La autofagia del discurso capitalista

En dos textos fundamentales para analizar las dificultades que sufre el género humano, -“El malestar en la Cultura” y “Psicología de las masas y análisis del yo”-, Freud plantea dos paradojas que deberíamos cuidar para que no nos saquen del purgatorio para llevarnos al infierno.
Ellas son:
1) que para vivir en sociedad se torna imprescindible reprimir deseos y rechazar o al menos limitar, goces antisociales. Consiguientemente inhibir, o en el mejor de los casos sublimar, las pulsiones que los alimentan.
2) que no hay organización artificial de masas que no se estructure por identificación a sus liderazgos e ideales. Los que pasan a funcionar como inductores de identificaciones entre los individuos de esa masa organizada. Masas no organizadas artificialmente, resultan sólo de situaciones de caos y estampidas transitorias.
Utilicé ex profeso la palabra individuos, pues es observable que la organización de los seres parlantes a través de identificaciones, se soporta en una ficción que reniega la división de los sujetos. División inherente a la tensión entre el significante que representa a cada uno y el que desde otro lugar le da significación, así como entre su ser objeto de deseo y goce y su contingencia de ser sujeto como efecto localizable sólo después que lo fue, puntual e instantáneo. Razones por las que Freud no se ilusionó con el comunismo, que creyó que subvirtiendo las relaciones de mando y la estructura económico social de la sociedad se iba a arribar a una de “productores libres”.
Un equívoco sostenido por lo menos durante un año, por Jorge Gestoso y Patricia Janiot, co-conductores en esa época del noticioso televisivo de CNN, calificaba de "catástrofes humanitarias" a genocidios ocurridos en algunas de las últimas guerras de los Balcanes y en lugares de África como Ruanda Burundi. Dichos equívocos trasmitieron anhelos pre conscientes y deseos inconscientes del liderazgo fundamentalista neoliberal y de las grandes corporaciones financieras y “golondrinas” a las que sirven[1]. Algo parecido ocurrió con el título del libro de Francis Fukuyama, El fin de la historia. Para el mundo que imaginan sus “futurólogos”, sobran 4.000 millones de personas. El capitalismo puede transformarse en el sepulturero de la historia de la humana, si su forma actual hegemonizada por grandes corporaciones financieras y de capitales “golondrinas”, sigue comandando la “aldea global”.
La Argentina, medio oriente, el noroeste de América del Sur, son algunos ejemplos de vanguardia funeraria. Esto resulta efecto de que al entrelazarse los cambios cualitativos en informática, electrónica y telecomunicaciones con la imposición del discurso del capitalista,
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en báscula con la del universitario
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particularmente el de Harvard, se está rechazando represiones de deseos e inhibiciones de pulsiones predominantemente oral canibalísticas y anal sádicas, hasta un punto en que una catástrofe puede hacer desaparecer a una gran parte de la especie. Lo que traería resultados "humanitarios" para los que queden vivos y se aprovechen del desastre, según creen estúpidamente las lumbreras del llamado “pensamiento único”[2].
Momentáneamente devenimos uno de los eslabones más débiles de la cadena de países de la aldea global. Los llamados mercados (grandes bancos y fondos de inversión) huyen a la vez que presionan. Los gobiernos buscaron la obtención de créditos nuevos sin cuidarnos de las tasas a que nos fueron prestados. Ampliaron así la deuda hasta llevarnos a la imposibilidad de pagarla. Estos fueron los resultados de la entrada salvaje del discurso capitalista matematizado por Lacan en 1972 y citado por primera vez en la Argentina y tal vez en el mundo por Psyche Nº 22 de julio de 1988. Discurso que desliga a los amos de la relación directa con sus trabajadores. El "Tequila", la crisis asiática, el "Vodka", el "Caipiriña", “nuestro”default indican una serie. No son simples contingencias, "crisis cíclicas del capitalismo". Son los cambios climáticos del "efecto invernadero", remezones de una Civilización que ha encontrado su límite. Él radica en la estructura misma de la aldea global. Un síntoma: la perplejidad, abarca a todos. Reforzado tras el atentado genocida en Atocha (España)
Hay dos fenómenos que arribaron para instalarse después de culminar en la década de 1990. Uno, consiste en el salto cualitativo que tras un proceso previo de acumulación se produjo en el campo científico con sus consecuencias tecnológicas. Salto que ha tomado progresión geométrica. Paralelamente culminó una tendencia según la cual el dinero, que en su surgimiento facilitó el comercio y atenuó los niveles de agresividad que el trueque conllevaba, se ha consolidado como "el significante que mata todas las significaciones"[3]. Consolidación favorecida por las desregulaciones que debilitaron los estados y sus posibilidades de control. La evidencian presiones descaradas de EE.UU y el FMI para que se deroguen leyes que le ponen tope a la delincuencia financiera y la subversión económica que aprovechan la posibilidad de girar grandes capitales en tiempo real, por vía informática.
