Semblanteado por un rumor: ni desmentido ni confirmado –utilizado
Me ocurrió algo que por suerte sirvió para volver a pensar una formulación de Lacan que no les voy a decir ahora porque es una formulación que aparecerá casi al final de la clase. Además, me llevó más allá. Me hizo repensar qué significación toma para mí publicar este caso con las disquisiciones a las que me conduce. Quiero que la serie de libros que he dado en llamar En la trastienda de los análisis y de los cuales este es el volumen IV, respondan una a lógica. Pero no fue eso solo, pasó algo más. Laura Lueiro me recordaba, que de este caso he hablado no sólo en este seminario, sino en conferencias sueltas dos veces previas. Esas dos veces trataba el tema del fin de análisis. Me doy cuenta por lo tanto, que si me vuelve insistentemente fue un caso que tuvo importancia para mí. Me doy cuenta de que venimos hablando del semblant desde el primer capítulo y que vuelvo a tratar otra vez la cuestión del semblant. Entonces me pregunto, ¿qué me pasa? Primero que no es un tema que se aborde habitualmente, en general se lo aborda como un párrafo que se dice en algún lado y ya está. Lo he abordado en otros seminarios dedicándole una clase, a lo sumo dos, más de ahí no he ido nunca y de golpe registro semejante insistencia. Me doy cuenta de que el objeto en análisis en este capítulo en buena medida soy yo mismo. Me asusté. Ustedes saben que entre los psicoanalistas es muy común decir, no, se mandó un acting-out para que lo analicen a él, cuando alguien cuenta algo propio en público. Me pregunté ¿no será un acting-out en lo que estoy?, ¿no estaré demandando análisis de algunas cuestiones que pudieran estar pendientes de mis transferencias en anteriores análisis?, no sé, eso no lo puedo decir yo, es obvio, pero creo que no. Creo que lo que digo está causado por algo que en el movimiento psicoanalítico especialmente en el lacaniano bajo la influencia personal de Lacan, porque tiene mucho que ver con la persona de él, eso casi no se ha hecho, y en otros momentos del movimiento psicoanalítico donde se lo ha hecho un poco más se lo ha hecho muy al estilo del aislamiento obsesivo. Muchos de ustedes están bien formados en Lacan. Probablemente recuerdan poco de los mecanismos de defensa, pero Lacan jamás planteó que no existieran los mecanismos de defensa, el los articuló a diferentes formas de la retórica. Lo que sí planteó fue la cuestión de que es erróneo interpretar primero la defensa y después lo resistido, el deseo, y dio razones de por qué. Pero sobre esa base, en el movimiento lacaniano hasta se perdió un poco la memoria de los mecanismos de defensa. Sin embargo Lacan sostuvo –y es una razón clave para que la conceptualización lacaniana no caiga en el psicologismo de suponer que dado tal padre o tal madre sale tal hijo– planteó que justamente de la elección del mecanismo de defensa va a depender en buena medida la estructuración del sujeto. Digamos que ahí se fija en buena medida la responsabilidad del sujeto. Por supuesto que la responsabilidad no es consciente, no es que un bebé o un chico de dos, tres, cuatro o cinco años dice “yo voy a reprimir”, sino que toma un camino determinado, pero le da predominio a uno de las tres grandes defensas posibles: represión, renegación, forclusión. A partir de ahí se generarán condiciones para que ese sujeto lo sea más de una estructura que de otra. Me ha tocado, casualidades de la vida, analizar en momentos diferentes dos hermanos de un mismo matrimonio, un matrimonio muy complejo, complicado y donde uno salió esquizofrénico y el otro obsesivo, muy eficaz en lo suyo y con una vida neurótica común como cualquiera de nosotros. En el movimiento psicoanalítico se fue teorizando lo que va pasando en el analizante y por otro lado cosas que pasaban en el analista. Esto fue así a partir de Freud el fundador. Freud cuando abre el discurso analítico con La interpretación de los sueños, analiza una cantidad de sueños de él mismo. El prototípico fue el de La inyección de Irma, en consecuencia inducido por una de sus pacientes.
Los ingleses, especialmente un sector del psicoanálisis inglés captó que en los analistas también pasaban cosas cuando estaban analizando y le dieron muchas alas a lo que ellos llamaron contratransferencia. Analizaban como podían lo que pasaba en ellos mientras estaban analizando, y conjeturaban a partir de eso qué le pasaba al analizante. Lacan lo criticó. Dice en el Seminario 1 que imaginarse comprender no es lo mismo que interpretar. Está criticando eso, porque el comprender se lo apoyaba mucho en la empatía, y por lo tanto era una supuesta relación de sentimientos que se producían entre el analista y el analizante. Después se armó un debate muy fuerte en el movimiento psicoanalítico inglés que trascendió a la Asociación Psicoanalítica Internacional, realmente interesante, sobre si hay que hacer o no confesiones contratransferenciales. Fue un debate importante, porque cuando se hacen confesiones contratransferenciales se está poniendo en un peligro bastante fuerte la abstinencia del analista. Lo cual no quiere decir que nunca haya que hacerlas.
En fin, lo que quiero decir es que hubo un período del movimiento psicoanalítico en el que se suponía al inconsciente como una mochila individual. Entonces el analista analizaba eso que estaba en el paciente. Al mismo tiempo discutían entre ellos cuestiones donde evidentemente el trabajo con el inconsciente producía efecto en los dos partenaires. Lacan, que va a criticar el término contratransferencia y creo que con razón, en el momento que critica propone otro término, transferencia recíproca. Lacan avanzará en su formulación y colocará a la transferencia también, entre y en los tres registros. Lo que es muy importante para situarse como analista. Los analistas también partimos de suponer un saber a ser hallado en las producciones inconscientes en análisis y su ordenamiento según diferentes variantes del anudamiento borromeico. Fíjense una cosa muy llamativa de esa época histórica del movimiento psicoanalítico obviamente llamativa justamente por obvia nos interesa a los analistas: Freud planteaba que en las psicosis no había transferencia y que al no haber transferencia no había posibilidad de análisis. En la misma época, 1930-1931, Melanie Klein planteaba que en la psicosis había transferencia masiva. Son posiciones polarmente opuestas. Creo se pueden aclarar con la aparición de Lacan. Desde el lugar de la transferencia imaginaria en las psicosis hay efectivamente transferencia masiva. En el fenómeno psicótico como tal con la desestructuración y la respuesta delirante a la desestabilización, no vamos a encontrar transferencia simbólica. Hago este prólogo para tratar de responderme la pregunta: ¿qué estoy haciendo? Cuando la vayamos recorriendo, ¿iremos encontrando qué estamos haciendo? Esto formará parte del eje del libro. No es lo que me propuse previamente.
Me empezó a salir, me parece que eso era lo que me causaba tanto para armar este libro. Tratar de ir mostrando cómo el inconsciente produce entre el analista y el analizante, con los significantes reprimidos del inconsciente del analizante pero también en relación a cómo se sitúa ante ellos y qué significantes reprimidos del analista se ponen en juego. Por supuesto que esta formulación es inquietante porque digamos, sería mucho más cómodo suponer que uno empieza a abrir una caja china, otra caja china, otra caja china hasta que llega a la última, pero las cosas no son así. Me parece que un resultado interesante de este seminario y creo que por eso vengo pivoteando tanto alrededor del tema del semblant que ahora lo voy a tomar por este otro lado, es esta cuestión de si logramos captar que el análisis es un efecto que se produce entre ambos partenaires en función de eso tercero que es la producción inconsciente. Lo dije a propósito así, no dije producción del inconsciente, –podría haberlo dicho– pero parecería que me refiero más a la del paciente. Cuando digo producción inconsciente me refiero a la del paciente pero también me refiero a la del analista. Recuerden el origen de la derivación y la atmósfera en que se produce esa derivación, les ahorro la repetición. Esta cuestión del semblant y la del entramado entre analizante y analista mediados por el significante, la letra, el objeto, es importante en primer lugar porque muchos inicios de análisis abortan por no tener en cuenta esta causa sobredeterminada. O sea por no tener en cuenta el analista que ese análisis va a empezar o no según él logre armar el semblant correspondiente para quien viene a demandar ese análisis. A diferencia de lo que pasa con los médicos aunque con ellos también pasa en parte pero en menor dimensión, el que viene a buscar una “terapia” no puede establecer ese vínculo con cualquiera ni de cualquier manera. También es importante para aproximar conjeturas que es observable la tendencia a que predominen determinados cuadros como habitantes de determinados consultorios de cada uno de nosotros. ¿Qué quiero decir con esto? Que está aquel que tiene su consultorio lleno de histéricas, otro de obsesivos, el otro de psicóticos. Pero que además tienen rasgos bastante en común. También que uno no se imaginaría tal analizante analizándose con tal analista. Esto me parece importante porque tenerlo o no en cuenta puede ser causa de fracasos y de aciertos no sólo en los comienzos de un análisis sino también en el desarrollo y la terminación. Y fracaso o acierto no lo mido por la cantidad de tiempo que esté en análisis una persona con un analista, sino por el efecto que en el analizante se produjo al cabo de la experiencia.
