Sobre la preparación de los psicoanalistas

La práctica del psicoanálisis, su capacidad para curar, se alimenta de 4 fuentes. 1) El deseo que motorizó al practicante de hacer con sus síntomas algo distinto a su sufrimiento repetido 2) Deseo que lo llevó a analizarse hasta el punto en que su estructura, su decisión, y lo estructurado en su analista, soportaron su análisis. 3) El análisis de la experiencia de trabajo con sus analizantes 4) El estudio de los escritos producidos por Freud y grandes psicoanalistas que lo siguieron, afilaron y mejoraron sus formulaciones teóricas.
Los dos primeros puntos proceden como instrumentos que liberan al futuro psicoanalista de obstáculos que le significan enunciados que le reprimen, le impiden advertir sus deseos inconscientes. Lo hacen también de vertientes imaginarias de sus ideales y de fusiones entre ellos y supuestas encarnaciones de los mismos en determinados objetos. Reducen hábitos de goce que sostienen repeticiones de lo no deseado, en pro de los “beneficios” de lo ya experimentado.
El análisis de la experiencia de trabajo del practicante con sus analizantes a la vez que contribuye a la labor de vaciamiento y liberación descripta en el párrafo anterior, va precipitando también en el Inconsciente del mismo una serie de articulaciones significantes y de experiencias reales que vuelven a emerger como insumos, cuando circunstancias sucedidas en análisis de otras personas las convocan . La formación teórica funciona paradojalmente. Por una parte señaliza rutas convenientemente, al dar cuenta conceptual de causas, razones y límites de la operación psicoanalítica. Pero por otra, fija enunciados que a la hora de la práctica pueden estorbar la atención libremente flotante del analista sustrayéndola de las letras, significantes, elisiones, fracturas lógicas, con que las enunciaciones del inconsciente balizan los enunciados de los analizantes. Es más, no solamente pueden sustraerla, sino que además pueden presionar, forzar interpretaciones u otras intervenciones que resultan tributarias de la deuda del practicante con el teórico de su preferencia, en lugar de con el Inconsciente de su analizante.
Teniendo en cuenta estas apreciaciones resulta fácil entender porque las diversas vertientes del movimiento psicoanalítico han privilegiado explícitamente para la preparación de sus oficiantes el análisis personal y el llamado por algunos de control, por otros supervisión. Sin embargo, estos mismos nombres aplicados a la revisión del trabajo entre analista y analizante, indican que inconscientemente, dotaciones importantes de analistas han depositado su confianza en el control (típica fantasía obsesiva) y en una visión superior (coetánea ilusión paranoide).
Lo que ocurre en las situaciones en que ambos partenaires se entregan al trabajo del inconsciente, es una transferencia de la articulación producida como efecto de las transferencias recíprocas ocurridas en la situación analítica, a la interrogada por el psicoanalista que la condujo y por el tercero consultado. Éste debe analizar la transferencia en que quedaron involucrados el analizante primigenio y el analista que lo recibió. Pero también forma parte del trabajo de consulta sobre la marcha de dichos análisis, que se tome en cuenta y trabaje, los fenómenos de transferencia que se van produciendo en el mismo. Esa es la razón por la que no está contraindicado y hasta es recomendable que quien se está preparando como psicoanalista consulte sobre su trabajo con el mismo analista con que se analiza. Otra razón reside en que cuando se disocia el análisis personal del de consulta sobre el trabajo como psicoanalista, el análisis de la vida laboral, objeto de tantos y tan importantes relatos en la mayoría de los análisis, queda renegado.
Atendiendo las observaciones anteriores se puede volver a entender que los resultados de los análisis se producen por “vía de porre”, de sustracción como planteó Freud en “Leonardo” y no por “vía de levare”, de agregados, de enseñanzas. El “vaciamiento” que todo buen análisis va produciendo, reordena las relación del sujeto con lo real, de una forma no menos apasionada pero sí más sobria, más templada. Lo que se transmite es dicha posición básica, que le permite al oficiante sostener flotante su atención, para que la misma sea reclamada por lo que desentona en el ronroneo de la rutina imaginaria.
Es así que , contrariamente a las suposiciones de algunos antropólogos y algunas psicólogas sociales o sociólogos psicologistas, no hay nada de esotérico en la transmisión de psicoanálisis. La misma quedó claramente formalizada con el discurso del analista formulado por Lacan a $
S2 S1
En él hacen apariencia de comandar el vínculo, las vestiduras de objeto que encubren el vacío que causa el deseo.
