Sobre las transformaciones de la práctica clínica

Sergio Rodríguez
Jornadas de Psyche Navegante 1999



1950, Buenos Aires, incipiente Villa Freud. Un candidato de APA entra al consultorio de su analista, ritual que repite 50 minutos 4 veces por semana. Sabe que así será durante 4 años y medio aproximadamente. El didacta también lo sabe. Como eso le ocurre con toda su agenda de pacientes, también sabe que si le piden una nueva hora, tendrá que hacer ingresar al peticionante a una lista de espera.

Sus honorarios se sabe cuáles son y que serán aumentados progresiva y regularmente en el curso del análisis; lo que se sabe, dará lugar a resistencias e interpretaciones sobre el tema del dinero y por lo tanto de la analidad, que no es lo mismo que la pulsión anal (la diferencia es la que hay entre personalidad y sujeto del inconsciente).

Como es lunes, se sabe que habrá alguna interpretación sobre la depresión del fin de semana, y como se acerca febrero, sobre la de las vacaciones.
Como podemos observar, anticipadamente, se sabía demasiado. Lo que podía aburrir y estimular ganas de obtener el alta lo antes posible (claro que dentro del tiempo reglamentario). Pero este paciente imaginario, que alguna vez existió efectivamente, no podía sacarse el maldito vicio de fumar, sabiendo que para el didacta eso era causa suficiente para no otorgar aquella. Así que desesperado, fumaba antes de entrar a sesión, para no hacerlo en ella. Luego, algunas pastillas de menta disimulaban el aliento tabáquico. Ya en ella, podía ocurrir que se torturara, porque lo primero que se le ocurría era la cuestión de la disimulación del tabaquismo, lo que lo hundía en un silencio pertinaz. A lo que el didacta, sin inmutarse, respondía igual toda la hora. Salía entonces malhumorado, pensando que la había desperdiciado por el maldito cigarrillo. También admirado por la capacidad de aquel para soportar el silencio. Eran épocas en las que se consideraba que el final del análisis proveía una bendita identificación con el analista.

1980: el rodrigazo y sucesivas inflaciones habían sacudido a Buenos Aires y otros lugares del mundo. El huracán lacaniano[1], desde las catacumbas ponía en cuestión los saberes previos. La rajadura que habían producido en los 70 Plataforma y Documentos en APA, abrió la necesaria inconsistencia en el discurso del Otro, que facilitó a las nuevas camadas y a algunos de los viejos, elegir estudiar el discurso de Lacan. Difícil, alambicado, pero realmente atractivo, llevaba verdaderamente a analizar y reabrir fecundamente, debates claves para el siglo, sobre la Cultura, la sociedad, la política.

El debate de los años 30 sobre las mujeres, enfrentó a un Freud un poco machista que no veía otro ordenador para la femineidad que la envidia del pene, y una Melanie Klein feminista, que la suponía sólo defensiva. Lacan va a advertir que en las mujeres late el deseo de ser mujer, obviedad que saca a estos análisis de la rivalidad imaginaria.
Durante los 80, egreso en masa de estudiantes de psicología volcados a la práctica analítica y a pelear por su ley de incumbencias que los sacaría de ser las cenicientas de los médicos. Poblaron hospitales, psiquiátricos, obras sociales e incipientes prepagos.

Analizarse dejó de ser lujo de una élite y pasó a extenderse (con las limitaciones que esas instituciones estipulan) a capas mucho más amplias de la población. En París, se bautizó a Buenos Aires: capital del psicoanálisis (significante de llamativa plurisemia). Los honorarios exigían, en la mayoría de los casos, ser re- contratados mes por mes debido a las inflaciones. Se espació la regularidad de las sesiones, de 4 a 3, de 3 a 2, de 2 a 1. El tiempo de las mismas comenzó a ser tomado a veces mejor, a veces peor, por la formalización del tiempo lógico promovida por el maestro francés. En pasillos y supervisiones se escuchaba cada vez menos: ¿qué material trajo? Y más: ¿qué escuchaste?. Se estaba dejando la lectura de los dichos de los pacientes desde la doctrina y con interpretaciones analógicas e icónicas, para volver a la freudiana escucha de la letra y el significante, rescatada por Lacan.

Allá por 1984 la camada joven del lacanismo francés encabezada por Jacques Alain Miller arrimaba el acto analítico, apoyándose en el seminario que con ese nombre había dictado Lacan, y replanteaba la problemática del fin del análisis. Ambas propuestas sacaban a éste de ser un mero ejercicio intelectual que lo eternizaba, y promovía un nuevo modo de practicar la clínica, más interesado en los actos del sujeto. Hasta ese momento, la palabra actuación era una mala palabra en el imaginario psicoanalítico. Por la vía de Lacan, Ferenczi y Winnicott volvían remozados. Este movimiento fue y es dificultoso. A algunos los llevó a perder la brújula de la primacía del significante, con lo que las supuestas intervenciones se transformaban en aventuras arbitrarias. También a creer que la interpretación no es un acto analítico. Otros, que llegan tarde a dicha elaboración pues entonces la rechazaron, confunden inefable con reprimido, y carne del cuerpo, con real, suponiendo que éste puede ser realizado sin concurso del significante.

Entrados los 90, algunos sectores olvidaron el rechazo de Lacan a la nominación sajona de border line, y comenzaron a hablar de: estructuras o patología de bordes y a ceder a la presión del DSM IV, armando especializaciones sobre bulimias, anorexias, toxicomanías (adicciones), psicosomáticas. Vuelven a centrar al psicoanálisis en las identificaciones y modalidades de goce. Arrasan con la causa: la función y singularidad, de los deseos inconscientes. Se toma como patologías de fin de siglo, lo descripto por Bleger en Simbiosis y Ambigüedad en 1963, y que aparece en casos de Freud, en 1895.