Lo frecuentemente observable es que quien se va a analizar, de maneras muy diferentes y en general inconscientemente va a elegir su analista muy en relación a si dicho analista porta algo del síntoma, parecido al síntoma que él padece. La ilusión que suele hacerse el que elige es que el analista tiene bien resuelto su síntoma, lo ha transformado en algo eficaz, exitoso, etc, por eso va. A veces también porque busca más de lo mismo y no porque supone que el otro se las supo arreglar con eso. Eso será un acierto si ese analista a través de su análisis pasó del síntoma a un sinthome. Tomo aquí mi interpretación de dicha escritura de Lacan. Aunque sea en la palabra Lacan hacía una diferencia entre síntoma y sinthome. Diferencia que leo como entre el síntoma que anuda registros[1] dificultosa, sufrientemente (goce del síntoma) y de un modo poco eficaz para lidiar con lo real. Y en el sinthome, que logra saber hacer algo con dicha formación, de una forma que resulta menos sufriente y más eficaz para su funcionamiento en lazos sociales. Entonces será un acierto la elección, si el elegido pasó de su síntoma a un sinthome que le facilite su función de analista, –no cualquier sinthome tampoco–. Una pregunta interesante a hacerse cuando les toque derivar o tomar un paciente es: ¿qué busca, por qué elige su analista? También: ¿para qué lo eligen? y eso: qué consecuencias puede traer. Ustedes saben que hay gente que elige un analista para no analizarse pero hacer ante sí mismo como que sí. Y no hablo del psicópata que va al analista para que la mujer no se separe, va a hacer facha. Me acuerdo de un caso en el que me tocó tratar a una de sus ex–mujeres. Llevaba treinta años analizándose, esto lo conté mil veces porque me impresionó mucho cuando lo escuché. Treinta años analizándose con el mismo analista, y el analista hablándome por teléfono a mí para decirme que le dijera a la mujer que tuviera cuidado con él, que era un hombre sensible, que no lo tratara así. Yo pensaba bueno, tenés tranquilo treinta años más con ese analista.
Quiero decir que la elección de analista no es ingenua, puede parecerlo desde el lado de la conciencia, pero obviamente acá estamos hablando de otra cosa. Por eso estuve reflexionando sobre mi caso en relación a este análisis que luego me tocó conducir y su incidencia en mi trabajo como analista con él. Mi caso fue un caso difícil. No se preocupen no voy a entrar en obscenidades, no voy a contar en escena cosas que tienen que quedar fuera de la escena. Pero realmente a determinada altura de mi vida era un tipo joven, sufriente, angustiado, de carácter obsesivo, sacrificado, en fin, un desastre. En mi primera consulta era contrario al psicoanálisis. Consulté a uno de los psiquiatras mejor considerados dentro del ambiente no psicoanalítico. También muy querido por los psicoanalistas porque era muy buen psiquiatra. Levantaba una bandera del mismo color ideológico que yo. Me doy cuenta ahora, pasado el tiempo, de que lo consulté por la identificación ideológica. Consulté desde lo imaginario, desde lo ideológico. Se arma un todo que tiene mucho más que ver con la identificación imaginaria y que nos dominaba a ambos en diversos planos. Como era lógico fracasamos. Pero ese primer fracaso me permitió captar que se había producido porque ese psiquiatra me daba toda la razón a mí. Esta es otra cuestión a observar, la posible utilidad del fracaso; generalmente pensamos al fracaso como malo. Nos llevó a una terapia de pareja en la que yo era el bueno de la película y mi mujer era la mala. Yo me daba cuenta de que en algunas cosas ella tenía razón, que no era tan sencilla la cuestión. Darme cuenta de eso fue interesante porque me produjo una fractura en ese imaginario donde el mismo colorido ideológico teñía todo. Un amigo dentista y del mismo color ideológico también, un día me dijo: Sergio ¿te diste cuenta de que nosotros siempre pensamos que el mejor pediatra es fulano, que el mejor dermatólogo es zutano, que el mejor dentista es perengano, son todos del partido? Le digo: y sí, eso muestra la fuerza de la idea, vienen los más inteligentes! El otro me dijo, ¡no boludo, eso es por el narcisismo! Yo no creía en el psicoanálisis pero él, que me decía eso, tenía razón. Ese primer fracaso me quebró la oposición al psicoanálisis, fui a ver a Marie Langer a quien conocía hacía unos años, la admiraba mucho porque era una mujer muy peleadora en defensa de sus ideas, de las cosas en las que creía. También las creencias ya eran no tan iguales aunque no dejaban de tener bastante proximidad. Tenían un tronco común pero nos movíamos de distinto modo. Además yo iba desde una identificación en crisis. Esa era otra cuestión interesante. Ella analista me deriva a otro analista. Curiosamente estaba en el mismo boliche político que yo, pero en crisis con el boliche y con todo él. Cosa de la que me enteraba porque no se ocupaba para nada de ocultármelo. Venía de la psicología del yo, era un tipo muy honrado, ético, muy derecho en cuanto a su práctica y además era un tipo inteligente. Acá también podemos empezar a hacer una diferencia entre lo que recibimos en la universidad y lo que nos produce el análisis. Aunque él me prestara libros de Brenner para empezar a introducirme en el psicoanálisis, cuando el interpretaba en algunos momentos para nada era un Brenner o un Kernberg, sino que era incisivo, rápido y apuntaba bien. Me pregunté después: ¿qué hizo que aquella analista me hubiera derivado a éste analista? Ella me conocía bastante, conocía todos los dimes y diretes por los que andaba y había andado. Además, me había querido analizar con ella, le había pedido análisis a ella. Pero, eran esas épocas de la IPA y de la APA, en las que un didacta no tenía turno hasta cuatro años y medio después. Yo caminaba por las paredes, no podía esperar cuatro años y medio, entonces por eso ella me deriva. ¿Sólo por eso? ¿Qué la puede haber movido a hacer dicha derivación? Por supuesto a mí me va a quedar siempre como interrogante, no puedo contestarlo. Puede haber tenido algo que ver lo de los colores, pero también con la crisis, puede haber tenido mucho que ver con un olfato de ella en cuanto a mí y en cuanto al otro.
Tengo además la sospecha, de que ella analizaba al otro. En fin, vaya a saber. Lo que les puedo decir es que una interpretación de ese analista al que me derivó conmovió todo el edificio que tenía construido y el funcionamiento en mi relación con las mujeres, muy basado en lo que era la relación con mi madre. Salí desarticulado de esa sesión. No me puedo acordar de la interpretación, no me puedo acordar del tema sobre el que versó, lo único que puedo recordar es mi cara anonadada. No la podía ver porque obviamente no tenía espejo pero me la imaginaba. Recuerdo la sensación corporal de sacudimiento, de mareo y que le dije: “me pateaste el tablero”. Me fui de la sesión conmovido. A partir de ahí cambió mi relación con las mujeres, a partir de ahí empecé mi pareja con quien constituí después mi segundo matrimonio que duró veintisiete años y fue bastante bueno durante muchísimos de esos años. Después, cuando declinó terminamos separándonos. Ese primer análisis terminó por cuestiones políticas y terminó mal desde mi lado. Me echaron de ese boliche político en que estaba. La tradición era que nadie podía hablarle a los que echaban. Entonces le dije al que era mi analista que iba a interrumpir el análisis que no lo iba a meter a él en compromisos. Él me contestó que yo procedía honradamente y nada de lo que se decía de mí era cierto y que entonces él me iba a seguir analizando. Le dije que no, que para mi era más fuerte la “idea”[2], que la cuestión personal de mi análisis y que me retiraba. Así terminó ese análisis.
