¿Por qué siempre hay lugar para el postre aún cuando estamos llenos?

Sección: Fatigando conceptos


Tema:
Nuevas técnicas desarrolladas por neurocientíficos podrían abrir importantes horizontes de colaboración entre éstos y los psicoanalistas.

Con el título que reproducimos en el nuestro, el 21 de agosto del 2003 CNN en Internet publicó un artículo que me pareció importante y que utilizaré como base para escribir lo que sigue. Comienza relatando que: “Científicos que entrenaron voluntarios para reaccionar como los perros de Pavlov a la mantequilla de maní y el helado dijeron el jueves que sus estudios sobre el cerebro ayudan a explicar por qué todavía tenemos lugar para el postre cuando estamos llenos.” Como psicoanalistas, observamos que dichos científicos partieron de la pregunta básica que desde las investigaciones freudianas[1] nos llevó a distinguir entre necesidad (lo estrictamente imprescindible para cumplir las funciones biológicas), deseo y goce. Encontramos que los humanos tenemos roto desde el nacimiento, invalidado, el circuito de la necesidad. De lo cual resulta una tendencia, pervertida de dicha necesidad, debida a los cuidados de los orificios erógenos y sus funciones por parte de la madre o sus sustitutos en los primeros meses de vida. Dichos cuidadores lo hacen desde las marcas inconscientes que en sus primeros meses de vida les dejaron por su propia carencia de circuito instintivo, los cuidados de sus propios cuidadores. A dicha tendencia la llamamos deseo. Lo situamos como inconsciente y tensándose desde la sensación de carencia a alguna formulación fantasiosa de supuesta satisfacción.

Los cuidados maternos siempre darán más, o menos, de lo “que corresponde”, pervirtiendo las necesidades de la zona atendida. Dicho deseo, tributario de esa estructura de producción también apuntará siempre más allá, o más acá, de lo necesario. Lo que hace que el goce relacionado de alguna manera con dicha fantasía, se aparte también de la necesidad. Claro que los perros no son humanos. Pero como señaló Lacan, el deseo de los experimentadores pervierte también en aquellos el circuito de la necesidad y lo coloca al servicio del goce del científico de investigar. “Los voluntarios estuvieron condicionados a tener hambre cuando miraban ciertas figuras abstractas, del mismo modo que los perros de Pavlov salivaban al sonido de una campana, sostuvieron los investigadores.’ En lugar de usar una campana y un polvo de carne, que es lo que Pavlov usó originalmente, empleamos imágenes de un pequeño significado intrínseco y las conectamos con aromas de comida", explicó el doctor Jay Gottfried, del Departamento de Imágenes de Neurociencia de la Universidad de Londres.” Dicha diferencia con Pavlov hizo que estos investigadores “engañaran” a las percepciones, utilizando representaciones simbólicas formuladas con imágenes e indicios, -olores-. "Gottfried intentaba explicar lo que denomina "el fenómeno del restaurante. ‘Uno se sienta para una comida de ocho platos para nuestro cumpleaños y pasa por todas las entradas y platos, y justo cuando sentimos que no nos entra nada más en nuestro estómago, traen el menú de los postres y súbitamente uno descubre que tenemos espacio para una mousse de chocolate’, dijo Gottfried en una entrevista telefónica. "Esta es una saciedad específica –uno está lleno de una cosa, pero no de otra". Dicho en términos psicoanalíticos: la pulsión fue satisfecha en relación a determinados objetos a (mirada, olfato, salados) pero no a otros. En función de los ausentes, el deseo se relanza. “El fenómeno podría ayudar a explicar por qué las dietas fracasan, pero también arrojaría luz sobre cómo funciona el cerebro.

Gottfried, cuyas conclusiones aparecen publicadas en el número de este viernes de la revista Science, indicó que quería conocer cómo actúa el cerebro. ‘Queríamos observar regiones cerebrales que mostraban una actividad decreciente desde la pre y post alimentación’, dijo. ‘Los 13 voluntarios fueron sometidos a imágenes de resonancia magnética funcional –un modo de observar la actividad cerebral’ en vivo’. Gottfried y sus colegas les mostraron imágenes abstractas generadas por computación[2] mientras dejaban escapar aromas de helado de vainilla o mantequilla de maní[3]. Inconscientemente[4], los voluntarios comenzaron a asociar las imágenes con los aromas. Luego fueron alimentados con mantequilla o helado.

Los cerebros fueron sometidos a escáner nuevamente y hallaron que las fuertes respuestas emocionales a los aromas se volvieron débiles después de que los voluntarios comieron la comida correspondiente.” Esta posibilidad de advertir la diferencia en la respuesta de determinados circuitos cerebrales según la presión de la pulsión, el estímulo simbólico y la tensión pulsional satisfecha, puede abrir importantes cauces de colaboración entre las neurociencias, la psicofarmacología y el psicoanálisis. Particularmente en el tratamiento de las psicosis. ¿Por qué? Sabemos que quien está afectado por alguna forma de psicosis, percibe realmente su alucinación. Esto fue explicado por Lacan desde la teoría psicoanalítica como el fenómeno según el cual: lo forcluido, rechazado en lo simbólico, vuelve desde lo real. Estos experimentos pueden hacernos suponer que lo ocurrido en lo simbólico ha sido registrado en algún circuito particular del cerebro.

De ser reconocidos y de abrirse la posibilidad de tratarlos con una combinación de psicofármacos específicos que actúen sobre los mismos, asociados al tratamiento psicoanalítico que desde ciertas estrategias y a través de la palabra y otros tipos de intervenciones, opere sobre la articulación borromeica y sinthomática, contaríamos con mejores condiciones de posibilidad para reestructurar mucho más profundamente a dichos seres parlantes y aliviarlos de sus intensos sufrimientos con mayor calidad de lo que lo hacemos actualmente. “Gottfried aseguró que circuitos cerebrales específicos están involucrados en el proceso. Los investigadores encontraron una participación fuerte de la amígdala –el área del cerebro más conocida por el procesamiento de emociones- y la corteza orbitofrontal.” Así como estas investigaciones abren nuevas posibilidades, presentan también peligros importantes. Por el lado de los psicoanalistas, ignorarlas y desperdiciar una importante posibilidad de colaboración para lograr un mejor destino para nuestros padecientes. Los neurocientíficos corren el peligro de ignorar la función de la estructura nodal del “hablante ser” y confiarse sólo a los psicofármacos y otras modalidades de intervenciones médicas.

En el caso de los psicoanalistas, el error nos llevaría a no ampliar la eficacia clínica. La equivocación biologista podría resultar de suponer que con la manipulación psicofarmacológica o de otras técnicas médicas alcanza, excluyendo la “reingeniería” estructural que puede facilitar el tratamiento psicoanalítico. Una posición de ese orden los llevaría a hacer retroceder la eficacia actual, constriñéndola, reduciéndola. Es un riesgo fuerte porque los intereses económicos y la miopía de las grandes corporaciones farmacéuticas, suelen estimular y financiar poderosamente la de los investigadores de laboratorio que dependan directa o indirectamente de dichas financiaciones.



[1] Proyecto de Psicología para Neurólogos
[2] Simbólicas (SR)
[3] Indiciales (SR)
[4] Subrayado por mí (SR)