¿Género sin sexo?

Alejandro del Carril Sergio Rodríguez
aledelcarril@fullzero.com.ar srodrg@fibertel.com.ar

Sobre los cambios que se han dado a lo largo del último siglo en las relaciones entre los seres hablantes en materia sexual y amorosa, y su retroalimentación con lo ocurrido en los planos sociales, laborales y económicos entre otros, se ha hablado mucho y se lo seguirá haciendo. Se intenta dar cuenta de la relación compleja, espasmódicamente fallida, que hace millones de años soporta la existencia de la especie, sus goces, sus deseos y su reproducción. Es un enigma imposible de develar, tan imposible como pretender que dicha relación no nos muerda los talones.
El análisis de algunas ideas sostenidas por representantes de los estudios de género, tal vez nos sirvan para tratar de ubicar algunas razones de aquellas prácticas sexuales y sociales, en qué han cambiado y qué es lo que, a pesar de las apariencias, sigue funcionando de igual forma.
1-“Asistimos a un nuevo tipo de consulta, donde mujeres jóvenes, atractivas, educadas y exitosas, recuerdan de pronto que el tiempo pasa y... ¡han olvidado casarse! Esta postergación del propósito de constituir una pareja estable y de tener hijos revela hasta qué punto el vínculo amoroso, pese a los reclamos manifiestos, ocupa un espacio psíquico secundario en el sistema de ideales propuestos para el yo de las nuevas mujeres. Vemos, entonces, una modalidad de malestar cultural propia de la modernidad tardía. Hoy en día, los jóvenes educados e insertos en el mercado laboral coinciden, en términos generales, en considerar que su construcción como sujetos socialmente autónomos es una prioridad con respecto al establecimiento de relaciones amorosas. En el caso de los varones, esta tendencia no hace sino continuar con un criterio que ya estaba en vigencia a comienzos del siglo XX. Un hombre debía formarse e insertarse en el mundo social y productivo, antes de decidir que estaba en condiciones de casarse y de tener descendencia. Lo novedoso es que hoy muchas mujeres elaboran, de modo implícito, un proyecto de vida semejante. La construcción de una subjetividad compleja, apta para competir en el sofisticado mercado de las empresas transnacionales, lleva tiempo y esfuerzo.”
Éste primer párrafo marca una línea de pensamiento y, a nuestro modo de ver, los límites del aparato conceptual en que se apoyan. Deja de lado la lógica del goce sexuado y sus derivados articulados al deseo inconciente, para reducir los fenómenos a una dinámica yoica. Nótese que en todo el párrafo, no se hace referencia en ningún momento al sexo ni al erotismo. Sí a distintos valores (atracción, educación, éxito, relaciones amorosas). Lo que sólo da cuenta de cierto cambio a nivel de los ideales burgueses: las relaciones amorosas parecen venir en baja respecto de las relaciones laborales. El ideal de autonomía aparece encubriendo la dependencia a la organización laboral. Dependencia que como se señala el hombre debía lograr, ya en el siglo XX, para transformarse en un buen partido, es decir, convertirse en el objeto idealizado por la cultura para poder así seducir a una mujer. Esta dinámica más compleja es la que se le escapa a muchos estudios de género y/o feministas, cuando idealizando a los hombres, los creen autónomos. Lo que tal vez sea novedoso, es la construcción de cierta subjetividad femenina por identificación con el hombre idealizado.
2-“Durante la modernidad, mientras que el trabajo fue el gran asunto de los varones, el amor era preocupación central de las subjetividades femeninas. Esta actitud no resulta sorprendente, ya que la ubicación social de las mujeres dependía por partes iguales de su nacimiento y de la alianza conyugal que lograran concertar. El camino de los logros personales estaba cerrado, y conquistar a un varón exitoso hacía de ellas “la esposa del doctor, del ingeniero o del empresario”, una forma de compartir el estatus alcanzado por el marido, cuya carrera sostenían con convicción, ya que formaba parte de una sociedad conyugal indisoluble.”