Después sí me había picado el bichito del psicoanálisis y me metí a estudiarlo y practicarlo. Le pedí derivación a mi primera supervisora estable, por quien yo sentí y siento un cariño muy grande. Hemos quedado en lugares totalmente distintos. Ella, más adelante, fue una de las introductoras de las flores de Bach en la Argentina. Pero en esa época era una psicoanalista formación APA clásica, y muy buena persona. Cuando trato de recordar el nombre de esta segunda analista se me arma un embrollo entre el apellido de ella y otro. En ese análisis fui dado de alta. Creo que tanto ella como yo si nos encontráramos diríamos sí, nos equivocamos con aquella alta. Escribiendo la clase que originó este capítulo el nombre que me venía era el de otra analista que estando en análisis conmigo se había suicidado. Entre paréntesis fue el único suicidio efectivizado que se cuenta en mi práctica. Me sorprendió que el nombre que me viniera fuera ese. Nombre que por otra parte tiene el apellido de un analista que es bastante conocido por sus actuaciones perversas dentro del consultorio, lo cual me complicó más todavía. Hay un olvido y un equívoco. El equívoco viene en sustitución del olvido. Pero ese fracaso para la persona que se suicidó creo que simbólicamente representa el suicidio como analista en que incurrió mi segunda analista al darme un alta prematura. La suicida tenía el nombre de un ícono artístico revolucionario y feminista de otras épocas. Todo esto lo cuento, porque nos va a ir llevando a algunas cosas muy vinculadas a la función del semblant en la transferencia recíproca. Porque a la que fue mi segunda analista y que es la olvidada y sustituida por el equívoco, la había elegido por confianza en esa primera supervisora de la que les hablaba que para mí era de fuera de mi corral.
A esa altura me despertaba mucho afecto en relación a cómo se las había arreglado con ciertas dificultades de su vida aunque en otras, inclusive con respecto a la supervisión, yo tenía diferencias; ya habíamos interrumpido la supervisión por esas diferencias. Pero en esas dificultades de la vida habíamos tenido un punto en común que consistía en una cierta invalidez física En ella de una manera, en mí de otra. Me derivó a alguien con quien le parecía que podía andar bien, para lo cual tuvo en cuenta según me lo dijo explícitamente, cierto parentesco político. Efectivamente eso jugaba algún papel, ya que la ubiqué dentro de mi propia novela familiar, –de paso es un ejemplo de otra forma en cómo pueden aparecer las novelas familiares–. Estaba seguro, seguro de que ella había estado en un campo de concentración en Polonia bajo la ocupación nazi. Recordaba que alguien me lo había dicho –aunque lo más probable es que haya sido un mito inventado por mi fantasía. Pero para mí, era toda una heroína. En cambio mi padre había sido un tipo que durante un período largo de su vida había dimitido de sus ideas políticas, lo que de joven y adolescente no se lo perdonaba. Así, en mi novela familiar apareció una princesa azul analista que tomaba el lugar madre-padre de ese padre dimitido y de mi madre ambigua. El análisis con esta mujer duró unos 6 años. Fueron épocas difíciles para mí porque en ellas fui renunciando progresivamente a mis viejos ideales. Me di cuenta de que estaban equivocados en cuestiones nodulares, lo que me produjo un vacío muy grande. No lograba sustituirlo por otras ideas porque para mí el psicoanálisis en esa época era todavía, principalmente una práctica médica. Situación que era realmente difícil para mí y que ella fue piloteando bien. No recuerdo grandes cosas excepto una, no pequeña. Produjo una interpretación que puso en cuestión mi identificación al falo al darme a observar cómo esa identificación encubría lo más profundo de mi castración. Esta analista de formación kleiniana, en el tiempo en que me analizaba estudiaba fuertemente a Lacan. Lo que era evidente por los libros que estaban arriba del escritorio y lo trabajados que los tenía. Además también era advertible por algunas cosas que me iba diciendo. Jamás me hizo una interpretación en jerga, siempre fueron sencillas. Un día le contaba entusiasmadísimo maravillas, muy pagado de mi mismo, de que cuando tenía 9 años y mi madre y mi padre se iban a trabajar yo me quedaba a cuidar a los chicos. O sea a mis hermanos. Les cocinaba, les daba de comer, lavaba los platos, etc. Ella me dijo: “–¿Y a usted, quién lo cuidaba?” Me acuerdo que fue un pelotazo equivalente pero ya en otro terreno, al de aquel primer analista. En darme el alta se equivocó gruesamente. Me había dado por hacer cerámica. Entonces rato libre que tenía, rato que dedicaba a hacer cerámica. Me estaba haciendo un tablero de ajedrez grande, enorme con figuras. De un lado estaban los rojos, (risas), y del otro lado los negros. Obviamente el rey de los rojos era Fidel Castro y el rey de los negros el tío Sam. Y yo hablaba y hablaba de todo eso y ella no me decía nada. A veces me decía que eludía mi trabajo en las sesiones hablando de esas cuestiones. Cualquiera de nosotros creo que ahora se hubiera metido a ver qué estaba pasando con eso. Las letras de ese análisis estaban en ese tablero de ajedrez. Por otro lado mi padre fue desarrollando una enfermedad crónica muy grave, muy horrible, e iba camino a la muerte. Hubo un momento en que entré en hipomanía. Me parece que ahí se confundió y yo también. Entonces un día le dije –mire la verdad es que ando muy bien, me parece que este análisis ya está. Ella me dice, bueno, fijemos una fecha. En esa época en el reglamento IPA se fijaba una fecha de terminación para seis meses después. Bueno, fueron seis meses analizándome en estado de elación. Se imaginan para lo que me sirvió. Llegó el momento del final y yo había entrado en otra con la cerámica, que era hacer una cara de Discépolo, el ídolo de mi padre y en buena medida el mío. Todo eso era para dárselo a ella como regalo de fin de análisis. Atrás le había puesto: Siglo XX cambalache y le hice la pátina. Cuando lo miro para llevárselo, era la cara de mi padre en el féretro. Era realmente impresionante, cosa que le conté a ella. Se lo llevé un par de meses antes de terminar el análisis. Dejó el paquete sobre el escritorio y no lo abrió nunca. El último día cuando nos separamos me lo devolvió y dijo: –Esto lléveselo usted porque yo no me voy a quedar con la melancolía de su padre–. Años después cuando pensé mucho en ese análisis, me di cuenta de que ella ya se había dado cuenta de que no estaba terminado e hizo un movimiento que favoreció que volviera después a un tercer diván. Es más, un año después le pedí una entrevista y le conté extensamente que estaba por empezar a supervisar con un colega lacaniano. Le dije con quien, ella me escuchó atentamente y me hizo algún comentario. Cuando terminamos le dije, bueno ¿cuánto le debo? Me contestó: –no, esta fue una conversación, esto no fue una sesión, no está en análisis no me debe nada. Y me agregó: y lo felicito porque piensa analizarse con un lacaniano (aquí mi memoria duda sobre si me dijo así o: con un hombre) Evidentemente me funcionó en ambos sentidos. Me dio la mano y no la vi más.
