Respuesta de Sergio Rodriguez al artículo del Dr. Eduardo Mauricio Espector


El Dr. Espector nos plantea tres temas. 1) El nuevo giro que han ido tomando los juicios a trabajadores de la salud mental por mala praxis. 2) La evaluación de la función de los medicamentos para el tratamiento de las dolencias psíquicas, y de su combinación con lo que define como “psicoterapias”. 3) La exigencia de lograr el consentimiento por escrito del paciente sobre el tratamiento que está recibiendo, a la vez que llevar una historia clínica según las prescripciones de la técnica médica.
Partiré de señalar aquellos puntos en que acuerdo con su artículo, para luego marcar algunas diferencias de fondo en función del mismo interés que parece animar sus líneas: llevar adelante el trabajo con los pacientes, de la manera que resulte más eficaz para su mejoría.
Acuerdo con que es imprescindible que cualquier profesional que se haga cargo de un caso, debe saber distinguir si la dolencia que lo afecta es estrictamente psíquica o efecto de algún trastorno orgánico. La sospecha de que esto fuera así, obliga inmediatamente a la consulta con el médico clínico o especialista adecuado. Señalo de paso, que la mala praxis está ocurriendo no sólo con psicólogos. Son muchos los casos de sufrimiento psíquico tratados por neurólogos, neurocirujanos y psiquiatras, con el exclusivo recurso de la medicación. Muchos también, en los que esta no es necesaria, contraproducente, o que exigiría como recurso asociado y prevalente, la intervención del psicoanálisis. Lamentablemente en todas las especializaciones “se cuecen las habas de los fundamentalismos”.
Me interesa el debate, y mejor aún, el intercambio de conjeturas y experiencias con aquellos que no cuecen dichas habas. Parto de que todos diferenciamos, aunque sea intuitivamente, a los hombres de los animales.
Dos cuestiones resultan definitorias para armar una estrategia de tratamiento: 1) La causa del funcionamiento psíquico. 2) que se puede, y que se busca obtener con los tratamientos.
La estructura que mueve (para bien y para mal) a los seres humanos, se distingue, por su dependencia de lo que los distingue de los animales: el uso de un lenguaje, complejo y articulado. Lenguaje que es adquirido por cada uno, a través de los cuidados que le brindan quienes funcionen como madre y familiares cercanos, desde antes de la concepción y por muchos años. Cuidados y lenguaje que al futuro sujeto le llegan por la voz, la mirada y la piel a sus oídos, ojos y piel, y como tratamiento de los agujeros destinados a recibir los alimentos y eliminar los residuos metabólicos (boca, ano, uretra y piel). Dichos cuidados les dan potencial erótico, y encarnadura para las metáforas amatorias. En consecuencia el lenguaje, no es un simple código de inteligencia conductual, como plantean algunas psicoterapias, sino que es trasmisor y receptáculo, de odio, amor, deseo, y goce erótico (en exceso y en defecto). Como consecuencia, el funcionamiento neuronal y endocrino queda en dependencia, de las relaciones erotizadas del sujeto del inconsciente con el lenguaje y no a la inversa. Por supuesto y quedó aceptado en el inicio de este artículo, dicho funcionamiento también puede quedar agraviado por fisiopatologías producto de tumores, degeneraciones, lesiones vasculares, etc con diferentes etiologías. Pero en relación a los sufrimientos del espíritu humano tienen una incidencia estadística mucho menor que aquellas que resultan efecto de las dificultades de los sujetos para arreglárselas en las relaciones afectivas y eróticas con sus congéneres. De esta causación del sujeto y sus sufrimientos, deviene que el tratamiento más adecuado para los mismos es el de la palabra y particularmente el psicoanálisis, capaz de atender las relaciones inconscientes de las funciones de dichos sujetos con sus conflictos afectivos y eróticos. ¿Cuál es el lugar de los psicofármacos en el mismo?. El de auxiliares importantes, cuando