La columna se podría llamar:
Apostillas sobre lo inconsciente en la Cultura
El viernes 13 de octubre del 2000, se publicó en La Nación un artículo de Marta García Terán que lleva por título: Asoma en el país la adicción a la red. Llevó la siguiente volanta: Ya hay pacientes psiquiátricos que se tratan para revertir su dependencia a Internet y recobrar su vida. En dicho artículo se cita a un psiquiatra llamado Lucas Kietkik. Entre otras cosas se le atribuye que considera que “entre el 3 y el 6 % de los usuarios de la Red desarrolla algún tipo de adicción a Internet (IAD, en inglés)”. De entrada porta el made in del DSM IV y su colección de tonterías. Colección que se distingue por su pasión clasificatoria, que en vez de atender a las singularidades de los casos, generaliza desde la mera descripción de los fenómenos, con criterios no muy diferentes a los que podría utilizar doña Rosa, utilizando un lenguaje, quizás, un poco menos vulgar, y haciendo abuso de siglas para darse cierta apariencia de la cientificidad que no tiene.
Después de un serie de suposiciones estadísticas y de otros datos de escaso valor, plantea su tesis (¿?). “La ciberadicción está relacionada con un uso inadecuado de la Red e incluye una gran variedad de conductas y problemas de control de los impulsos en la relación hombre máquina”
Dentro del género obsesivo que caracteriza al DSM IV, plantea que el problema radica en el control de los impulsos en la relación hombre máquina. Con control, todo iría mejor. Sin embargo en el párrafo siguiente, pretendiendo clasificar la sintomatología nos aporta las siguientes informaciones: “Kietkik describe cinco tipos de adicción a la Red: al cibersexo, con dos subtipos (ciberpornografía y chat erótico); la adicción a priorizar los amigos del chat por sobre los de la vida real; la ciberludopatía, o sea a las compras, a los casinos virtuales, o a los juegos interactivos, entre otros; la “infoxicación”, que se produce cuando se recibe más información que la que se puede procesar, y la adicción a la computadora, que se da con juegos especialmente diseñados para desarrollar conductas adictivas”.
A este modo de pensar, mi abuela lo hubiera caracterizado como de poner el carro delante de los caballos. ¿En los cibersexistas, no será mejor suponer que en la base está alguna dificultad de relación con su erogeinización, con su identidad sexual, con la relación sexual que no hay, y no al revés? ¿En los que priorizan a los amigos del chat, no les estará patinando la difícil relación con los prójimos en una medida mayor que al común de los mortales? ¿Los ciberludópatas se distinguen en algo de los jugadores compulsivos, fuera de que en lugar de concurrir a garitos o casinos, juegan desde el sillón de su escritorio? ¿Es un problema de control, o de relación con el Otro y de falla en la privación?
Con respecto a la infoxicación, padecimiento de todos los seres parlantes en la Cultura actual y no solo de algunos de sus objetos, el psiquiatra en cuestión es un ejemplo vivo. Infoxicado de estadísticas y descripciones psiquiátricas pierde de vista lo que dice más adelante, que: “Hay un deterioro de los vínculos en general, y de la familia en especial, y se puede hasta llegar hasta abandonar los estudios o perder el trabajo./.../ En un principio, el caso se presenta como una crisis de pareja o matrimonial o como problemas de trabajo o de estudio”. Se le escapa que es a lo que está en un principio a lo que hay que tratar y no a lo que los hombres sabios de la psiquiatría norteamericana suponen. Dicho a lo freudiano, hay que interpretar la superficie psíquica, a lo lacaniano: el saber textual (de los dichos y decires del paciente) dejando en suspenso al saber referencial del profesional.
Como siempre, el síntoma nos lleva al deseo, las pulsiones, el anudamiento borromeico del ser parlante entre los registros real, simbólico, e imaginario bajo la primacía del significante.
Todo lo demás, según diría Juanito el niño ejemplar tratado por Freud, no es más que tontería, neurosis, en el saber ideológico de ciertas profesiones.