Les cuento estas cosas porque lo que procuro es mostrar los análisis en sus implicaciones reales, imaginarias y simbólicas. He tenido buenos maestros y les agradezco que hayan sido así. Esta mujer me dio el alta, llevó todo hasta el alta y obviamente se le escapó un rinoceronte. Pero cuando se dio cuenta, no tuvo inconveniente en jugarse y ética y psicoanalíticamente re-intervenir a favor de mi Inconsciente. De ella, me olvidaba el nombre y me aparecían todas las asociaciones que conté. Finalmente empecé a supervisar con ese lacaniano en vez de analizarme. Ya a esa altura estaba muy convencido de los aportes de Lacan que había pasado a formar parte de mis ideales, por eso fui a supervisar con el lacaniano. Me preguntó ¿por qué querés supervisar conmigo? Le dije mirá, – hace muchos años que vengo leyendo mucho de Lacan, que vengo tratando de hacer una práctica lacaniana, pero nunca supervisé con un lacaniano, quiero hacerlo porque me doy cuenta que si no, no puedo seguir leyendo, ya se me torna demasiado oscuro. Empecé a supervisar con él. Capté que tenía muy buena oreja este colega, pero dejé de hacerlo porque me deprimía más de lo que estaba en tanto él se ubicaba como agente de un discurso universitario. Más que supervisar, se pasaba dándome lecciones de psicoanálisis, con lo cual me deprimía cada vez más. A la vez capté que tenía muy buena oreja porque las lecciones las daba a partir de lo que escuchaba en lo que yo llevaba. Con lo cual yo estaba metido en un lío. Lo resolví de la siguiente manera: me puse en análisis con él después de pensar que ahí no iba a poder darme lecciones, iba a tener que analizarme. Me fui a supervisar con un no lacaniano que en su práctica resultó mucho más lacaniano que el lacaniano. Alguien que sin saber Lacan, con una modalidad muy particular porque trabaja por la vía de sus relatos y no sólo de escuchar el relato sobre el paciente, sino de armar él un relato. A uno le parece que está hablando de bueyes perdidos, por ahí cita al Martín Fierro, trae no se qué historia rara de por allá y ¡pac! metió un pelotazo. Eso no es lo mismo que dar indicaciones.
Aquí tuve un lapsus cuando estaba escribiendo, puse: “decidí analizarme con él y supervisar con un lacaniano”. Recién después me di cuenta, que el lapsus estaba diciendo en cierto sentido la verdad. Mi tercer analista cometió un error en los inicios, si no lo hubiera cometido probablemente hubiera llevado mucho menos tiempo terminar el análisis mal terminado por aquella segunda analista. Esta es otra idea que tienen que hacerse. Porque es muy común escuchar que alguien va a su segundo, tercero o cuarto análisis y que lo empiezan a analizar como si recién empezara y eso puede ser o puede no ser así. Recuerdo un hombre que vino a analizarse conmigo, tenía sesenta años, se había analizado seis años con un colega de APA que era esquizofrénico, –esto no es rumor, todo el mundo lo sabía. Yo estaba muy asustado cuando vino este hombre. A las pocas entrevistas me di cuenta de que era un hombre que había analizado mucho de su vida y tenía muchas cosas resueltas en ella excepto una imago: la del padre. Pero se metió a eso de cabeza. Asociando libremente, no porque se hubiera propuesto “voy a resolver el problema de mi papá”, sino que se metió de cabeza ahí y a los dos años terminó el análisis. Recuerdo que siempre decía que el papá había fallecido cuando él tenía ocho años. Sobre los finales recordó que no era así, sino que había muerto cuando él tenía dieciocho años. Simbólica e imaginariamente, o sea para su realidad, había muerto cuando él era un niño de ocho años. No llevé adelante toda la extensión de su análisis sino que terminé un análisis que había logrado conducir bastante bien a pesar de su enfermedad y de sus creencias doctrinarias, el primer colega.
En el caso de Lucía Luciano, se analizó exitosamente diez años antes y después continuó conmigo doce años más. También terminó un primer análisis, pero obviamente necesitó seguirlo luego otro. Observen la repetición que se me armó, mientras escribía. Lucía Luciano, yo, el paciente del colega de APA. No se hagan esquemas de qué pasa con la gente cuando viene y cuando va. Era un buen analista freudiano el colega lacaniano con el que me analicé por tercera vez. Ese análisis empezó a terminar –porque duró tres años más– empezó a terminar ese análisis no por una interpretación acertada de él, sino al revés, porque cometió un error garrafal en el seno del análisis. Creo que estaba muy inducido por algunos intereses en los que estaba muy enganchado y que lo hicieron operar de una manera determinada en relación a lo que iba diciendo y a lo que había hecho en el movimiento psicoanalítico. Lo he comentado con algunos colegas inclusive del propio lugar donde él es uno de los jefes y coincidíamos. Pero lo curioso fue que en ese error garrafal él repitió un determinado tipo de error de mi padre que era justamente el punto donde yo menos había sabido cómo arreglármelas con mi viejo. Se abrió otro mundo para mí, algo así como –ah!, ¿también se puede hacer así? Pero fíjense qué interesante, porque algo que este colega produce y que se me aparece como muy real a mí y a él –a ambos– en la transferencia, abre el comienzo del final. Lo que quiero decir es que la gente pregunta cuando anda buscando con quien analizarse y en la pregunta pre-selecciona. Comentario común: no, yo con un hombre no, yo con una mujer no. Pero no sólo eso, también: che, y de donde lo conocés, cómo, y esto o aquello, y eso suele no llegar a veces en las primeras entrevistas. Mejor si uno lo puede observar. Es muy importante observarlo. Pues comienza a ponerse en juego ahí la transferencia.
Recuerden lo de Freud. Empezó en La interpretación de los sueños con lo de transferencia de carga de una representación a otra. Después advirtió la transferencia de imagos, luego la repetición en relación a dichas imagos. Lacan diferenció transferencia de repetición y repetición de re-edición. ¿Qué hace la diferencia? ¿Por qué lo que repetimos no es por absoluta identificación? Los seres parlantes no procedemos meramente por identificación como hasta cierto punto centró la escuela kleiniana y la Psicología del yo. Procedemos por un entrecruzamiento entre el deseo inconsciente y las repeticiones de goce, que ellas sí provienen de diversas modalidades de identificación. Tengan en cuenta que las identificaciones son en parte, algo así como una mochila de significantes que llevamos puesta y que nos indican donde, cómo, de qué manera, hasta dónde, hasta qué límite gozar. En ese entrecruzamiento aparecen las diferencias y dichas diferencias convocan a la pregunta por el saber. Esa pregunta lleva a demandar terapia. Lo digo a propósito así, la gente viene a buscar curarse, después si las cosas andan bien entran en el deseo de analizarse, y el deseo de analizarse no es como algunos colegas suponen, el deseo de saber más sobre uno, sino que es el deseo de encontrarse y hacer algo con su inconsciente para enfrentar mejor la vida. Dependerá del arte, incluida la técnica del analista, –porque todo arte exige una técnica depurada como cosa previa, o al mismo tiempo– y de los límites de la estructura del demandante; que dicha demanda termine siendo transformada en demanda de análisis.
Vuelvo a Lucía. Venía porque le suponía saber hacer a su ex analista y a esa altura su amiga. En ese sentido hay que diferenciar entre el saber imaginario y presupuesto y el saber hacer retrosignificado como resultado inconsciente del acto. Por lo tanto el saber hacer, en lo fundamental es inconsciente. Lacan tenía un aforismo que comienza a plantear en La proposición del 9 de octubre, cuando dice: “Un analista no sabe lo que dice, pero debe saber lo que hace”. Es un poco oscuro ese aforismo. Pero efectivamente, un analista no sabe lo que dice. Primero, porque muchas veces lo que dice le sale al modo del equívoco, del acto fallido, del olvido. Otras no, puede ser inclusive una interpretación elaborada pero se encuentra con la sorpresa de que el analizante a partir de esa interpretación tomó para un lado que el analista ni había pensado. Entonces, no sabía lo que decía aunque creyera que sabía lo que decía porque enunciaba un enunciado pensado. Pero debe saber lo que hace. Fíjense qué interesante la ambigüedad de la formulación porque debe saber lo que hace uno puede interpretarlo como: vos tenés que saber que si juntás cal con arena y con cemento vas a armar una mezcla adecuada para pegar ladrillos. Pero también es interpretable en el sentido de que recién cuando la pared esté armada se va a tener la seguridad sobre si esa mezcla era la adecuada o no, recién ahí se va a saber qué se hizo. Creo que Lacan nos advierte que tenemos que estar permanentemente atentos al efecto de lo que hacemos en el consultorio porque eso es lo que nos va a devolver el saber sobre lo que hicimos. Típicos saberes hacer son los del artista y los del artesano, distintos al saber hacer industrial. El industrial sí sabe a grandes rasgos, lo que va a salir de su proceso de producción. El artista, el artesano se entera después. Es su producto el que lo va a fundar a él, como artista o artesano. Muy probablemente la amiga le había hablado de mi inteligencia, mis glorias pasadas, etc. Por lo tanto venía al nuevo analista empujada por su deseo e inhibida por sus ideales. Sin embargo toda la apariencia era que venía empujada por sus ideales. Mi maniobra de semblant fue ni aclarar ni desmentir la cuestión en relación a los ideales pero utilizarla. Hubo en eso algo similar a lo que hizo conmigo mi segunda analista. Desde ese malentendido intervine con la pregunta que ayudaría a instalar la transferencia más en el sentido de su deseo. A la vez que colocando entre signos de interrogación la consistencia de sus/mis ideales.
