Sobre las prácticas de tortura

FAX PARA PEDRO LIPCOVICH (PSICOLOGÍA)
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Estimado Pedro: Va este artículo sobre las prácticas de tortura y algo más...
Un abrazo, Sergio Rodríguez

La denuncia presentada por el Presidente Kirchner sobre la existencia, ya instalada la democracia de campos para entrenar militares en recibir y aplicar torturas, reactualiza la reflexión sobre estos fenómenos permanentes, aunque con reflujos limitados, en la historia de toda sociedad y Cultura.

El ministro del Interior, Aníbal Fernández, afirmó que es de "un grado de locura inimaginable" la inclusión de prácticas de tortura en cursos de entrenamiento de comandos del Ejército realizados durante la democracia. "Si el Ejército decide tener fuerzas de elite preparadas para determinadas condiciones distintas a las de un hombre común de la fuerza puede incluir un montón de elementos que lo hacen distinto, pero que eso tenga que comprender la tortura es casi una locura", sostuvo Fernández. Efectivamente, no es una locura. Entonces: ¿Qué podemos decir de este hecho aberrante?

Nos resultaran de utilidad los testimonios publicados en Clarín del Domingo 18 de enero. El oficial de ejército (en actividad) E. L. “asiente cuando se le pregunta si había torturas en la ahora célebre sección “campo de prisioneros”, que duraba tres días, y admite que perdió algunas piezas dentales durante ese “aprendizaje”. “Fue durísimo. Me cagaron a golpes”, rememora sin perder su buen humor.

Cuenta que el concepto del curso se instaló en la Argentina a mediados de los 60: el modelo eran los Boinas Verdes, las fuerzas especiales estadounidenses que actuaron en Vietnam desde 1957 en operaciones sucias de contrainsurgencia y guerra de guerrillas.
“El ejercicio del campo buscaba evitar caer prisionero. Porque si pasaba, ahí se tenía una muestra de lo que venía. Ese era el trato a recibir como prisionero de los vietnamitas”. E. L. Asegura también que en ningún momento se enseñaba a torturar. “Sí quizás a resistir mentalmente, porque físicamente nadie puede aguantar”.

A distancia E. L. Tiene una mirada crítica: “Hoy diría que no sirve ni es necesaria esa parte. Cuando empezó el curso se seguía la doctrina de los Boinas Verdes. Con el tiempo creo que se fue desvirtuando”.
Agrego partes de lo declarado por H. A., suboficial en retiro de la Fuerza Aérea veterano en Malvinas. Dijo haberse dado cuenta en dicha guerra de que “no teníamos ninguna preparación”. “Volví y quería revancha, y me anoté en el curso de comando”. “En cualquier momento te podías ir, salvo en la última materia: campo de prisioneros. Duraba tres días y dos noches y de ahí no se salía”. “Éramos prisioneros de Montoneros o del ERP”
“En nuestro curso no había picana como en Ejército que había mucha.” /.../ “Yo hice el curso porque quería revancha, pero de Malvinas, no con el ERP”. /... hablara o no, igual iba a ligar gomazos y submarinos”.

E.L. admite que había torturas en las que perdió piezas dentales y mantiene el buen humor cuando lo cuenta. Evidencia así, que lo enorgullece. Haber soportado, reforzó su valor fálico ante su imaginario masculino y militar. Sobre el final de su testimonio, tiene un quiebre lógico: “en ningún momento se enseñaba a torturar”. Cabe la pregunta: ¿Qué estaba aprendiendo el que le voló los dientes?. Luego se torna ambiguo: “Sí quizás a resistir mentalmente, porque físicamente nadie puede aguantar”. Con: “se enseñaba a resistir mentalmente”, parece responderse a: “no se enseñaba a torturar”-.La interpretación de dicha ambigüedad pareciera ser que: se enseñaba a resistir mentalmente los efectos de torturar. Ya que inmediatamente afirma que físicamente nadie, por lo tanto él tampoco, puede aguantar. O sea, se enseñaba que el torturador resista mentalmente ya que físicamente el torturado no podría resistir. El “hoy diría”, potencial, indica que no afirma taxativamente que no se deba enseñar a torturar, sino que cree que esa parte ya no vale la pena ser enseñada porque “se fue desvirtuando la doctrina de los Boinas Verdes”.

