La transversalidad

Los acontecimientos sucedidos en los alrededores del 24 de marzo vuelven a poner a prueba la capacidad de los cuadros políticos nacionales para timonear el encrespado de la política nacional. Tomada la resolución histórica de transformar a la Escuela de Mecánica de la Armada, las declaraciones de Haydee Bonafini condicionando su presencia en el acto a que no lo estuvieran gobernadores peronistas, sumado al silencio presidencial, desató la respuesta de los impugnados en una solicitud

La transversalidad, una modalidad política no fundamentalista

Nestor Kirchner, ni bien electo Presidente de la Nación planteó una estrategia política que llamó: transversalidad. Según la misma, el movimiento que busca animar, necesita del aporte de todos aquellos que estén de acuerdo con el mismo, con independencia del partido político en que revisten o de su independencia de los partidos. Lo necesita para renovar y limpiar el poder judicial. Reafirmar las garantías democráticas fijadas por la Constitución nacional. Renegociar la deuda externa sin aceptar nuevos ajustes a la maltrecha economía de la mayoría de la población, para lo cual negocia desde la fuerza que da la debilidad y ser los abultados deudores. Controlar las empresas privatizadas que manejan sectores claves de la provisión de servicios (agua, energía eléctrica, gas, combustibles en general, etc.).

Con el criterio de transversalidad, llevó adelante designaciones en diversos lugares del aparato del estado. No redujo la base del movimiento al partido del que proviene, ni a la corriente dentro del mismo que él representa ni tampoco a su propio pensamiento. En su discurso en Parque Norte el 11 de marzo, velado por la prensa del 12 con ayuda de la exigencia de primera plana que tuvo el brutal atentado de Atocha, dijo entre otros párrafos referidos a esta idea central de su estrategia: “Y en esta Argentina en la que nos tocó vivir un año 2001, que nos tocó ver explotar la política, que nos tocó ver las cosas que vimos durante todo este tiempo, es fundamental poner todas nuestras fuerzas para construir ámbitos como el que hoy se empieza a construir aquí. Acá no vinimos con la ficha de afiliación, acá no vinimos a pasar listados, acá no vinimos a ver quien está presente o quienes están ausentes, acá vinimos peronistas y no peronistas, gente de todas las ideas y de todas las fuerzas que quieren cambiar a la Argentina a sentarnos en una mesa para empezar a discutir, para empezar a pensar en conjunto, para calificar la política.”

Contra esta estrategia se levantaron inmediatamente los nostálgicos de la década del 90. Personajes como Carlos Menem y su hermano, Ricardo López Murphy, Carlos Melconian, Mauricio Macri y algunos otros, acusaron al gobierno de hegemonista. Ellos, que desde el poder operaron sobre la base de imponer la idea del “derrame” que en la nota de Clarín del 16 de marzo Anne Krueger reafirma y según la cual, si la economía se expandía se redistribuiría lo que le sobrara a las grandes corporaciones. “Teoría que no toma nota” de que éstas tienen alforjas sin fondo. Sólo un estado regulador puede coserles un fondo. También se sumó a estos dichos sin la compañía de la mayoría de sus gobernadores, la dirección de una UCR no bien dotada, según demostró al haber llevado a la presidencia de la Nación al inconcebible Fernando De La Rua.

Igualmente acompañó a la derecha la señora Carrió, navegando entre el ultra-personalismo, las brumas místicas casi delirantes y un apego a La Verdad que en su recorrido moebiano frecuentemente deposita (a la Lilita) en las orillas de las mentiras. Como cuando llevó de candidato a vicepresidente a un conservador mendocino en su intento por devorar a todos los electores, fueran de izquierda, de centro o de derecha. Digamos que ese modo de practicar la política tiene representantes también en la ultra-izquierda con enunciados como los de un Raúl Castells, que casi delirantemente llegó a decir que la nueva ley laboral era esclavista, o de Néstor Pitrola que cree acumular organización por empujar al Polo Obrero a una posición de demanda permanente. Ambos transcurren desde la vereda izquierda los campos del fundamentalismo, reductor de lo simbólico a su nudo imaginario. Pero es muy importante que emerjan estas opiniones y que se agrupen, a los efectos de que las mayorías y minorías de la población encuentren las representaciones que les cuadren, para que funcione el régimen democrático.

Régimen que a mi modo de leer los movimientos sociales, no se caracteriza por ser el gobierno de y para el pueblo (como reza en los manuales secundarios o en la cabeza hipócrita de muchos políticos) sino la plaza menos peor, para facilitar que las tensiones por diferencias de intereses se tramiten con menos agresiones y más civilizadamente. Lo que colabora a que lo que no cesa de no resolverse, lo imposible de cualquier sociedad, lo que soporta su castración, pueda ser trabajado con más eficacia para contingentemente lograr que algo se arregle, que se escriba algo favorable a la historia de nuestra Nación.

Parece ser que estemos en una de esas contingencias poco frecuentes en ella en que algo puede ser re-escrito favorablemente a los intereses nacionales, o sea de la mayoría de la población. La posición no fundamentalista, a favor de la transversalidad, de la propuesta presidencial para constituir el movimiento social que haga posibles las decisiones que el gobierno está tomando, tiene que encontrar su respuesta en quienes dejando de lado banderías obstaculizadoras, nos prestemos a sostenerlas. No cabe en esto pequeñeces de miras, pues es mucho lo que se está jugando. Hay los que escaldados de tantos recules y traiciones se preguntan: ¿Y si Kirchner termina traicionando y dejándonos colgados del pincel? Si llega ese momento, los que no desertemos seguiremos la lucha en la que siempre hemos estado. Pero no porque eso pueda llegar a ocurrir, tenemos que sacarle el cuerpo a las posibilidades actuales. Si lo hiciéramos, habríamos abandonado en éste momento crucial, esa lucha en la que siempre estuvimos.
Ilustración Mareli de Goya