Preguntas y comentarios:
Alicia Smolovich: escuchando todo, un poco me vuelve esto que vos planteaste en relación al analizante, a la persona que viene a demandar en relación a encontrar un analista que tenga que ver o que resuene en su síntoma pero que en el lugar del analista lo esperable es encontrar este lugar del sinthome. Digo esto porque cuando vos contaste toda esta cuestión del recorrido de tus análisis, cuando al comienzo aparece toda la cuestión ideológica, la transferencia imaginaria muy fuerte, como vos lo contaste por lo menos jalonando todo el tiempo que vos lo relatabas tenía muy presente a Lucía, que en realidad este es el punto de su análisis, que vos una y otra vez trajiste.
Sergio Rodríguez: creo que ella tuvo la suerte de que logré anudar bastante bien mi sinthome en ese terreno. Entonces desde ahí, uno al mismo tiempo que es del mismo gallinero puede mirar desde otro.
Alicia Smolovich: esta cuestión del sinthome me parece muy importante en relación a esa idea que muchas veces sigue circulando en relación a que se supone que un analista parece que tuviera que tener su inconsciente como totalmente liquidado y me parece que en ese sentido la cuestión del sinthome es como un elemento fundamental para poder pensar la posición del analista.
Sergio Rodríguez: sí, justamente mi idea es dedicar todo el final del seminario a la cuestión del fin de análisis porque creo que hemos leído parcialmente lo de Lacan, y que eso no nos sirve. Hace poco un colega, Enrique Lofreda, escribió en Imago Agenda un artículo muy apasionado defendiendo la necesidad de que los analistas se re-analicen cada x tiempo, según planteaban Freud, Winnicott, etc. Es un colega que tiene mucha lectura lacaniana. Entiendo su apasionamiento justamente en el sentido de que hay muchos otros colegas que es como si hubieran cumplido un rito. Terminaron su supuesto análisis y suponen que se terminó el análisis. Por lo menos lo que pasó conmigo es que terminado mi tercer análisis continué mi análisis en serio, o sea en serie. Por un lado con el supuesto supervisor con el que advierto ahora, también me analicé y en paralelo con el curso del tercer análisis con el supuesto lacaniano. Si leen con atención La propuesta del 9 de octubre, lo que cae es el analista como resto. No el análisis, y esto es muy importante y da otra respuesta a la pregunta sobre si análisis es finito o infinito. El análisis es infinito, el inconsciente nos acompaña hasta la exhalación del último suspiro. Me vino a la memoria ahora algo que recordaba con mis hijos hace poco. Me tocó presenciar por casualidad los quince minutos previos al fallecimiento de un viejo anarquista (no hay caso, me persigue la idea). El viejo anarquista había estado quince días internado en ese hospital, ya eran sus días finales y los curas y las monjas se le iban encima todo el tiempo. El viejo los sacaba carpiendo y quince minutos antes de su muerte pasa una monja y el anarquista le dice: –monjita, monjita ... cuélgueme un escapulario. Otra me la contó el doctor Luis Munist que fue decano de la Facultad de medicina, ahora ya muerto, y que fue muy amigo de Alfredo Palacios. Contó que cuando Palacios ya estaba agonizante, en determinado momento llama a sus amigos –para las amigas chilenas que hay acá, Palacios fue un dirigente socialista argentino muy hispánico y muy particular– llamó a sus viejos amigos, seis o siete alrededor de la cama y les dijo: “Miren, sé que me estoy muriendo, en cualquier momento entro en coma, si me escuchan pedir un cura, no me den pelota, estoy delirando”. El inconsciente funciona hasta el final y a él le temió Palacios, podemos conjeturar que temió que se le impusiera el deseo de que hubiera otra vida en el más allá.
Gabriela Gil: cuando te referías a esta analista que te dice “yo no me quiero quedar con la melancolía de su padre”, esto tiene que ver con un fin de análisis en relación a la caída del objeto que queda del lado del analista, ¿no?, no el objeto de cerámica ...
Sergio Rodríguez: me parece que en ese caso no, en primer lugar voy a tratar de responderlo estructuralmente, justamente porque ella dice: “no me quiero quedar con la melancolía de su padre”, o sea que ella no se hace cargo de eso. Creo que tenía razón en el sentido de que no había ocurrido algo ahí por lo cual yo dejara la melancolía de mi padre ahí, yo dejaba una vestidura de la melancolía de mi padre que era Discépolo. Creo que en ese sentido ella como maniobra, como intervención hizo algo de lo que los kleinianos hablaban y siempre advertían de hacerlo con cuidado –que salió bien, lo que probaría que no soy psicótico– y que era reintroyectar el objeto. Dicen que con los psicóticos no hay que hacer eso porque se les puede desencadenar la psicosis. Ella me lo reintroyecta, en cierto modo me dice: “te la llevás puesta, no la dejás acá”. En ese sentido yo creo que ella se había dado cuenta a esa altura de que no era un análisis terminado y que tuvo, lo digo con cariño y admiración por ella, tuvo los cojones suficientes para no importarle con qué idea me podía ir yo de ahí con respecto a ella. A ella le importó qué hacer con y por su analizante y ¡punto! Supongo que después para ella, habrá sido una alegría que yo haya vuelto a contarle que me iba con otro, pero supongo que ella debe haber percibido algo así como: bueno, por suerte salió bien.
Alejandro del Carril: hablaste mucho de la muerte y de los ídolos y la clase gira en torno al semblant. Lo que me parecía era si, para poder sostener un semblant lo que había que poder era matar el ídolo narcisista que uno siempre lleva adentro. Matarlo una y otra vez, incluso el del fin de análisis.
Sergio Rodríguez: es interesante porque lo decís de un modo paradojal, te das cuenta ¿no?, porque decís matar el ídolo que uno siempre lleva adentro, y creo que es acertada tu fórmula, me hizo acordar esa de Winnicott que el adolescente tiene que matar al padre y el padre no se tiene que dejar matar. Creo que nunca terminamos de matar alguna forma de ídolo, lo interesante es si el análisis nos deja en posición de estar matándolo todo el tiempo, y no quedar atrapados, ya sea en la genuflexión ante el ídolo o en el goce narcisístico que produce sentirse ídolo.
[1] Me refiero a Real, Simbólico, Imaginario.
[2] Así llamábamos a nuestra creencia política.
