Emilio Rodrigué. Maestro, amigo, humor andante. Te nos caíste muerto.

Psyche Navegante 81
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Cuando un amigo se va..., cuando un Maestro nos deja, mejor que llorarlo es recordarlo desde sus obras. Mejor despedirlo, con sus propias risas.

El 21 de febrero a la madrugada, casi imperceptiblemente para él, o sea de la mejor forma, falleció Emilio Rodrigué en su amada Bahía do Sao Salvador.

Como tuvo la suerte de no perder lo que había de niño en él, fue un excelente psicoanalista de niños. Tuvo de pacientita, a una de las nietas de Melanie Klein. La “Bruja”, cuando armó sus obras completas decidió incorporar a ellas, trabajos de algunos analistas, no muchos. Uno de estos, fue el de Emilio Rodrigué: El análisis de un esquizofrénico de tres años con mutismo. En su último cuento, que cerraba su Prontuario, final de vida, volvió al tema con la siguiente escritura: “-¡Querido doctor Rodrigué, cuántos años! La miro absorto. -¿No se acuerda de mí? No, no me acuerdo de ella. -Su hijo... -empiezo a decir. -¿No se acuerda de él? -No. -¿Cómo? Si usted lo analizó. Era un caso de autismo. Usted publicó el caso de mi hijo Raulito. Su memoria está fallando, doctor. ¿Cómo es posible que no se acuerde de él? Autismo versus Alzheimer. Fin de la historia. Fábula sin moralejas, pero con resonancias. Una de ellas es: las vueltas de la vida. Otra, soledad e ironía. Otra, la mamá de Raulito resultó ser sexy. Así hablaba El Solitario del Spaghetti, casi perdido”[1].

Y sí, siguió siendo un niño en muchas cosas de su larga vida. Para bien y para mal. Para bien de él y sus pacientes, ya que de ese modo aligeraba sus penas y las de ellos, porque esa condición le permitía entender mejor lo que decía el Inconsciente de estos y ser un gran psicoanalista. Para mal, a veces, de quienes tenían que soportar “sus ligerezas”.

Su curiosidad sexual infantil, no terminó de satisfacerse nunca. Muy poco reprimida, siguió operando hasta el final de sus días. Tanto en las camas directamente, como sublimándolo desde su sillón, alfombra o almohadones de analista. También desde su investigación sobre la vida de Freud. La que nos dio la probablemente mejor de las biografías sobre el fundador publicadas hasta ahora. Curiosidad que lo movió permanentemente a rever para re-significar su vida, a través de libros, cuentos, y la por ahora inédita, autobiografía, que llamó Mi prontuario. Su mirada escudriñante, ingenua, con ojos chiquitos casi de tonto y sus orejas cercanas a las de un elefante, no perdía detalle de lo que se le relataba. De esa atención suya, podían surgir las preguntas más inesperadas. Siempre con cara de cansado, casi de agobiado, no le negaba a su exposición: astucia, humor ácido, ocurrencia brillante, reflexión sabia. Una de ellas en la biografía de Freud: Ana fue el síntoma de Freud, el psicoanálisis su sinthôme. Reúne en 10 palabras la esencia de la fundación del psicoanálisis por Freud. Según una de las cartas que éste envió a Wilhelm Fliess[2], enterado del embarazo que iba a dar a luz a Ana y que contradecía su deseo de no tener más hijos, se prometió no tener más actividad sexual con la esposa y dedicarse por entero a investigar, en la ciencia naciente fundada por él.

Esa misma curiosidad lo llevó a apartarse del psicoanálisis durante unos años, para explorar prácticamente otras propuestas psicoterapéuticas. Lo cual escandaliza a algunos personajes de Iglesia, -lacanianas, kleinianas, psicólogos del yo, budistas, talibanes, o lo que fueran. Como diría Minguito, sé’ igual.

Cuando fue llamado a Bahía a formar el movimiento psicoanalítico, concurrió presto y echó raíces allí. Al poco tiempo se tornó discípulo de sus alumnos, para estudiar con ellos Lacan.
Lo aterrorizaba la muerte de sus amores. Eso me relató dolido, con respecto a la de Mimí Langer. La de su hijo Pablo, ocurrida en el 2007 lo arrasó, creo que no logró reponerse. De la de él se reía, no sin temerla. En una charla a sus 82 años, nos dijo en medio de risas: Cada vez tengo menos pacientes, sólo me derivan los hijos de los que dirigen el movimiento psicoanalítico en Bahía. Debido a mi edad, seguramente tienen miedo que mes les caiga muerto encima. Ante nuestras risas, nos miró sorprendido y sonriente como lo vi reaccionar en una asamblea de psiquiatras allá por 1970, ante un lapsus calamitoso que había producido su oratoria. No lo avergonzaba su Inconsciente, y tomaba con el máximo respeto el de los demás.

Así era Emilio Rodrigué. La foto conque ilustramos esta nota lo revela mejor que mil palabras. Reclinado en el diván de mi consultorio, juega conmigo a que yo era el analista y él el analizante. Un rato antes, me había contestado con total seriedad un reportaje que le había hecho para Página 12.
Publicó numerosos libros e incontables artículos...
Se nos cayó muerto encima...



[1] Final, de su: Fábula posmoderna de Lafontaine, publicada por primera vez en Página 12 y en este número de Psyche Navegante
[2] Correspondencia Freud Fless, carta inédita.