Una herramienta para analizar el malestar en la cultura

Una herramienta para analizar el malestar en la cultura

Autores: Sergio Rodríguez. Teléfono: 4776-0959, e mail srodrig@fibertel.com.ar
Alejandro del Carril. Teléfono: 4783-6676 e mail
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1. De los fundamentos

Freud, con el descubrimiento del Inconsciente y la invención del psicoanálisis produjo una ruptura epistemológica de una dimensión de la que aún no tomaron nota suficiente aquellos interesados en discernir el funcionamiento humano e incidir en él, incluso una gran masa de psicoanalistas. Los que nos hicimos cargo no sólo intelectualmente de ese descubrimiento, fue porque el análisis de nuestro propio Inconsciente nos dejó en posición de soportarlo. De sostenerlo y de digerir la herida al amor propio que dicho descentramiento produce.

La importación hecha por Lacan desde la ligüística del concepto de significante, redefinido como “lo que representa a un sujeto para otro significante”[1], forjó el instrumento necesario para sostener científicamente[2] la teoría del Inconsciente. A lo que ya se había acercado mucho Freud con su teoría de las representaciones y su función en el delineamiento de lo no conciente[3]. Lacan, no sólo redefinió el significante para utilizarlo en la lectura de las formaciones del Inconsciente, también indicó su primacía como herramienta para situar al efecto sujeto ante lo real de su vida, ante lo que se le presenta desconocido pero operante sobre él. Lo que lo llevó a discernir los efectos de estructuración, que su lugar central produce sobre la experiencia de los seres hablantes. Ese discernimiento le permitió advertir que 1) el significante no sólo produce significación –efecto de sentido por articulación al menos a otro. 2) También está condenado a no poder significar todo lo que demande ser significado. De donde lo que cae fuera de la significación produce lo real, lo no significado. 3) Su condición fundamental: aislado no produce sentido, solamente lo hace articulado a otro u otros. El significante solo, no significa nada. Es un puro sin sentido, pero condición necesaria para que combinándose con otros lo produzca.

De la primer función antedicha, no por orden de importancia, deviene la producción y reproducción del registro Imaginario, en el que predominan la imagen y la univocidad del significado. De la segunda, lo Real, su imposibilidad de saber todo. De la tercera, que conlleva la posibilidad infinitamente abierta de producir nuevos sentidos, surge una condición básica del lenguaje debido a la cual no se interrumpen los deseos inconscientes, entre ellos el deseo de saber, particularmente de saber hacer. En síntesis: Los tres registros de la experiencia humana discernidos por Lacan, -Real, Simbólico e Imaginario- son efecto del significante. Consecuencia de lo cual, lo es también el sujeto en sus tres manifestaciones –real (como puro corte), simbólico (como representación fallidamente representativa), imaginario, representado por un aspecto aparentemente transparente como consecuencia del efecto de sentido.

2. Políticamente correcto

El 16 de junio fueron publicados en la sección Psicología de Página 12 dos artículos (“El zappingántropus está entre nosotros” de Yago Franco y “Llenos de nada” de Mariela Castrillejo) que hacían referencia a lo que podríamos denominar la determinación de la época sobre los síntomas que se nos presentan en la clínica analítica. Se entiende por época en ambos escritos, al sistema económico- político denominado capitalismo. Es nuestro interés, despejar algunos malentendidos que han quedado ocultos bajo lo que podríamos denominar ideas “políticamente correctas”. Creemos que los autores sostienen algunas de estas ideas-fuerza que se han impuesto en no pocos colegas, en función de la dificultad antes señalada de soportar el concepto de Inconsciente y la estructuración discernida por Lacan como condicionada por los tres registros del desenvolvimiento humano. Si bien es innegable la influencia del capitalismo en la subjetividad, como el de cualquier otro de los sistemas que dominan en diferentes lugares o dominaron en distintas épocas y regiones, en él no dejan de funcionar los otros cuatro discursos –del amo, de la histérica, de la universidad y del analista- y no sólo el discurso capitalista tal como lo matematizó Lacan = Es más, es condición de existencia de este discurso la presencia de otros, particularmente el de la histérica que desde su deseo de deseo insatisfecho sostiene a los discursos amos. Eso se hizo patente cuando en diciembre del 2001 un gran número de seres parlantes amasados, ganaron las calles argentinas con la consigna: ¡qué se vayan todos!