Me ocurrió algo que por suerte sirvió para volver a pensar una formulación de Lacan que no les voy a decir ahora porque es una formulación que aparecerá casi al final de la clase. Además, me llevó más allá. Me hizo repensar qué significación toma para mí publicar este caso con las disquisiciones a las que me conduce. Quiero que la serie de libros que he dado en llamar En la trastienda de los análisis y de los cuales este es el volumen IV, respondan una a lógica. Pero no fue eso solo, pasó algo más. Laura Lueiro me recordaba, que de este caso he hablado no sólo en este seminario, sino en conferencias sueltas dos veces previas. Esas dos veces trataba el tema del fin de análisis. Me doy cuenta por lo tanto, que si me vuelve insistentemente fue un caso que tuvo importancia para mí. Me doy cuenta de que venimos hablando del semblant desde el primer capítulo y que vuelvo a tratar otra vez la cuestión del semblant. Entonces me pregunto, ¿qué me pasa? Primero que no es un tema que se aborde habitualmente, en general se lo aborda como un párrafo que se dice en algún lado y ya está. Lo he abordado en otros seminarios dedicándole una clase, a lo sumo dos, más de ahí no he ido nunca y de golpe registro semejante insistencia. Me doy cuenta de que el objeto en análisis en este capítulo en buena medida soy yo mismo. Me asusté. Ustedes saben que entre los psicoanalistas es muy común decir, no, se mandó un acting-out para que lo analicen a él, cuando alguien cuenta algo propio en público. Me pregunté ¿no será un acting-out en lo que estoy?, ¿no estaré demandando análisis de algunas cuestiones que pudieran estar pendientes de mis transferencias en anteriores análisis?, no sé, eso no lo puedo decir yo, es obvio, pero creo que no. Creo que lo que digo está causado por algo que en el movimiento psicoanalítico especialmente en el lacaniano bajo la influencia personal de Lacan, porque tiene mucho que ver con la persona de él, eso casi no se ha hecho, y en otros momentos del movimiento psicoanalítico donde se lo ha hecho un poco más se lo ha hecho muy al estilo del aislamiento obsesivo. Muchos de ustedes están bien formados en Lacan. Probablemente recuerdan poco de los mecanismos de defensa, pero Lacan jamás planteó que no existieran los mecanismos de defensa, el los articuló a diferentes formas de la retórica. Lo que sí planteó fue la cuestión de que es erróneo interpretar primero la defensa y después lo resistido, el deseo, y dio razones de por qué. Pero sobre esa base, en el movimiento lacaniano hasta se perdió un poco la memoria de los mecanismos de defensa. Sin embargo Lacan sostuvo –y es una razón clave para que la conceptualización lacaniana no caiga en el psicologismo de suponer que dado tal padre o tal madre sale tal hijo– planteó que justamente de la elección del mecanismo de defensa va a depender en buena medida la estructuración del sujeto. Digamos que ahí se fija en buena medida la responsabilidad del sujeto. Por supuesto que la responsabilidad no es consciente, no es que un bebé o un chico de dos, tres, cuatro o cinco años dice “yo voy a reprimir”, sino que toma un camino determinado, pero le da predominio a uno de las tres grandes defensas posibles: represión, renegación, forclusión. A partir de ahí se generarán condiciones para que ese sujeto lo sea más de una estructura que de otra. Me ha tocado, casualidades de la vida, analizar en momentos diferentes dos hermanos de un mismo matrimonio, un matrimonio muy complejo, complicado y donde uno salió esquizofrénico y el otro obsesivo, muy eficaz en lo suyo y con una vida neurótica común como cualquiera de nosotros. En el movimiento psicoanalítico se fue teorizando lo que va pasando en el analizante y por otro lado cosas que pasaban en el analista. Esto fue así a partir de Freud el fundador. Freud cuando abre el discurso analítico con La interpretación de los sueños, analiza una cantidad de sueños de él mismo. El prototípico fue el de La inyección de Irma, en consecuencia inducido por una de sus pacientes.
Los ingleses, especialmente un sector del psicoanálisis inglés captó que en los analistas también pasaban cosas cuando estaban analizando y le dieron muchas alas a lo que ellos llamaron contratransferencia. Analizaban como podían lo que pasaba en ellos mientras estaban analizando, y conjeturaban a partir de eso qué le pasaba al analizante. Lacan lo criticó. Dice en el Seminario 1 que imaginarse comprender no es lo mismo que interpretar. Está criticando eso, porque el comprender se lo apoyaba mucho en la empatía, y por lo tanto era una supuesta relación de sentimientos que se producían entre el analista y el analizante. Después se armó un debate muy fuerte en el movimiento psicoanalítico inglés que trascendió a la Asociación Psicoanalítica Internacional, realmente interesante, sobre si hay que hacer o no confesiones contratransferenciales. Fue un debate importante, porque cuando se hacen confesiones contratransferenciales se está poniendo en un peligro bastante fuerte la abstinencia del analista. Lo cual no quiere decir que nunca haya que hacerlas.
En fin, lo que quiero decir es que hubo un período del movimiento psicoanalítico en el que se suponía al inconsciente como una mochila individual. Entonces el analista analizaba eso que estaba en el paciente. Al mismo tiempo discutían entre ellos cuestiones donde evidentemente el trabajo con el inconsciente producía efecto en los dos partenaires. Lacan, que va a criticar el término contratransferencia y creo que con razón, en el momento que critica propone otro término, transferencia recíproca. Lacan avanzará en su formulación y colocará a la transferencia también, entre y en los tres registros. Lo que es muy importante para situarse como analista. Los analistas también partimos de suponer un saber a ser hallado en las producciones inconscientes en análisis y su ordenamiento según diferentes variantes del anudamiento borromeico. Fíjense una cosa muy llamativa de esa época histórica del movimiento psicoanalítico obviamente llamativa justamente por obvia nos interesa a los analistas: Freud planteaba que en las psicosis no había transferencia y que al no haber transferencia no había posibilidad de análisis. En la misma época, 1930-1931, Melanie Klein planteaba que en la psicosis había transferencia masiva. Son posiciones polarmente opuestas. Creo se pueden aclarar con la aparición de Lacan. Desde el lugar de la transferencia imaginaria en las psicosis hay efectivamente transferencia masiva. En el fenómeno psicótico como tal con la desestructuración y la respuesta delirante a la desestabilización, no vamos a encontrar transferencia simbólica. Hago este prólogo para tratar de responderme la pregunta: ¿qué estoy haciendo? Cuando la vayamos recorriendo, ¿iremos encontrando qué estamos haciendo? Esto formará parte del eje del libro. No es lo que me propuse previamente.
Me empezó a salir, me parece que eso era lo que me causaba tanto para armar este libro. Tratar de ir mostrando cómo el inconsciente produce entre el analista y el analizante, con los significantes reprimidos del inconsciente del analizante pero también en relación a cómo se sitúa ante ellos y qué significantes reprimidos del analista se ponen en juego. Por supuesto que esta formulación es inquietante porque digamos, sería mucho más cómodo suponer que uno empieza a abrir una caja china, otra caja china, otra caja china hasta que llega a la última, pero las cosas no son así. Me parece que un resultado interesante de este seminario y creo que por eso vengo pivoteando tanto alrededor del tema del semblant que ahora lo voy a tomar por este otro lado, es esta cuestión de si logramos captar que el análisis es un efecto que se produce entre ambos partenaires en función de eso tercero que es la producción inconsciente. Lo dije a propósito así, no dije producción del inconsciente, –podría haberlo dicho– pero parecería que me refiero más a la del paciente. Cuando digo producción inconsciente me refiero a la del paciente pero también me refiero a la del analista. Recuerden el origen de la derivación y la atmósfera en que se produce esa derivación, les ahorro la repetición. Esta cuestión del semblant y la del entramado entre analizante y analista mediados por el significante, la letra, el objeto, es importante en primer lugar porque muchos inicios de análisis abortan por no tener en cuenta esta causa sobredeterminada. O sea por no tener en cuenta el analista que ese análisis va a empezar o no según él logre armar el semblant correspondiente para quien viene a demandar ese análisis. A diferencia de lo que pasa con los médicos aunque con ellos también pasa en parte pero en menor dimensión, el que viene a buscar una “terapia” no puede establecer ese vínculo con cualquiera ni de cualquier manera. También es importante para aproximar conjeturas que es observable la tendencia a que predominen determinados cuadros como habitantes de determinados consultorios de cada uno de nosotros. ¿Qué quiero decir con esto? Que está aquel que tiene su consultorio lleno de histéricas, otro de obsesivos, el otro de psicóticos. Pero que además tienen rasgos bastante en común. También que uno no se imaginaría tal analizante analizándose con tal analista. Esto me parece importante porque tenerlo o no en cuenta puede ser causa de fracasos y de aciertos no sólo en los comienzos de un análisis sino también en el desarrollo y la terminación. Y fracaso o acierto no lo mido por la cantidad de tiempo que esté en análisis una persona con un analista, sino por el efecto que en el analizante se produjo al cabo de la experiencia.