Del mismo modo, se evidencia que a la transmisión del psicoanálisis es más lo que le molesta su enseñanza en la universidad S2 a
S1 $ que lo que le aporta. Es la abstinencia del analista, “semblant” del vacío de la causa del deseo, el que hace enunciar a la división del sujeto un significante nuevo para tratar a su síntoma. A la inversa del “todo enunciado” del discurso universitario que cosifica al alumno favoreciendo su angustia, su minusvalía, su dependencia y su agresividad. La enseñanza universitaria es útil cuando se trata de transmitir lo ya sabido. La medicina es una profesión clásicamente beneficiada por la misma, pues al enseñar técnicas ya adquiridas, los profesores se las trasmiten a los alumnos utilizando el cuerpo de los pacientes (¡infinitamente tales!). Les hacen percibir lo que el tacto, la visión, el olfato, el oído y hasta el gusto de los alumnos, tendrán que retener en sus memorias para repasar y recordar en nuevos actos semiológicos. La psiquiatría, especialidad desprendida de la clínica médica general y de la neurología, mantiene dicha metodología de enseñanza en tanto y en cuanto para la terapéutica, básicamente psicofarmacológica, se guía por una serie de modalidades de enunciados para agrupar las quejas en síndromes (paranoias, melancolías, bipolaridad, depresiones neuróticas, neurosis obsesivas, neurosis histéricas, fobias). La psiquiatría norteamericana con sus fatídicos DSM, tiende a subrayar monosintomáticamente. Lo que seduce a pacientes y psiquiatras pues les genera la ilusión de que con yugular ese síntoma que más molesta (ataque de pánico, trastorno obsesivo compulsivo- TOC- por nombrar los dos más de moda) todo va a andar bien. Para esas concepciones de la psiquiatría, la mostración de enfermos tiene la misma virtud que para la medicina en general.
En el psicoanálisis se trata radicalmente de la transmisión de otra cosa. Lo que debe aprehender quien se está capacitando como psicoanalista es un método operativo para captar y hacer trabajar con modos diversos, según se trate a una neurosis o a una psicosis, las fallas en un discurso convocado a la asociación libre. Esta condición exige privacidad, resguardo de la intimidad del acto y obligación del psicoanalista de no utilizar la transferencia para ningún otro fin que los enmarcados por las finalidades de la cura. Para eso el paciente paga y el analista cobra para ejercer su función en la que cede un plus de su trabajo. Es en razón de estos condicionantes que el trabajo de consulta sobre la dirección que van tomando análisis conducidos por analistas en preparación se desarrolla en la intimidad de los consultorios.
La llamada “presentación de enfermos” que llevan adelante algunos analistas que han leído a Lacan y se han identificado a un imaginario vigente en algunos sectores del lacanismo parisino, no hace otra cosa que copiar las formas psiquiátricas de la enseñanza, para transmitir modalidades de trabajo sobre un objeto distinto al de la psiquiatría. Este movimiento genera condiciones de posibilidad favorables a la psiquiatrización del psicoanálisis. En Lacan, el hábito de la “presentación de enfermos” representó un punto en el que no logró romper con su origen psiquiátrico para refundarse como psicoanalista.
Cierta vez reporteé a un colega francés y le pregunté sobre qué razones daba a esa práctica de enseñanza. Respondió con un argumento previamente esgrimido por Miller, el factor benéfico que ejercería en el tratamiento de las psicosis la función del público como tercero. Le pregunté entonces si él llevaba a las presentaciones a sus pacientes del consultorio privado. En un salto reflejo me dijo ¡ más... no...! Con lo que se evidenció que “el beneficio” de la presentación de enfermos quedaba reservado sólo a los pacientes pobres, mientras los económicamente pudientes seguían usufructuando de la reserva a la mirada y el oído del público, en el consultorio privado. Es cierto que la función de terceros puede resultar beneficiosa en el tratamiento de muchas personas afectadas por cuadros psicóticos. De ahí el valor de enfermeros, terapistas ocupacionales y acompañantes terapéuticos convenientemente preparados, de comunidades terapéuticas con funcionamiento adecuado, casas de medio camino, hospitales de día, etc.. Pero son todos dispositivos que deben responder al “caso por caso” y a promover una posición activa en el enfermo.
Con el enfermo “presentado” como caso al público, ocurre lo contrario. Queda reducido a ser un objeto pasivo del “saber” del presentador para la mirada y la audición del público. Con lo que se reproduce lo peor de algunos discursos universitarios. En consecuencia, la presentación de enfermos no es más que la degradación del psicoanálisis a una práctica psiquiátrica creyente como ella en las “virtudes” de las cosificaciones nosológicas. Además, es una obscena puesta en escena de la dolorosa alienación de un sufriente.
Sergio Rodríguez