compulsiva de sangre a presuntos asesinos de la misma y que en nombre de su derecho a la privacidad se oponen a dicha medida)

A los dispositivos mediáticos que controlan y manipulan la palabra pública (es una definición pobre de un fenómeno mucho más complejo, en el cual la propia "opinión pública" tiene su importante cuota de participación) se suman así los dispositivos tecnológicos que inscriben e identifican la vida desnuda: entre estos dos extremos de una palabra sin cuerpo y de un cuerpo sin palabra, (definición tan poética como boba, el cuerpo toma existencia humana por la presencia de la palabra y la palabra no existiría sin cuerpos que las emiten) , el espacio de lo que antes llamábamos política es cada vez más reducido. (Este golpe de melancolía le impide captar, que lo que hay es una política imperial que adquiere una dimensión cada vez mayor, no obstante lo cual otras políticas diferentes -Sudamérica por ejemplo, también algunos países europeos- han comenzado a disputarle palmo a palmo la escena).

De esta manera, al aplicar al ciudadano, o más bien al ser humano, las técnicas y los dispositivos que habían inventado para las clases peligrosas, los Estados, que deberían representar el lugar mismo de la vida política, lo convirtieron en el sospechoso por excelencia, al punto que es la humanidad misma la que se transformó en la clase peligrosa. (Su filosofía le obnubila la razón. Este señor no ha leído El malestar en la cultura de Sigmund Freud, o Ciencia y verdad de Jacques Lacan, sino sabría que el ser humano tanto en su versión amo como en su versión esclavo, es una especie peligrosa. Testimonio de lo cual es el horror que está desequilibrando peligrosamente el ecosistema).

Hace algunos años, había escrito que el paradigma político de Occidente ya no era la ciudad, sino el campo de concentración, y que habíamos pasado de Atenas a Auschwitz. (Seguir hablando sólamente de Auschwitz, cuando por lo menos desde La “guerra de los seis días” existe la política concentracionaria y segregatoria del estado de Israel con el condimento de que su Corte Suprema de Justicia haya legalizado la tortura y existen los fundamentalistas del Islam promoviendo un terrorismo suicida, no sólo a escala individual sino también social y nacional, sólo sirve para reprimir o por lo menos renegar, la actualidad política totalitaria en medio oriente. Y también que la de EE.UU. aparece no cuando querrían controlar a un intelectual italiano al cual no pretenden controlar, sino que viene de mucho antes y tiene una larga tradición. Sin ir más lejos, desde bastante antes del 11 de septiembre del 2001, el muro para impedir el ingreso de latinos por la frontera sur o la segregación a Cuba desde hace 40 años). Se trataba de una tesis filosófica y no de un relato histórico, ya que no hay que confundir fenómenos. Me gustaría sugerir que el tatuaje había surgido en Auschiwtz (apareció mucho antes en la época de la esclavitud y con medios mucho más cruentos) como la manera más normal y más económica de reglamentar el registro de los deportados en los campos de concentración.

El tatuaje biopolítico que hoy nos impone Estados Unidos para ingresar en su territorio bien podría ser el signo precursor de lo que nos pedirán aceptar más adelante como la inscripción normal de la identidad del buen ciudadano en los mecanismos y los engranajes del Estado. Es por eso que hay que oponerse.¿Se opone a la inscripción del ciudadano en los mecanismos y engranajes del estado? ¿Se opone a la existencia del estado? ¿Reivindica la posición del anarquismo decimonónico, tantas veces, de tantas formas y a costa de tanta sangre demostrada como profundamente errónea? Este hombre no entiende que sin posición agente y posición otro, no hay vínculo social. Ilusión típica de ciertas izquierdas que luego, si logran tomar el poder, se transforman rápidamente en tiranos carniceros en nombre del “bien de los demás”.

Por supuesto todas mis observaciones apuntan a promover una oposición mucho más de raíz, que pone en la picota no sólo al gobierno conservador de Bush, sino a la especie humana como tal y también a aquellos elementos de la especie que con frases altisonantes, simplifican la complejidad de los fenómenos humanos, como le ocurre al señor Agamben. En ese sentido, coincido con la posición enunciada desde su inconsciente en el título La humanidad, clase peligrosa, por quien editó el artículo en el diario Clarín.