También pesaron en este contexto las posibilidades de acelerar el transporte de mercancías por vía marítima y aeronáutica, al facilitar la transferencia de industrias y empresas enteras de un país a otro. Lo que está ya afectando a la propia Norteamérica. La tradicional Levy’s inventora del jean[4], levantó sus fábricas fundadas en 1870 y las trasladó a países con mano de obra más barata dejando a 7.000 norteamericanos en la calle. En estas novedades está la esencia de la globalización bajo dominio del capitalismo salvaje que se margina de la Cultura. El problema no reside en la ciencia, la tecnología ni la globalización, sino en el modo de apropiación y piloteo de las mismas.
Estas novedades prestan los instrumentos que facilitan desligar a las corporaciones capitalistas de cualquier sujeción a los estados naciones y sus fuerzas armadas. Un click de computadora bancaria y/o fondo de inversión transfieren capitales y resulta mucho más eficaz que cualquier unidad militar. Lo ocurrido con el dinero es lo más peligroso. Tomó decisivamente el centro de la escena matando toda significación, destruyendo cualquier imaginario que no lo tenga por eje. Naciones, oficios, solidaridades de cualquier tipo, límites morales, pasan al desván de las antigüedades. Se acentúa la ilusión de que el dinero tiene función productora.
El fetichismo de la mercancía elucidado por Carlos Marx, consiste en que la misma a través de su valor de uso, encubre su único valor, la fuerza humana de trabajo. Pero sus ideales igualitarios lo llevaron:
1) A desestimar la función imprescindible de los agentes en cualquier discurso que vincule socialmente para producir mercancías.
2) A desestimar que éstos en función amo, reconocen como causa última sólo "la lucha a muerte por puro prestigio"[5].
3) A subestimar la adhesividad de los esclavos, a su goce “de seguridad”[6].
4) A sobre-estimar la capacidad de altruismo y solidaridad de las masas.
La inexistencia del psicoanálisis en esa época, contribuyó a dichos errores. Éste, a través de conceptualizar lo devenido de su práctica, pudo discernir los condicionantes simbólicos, imaginarios y reales de la "naturaleza" humana y sus consecuencias. El pasaje por los siglos XIX y XX dejó pruebas suficientes de que sin agente no hay discurso, vínculo social ni producción. Y que la producción de mercancías exige, "para que las cosas funcionen", que en el lugar del agente se halle alguna forma de significante amo.
El ser social (su posición de goce) condiciona las modalidades de subjetivación. La mayoría de los que se hacen cargo de la función agente, desean cobrar lo que suponen que vale su riesgo y su intervención. Éstos son imposibles de mensurar. Como consecuencia de esta imposibilidad de mensura, no son evaluables riesgo e intervención.
El amo antiguo trataba personalmente a sus esclavos, casi convivía con ellos. Como lo representa Lacan con la falta de flecha horizontal superior en el discurso del capitalismo, la tecnología fracturó ese vínculo, facilitando la abolición de los sentimientos.
Las experiencias de estos siglos dieron pruebas también, de que las masas prefieren la tranquilidad a la subversión. Sentirse "amparadas" en algún amo que las explote, que jugarse la vida por su libertad. Cuando minorías fuertes se jugaron ( en las revoluciones francesa, americana, rusa, china, vietnamita, cubana) resultó que, pasado el furor de los primeros tiempos, las mismas masas que los acompañaron volvieron a acomodarse bajo nuevos amos.
