Del 2002 hacia el 2003


Responsabilidades. El 19 de diciembre del 2001 fue el verdadero comienzo del año 2002. Una alianza de ambiciosos por atrapar el gobierno integrada por De La Rua, Chacho Alvarez, Alfonsín, Graciela Fernández Meijide y Rodofo Terragno, llevó adelante un programa continuista y agravador de las medidas que venía aplicando su siniestro antecesor Carlos Menem y gobernadores como Eduardo Duhalde y Rodríguez Saa. De últimas, aconsejado entre otros por Chacho Álvarez Volvieron a encumbrar a Domingo Cavallo, inventor y principal sostén del plan de convertibilidad. Decretaron un 13 % de rebaja a los sueldos, facilitaron el aumento más grande del desempleo de la historia argentina y culminaron acorralando los ahorros de los trabajadores.
Cada implicado en esta defraudación al voto ciudadano echa la responsabilidad al antecesor o a algún compañero. De La Rua dice que no lo entendieron. Como si la ambigüedad, la incoherencia y la mentira pudieran ser entendidas. Álvarez, argumentó que su peor error fue haber confiado en De La Rua. Alma de histérica vieja y tramposa, siempre se queja de que “lo engañan”. No olvidemos: llevó de candidatos a presidente, primero a Menem, luego a Octavio Bordón “hombre” de Duhalde y tomador de cuanto puesto burocrático se le ofrezca para culminar enarbolando al que “lo engañó”. Alfonsín, dueño del circo radical, uno de los accionistas principales del pacto de Olivos, con el que le facilitó una segunda presidencia a Menem además de asegurarle la Corte Suprema. Usó para esos menesteres a monjes negros como Coti Nosiglia, copiloto con el “sepulturero” Barrionuevo de aquella componenda infausta para la Nación. La profesora de francés Graciela Fernández Meijide empezó acomodando a un familiar y luego “soportó la insensibilidad social” de su presidente. Los grandes banqueros extranjeros y nacionales culpan a los políticos y la calesita sigue, cada uno culpando al otro.
La responsabilidad de los que votaron mentirosos. Una gran parte del pueblo votó a los autores intelectuales y muchas veces materiales del desastre que aqueja a la Nación. Confiaron en argumentos diversos. Desde los más estúpidos y por eso más dañinos, como el agitado por De La Rua, Chacho, Meijide, Alfonsín y Terragno, de que vendiendo el avión presidencial y haciendo públicos y redistribuyendo los “fondos reservados”, se daría salida a una quiebra estructural de las dimensiones de la de la Argentina. Hasta los más “sofisticados” como el de que no se podía salir del 1$ = 1u$s, sin afectar seriamente la economía de los ciudadanos. Apretaron el torniquete hasta que la confluencia de piqueteros y caceroleros, con o sin complot de Ruckauf y sus “batatas”, trajeron una ingobernabilidad que arrastró la renuncia del líder radical a la Presidencia. Pero muchos de esa mayoría habían votado antes a Menem cuidando ese mismo 1 a 1, en función de que no se les complicaran los créditos que habían contraído. Una gran parte de la masa de clientes, que luego salieron a cacerolear y a cortar vías de locomoción también es responsable de haber renegado, desmentido lo que observaban. Y así, por puro interés narcisístico, de haber llevado a los parlamentos y jerarquías ejecutivas a aquellos a los que luego en la calle les exigirían renunciar en el irrealizable “que se vayan todos”. Vicisitudes de la torsión moebiana del narcisismo. El poder no nace sólo de quienes se proponen tenerlo sino también de quienes para cobijarse en él, lo delegan a costa de ceder porciones cada vez mayores de plus de goce.
La responsabilidad de los que luchan. Siguiendo dichas viscisitudes una gran masa del pueblo compuesta por los piqueteros, lo más decidido del movimiento obrero y de los movimientos vecinales (asambleas barriales) se mantuvo y en parte se mantiene en las calles, oponiendo su vigilancia y exigencias a los diversos gobiernos que fueron pasando por “la rosada”. Claro que sin dejar de lado dichas torsiones del narcisismo. Fue así, que cuando salió la primer medida de pesificación de las deudas que no superaran los 100.000 u$s, una parte importante de comprometidos con créditos hipotecarios de poco más de 100.000 u$s, salieron a reclamar que se pesificaran todas las deudas. Eso derivó en la licuación de las adquiridas aventureramente, por grupos como Pérez Companc y Clarín. Otro ejemplo prototípico: Nito Artaza. Descubrió la política para defender junto a quienes lo siguieron a la Corte Suprema, simplemente por que lo favorecía con sus decisiones. En el movimiento piquetero es conocido y declarado públicamente, el equilibrio establecido con el gobierno a partir de que el mismo dejó en mano de sus líderes la administración de la mayor parte de los “Planes para jefes y jefas de familia”. Algunos de sus liderazgos los utilizan más en el sentido de los intereses de sus defendidos, otros, los usan más para el financiamiento de objetivos estratégicos de dicha dirigencia y de los cuales, sus dirigidos no se anotician.
Las asambleas barriales fueron decayendo no sólo por agotamiento. Influyó más, el hartazgo que introdujeron en ellas pequeños grupos habituados a manipular reuniones a través de largas listas de oradores pronunciando largos discursos hasta agotar a los participantes, originando su abandono. Para entonces, cuando quedan unos pocos militantes, decidir con su “voto” aquello a lo que la mayoría le había dado la espalda con su retiro. Fue un nuevo ejemplo de cómo, muchas veces, una democracia sin límites, es utilizada para burlar a la democracia.