La idealización del amor femenino pareciera velarles la función del goce de sentirse representando al falo por el atajo de compartir blasones (ser la esposa de...). El amor, sin relación al sexo, se reduce a su dimensión narcisista. La dependencia económica de la esposa suele ser directamente proporcional a la dependencia que genera en el marido su ingreso al mercado de la explotación interhumana. El amor situado solamente así, resultaría efecto del sacrificio realizado por aquel que se ofrece como objeto de intercambio por fuera del matrimonio a dicha explotación, lo que incluiría por lo tanto, una buena dosis de sadismo femenino. Históricamente el hombre ha estado más capacitado para trabajar gracias a su mayor fortaleza muscular. El desarrollo tecnológico ha reemplazado la primacía de la fortaleza muscular por la eficiencia intelectual, facilitando el ingreso de las mujeres al mismo. Esta posibilidad de desarrollar mayor cantidad de relaciones por fuera del ámbito familiar, seguramente les ha facilitado a muchas mujeres el no tener que sentirse obligadas a mostrarse “vocacionalmente amorosas” ni a tener que volcar la agresión sobre sí mismas, ubicándose sacrificialmente en una posición victimizada que al costo de un gran sufrimiento le rinda algunos beneficios secundarios.
3- “Cuanto mayores sean los logros personales en la educación y el trabajo, más caro se vende el sujeto en el mercado matrimonial. Esta tendencia se observa sobre todo entre algunos jóvenes varones exitosos, que requieren un proceso terapéutico que los ayude a superar, ya no, como antes, la represión del deseo sexual, sino la desestimación del afecto.”
Sin tomar en cuenta el indicio de la alta tasa de utilización de Viagra por dichos jóvenes, vuelven a desvalorizar la importancia del deseo sexual en la economía libidinal del hablante para sustituirla por una vaga psicología sentimental. A los varones que han invertido su libido en la educación y el trabajo a fin de obtener valor en el mercado matrimonial no les será difícil conseguir mujeres que los admiren por sus logros e incluso les ofrezcan algún servicio sexual a cambio de la renta mensual que perciben (algunos matrimonios funcionan como un ejercicio encubierto de la prostitución). Lo que probablemente les cueste es conseguir mujeres con las cuales gozar realmente del sexo, sin que justamente lo real quede elidido por la transacción comercial. Indicio de esto es como mencionamos supra, el éxito que han tenido los medicamentos para las llamadas disfunciones eréctiles, usados por gran cantidad de jóvenes impotentes o simplemente temerosos de serlo, principiantes asustados o apostadores a la potencia eréctil como valor fálico único.
Lo que suele denominarse como relaciones desafectivizadas suelen ser efecto de una fuerte represión y transformación de lo más singular del deseo sexual. Dicha represión no impide que la persona mantenga variadas relaciones sexuales con una o más parejas, siempre y cuando no ponga en juego sus goces más íntimos. Vale en este punto la anécdota de la actriz porno que interrogada por el director de la película sobre lo que estaba dispuesta a hacer delante de las cámaras, contestó: “de todo”, y cuando le fue pedido que se masturbara se negó rotundamente diciendo que eso era muy íntimo. La actriz porno en un punto, resultó tan reprimida como cualquiera.
4- “El amor se nutría, tal como lo describió Freud, de la satisfacción de las grandes necesidades vitales. Los sujetos hegemónicos se mostraban remisos a comprometerse, ya que su capital simbólico era elevado. Las mujeres, bien lejos de la inaccesibilidad narcisista descrita por Freud en 1914, sostenían la institución conyugal con su dependencia y con la idealización de su proveedor.”