Sobre este telón de fondo los cambios tecnológicos han generado para los amos, la posibilidad de utilizar mano y cerebro de obra en mínimas y concentradas cantidades. Lo que les favorece condiciones, para rebajar los salarios y expulsar de la producción a quienes “sobren” o se resistan.
La resistencia de los trabajadores encontraba un sentido cuando existía un imaginario revolucionario y/o reformista que le daba perspectiva. Podían resistir, sin apostar todo al resultado inmediato. Una conquista parcial justificaba su rumbo no sólo por las migajas que arrimaba, sino por consolidar la organización de resistencia con aquellas perspectivas. El dinero y la fijación del trabajador a su goce, pudrieron las prometedoras organizaciones gremiales del siglo XIX y parte del XX. Lo que dejó a la gente sin compañeros en los que confiar y a los cuales confiar el lugar agente. Se deterioraron los vínculos de solidaridad[7]. Sumémosle que la desocupación ha transformado al cuidado del puesto de trabajo casi en "el bien supremo". De ahí que las resistencias más decididas provengan de desocupados organizados como "piqueteros". Lo que más conspira contra el discurso capitalista está en su propia lógica interna. Pues ocurre que funciona para una sociedad de clientes y de deudores, o sea de gente que compre sus productos y saque créditos para eso. Pero la drástica reducción de mano y seso de obra llevada adelante por las grandes corporaciones aprovechando las condiciones del "progreso" tecnológico, "contagia" necesariamente a todas las empresas. La que no "copia", queda fuera de competencia. Se genera así un abaratamiento inaudito de costos y mejores precios para estimular el consumo. Pero también se reduce la existencia de clientes y deudores, por desempleo y/o depreciación de los salarios. El mismo destino sufre el pago de impuestos de parte del "pobrerío"[8]. Además, los grandes evaden sin vergüenza.
Hace unos 10 años los futurólogos "Golden boys" de Miami[9], encontraron solución de la paradoja: Construir un planeta para 1500 millones de clientes. Pero los otros 4000 millones se empeñan en no morirse y por el contrario son los que amplían la tasa de nacimientos. En los países "su-mergentes" los amos respondieron con refuerzo de las policías, proliferación de countries, y barrios cerrados. Mientras que en los países "emergidos" lo hacen restringiendo inmigraciones. Excepto para la mano de obra dispuesta a hacer lo que sus nacionales no, desde limpiar letrinas hasta formar parte de sus ejércitos. Éste es el sustento lógico de que las guerras y los incidentes interétnicos y/o raciales tomen dimensiones cada vez mayores.
Siniestramente la autofagia, goce canibalístico sin límite simbólico, se está transformando en la actividad principal de lo dominante en esta Cultura. Después de devorar a los objetos externos, mastica sus propios bordes completando su circuito.

[1] Llamo así a ese nuevo tipo de gran capital migrante que aprovechando el debilitamiento de la función reguladora de los estados y las facilidades de comunicaciones e informática, invierte y retira inversiones rápidamente y con el único objetivo de que suba el precio de sus acciones en las bolsas de valores en que cotizan.
[2] También es bueno advertir que fuertes capitalistas como George Soros, Bill Gates en EE.UU. y varios otros en Europa han advertido el peligro. Así lo enunció en George Soros en un artículo publicado en el diario mejicano La Jornada en el año 2002. En él reivindica la regulación estatal para defender a la especie de la estructural amoralidad de los mercados.
[3] Lacan: Seminario de la carta robada
[4] Suplemento económico de Clarín del domingo 28 de abril del 2002.
[5] Según lo advirtió Federico Hegel
[6] Lo que advirtieron aquellos observadores que cómo Diógenes de Laercio o Jacques Lacan, soportaron no hacerse ilusiones falsas.
[7] Palabra que "se las trae" según hemos analizado en un artículo inédito: Solidaridad -hija inhibida de la deuda recíproca-. Por ahora digamos sólo, que etimológicamente proviene de la palabra sueldo que designaba a la moneda con la que se pagaba a los llamados por eso: soldados.
[8] Término acuñado por don Atahualpa Yupanqui
[9] Grupo de jóvenes “genios” subvencionados “generosamente” por “foundations” para planear el futuro del planeta