El desanudamiento fundamental. Está constituido por la caída estrepitosa durante el siglo XX de los principales imaginarios acuñados en siglos precedentes. Fascismos, comunismos, populismos, democratismos. Y en sus finales y comienzos de este XXI, la ilusión neoliberal a la que Margaret Thacher tuvo el tupé de llamar pensamiento único. Ergo, se desanudó el redondel imaginario dejando desarticulados también al simbólico y al real. De ahí la deriva y disgregación que atraviesan sociedades como la nuestra y que ya comienzan a lamerle la piel a la norteamericana y a otras del “primer mundo”. Esto empuja a desintegrarse, o a refugiarse en fundamentalismos dentro de religiones como la musulmana, la judía o la hinduista al estilo de como en la edad media funcionó en el catolicismo la Inquisición, o en doctrinas económicas como el neoliberalismo que endiosa al Mercado, o sea al capital financiero y su fetiche supremo, la optimización del dinero.

Los psicoanalistas y la formulación de un nuevo imaginario. Lo fundamental para que se reordene por un tiempo la sociedad reside, en que se logre armar un nuevo imaginario capaz de re-anudar lo real, lo simbólico y lo imaginario, para sostener por un tiempo a la sociedad por venir. Los psicoanalistas podemos contribuir desde lo que nuestra práctica del psicoanálisis en intensión nos enseña para extender la utilización del método al análisis de los fenómenos sociales[1]. Solamente podemos aportar un método que básicamente analice las razones del fracaso de los grandes relatos del siglo XX, en su relación con las insatisfacciones sufridas por los sujetos en cada una de esas experiencias, las razones de los encandilamientos de las masas con sus liderazgos en los momentos de auge de esos experimentos, los límites de sus ideologías en relación a la estructura de producción de los sujetos, etc... Otras disciplinas, como la económica, la ecología, la etno-antropología, la historia, algunas corrientes filosóficas, la ciencia militar, etc, en sus versiones no conservadoras. deberán aportar lo suyo. Lo fundamental reside en no dejar en manos de los políticos solos (parlamentarios, sindicalistas y de corporaciones diversas) algo tan importante como la política. Hemos entrado en una época en que, personajes como Bush, Bin Laden, Sharon, o los argentinos mencionados arriba, a los que podemos agregar: improvisados y ambiciosos como Lilita Carrió, o irresponsables como Luis Zamora, muestran diariamente que se mueven sin brújula u orientados nada más que por sus ambiciones personales.
La contingencia exige un nuevo saber que supla el gran agujero actual en lo simbólico.
[1] Ver “La Proposición del 9 de Octubre de 1967” de Jacques Lacan