Se les escapa que de que de lo que se trata es de que, al haber ampliado Lacan la formalización, formulización y topologización de las estructuras del sujeto, ha generado nuevas condiciones de posibilidad para entender cuadros que, o no se podían entender, o que al comprendérselos desde el marco de las estructuras neuróticas, o de descripciones fenomenológicas como la noción de núcleos psicóticos, se equivocaba el tratamiento. Con riesgo de iatrogenia, en particular en psicosis y esquizofrenias.

La conceptualización de Lacan sobre el significante del nombre- del- padre y su articulación en tres registros anudados borromeicamente y sin posibilidad de no fallar, aunque zurcible por la función re- anudadora del 4º nudo (sinthôme), facilitó repensar y reubicar dichos tratamientos, y los que aparecen en las fronteras.

Una de las dificultades mayores. La instalación y el sostenimiento de los análisis, o sea el manejo de la transferencia y la resistencia, y cómo situar y utilizar lo que se dio en llamar contratransferencia. Del lado kleiniano, predominaba la idea que todo era interpretable, y en el aquí y ahora conmigo. De donde lo interpretable resultaba, no tanto de formaciones del Inconsciente como de lo que pudiera encontrarse como analogable a algo ocurrido en la relación analítica. La atención estaba puesta en imágenes y analogías más que en fallas, repeticiones, o insistencias en el discurso. La indicación de interpretar primero la resistencia y después lo resistido, transformaba a los análisis en discurso universitario con consecuencias lógicas de fascinación y/o tensión agresiva, imposibles de analizar. Agreguemos que en las posiciones más extremas se consideraba que sentimientos, ideas y acciones del analista, eran productos de lo que el paciente le inoculaba. El análisis quedaba encerrado así, en capturas imaginarias.

Lacan re-lanza la praxis con su indicación de centrarse en la interpretación del deseo, de lo reprimido y no de la resistencia. En vez de sostener el espejismo reinante pos-mortem de Freud, descentra al yo, e insiste al igual que el fundador, en que lo inconsciente desea hacerse escuchar. Elabora el concepto de deseo del analista. Le recuerda que es suya la responsabilidad de las curas que conduce -la resistencia es la resistencia del analista- y lo retira de la prisión contratransferencial.

Fernando Ulloa entre nosotros, va a insistir sobre la importancia de que el psicoanalista no rechace, sentimientos y asociaciones que le surjan mientras escucha, pero para abstenerse de usarlos hasta que aparezca lo impensado, que por vía de la interpretación dispare en el paciente lo impensable.

La aportación más importante de Lacan a la práctica fue el desenvolvimiento de la posición y función del analista, planteando que debe colocarse en semblant de objeto causa de deseo, para sostener la transferencia del analizante y su deseo de analizarse. Propuesta que rompe con la estrategia del analista pasivo, hiper abstinente, silencioso, gris, opaco, neutro, de absoluta neutralidad. Después de plantear en La Dirección de la Cura, la táctica de la vacilación calculada, agrega en 1974: “Entonces relájense, sean más naturales cuando reciban a alguien que viene a pedirles un análisis. No se sientan tan obligados a mostrarse de cuello duro. Incluso como bufones que están justificados en ser bufones./.../ Soy un payaso. Tómenlo como ejemplo, ¡y no me imiten![2].

De lo que se trata entonces, es de leer durante la sesión la escritura borromeica que se despliega ante nuestros ojos, oídos y demás percepciones, para operar no sólo con las interpretaciones, sino con todo nuestro cuerpo, desanudando y generando condiciones para el re- anudamiento de lo que se va presentando como proveniente del Inconsciente. Creo entonces, que no es exactamente en semblant de objeto causa de deseo que nos colocamos.

Nuestra posición tiene más relación con un cierto semblanteo en el fantasma. ¿En qué lugar?. Propongo en el del losange= $a. Entre el sujeto y el objeto: como más, menos, como conjunción, disyunción. Ni exageradamente cerca, ni exageradamente lejos, ni total conjunción, ni absoluta disyunción en la identificación, en la vestidura transitoria de apariencia del objeto que en el fantasma soporta el deseo del sujeto.

Alguien que está tratando de hacer algo mejor que sólo sufrir con sus malestares, y que se está formando en psicoanálisis, entra al consultorio de su analista. Venía una vez por semana. La recesión y la decisión del analista de no rebajarle los honorarios, lo está haciendo acudir cada quince días. Entra entusiasmado con su último sueño, intercambia algunas bromas con el analista mientras se reclina en el diván, relata aquél, y ¡oh sorpresa!, las bromas anodinas estaban en estrecha relación con lo soñado. La interpretación lo re- encontró, asombrado, con algo de sí que le resultaba impensable.

En estos finales de siglo, las sesiones son menos frecuentes, suelen durar menos, los análisis resultan menos caros, pero si están bien conducidos y la estructura del paciente lo permite, resultan mucho más eficaces que cuando los obsesivizaron las normas IPA. Como vemos, el siglo se enriqueció gracias a lo que aportaron a la Cultura: Freud, Lacan, Winnicott, Ferenczi, Abraham, Klein, Reich y muchos otros de igual calaña.



[1] Gracias Emilio (Rodrigué), me permito parafrasearte
[2] La Tercera de Roma