Lo frecuentemente observable es que quien se va a analizar, de maneras muy diferentes y en general inconscientemente va a elegir su analista muy en relación a si dicho analista porta algo del síntoma, parecido al síntoma que él padece. La ilusión que suele hacerse el que elige es que el analista tiene bien resuelto su síntoma, lo ha transformado en algo eficaz, exitoso, etc, por eso va. A veces también porque busca más de lo mismo y no porque supone que el otro se las supo arreglar con eso. Eso será un acierto si ese analista a través de su análisis pasó del síntoma a un sinthome. Tomo aquí mi interpretación de dicha escritura de Lacan. Aunque sea en la palabra Lacan hacía una diferencia entre síntoma y sinthome. Diferencia que leo como entre el síntoma que anuda registros[1] dificultosa, sufrientemente (goce del síntoma) y de un modo poco eficaz para lidiar con lo real. Y en el sinthome, que logra saber hacer algo con dicha formación, de una forma que resulta menos sufriente y más eficaz para su funcionamiento en lazos sociales. Entonces será un acierto la elección, si el elegido pasó de su síntoma a un sinthome que le facilite su función de analista, –no cualquier sinthome tampoco–. Una pregunta interesante a hacerse cuando les toque derivar o tomar un paciente es: ¿qué busca, por qué elige su analista? También: ¿para qué lo eligen? y eso: qué consecuencias puede traer. Ustedes saben que hay gente que elige un analista para no analizarse pero hacer ante sí mismo como que sí. Y no hablo del psicópata que va al analista para que la mujer no se separe, va a hacer facha. Me acuerdo de un caso en el que me tocó tratar a una de sus ex–mujeres. Llevaba treinta años analizándose, esto lo conté mil veces porque me impresionó mucho cuando lo escuché. Treinta años analizándose con el mismo analista, y el analista hablándome por teléfono a mí para decirme que le dijera a la mujer que tuviera cuidado con él, que era un hombre sensible, que no lo tratara así. Yo pensaba bueno, tenés tranquilo treinta años más con ese analista.
Quiero decir que la elección de analista no es ingenua, puede parecerlo desde el lado de la conciencia, pero obviamente acá estamos hablando de otra cosa. Por eso estuve reflexionando sobre mi caso en relación a este análisis que luego me tocó conducir y su incidencia en mi trabajo como analista con él. Mi caso fue un caso difícil. No se preocupen no voy a entrar en obscenidades, no voy a contar en escena cosas que tienen que quedar fuera de la escena. Pero realmente a determinada altura de mi vida era un tipo joven, sufriente, angustiado, de carácter obsesivo, sacrificado, en fin, un desastre. En mi primera consulta era contrario al psicoanálisis. Consulté a uno de los psiquiatras mejor considerados dentro del ambiente no psicoanalítico. También muy querido por los psicoanalistas porque era muy buen psiquiatra. Levantaba una bandera del mismo color ideológico que yo. Me doy cuenta ahora, pasado el tiempo, de que lo consulté por la identificación ideológica. Consulté desde lo imaginario, desde lo ideológico. Se arma un todo que tiene mucho más que ver con la identificación imaginaria y que nos dominaba a ambos en diversos planos. Como era lógico fracasamos. Pero ese primer fracaso me permitió captar que se había producido porque ese psiquiatra me daba toda la razón a mí. Esta es otra cuestión a observar, la posible utilidad del fracaso; generalmente pensamos al fracaso como malo. Nos llevó a una terapia de pareja en la que yo era el bueno de la película y mi mujer era la mala. Yo me daba cuenta de que en algunas cosas ella tenía razón, que no era tan sencilla la cuestión. Darme cuenta de eso fue interesante porque me produjo una fractura en ese imaginario donde el mismo colorido ideológico teñía todo. Un amigo dentista y del mismo color ideológico también, un día me dijo: Sergio ¿te diste cuenta de que nosotros siempre pensamos que el mejor pediatra es fulano, que el mejor dermatólogo es zutano, que el mejor dentista es perengano, son todos del partido? Le digo: y sí, eso muestra la fuerza de la idea, vienen los más inteligentes! El otro me dijo, ¡no boludo, eso es por el narcisismo! Yo no creía en el psicoanálisis pero él, que me decía eso, tenía razón. Ese primer fracaso me quebró la oposición al psicoanálisis, fui a ver a Marie Langer a quien conocía hacía unos años, la admiraba mucho porque era una mujer muy peleadora en defensa de sus ideas, de las cosas en las que creía. También las creencias ya eran no tan iguales aunque no dejaban de tener bastante proximidad. Tenían un tronco común pero nos movíamos de distinto modo. Además yo iba desde una identificación en crisis. Esa era otra cuestión interesante. Ella analista me deriva a otro analista. Curiosamente estaba en el mismo boliche político que yo, pero en crisis con el boliche y con todo él. Cosa de la que me enteraba porque no se ocupaba para nada de ocultármelo. Venía de la psicología del yo, era un tipo muy honrado, ético, muy derecho en cuanto a su práctica y además era un tipo inteligente. Acá también podemos empezar a hacer una diferencia entre lo que recibimos en la universidad y lo que nos produce el análisis. Aunque él me prestara libros de Brenner para empezar a introducirme en el psicoanálisis, cuando el interpretaba en algunos momentos para nada era un Brenner o un Kernberg, sino que era incisivo, rápido y apuntaba bien. Me pregunté después: ¿qué hizo que aquella analista me hubiera derivado a éste analista? Ella me conocía bastante, conocía todos los dimes y diretes por los que andaba y había andado. Además, me había querido analizar con ella, le había pedido análisis a ella. Pero, eran esas épocas de la IPA y de la APA, en las que un didacta no tenía turno hasta cuatro años y medio después. Yo caminaba por las paredes, no podía esperar cuatro años y medio, entonces por eso ella me deriva. ¿Sólo por eso? ¿Qué la puede haber movido a hacer dicha derivación? Por supuesto a mí me va a quedar siempre como interrogante, no puedo contestarlo. Puede haber tenido algo que ver lo de los colores, pero también con la crisis, puede haber tenido mucho que ver con un olfato de ella en cuanto a mí y en cuanto al otro.
Tengo además la sospecha, de que ella analizaba al otro. En fin, vaya a saber. Lo que les puedo decir es que una interpretación de ese analista al que me derivó conmovió todo el edificio que tenía construido y el funcionamiento en mi relación con las mujeres, muy basado en lo que era la relación con mi madre. Salí desarticulado de esa sesión. No me puedo acordar de la interpretación, no me puedo acordar del tema sobre el que versó, lo único que puedo recordar es mi cara anonadada. No la podía ver porque obviamente no tenía espejo pero me la imaginaba. Recuerdo la sensación corporal de sacudimiento, de mareo y que le dije: “me pateaste el tablero”. Me fui de la sesión conmovido. A partir de ahí cambió mi relación con las mujeres, a partir de ahí empecé mi pareja con quien constituí después mi segundo matrimonio que duró veintisiete años y fue bastante bueno durante muchísimos de esos años. Después, cuando declinó terminamos separándonos. Ese primer análisis terminó por cuestiones políticas y terminó mal desde mi lado. Me echaron de ese boliche político en que estaba. La tradición era que nadie podía hablarle a los que echaban. Entonces le dije al que era mi analista que iba a interrumpir el análisis que no lo iba a meter a él en compromisos. Él me contestó que yo procedía honradamente y nada de lo que se decía de mí era cierto y que entonces él me iba a seguir analizando. Le dije que no, que para mi era más fuerte la “idea”[2], que la cuestión personal de mi análisis y que me retiraba. Así terminó ese análisis.
Después sí me había picado el bichito del psicoanálisis y me metí a estudiarlo y practicarlo. Le pedí derivación a mi primera supervisora estable, por quien yo sentí y siento un cariño muy grande. Hemos quedado en lugares totalmente distintos. Ella, más adelante, fue una de las introductoras de las flores de Bach en la Argentina. Pero en esa época era una psicoanalista formación APA clásica, y muy buena persona. Cuando trato de recordar el nombre de esta segunda analista se me arma un embrollo entre el apellido de ella y otro. En ese análisis fui dado de alta. Creo que tanto ella como yo si nos encontráramos diríamos sí, nos equivocamos con aquella alta. Escribiendo la clase que originó este capítulo el nombre que me venía era el de otra analista que estando en análisis conmigo se había suicidado. Entre paréntesis fue el único suicidio efectivizado que se cuenta en mi práctica. Me sorprendió que el nombre que me viniera fuera ese. Nombre que por otra parte tiene el apellido de un analista que es bastante conocido por sus actuaciones perversas dentro del consultorio, lo cual me complicó más todavía. Hay un olvido y un equívoco. El equívoco viene en sustitución del olvido. Pero ese fracaso para la persona que se suicidó creo que simbólicamente representa el suicidio como analista en que incurrió mi segunda analista al darme un alta prematura. La suicida tenía el nombre de un ícono artístico revolucionario y feminista de otras épocas. Todo esto lo cuento, porque nos va a ir llevando a algunas cosas muy vinculadas a la función del semblant en la transferencia recíproca. Porque a la que fue mi segunda analista y que es la olvidada y sustituida por el equívoco, la había elegido por confianza en esa primera supervisora de la que les hablaba que para mí era de fuera de mi corral.
