Sobre las sesiones breves


Un nuevo “pattern”, al que llaman “sesiones breves”, se “naturalizó” entre algunos psicoanalistas de origen lacaniano. Toman como referencia particularmente a Miller (Jacques Alain) y a determinados seguidores de éste. Se apoyan también en lo que varios pacientes de Lacan, hicieron saber sobre su manejo del tiempo de las sesiones en la práctica de sus últimos diez años. Cierta vez, Jacques Alain Miller publicó un interesantísimo artículo llamado Despertar. Muchos lo tomaron como la fundamentación adecuada para sostener la práctica de sesiones breves. Sin embargo, cualquiera que lo lea sin prejuicios, podrá reconocer en él un excelente razonamiento para fundamentar la función del psicoanalista de enfrentar al sujeto con su real. Pero no encontrará una sola línea que diga porque el camino para eso sería la estandardización de las sesiones breves. Lacan mismo no ha publicado, que yo sepa, ningún escrito en defensa de estandardizar la brevedad de las sesiones.

En cambio publicó en los albores de su enseñanza: “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma”. Desde entonces, insistió en que la certidumbre de interpretación del Inconsciente surge en tres tiempos que se producen en la relación entre analista y analizante: el instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir. Y prefirió ser expulsado de la Asociación Psicoanalítica Internacional, antes que desertar de manejar el tiempo de las sesiones según la lógica conjetural de los tres registros en los que se articula la experiencia humana: Imaginario, Simbólico, Real.

Dichos tiempos reformulan, precisándolas y dándoles posibilidad de ser utilizadas como herramientas, dos observaciones de Freud. La de la atemporalidad del Inconsciente, y la de la producción de sentido de sus formaciones, por retrosignificación. La primera, señaló la substracción de las producciones del Inconsciente al tiempo cronológico. La segunda, afincó dicha producción en dependencia de la lengua. Fue él quien advirtió que para que se produzca significación, hacen falta al menos dos escenas significantes, de las cuales la segunda va a significar a la primera. Y también que dicho significante es emitido desde quien queda constituido como Otro. Recuerde el lector, las dos escenas descriptas por Freud en el “Proyecto de Psicología para neurólogos” como necesarias para la constitución del síntoma.

El primer gran acierto de Lacan consistió en captar la relación estrecha que había entre las teorías de Freud sobre las representaciones, la producción de sueños, de síntomas y actos fallidos, con las elaboraciones de Saussure sobre: signo, significante, significado, significación. Su esquema de los tres tiempos para la lógica del acto, no hace más que atenerse a esas elaboraciones conceptuales de Freud y de Saussure. De ahí su obstinación en defender su modo de manejar el tiempo de las sesiones. Se le transformó verdaderamente, y con razón, en una cuestión de principios para el ejercicio de su práctica. Una interrupción de sesión en el momento acertado, produce la escansión, el corte necesario, la puntuación adecuada, para que ocurra la retrosignificación precisa de la enunciación emergida. Ese momento, a partir de una certidumbre anticipada, no puede renunciar a la función de la prisa. Dicho en criollo, “no se debe dejar escapar la liebre cuando salta”. Es importante no confundir esta función de la prisa, con estar apresurado.

Esto les ocurre a los analistas breves. El tipo de intervención del analista preconizado por Lacan, deja sin lugar a la producción de enunciados que velen, oscurezcan, lo que aquella enunciación metaforizó del sujeto del Inconsciente: su deseo. Corta el goce del significante (del hablar por hablar, por pura satisfacción narcisista). Fenoménicamente, el resultado es advertible por el cambio de posición de dicho sujeto, entre el comienzo de la sesión, copado por enunciados que distorsionan y velan sus deseos, y ese preciso instante en que la metáfora atraviesa la barrera resistencial indicando el momento de concluir. La interrupción, a través de la pérdida de la comprensión que le daban aparentemente los enunciados “armaditos”, lo lleva a volver a buscar una comprensión que se le escapa.

A partir de “esa base más estrecha, pero más segura[i]” , Lacan inicia un recorrido. En él, irá desbrozando las consecuencias de que la experiencia humana se vaya dimensionando entre los registros nombrados supra, sobre la base de la primacía del significante. Esa primacía resulta, de que sólo a partir de la posesión de éste por el ser hablante, dichos registros se constituyen. Real, Simbólico e Imaginario son consecuencia de que “un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante”. Esta definición de significante a la que Lacan arriba avanzada su enseñanza (1964), diferencia al significante como concepto psicoanalítico, de las definiciones lingüísticas, dándole función precisa en su relación con el Inconsciente. Se diferencia así, a la “lingüistería”[ii] de la lingüística, sin que eso signifique diferencias de valoración sobre los territorios que demarcan.

