Falleció Emilio Rodrigué, el psicoanálisis está de luto

Hoy, 21 de febrero a las 5 de la madrugada, falleció en Bahía de San Salvador Emilio Rodrigué. Gustaba decir que su navío había encallado definitivamente en esa bella tierra. Nunca quiso volver a la nuestra. Como si una voz de la sangre muy profunda, le hubiera hecho establecer su tienda en ese bello mar de Vinicius de Moraes alumbrado por su Faro de Itapoa cerca del cual Emilio vivió mucho tiempo, y antesala del Pelourinho, tan bello como alegre - triste. Así también era Emilio Rodrigué.

Será muy discutido, justamente porque fue muy productivo. No callaba e incitaba a hablar. Supo de lo sublime y lo mísero, viviendo a fondo y hasta el fondo la vida. A veces, tal vez demasiado.
En psicoanálisis, transitó desde el kleinismo ortodoxo hasta manejar tan bien Lacan, como para llegar a decir en su célebre biografía, Freud en el siglo, que Ana Freud había sido el síntoma de Freud y el psicoanálisis su sinthôme. Supo de muchas otras corrientes psicoterapéuticas para recalar nuevamente luego, y con pericia de Maestro, en su punto de partida: el psicoanálisis.

Supo de muchas mujeres y no se privó de traiciones fieles al deseo. Supo de abandonos que lloró mucho, pero a los que no rindió su vida. La tragedia lo acompañó varias veces, la sorteó como pudo, trabajando, disfrutando soles y playas, escribiendo y refugiándose en el humor. Bromista incorregible, cada vez que un amigo le presentaba una esposa, ostentosamente intentaba “levantársela” para terminar requiriéndole a dicha mujer cuidados maternos.

Escribía más allá de los límites en que se debe escribir, pero no podía ni quería impedírselo. Así también soportó muchos escritos y dichos obscenos que se dijeron sobre él. Su estilo era procaz, incisivo, provocativo, irónico, no sólo con los demás, también con él mismo y muchas veces con toques siniestros. Bástenos recordar en su libro La respuesta de Heráclito, el episodio en el aeropuerto, en que después de haberse ofendido porque una azafata le ofreciera una silla ortopédica motorizada, usó del beneficio secundario de la vejez para divertirse como un niño yendo de un lado para otro en su “chiche” y usándolo para transgredir, utilizando el baño de discapacitados eludiendo la prohibición de fumar.

Se burlaba del enojo y la reacción renegadora con respecto a Lacan, de muchos maestros del psicoanálisis compañeros de aventuras y de él mismo, diciendo: “-fue como el cuento de los dedos: vino el meñique y consiguió un huevito, luego el anular trajo el aceite, el mayor lo frió, el índice lo saló, y el pulgar pícaro y ladrón, se lo comió. Esa fue nuestra sensación con la entrada de Lacan en Buenos Aires, después de la gesta de Documento y Plataforma” En el chiste y la relación con su Inconsciente, podía observarse que no tenía la creencia de muchos, que la escisión de APA se había tratado sólo de una cuestión político social, sino que también habían incidido impasses que las teorizaciones de Lacan abordaron mejor que las de los escindidos.

Le debo mucho a Emilio. A la entrada, y promediando nuestra relación. Cuando dudaba aún entre psiquiatría, sistémica, psicodrama, psicoanálisis, asistí a una asamblea clandestina (1970) de la Federación Argentina de Psiquiatras que se llevó a cabo en la el edificio de la Universidad de Teología de los Protestantes, ubicado en la calle Camacuá del barrio de Flores, el mismo de mis correrías infantiles. La coronación de la asamblea en una sala atestada de psiquiatras y psicoanalistas, era el tras paso de la Presidencia de Emilio a las nuevas autoridades electas. Yo era un pichi metido entre la masa, siguiendo la escena entre curioso e interesado, esa gente formaba parte de la epopeya que se había detonado con el Cordobazo. Cuando Emilio hizo el discurso de circunstancias, fue cumpliendo con todos los agradecimientos de rigor, hasta que finalmente dijo más o menos así: “-finalmente agradezco a mis compañeros de Comisión Directiva, que tanto han obstaculizado mi tarea” Se sonrojó, se produjo un fugaz silencio que inmediatamente abrió curso a una atronadora y masiva carcajada. Atónito, miró a la concurrencia por unos escasos segundos y desde su gesto de sorpresa, hecho a reír junto a todos los demás. Yo, antiguo líder estudiantil, diestro orador combatiente de mil esgrimas verbales, no salía de mi asombro. ¿Cómo ese hombre no había quedado petrificado por el lapsus calamitoso? Ahí entendí el valor del psicoanálisis, capaz de llevar a un Maestro como él a sonreírle agradecido a su formación del Inconsciente. Luego pasaron casi treinta años. Hacía poco se había lanzado a experimentar sus shampoos, que luego rebautizaría como Terapias de una Sola Sesión.

Me despertó curiosidad. Hacía más de 10 años que había terminado mi último análisis. Una grave crisis personal me tenía nuevamente tomado. Con la técnica del auto análisis de Freud, continuaba llevando adelante mi propio análisis. Emilio vino en una de sus visitas, le pedí hacer una TUS. Siguiendo su método elegí el lugar que me resultara más pregnante. No vivía más en la casa que había habitado los últimos años, así que elegí mi consultorio. Llegó, cruzamos algunas palabras de circunstancias y me pidió que fuera haciendo el recorrido que a mí me pareciera y le fuera hablando de lo que se me ocurriera sobre diversos elementos, lugares, recuerdos de esa estancia. Así comencé, cuando quise acordar estaba hablando de cosas de mi vida. Él, en general callaba, a lo sumo picaba con algunas preguntas. Le hablé de mi preocupación porque en ninguno de mis análisis sentía que había podido emerger en extenso como para ser trabajadas, cuestiones de mi neurosis infantil. Que mis recuerdos en general eran pos primera infancia, de los 6 años para adelante, edad en la que había padecido una poliomielitis muy traumatizante. Mientras, también hablé de mis conflictos del presente que estaba viviendo, de mi separación matrimonial y mi preocupación por mis hijos. Había hablado de la eterna mala relación entre mis padres, de las debilidades de él y las obcecaciones de ella. De mi sufrimiento filial por eso.

Aparentó ablandarse la tensión en la TUS, cuando en tono jocoso entramos a hablar de Pollerudos y así continuábamos hasta que suavemente me paró y me preguntó, ¿-tu olvido de los recuerdos infantiles, serán prepolioerudos? Sentí el impacto. Dio por terminada la sesión, habían pasado unas dos horas y media. Cobró lo suyo, más bien salado, y se fue. A partir de ese día, escenas de los 4 y los 5 años acudieron a mi conciencia a borbotones, dándome muchos recuerdos encubridores para reforzar mi “auto análisis”. Obviamente no fue producto de su sola interpretación, sino que fue la coronación de muchos años de análisis previos. Pero fue su interpretación la que finalmente destrabó la puerta.
Sin lugar a dudas, se nos fue un gran analista. Como me escribió Miguel Calvano: el psicoanálisis está de luto, y agrego, y también las letras.