Cuando una pareja se hallaba tan tomada por el ideal cultural que ello hacía obstáculo al juego de los deseos de ambos partenaires, la cuestión podía hallar algún paliativo haciendo entrar amantes o prostitutas. Si el hombre hubiera sido tan hegemónico como se lo imagina no hubiera temido poner en juego su capital simbólico. He aquí uno de los puntos capitales de la teoría freudiana que suelen desconocer: el falo en tanto significante no es un atributo masculino, como lo ejemplificó Juanito, al atribuírselo a la madre. La imaginarización del mismo que aporta el pene hace que se crea que los hombres lo tienen y las mujeres carezcan de él. Pero si se lo tiene se lo puede perder (nuevamente Juanito nos guía), lo cual puede volver a un obsesivo tan impotente como a una histérica, sea como frígida o “multiorgásmica”, es decir, cortándole al hombre el goce de sentir que hace gozar a una mujer, o mostrándole que su goce es mucho mayor que el de él. Lo que pareciera haber sucedido mayoritariamente es que el capital libidinal de los hombres se hubiera invertido en el trabajo y/o en el deseo sexual y/o amoroso por otras mujeres, convirtiéndose el matrimonio en una transacción comercial en el que se intercambiaban dinero y apariencias, mientras el goce erótico se lo practicaba “cama afuera”. La inaccesibilidad narcisista no es otra cosa que cuidado de la identificación al falo.
No se ha cumplido el ideal de la igualdad entre los sexos porque no la hay, ya que si bien el falo no es el pene, su presencia o ausencia juega una función en el modo en que el ser hablante se relaciona al deseo y a las distintas modalidades de goce. Lo que no los hace ni mejores ni peores, solo distintos. Una de las formas de reaseguro narcisista frente al complejo de castración, sobre todo para las mujeres, ha sido y sigue siendo tener hijos. Este es un elemento de importancia señalado indirectamente en el primer párrafo analizado. Las mujeres se hallan más limitadas por el tiempo para procrear. El “me olvidé de casarme” de la mujer de treinta y pico de años se encuentra fuertemente influido por el límite que la biología le marca para tener hijos. En la vorágine de completar su carrera profesional muchas mujeres reprimen éste deseo y revelan así que aquella puede ser muchas veces un desplazamiento de éste. Descubren, éstas mujeres, que el mercado laboral no es asunto de seres autónomos y soberanos y que cuando la actividad laboral no se anuda sinthomáticamente[1] al deseo inconciente, puede ser una carga muy difícil de soportar. Cómo conjugar el deseo materno con el acceso al mercado laboral y su consecuente disposición de uno de los significantes fundamentales de la cultura como es el dinero, hete ahí una de las encrucijadas más arduas que les toca afrontar a la mayoría de las mujeres.
5-“En algunos casos, la estrategia para superar la amenaza de soledad es una especie de reciclado de la subordinación de género acotada al ámbito privado. Así como algunas jóvenes disimulan sus credenciales universitarias a la hora de seducir, al elegir pareja impostan una dependencia que no existe de modo efectivo; y aceptan varones con menores atributos fálicos de lo que sus aspiraciones demandan.”
No resulta difícil interpretar que si una mujer se toma el trabajo, a la hora de seducir a un hombre, de disimular sus credenciales universitarias es porque éstas han tomado un tipo de valor fálico que siente, imagina, que la masculiniza. Siguiendo la lógica complementaria, deudora de la preeminencia del registro imaginario, es esperable que busque un hombre imaginariamente castrado, tan castrado como puede haberse presentado ella ante la universidad que prodiga credenciales fálicas.
Los errores a los que conduce el someter el psicoanálisis a los prejuicios de género, hallan alguna explicación en el siguiente párrafo:
6-“la fuente de la socialidad deriva del vínculo primario que se establece entre la madre y el hijo. La prematuración de los niños en nuestra especie obliga a una relación madre-hijo prolongada, debido a la necesidad de cuidados maternos. La construcción de las sociedades humanas se funda, según esta perspectiva, en la indefensión y en la necesidad de asistencia que caracteriza los inicios de nuestra existencia. No se trata de un pacto concertado entre sujetos ya constituidos, sino de una precondición para la humanización de la especie y para el advenimiento de la subjetividad. Ambos modelos no son incompatibles, porque el vínculo madre-hijo funda la relación inicial con el otro, pero los arreglos sociales del mundo adulto se establecen entre los sujetos hegemónicos, ansiosos de olvidar su origen y remisos a pagar la deuda material y simbólica con la madre.”
