Locuras sociales

Parto del descubrimiento freudiano de que la psicología de las masas se estructura sobre la base de las identificaciones a aquellos líderes de los que se enamoran, por suponerles saber hacer[1] para resolver los problemas que concitan su organizarse en sociedades. Dichas identificaciones al líder les facilitan identificarse entre ellos y como dicen algunas tarjetas de crédito y a veces algunos psicoanalistas institucionalizados, gozar del sentimiento de pertenecer. Sentimiento que el descalabro económico social ha devaluado con respecto al de sentirse argentinos.

Las sociedades se conforman según relaciones sociales de preparación para trabajar, de producción, y de reproducción. Éstas se sostienen en vínculos discursivos que para el psicoanálisis, según lo discernido por Lacan, -se estructuran sobre la base de las relaciones entre lugares (agente, otro, producción y verdad) por los que circulan los significantes y sus efectos: el sujeto del Inconsciente y los restos de las operaciones que producen. Dichos restos se pueden presentar vestidos o desnudamente reales. Los cuatro elementos se ordenan en función de diversas formas de discursos en las que, quienes aparecen agenciándolos quedan atribuidos como jefes con la aquiescencia, mayor o menor, de los dirigidos.

En el capitalismo con hegemonía del capital industrial los amos buscaban extraer plusvalía identificados a alguna especialidad (minero, textil, metalúrgico, etc.) y a través de relaciones bastante personales con sus mandados. El surgimiento y desarrollo de los sindicatos resultaron una necesidad no sólo de los obreros, sino también de los patrones para que tomara cuerpo un interlocutor con el cual negociar los conflictos. Lo que llevó a que las direcciones sindicales se transformaran en un nuevo lugar de poder. Pasaron entonces a ser apetecibles por los que tenían ambiciones más de funcionar como amos que de representar lealmente a quienes los eligieron para esos lugares. La posición de goce condiciona la tramitación que cada uno hace de su saber hacer. Por otra parte el poder de estos dirigentes proviene de la amenaza potencial que representan para los amos los deseos de sus trabajadores. De ahí el funcionamiento pendular de los mismos. Un Jimmy Hoffa en EE.UU. o Ubaldinis y Moyanos en nuestro país.

El salto tecnológico en informática, comunicaciones, robotización y la mejora, aceleración y multiplicación de las herramientas de fabricación, facilitó condiciones materiales de producción para un despliegue inusitado de un capitalismo centrado solamente en la producción de dinero a la vez que alejado de la relación inmediata con los trabajadores. Dinero electrónico, bancos, fondos de inversión y megacomercios, con el nombre de Mercado y sostenidos por el insumo ideológico universitario del neoliberalismo secretado por Harvard, pasaron a ser dominadores tiránicos sobre la sociedad en su conjunto.

Ese capitalismo no está interesado en la producción de x mercancías como lo estaban sus ancestros industriales. Sólo desea obtener la mayor ganancia en el menor tiempo (eficientismo). No le ve la cara a sus explotados, lo que le hace más fácil tratarlos como números abstractos. No maneja su capital directamente. Lo manejan agentes (gerentes, ejecutivos) lo que los torna más arriesgados e irresponsables. Por ejemplo, en lo que hace al desequilibrio del ecosistema que mata ahora y a futuro mucho más que las guerras en curso. Cuando están al frente de los megacomercios consideran como los principales miembros de su empresa a los clientes porque les compran, obteniendo las ganancias que con los compradores se obtienen. Pero además por la plusvalía que les extraen haciéndolos trabajar para la empresa. Cuando una señora carga su changuito en las góndolas, hace la cola en la caja, o alguien maneja un cajero automático o se auto sirve en un restaurante, está trabajando para la empresa y por lo tanto rindiéndole plusvalía también como trabajador. La mano y el seso de obra resultan expulsados, porque son sustituidos por máquinas y por los clientes. Pero esos expulsados dejan de ser clientes. Es un capitalismo que de ser el pez grande que se come al chico, está pasando a ser autofágico. Se come a los que les dan de comer.

Resultados: a) La sociedad no se organiza en torno a la producción, sino al dinero, que en sí no representa ni puede representar nada. Del fetichismo de la mercancía se ha pasado al fetichismo del dinero. b) Este capitalismo aparece como no acotable. c) Se dificultan las relaciones de discurso, lo que facilita que las sociedades se conviertan en campos de concentración por un lado y de disgregación por otro. d) Lo que hace que la democracia y los derechos humanos se transformen en un delirio burlador. La gente responde no votando, votando a cualquiera y pasando al acto trasgresor, del que sus líderes le dieron el ejemplo.

Lo más grave: al no haberse podido estructurar aún un imaginario alternativo, toman el primer plano de la escena las acciones socio disgregadoras que desnudan la falta de garantías del Otro. Lo imaginario del ser parlante le hace necesario suponer que en algún lugar hay garantías. Torres gemelas, antrax, suicidios frente a las cámaras, reacciones militares de los israelíes, bombardeo salvaje de USAF y su colonia británica a poblaciones indefensas en Afganistán, cerco a Cuba y ahora la Argentina privándolas de insumos imprescindibles, indican que si no reaparece y se impone un programa redistribuidor y reordenador, se va a la caída de la civilización. El surgimiento entre los desesperados de la práctica de matarse para matar al otro, en los tiempos y con los recursos de la sofisticación tecnológica, al igual que el desprecio de las grandes corporaciones por el ecosistema, son indicios de que estaría cayendo toda civilización, ya que ésta se basa en la represión inhibitoria de las satisfacciones pulsionales agresivas. Esta locura, ¿podría estar indicando qué la especie humana está llegando a su final?, o que como en otros descalabros anteriores, ¿de algún modo se recuperará?

Sergio Rodríguez



[1] Sigo aquí un consejo de Jacques Lacan en “La proposición del 9 de octubre de 1967” en cuanto a la función del saber en la constitución del amor.