El resultado fue que volvieron todos, aunque algunos con modificaciones. Sostenemos que solamente denunciar a cualquier discurso como la causa de todos los males no sirve para otra cosa que para reforzarlo, normativizarlo, a saber, perfeccionarlo, tal como advirtió Lacan en “Televisión”, “El reverso del psicoanálisis” y otros trabajos.

3. El individuo amasado

Yago Franco atribuye por un lado al capitalismo un efecto de arrasamiento del sentido para luego decir que “la significación imaginaria del capitalismo, (es) aquella que compele a producir más, acumular más, ganar más, consumir más”. Si el capitalismo tiene significación imaginaria, tiene entonces sentido, por lo que atribuirle la producción de un sin-sentido como hace el autor es un error. Como dijimos antes, la práctica con el inconsciente enseña que el que carece de sentido es el significante, que los va produciendo en la medida en que, en discurso se va articulando con otros. Dicha articulación produce simbólicamente un efecto imaginario al que llamamos sentido.

El capitalismo, como sistema económico-político origina muchos. Por ejemplo, “que el dinero hace la felicidad”. Una pregunta factible de ser formulada es la siguiente ¿Qué modalidades de goce diferentes soportan sentidos diversos? Uno fundamental, es que el cliente, creyendo consumir es consumido por las mercancías, los objetos de mercado. Desde el rico y los no tanto, que compran infinidad de objetos que no lograrán consumir nunca pero que los consumen (a los consumidores) en su pasión por acumularlos, hasta el pibe chorro que mata por un par de zapatillas de marca.

Agentes del discurso de la histérica, viven insatisfechos en función de la estructura de su deseo y de los señuelos conque la máquina desquiciada de la producción capitalista los tienta. Resultan sujetos, cuya verdad es la de estar en posición de objeto para el consumo del amo que detenta el significante que encandila a dichos agentes, produciendo un saber incapaz de satisfacerlos. Posición que impotentiza a ambos, como se está haciendo manifiesto a través del conflicto traído por las nuevas tecnologías que dicho discurso capitalista utiliza para promover una desocupación que expulsa a sus propios clientes, del consumo que les propone, reduciendo así su mercado. Los clientes desean cada vez más y proporcionalmente gozan cada vez menos, de objetos investidos fálicamente. Son arrojados así, a ese Otro goce que no debería haber, por no limitado por significantes.

La imprescindibilidad de funcionar en lazo social para hacer vivible la vida, obliga al ser hablante a hacerlo en discurso a través de significantes. En esa relación, a veces agenciará otras será el otro de dicha relación. Mientras algunos seres parlantes centran su goce en funcionar como agentes, otros prefieren acomodarse a ser los otros que soportan lo que viene de dichos agentes. Unos pagan su goce de dominio con el riesgo y el trabajo de ejercer dicha función. Y los otros el suyo de acomodarse, con su trabajo y el producto en plus que entregan para que el amo lo usufructúe, lo reinvierta, lo recicle, lo distribuya.

Marx develó que toda producción de valor provenía de la fuerza humana de trabajo. Supuso que la misma sólo se tornaba calculable con el advenimiento del capitalismo que necesitaba de la circulación libre de dicha fuerza, lo que trajo como consecuencia que ni el esclavismo ni el régimen feudal de servidumbre, le resultaran funcionales. Sin embargo, Lacan trasladó dicho cálculo a las sociedades previas, las del Discurso del amo antiguo. Lo que no fue desacertado, en tanto con el mismo también se producían valores encarnados en mercancías fetiches que velan, disimulan a la fuerza humana de trabajo (esclava o sierva) que las produce. A nuestro modo de analizar fue un error tanto de Marx como de Lacan, suponer que dicho valor es producido sólo por el otro de cada discurso. El agente en los discursos amo también trabaja, y a veces más que sus trabajadores, otras no, pero además arriesga, mientras la mayoría de los trabajadores cree que no. En verdad, como dice Lacan en Radiofonía[4] “Todos quedamos en las costas del goce”.