Si bien es cierto que el hablante se encuentra en un estado de dependencia prolongada respecto de la madre y que la relación con ella dejará marcas indelebles en su cuerpo y mente, afirmar tan rápidamente que allí se encuentra la fuente de la sociabilidad es desacertado. El vínculo con la madre en sí, es incestuoso y la relación incestuosa atenta contra el lazo social. Es una relación de dos que se “basta” a sí misma. Si hay lazo social en el hablante es en tanto la madre ya está marcada por un más allá, que introduce el enigma de su deseo, y la puerta de salida del incesto. Recusar esto, es dejar de lado el fundamento del lazo social y quedar atrapado en una relación especular como la que se revela cuando se usa el término sujetos hegemónicos (hegemonía: supremacía de cualquier tipo). La preocupación por instaurar una escala jerárquica entre los sexos, invertida respecto de la que se cree que es dominante, los lleva en el intento de borrar cualquier rastro masculino a una regresión incestuosa de la teoría, en la que castrar imaginariamente al padre (Freud) es sentido como una modo de saldar la deuda con la madre. Es nada más que el fantasma de cambiar una dominación supuesta, por su inversa. Dicho de otro modo, no se aparta de la lógica de la dominación y explotación interhumana.
Con una lógica similar se critica una versión errada y simplificada del planteo de Lacan: 7-“Para ciertos desarrollos teóricos, un vínculo de apego prolongado con la figura materna operaría, en los varones, como factor de riesgo para su masculinidad social y subjetiva: consideran que, en tal caso, el niño construiría el núcleo de su identidad sobre el modelo femenino materno; si bien esto se produce habitualmente en los vínculos tempranos con la madre, su prolongación más allá del segundo año de vida haría peligrar la identificación del niño con los rasgos considerados masculinos. La intervención del padre, o una figura similar que separe al niño de su madre, resultaría imprescindible, según estas consideraciones, para evitar que se produzcan semejantes efectos en el proceso de masculinización. Estas hipótesis suponen el vínculo con una mujer, la madre, que no desarrolla otros deseos más allá de su adhesividad libidinal a su hijo: el padre intervendría como figura salvadora de la masculinidad del hijo ante semejante amenaza de un vínculo fusional”.
Uno de los errores es el de reducir los modos de goce a su versión simbólico-imaginaria que se daría por identificación. Se anula así lo más importante de la dinámica pulsional, la real, que anuda lo que viene del Otro y los otros a la respuesta del sujeto que allí podría innovar. Es ese el punto en que se agotan las identificaciones y dónde masculino y femenino, activo y pasivo, instrumental y emocional o cualquier otro par no pueden dar cuenta de lo que allí sucede. La intervención del padre o algo en función similar no produce por sí misma separación alguna ya que su intervención será ineficaz si no fue invocado allí por la madre o sustituta. Su función será la de responder a ese llamado, si su deseo se halla causado por la función. En este sentido una madre atravesada por la castración ya se remite a un más allá y la presencia del padre no será “salvadora” sino que aportará al menos temporalmente la encarnación de ese más allá, que por su existencia, limita el goce devorador del incesto. Esta función permite al ser hablante ingresar en la cultura, haya nacido biológicamente hombre o mujer. Que sus modalidades de goce se aparten o no de los ideales de la cultura que habita es harina de otro costal. La existencia del deseo inconciente hará que nunca deseo e ideal coincidan del todo. La función paterna no “salva a la masculinidad” sino que en su articulación con el deseo materno sienta las bases para que se instale el deseo inconciente que le permita al hablante, en esos fugaces momentos de libertad que se le presentan a su ser de objeto, advenir sujeto.

[1] Relación gozosa en tanto cercana asintóticamente al deseo inconsciente, que de existir facilita sostener la estabilidad de la estructura de la subjetivación