En cambio en el testimonio de H.A. se notan diferencias. Ingresa a la escuela de comandos porque volvió de Malvinas y “quería revancha”. No lo hizo movido por la doctrina militar norteamericana, sino por un sentimiento de revancha contra los ingleses, aliados fundamentales de los norteamericanos. Tiene cierta percepción de que no salió lastimado, pero sí muy marcado[1]. Decepcionado, dice que “quería revancha, pero de Malvinas, no con el ERP”. A diferencia de E.L. utiliza el pasado del indicativo y no el potencial, para afirmar que para él no estaba mal.

Ambos militares dicen, que en aquellos momentos estaban de acuerdo con esa metodología de entrenamiento. Las diferencias aparecen con respecto a la actualidad. E.L., oficial en actividad del ejército, condiciona su oposición actual a dichas prácticas, a que se fue desvirtuando la doctrina de los Boinas Verdes. ¿Se referirá a que el estado norteamericano que introdujo dicha doctrina en las fuerzas armadas latinoamericanas no defiende a los militares que en diversos países de la zona están siendo acusados y hasta juzgados y condenados por haberla aplicado? Los dejó caer cuando dejaron de serles útiles. En cambio, el sub- oficial retirado de la Fuerza Aérea estaba de acuerdo, en tanto y en cuanto lo hubieran preparado para tomar revancha contra los ingleses. Una diferencia en los Ideales del Yo los separa.

Lo que muestra que lo que en su momento los unió, responde a lo advertido por Freud con motivo de la guerra de 1914. La psicología de guerra (centrada en identificaciones) hace posible que masas de hombres cometan acciones horrendas, en tanto son incitados a dar vuelta los ideales del yo en que se sostienen, en nombre de otros “altos” ideales. Del “no matarás” se los insta a pasar al “matarás” en defensa de ideales supuestamente superiores. A partir de que fue franqueada aquella primer valla a barrer con la vida del adversario, cualquier otro atravesamiento se justifica. Torturas, violaciones masivas hetero y homosexuales, terrorismo, suicidio con fines terroristas, etc. Hoy, el estado norteamericano, mantiene a más de 500 afganos en el campo de concentración y tortura de Guantánamo y hace pocos días su “civilizada” Corte Suprema de Justicia le dio vía libre al gobierno para que lo siga haciendo. Hace pocos días también, un padre palestino denunció como terroristas fundamentalistas usaron el dolor de uno de sus hijos por el asesinato de un hermano por parte del ejército israelí, para enviarlo al suicidio. La Corte Suprema de Justicia de Israel hace pocos años autorizó torturar en “caso de necesidad”.

¿Pero sólo el cambio en el Ideal del yo con su correlato en el Superyo explica que hombres en armas se presten a torturar y ser torturados como parte de su entrenamiento? E.L. rememorando sin perder el buen humor y H.A. ratificando que para él no estaba mal ligar gomazos y submarinos dan a ver en acto, una posición sadomasoquista que ordenada por ideales supuestamente superiores y con distintas creencias los transformaron en instrumentos de la Razón de Estado.
El sentido común no puede entender estos horrores. El psicoanálisis puede leerlos interpretarlos y colaborar así con quienes luchan para evitarlas.

Lo que nuevamente pone de manifiesto este hecho, es que vivimos dentro del campo de prisioneros que alambra el lenguaje en su trabajo para agujerear lo real que en cada situación obstaculiza el equilibrio en las relaciones sociales. La utilización del lenguaje nos ubica a los seres hablantes en una gran paradoja. Por vía del discurso permite los vínculos sociales a través de inhibir y/o sublimar las pulsiones. Lo que de ellas queda bajo inhibición y de los deseos bajo represión, realimenta la presión de aquellas. Las vicisitudes que impulsan esos restos, dan nuevo combustible a la pulsión y a los deseos exigiendo nuevos esfuerzos inhibitorios, sublimatorios y represivos. La estructura del recorrido de la pulsión, que le permite autosatisfacerse en los agujeros del cuerpo propio genera que toda pulsión al poder cumplirse en aislamiento, pueda llevar al sufrimiento y la muerte. Las paradojas del amor propio hacen que el yo pueda pasar sin apercibirse de una cara de su deseo a la contraria. Es así que ambas estructuras en su articulación, dan sostén a aquella paradoja.