El camino que Lacan venía recorriendo a partir de su discriminación de los tres registros en 1953, toma en ese año 64 un derrotero fundamental a partir de que precisa -en lo que se ausenta- la definición del objeto “a” como causa del deseo, y de la causación del “a” por la castración (insuficiencia) del significante para recubrir lo real. Ese derrotero le permite discriminar, particularmente en “Encore” –1972- otra función del mismo, la de objeto de goce en lo que se presenta encarnado en el cuerpo y/o en los significantes. Tenemos entonces al “a” funcionando atrapado entre los tres registros: en lo imaginario, recubierto de vestiduras que encubren lo radical de su falta, en lo real, siendo esa falta misma, y en lo simbólico, tomando funciones de representar valores imposibles de mensurar y desde los que, fallidamente, intenta significar a lo real.

Llegado a ese punto, el manejo del tiempo en las sesiones deja de ser herramienta exclusivamente de puntuación y pasa también a formar parte de estrategias y tácticas para construir la apariencia adecuada del analista (“semblant”), para que resulte causante del deseo de analizarse. Y, en las circunstancias convenientes, obstáculo al goce del significante cuando éste se transforma en valla para el deseo de analizar. Definamos al deseo de analizar, no simplemente como el de ir a llevar quejas al analista o el de recibir pacientes en consulta, sino como el más duro para el sujeto, el de ir a encontrarse con su real, con el deseo desconocido, con lo que genera la angustia. Para el psicoanalista ya no se trata sólo de saber puntuar, sino también manejar la presencia del analista y por lógica su substracción y su ausencia, ante la resistencia más difícil, la de lo real soportada en lo no simbólico del Ello. Lo que se hace a través de silencios, de la duración de las sesiones, de la frecuencia y la regularidad o irregularidad de estas, como vestiduras de ese objeto que se escurre en presencia. Se puede preguntar ¿si lo real es incognoscible, como el analista puede apercibirse de su presencia?. Es incognoscible pero presenta indicios. Formará parte de la habilidad del analista detectarlos para pasar al acto necesario que facilite que lo real vaya presentando formas con escrituras trabajables. Poco de esto pueden hacer los analistas estandardizados, sigan los “pattern” de la I.P.A (50 minutos) o de los analistas breves (10’).

Por otro lado los estándares dejan de lado una cuestión inalienable planteada por todos los grandes maestros del psicoanálisis. Cada paciente y cada sesión deben ser tomados según la singularidad con que se presentan. Lo mismo es aplicable al analista. En cada sesión y con cada paciente atravesará circunstancias particulares. Lo que surgirá entre ambos, y como cada uno se articule a eso que surja, dependerá de como estén situados en su articulación borromeica.
Toda esta riqueza, es la que se pierden los estándares, décimo o quincuagésimo minutados y es la que le hacen perder a sus: excesivamente pacientes.

Los breves, generan la ilusión de que hay analistas que atienden 10’ y cobran mucho menos que los que se rigen por la lógica de la estructura. O sea: la lógica que rige el tiempo del sujeto en cuestión, en cada única, e irrepetible sesión, condicionando a ese seguimiento los límites horarios de la misma. Sin embargo cuando se llega al balance final, si se suma lo que pagaron los seis pacientes que atendieron en una hora los décimo minutados, cobraron mucho más que los que se responsabilizan en seguir la lógica inconsciente del analizante. A la vez, aquellos pacientes pagan mucho más, porque quedan tan marginados de su inconsciente, como lo estaban cuando eligieron al analista breve. Por eso mismo también, muchos analistas producidos por la brevedad, no pueden hacer otra cosa que “surfear” levemente el Inconsciente de sus pacientes.

La de las sesiones breves es una tendencia que se ha identificado a los nuevos ideales de esta cultura: hacerle creer al cliente (al yo) que se hace lo que él quiere, para extraerle más plus de goce, plusvalía. Tal vez el lector esté pensando –“se equivocó Rodríguez, la plusvalía se le extrae al trabajador, no al cliente”. Lo que ocurre es que el capitalismo actual hace trabajar al cliente. Es éste, o sea ustedes lectores, el peón que recorre las góndolas de los supermercados con los carritos, o que pierde horas trabajando para que las telefónicas o las tarjetas de créditos corrijan el ¿error? de factura, o haciendo cola y operando ante los cajeros automáticos para retirar dinero de los bancos, etc.... “Pero Rodríguez... igual se equivoca, ya Lacan nos decía que el análisis es el único lugar en el que paga el que trabaja”. Sí, pero era una referencia al analizante trabajando para sí, para reconocer la existencia y las producciones de su Inconsciente. En la tendencia que nos ocupa, como en el caso de los supermercados, el cliente trabaja para el patrón que le vende. Además, aquel fue uno de los tantos chistes de Lacan. El sabía como trabaja el analista con su cuerpo y con su alma, para causar el trabajo analítico del analizante.
La identificación de algunos psicoanalistas al “todo por dos pesos”, los conduce a una degradación equivalente a la de la cultura “merchandising”.

Sergio Rodríguez 2 de marzo del 2001



[i] Ver Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis: Jacques Lacan
[ii] Así definió al territorio que demarca la relación la lengua con el Inconsciente, conduciendo a un corte epistemológico con la lingüística.