Nadie arriba a su mar o a su tierra, y todos pagan con insatisfacción. Pero si la producción de mercancías por parte del trabajador en relación a sus horas de trabajo es relativamente calculable, no lo es la función del agente. Esta sólo es mensurable por el éxito o fracaso y con referencia al destino de empresas de la competencia. Esta imposibilidad de calcular el valor de la relación entre cada función como resultado de que una de ellas no es calculable, torna imposible calcular el valor en general. Dicho cálculo es encubierto en cada sociedad por el precio, que es una resultante de la relación entre el deseo de consumo que pueda despertar una mercancía –su valor de uso-[5] y la fuerza humana conjunta (agente + trabajadores) de trabajo necesaria para producirla. Como consecuencia de esta imposibilidad de calcular el valor también resulta imposible calcular a partir del concepto de justicia, la distribución de la ganancia. Este punto es el que funciona básicamente como mal encuentro social irreducible en toda Cultura. De ahí que la humanidad esté condenada a que la redistribución del plus de goce (plusvalía) que cada discurso produce, se realice según la resultante de la correlación de fuerzas entre los productores (agentes y trabajadores) siempre en conflicto.

Por otro lado el autor (Y.F.) cae en una aporía a partir de pretender dilucidar la subjetividad de la época ingresando en el callejón sin salida psico-sociológico de la alternativa individuo - sociedad. Para tratar de salir de ella, termina postulando la existencia de dos formas de individualismo, el aislado y el social (¿el malo y el bueno?). El individuo, por definición es asocial. Sólo la división entre sus propios significantes y aquellos conque el Otro lo interpreta en discurso, lo transforman en un sujeto del Inconsciente que gira por los diversos lugares de discurso a que lo va llevando la necesidad de entrar en lazo social.
Finaliza el mismo con la siguiente afirmación: “Se confunde así el individualismo con lo que realmente es: un aislamiento que no hace más que profundizar el sinsentido, la fragmentación de la sociedad, y que muestra que se ha erigido un nuevo modo de dominio sobre los sujetos…”

Cuando dice "lo que realmente es" su inconsciente da cuenta mejor que su conciencia de por donde va la cosa. No hay individuo aislado y social. El individuo (no dividido) es aislado y asocial. Al rechazar su división subjetiva, la que resulta de ser representado por un significante para otro significante y de la pérdida de objeto, no le queda otra posibilidad que formar, junto a los otros individuos, una masa, por identificaciones recíprocas con los mismos y sometidos al ideal del yo representado por el líder. El individuo decimos entonces, es puro goce masificado. Es un ladrillo más en la pared. Queda así diluido en la masa y aislado de sus deseos y sus goces más genuinos.
La noción de sujeto dividido teorizada por Lacan es un gran acierto que permite una salida al círculo vicioso constituido por el par individuo-sociedad. Este sujeto, no pasible de ser significado por un significante solo, que no hace signo, ex-siste íntimamente a la masa-individuo (está íntimamente por fuera). En tanto puro corte es real, es decir, carece de sentido, de atributos o propiedades; imaginario, por su apariencia de individuo; y simbólico en tanto que es no-todo representado por un significante para otro significante. Es por la producción del mismo, que el método analítico pone a jugar deseos y goces que no hagan masa. Como real, el sujeto del inconsciente escapa a cualquier cálculo y control.

Cuando esto no sucede, las sociedades masificadas por el goce del sentido suelen subir la apuesta hasta que un real les agujerea dicho sentido. Ese real puede ser, según las épocas, más o menos catastrófico. Pero invariablemente, factura en vidas humanas. Mencionemos los sacrificados en Malvinas y su efecto en la recuperación de la democracia. Real exceso de goce porque desborda el sentido, puede funcionar también como un límite al mismo, ya que exige a lo simbólico un trabajo de tramitación del mismo. Que se logre o no dependerá del bagaje significante del cuerpo social en el momento determinado.

4. ¿Nuevas patologías?