Si bien estas cuestiones se hacen presentes en toda actividad humana, alcanzan sus máximos niveles de tensión en aquellos lugares que deben pilotear las relaciones sociales. Padres, docentes, autoridades, y particularmente fuerzas armadas. Todo padre que se precie utiliza penitencias y hasta algún chirlo para “civilizar” a sus niños. Y si no lo hace corre el peligro de presentar una falla paterna excesiva. Los docentes tienen que recurrir muchas veces a medidas disciplinarias para manejar sus alumnos. Hasta la mitad del siglo XX no era nada fuera de lo común saber de colegios donde dichas medidas llegaba hasta el castigo corporal. En colegios ingleses y en algunos colegios de curas, se llegaron a utilizar formas atenuadas de tortura.

Castigos hasta lastimarlos con varas en el traste y los dedos, hacerlos permanecer de rodillas desnudas sobre granos de maíz durante horas, etc. Recuperados los derechos civiles en nuestro país y en nombre “de los derechos del niño”, se aprobaron reglamentos que dejaban inermes a los maestros y a los chicos que se “portaban bien”, frente a los “revoltosos”. Así se llegó al colmo de pibes que fueron armados a sus colegios y provocaron hechos de sangre, algunos de muerte. Como se puede apreciar, manejar las peores manifestaciones del malestar en la Cultura exige una saber hacer muy particular, que debe adecuarse a las circunstancias y diferencias de manifestaciones.

El sadismo, el masoquismo y las violencias consiguientes son constitutivos y constituyentes de la estructura estructurante de los seres humanos. Es inevitable su recurrencia, lo que no debe impedir que quienes quedamos menos “empaquetados” por las mismas trabajemos, como lo está haciendo éste gobierno, para evitarlas.

No ha habido régimen político que no haya utilizado violencias sádicas contra quienes se le opusieron. Repúblicas griegas, república e imperio romano, imperios indígenas (aztecas, etc.), organizaciones tribales africanas y asiáticas, cruzadas religiosas y guerras santas, feudales orientales y occidentales, revolución burguesa francesa y sus brotes -nuestro país incluido-, comunismo en sus diferente variantes, nazi fascismo, democracias norteamericanas, inglesa, etc. Si se le da a la masa una “buena razón”, se transforma su Ideal del yo que pasa de obstaculizar el desenvolvimiento de la violencia a propiciarla. Para lo cual se alimenta del masoquismo y el sadismo “envasado” en la historia pulsional de cada uno y en la trampa narcisista anidada en su yo. La Razón de Estado en defensa del orden constituido, o de uno más justo por constituirse, dan la justificación imaginaria necesaria para que pasen a ser reprimidas las ideas de respeto por el otro, de convivencia pacífica. La nueva represión, a veces renegación, suprime los sentimientos tiernos y de empatía por identificación con el otro. Eso sin contar que cuando se desata la violencia los contendientes quedan encerrados en la lógica irrecusable de: “yo o el otro”. La que reconoce como única salida el dominio o el asesinato, a menos que el equilibrio en la correlación de fuerzas obligue a negociar.

En función de estas razones la ética del psicoanalista de llevar a lo simbólico de los sujetos a hacerse cargo de lo real de sus vidas para tramitarlo, nos obliga a apoyar la defensa de los derechos civiles impulsada por el Presidente de la Nación. Lo que significa reconocer que la misma se encuentra entre sus tareas importantes para sostener lo más posible un estado que haga de la civilización una de sus principales razones de existencia.



[1] Ver nota de Alicia Smolovich en página principal de www.televerdades.com del 18 de enero del 2004