En el segundo artículo, María Castrillejo, intenta dar cuenta de lo que denomina los nuevos síntomas atribuidos a “la época en que el Otro no existe”, lo que daría lugar a la denominada “clínica del vacío”. Según la autora “La “clínica del vacío” es fundamentalmente la clínica donde falta la falta, es la clínica opuesta a la clínica de la falta, es la clínica de lo demasiado lleno. La contraposición entre clínica del vacío y clínica de la falta(…) indica una nueva configuración del lazo social en la época contemporánea, en la que vacila o fracasa la relación del sujeto con el Otro.”

Según lo que veníamos diciendo más arriba, el individuo se sostiene como tal porque desde esa posición soporta la ilusión de su autonomía mientras da consistencia al Otro tapándole la falta. Y esta si es una característica del discurso capitalista. En él, el que cree saber consume al objeto de consumo que produce (incluso los desempleados como objetos excluidos) transformándose en consumidor-consumido, fascinado por las mercancías y con temor a ser segregado. Es por eso que los terroristas fundamentalistas islámicos atacan a la población civil (Torres gemelas, Atocha, Londres). Lo hacen sobre el eslabón más débil de la cadena: los votantes-consumidores, agujereando con un real lo que el discurso capitalista tapona imaginariamente con la superproducción de objetos. Transforman con sus bombas a los objetos de goce (los consumidores-consumidos y ellos mismos) en deshecho.

Las nuevas patologías, propugnadas por la psiquiatría globalizada por el DSM (Manual Diagnóstico y estadístico), surgen de una regresión epistemológica realizada por sus ideólogos respecto de antecedentes tanto psiquiátricos como psicoanalíticos, y se apoyan en un fundamentalismo que jerarquiza al indicio como síntoma, al síntoma como síndrome y a éste como entidad nosológica, para dar dirección y sentido a los datos numéricos recogidos en estadísticas. Dicha ideología aporta fundamento supuestamente científico a una clasificación de apariencia prolija y sencilla que serviría para facilitarle el trabajo al profesional. De hecho lo hace, en desmedro de su eficacia. Lo hace porque el paciente gracias a la divulgación que realizan los medios suele llegar con el diagnóstico hecho por sí mismo o algún amigo, e incluso sabiendo muchas veces que medicación debe tomar. Con lo cual el médico, cuando no trabaja en serio, queda reducido a ser un mero hacedor de recetas: un burócrata al servicio de sostener el negocio de los laboratorios. Hemos visto recetarios que en su reverso traen cuestionarios para auto diagnosticarse. No es casualidad entonces que divulgadas las nuevas patologías, sirvan como etiquetas identificatorias con las que el ser hablante intente suturar su falta en ser. Establecida su existencia y difundido el saber vulgarizado solo habrá que sentarse a esperar que aparezcan. El autodiagnóstico y la automedicación no hacen otra cosa que reforzar el aislamiento individualista y el negocio de los laboratorios farmacéuticos en la aldea global.

La lógica del DSM rechaza cualquier saber que no sea el de la conciencia para clasificar todo malestar como trastorno, ya sea clínico o de la personalidad. La gravedad de los mismos suele medirse de acuerdo a las dificultades que le impongan al paciente para adaptarse a las exigencias de la cultura social en la que vive. Es decir, para ser un individuo hecho y derecho. Por eso las neurosis, como efecto del malestar que el sujeto padece por estar inserto en la cultura, ya no figuran en el manual. Aquí la cultura es sin falla (consistencia del Otro a la que aludíamos anteriormente) y el sujeto debe adaptarse renunciando por ello al saber del inconsciente.

Los efectos de la salud mental globalizada son tan fuertes que incluso muchos psicoanalistas hoy se presentan como especialistas en diversas patologías (ataques de pánico, toxicomanías, anorexias, etc.). Como el DSM, tienen un casillero para cada individuo, transformándose así en especialistas del puro sentido (simbólico-imaginario) y perdiendo con ello lo más rico de la clínica analítica y lo que caracteriza a su eficacia: el tratamiento de lo real por lo simbólico.



[1] En su seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (año 1964)
[2] “Según los preceptos de una ciencia o arte”, definición del diccionario de la Real Academia Española
[3] Ver Lo Inconsciente en la Metapsicología (Sigmund Freud)
[4] Radiofonía y Televisión (editorial Anagrama)
[5] El Capital (Capítulo 1 del tomo I) de Carlos Marx