A esa altura me despertaba mucho afecto en relación a cómo se las había arreglado con ciertas dificultades de su vida aunque en otras, inclusive con respecto a la supervisión, yo tenía diferencias; ya habíamos interrumpido la supervisión por esas diferencias. Pero en esas dificultades de la vida habíamos tenido un punto en común que consistía en una cierta invalidez física En ella de una manera, en mí de otra. Me derivó a alguien con quien le parecía que podía andar bien, para lo cual tuvo en cuenta según me lo dijo explícitamente, cierto parentesco político. Efectivamente eso jugaba algún papel, ya que la ubiqué dentro de mi propia novela familiar, –de paso es un ejemplo de otra forma en cómo pueden aparecer las novelas familiares–. Estaba seguro, seguro de que ella había estado en un campo de concentración en Polonia bajo la ocupación nazi. Recordaba que alguien me lo había dicho –aunque lo más probable es que haya sido un mito inventado por mi fantasía. Pero para mí, era toda una heroína. En cambio mi padre había sido un tipo que durante un período largo de su vida había dimitido de sus ideas políticas, lo que de joven y adolescente no se lo perdonaba. Así, en mi novela familiar apareció una princesa azul analista que tomaba el lugar madre-padre de ese padre dimitido y de mi madre ambigua. El análisis con esta mujer duró unos 6 años. Fueron épocas difíciles para mí porque en ellas fui renunciando progresivamente a mis viejos ideales. Me di cuenta de que estaban equivocados en cuestiones nodulares, lo que me produjo un vacío muy grande. No lograba sustituirlo por otras ideas porque para mí el psicoanálisis en esa época era todavía, principalmente una práctica médica. Situación que era realmente difícil para mí y que ella fue piloteando bien. No recuerdo grandes cosas excepto una, no pequeña. Produjo una interpretación que puso en cuestión mi identificación al falo al darme a observar cómo esa identificación encubría lo más profundo de mi castración. Esta analista de formación kleiniana, en el tiempo en que me analizaba estudiaba fuertemente a Lacan. Lo que era evidente por los libros que estaban arriba del escritorio y lo trabajados que los tenía. Además también era advertible por algunas cosas que me iba diciendo. Jamás me hizo una interpretación en jerga, siempre fueron sencillas. Un día le contaba entusiasmadísimo maravillas, muy pagado de mi mismo, de que cuando tenía 9 años y mi madre y mi padre se iban a trabajar yo me quedaba a cuidar a los chicos. O sea a mis hermanos. Les cocinaba, les daba de comer, lavaba los platos, etc. Ella me dijo: “–¿Y a usted, quién lo cuidaba?” Me acuerdo que fue un pelotazo equivalente pero ya en otro terreno, al de aquel primer analista. En darme el alta se equivocó gruesamente. Me había dado por hacer cerámica. Entonces rato libre que tenía, rato que dedicaba a hacer cerámica. Me estaba haciendo un tablero de ajedrez grande, enorme con figuras. De un lado estaban los rojos, (risas), y del otro lado los negros. Obviamente el rey de los rojos era Fidel Castro y el rey de los negros el tío Sam. Y yo hablaba y hablaba de todo eso y ella no me decía nada. A veces me decía que eludía mi trabajo en las sesiones hablando de esas cuestiones. Cualquiera de nosotros creo que ahora se hubiera metido a ver qué estaba pasando con eso. Las letras de ese análisis estaban en ese tablero de ajedrez. Por otro lado mi padre fue desarrollando una enfermedad crónica muy grave, muy horrible, e iba camino a la muerte. Hubo un momento en que entré en hipomanía. Me parece que ahí se confundió y yo también. Entonces un día le dije –mire la verdad es que ando muy bien, me parece que este análisis ya está. Ella me dice, bueno, fijemos una fecha. En esa época en el reglamento IPA se fijaba una fecha de terminación para seis meses después. Bueno, fueron seis meses analizándome en estado de elación. Se imaginan para lo que me sirvió. Llegó el momento del final y yo había entrado en otra con la cerámica, que era hacer una cara de Discépolo, el ídolo de mi padre y en buena medida el mío. Todo eso era para dárselo a ella como regalo de fin de análisis. Atrás le había puesto: Siglo XX cambalache y le hice la pátina. Cuando lo miro para llevárselo, era la cara de mi padre en el féretro. Era realmente impresionante, cosa que le conté a ella. Se lo llevé un par de meses antes de terminar el análisis. Dejó el paquete sobre el escritorio y no lo abrió nunca. El último día cuando nos separamos me lo devolvió y dijo: –Esto lléveselo usted porque yo no me voy a quedar con la melancolía de su padre–. Años después cuando pensé mucho en ese análisis, me di cuenta de que ella ya se había dado cuenta de que no estaba terminado e hizo un movimiento que favoreció que volviera después a un tercer diván. Es más, un año después le pedí una entrevista y le conté extensamente que estaba por empezar a supervisar con un colega lacaniano. Le dije con quien, ella me escuchó atentamente y me hizo algún comentario. Cuando terminamos le dije, bueno ¿cuánto le debo? Me contestó: –no, esta fue una conversación, esto no fue una sesión, no está en análisis no me debe nada. Y me agregó: y lo felicito porque piensa analizarse con un lacaniano (aquí mi memoria duda sobre si me dijo así o: con un hombre) Evidentemente me funcionó en ambos sentidos. Me dio la mano y no la vi más.
Les cuento estas cosas porque lo que procuro es mostrar los análisis en sus implicaciones reales, imaginarias y simbólicas. He tenido buenos maestros y les agradezco que hayan sido así. Esta mujer me dio el alta, llevó todo hasta el alta y obviamente se le escapó un rinoceronte. Pero cuando se dio cuenta, no tuvo inconveniente en jugarse y ética y psicoanalíticamente re-intervenir a favor de mi Inconsciente. De ella, me olvidaba el nombre y me aparecían todas las asociaciones que conté. Finalmente empecé a supervisar con ese lacaniano en vez de analizarme. Ya a esa altura estaba muy convencido de los aportes de Lacan que había pasado a formar parte de mis ideales, por eso fui a supervisar con el lacaniano. Me preguntó ¿por qué querés supervisar conmigo? Le dije mirá, – hace muchos años que vengo leyendo mucho de Lacan, que vengo tratando de hacer una práctica lacaniana, pero nunca supervisé con un lacaniano, quiero hacerlo porque me doy cuenta que si no, no puedo seguir leyendo, ya se me torna demasiado oscuro. Empecé a supervisar con él. Capté que tenía muy buena oreja este colega, pero dejé de hacerlo porque me deprimía más de lo que estaba en tanto él se ubicaba como agente de un discurso universitario. Más que supervisar, se pasaba dándome lecciones de psicoanálisis, con lo cual me deprimía cada vez más. A la vez capté que tenía muy buena oreja porque las lecciones las daba a partir de lo que escuchaba en lo que yo llevaba. Con lo cual yo estaba metido en un lío. Lo resolví de la siguiente manera: me puse en análisis con él después de pensar que ahí no iba a poder darme lecciones, iba a tener que analizarme. Me fui a supervisar con un no lacaniano que en su práctica resultó mucho más lacaniano que el lacaniano. Alguien que sin saber Lacan, con una modalidad muy particular porque trabaja por la vía de sus relatos y no sólo de escuchar el relato sobre el paciente, sino de armar él un relato. A uno le parece que está hablando de bueyes perdidos, por ahí cita al Martín Fierro, trae no se qué historia rara de por allá y ¡pac! metió un pelotazo. Eso no es lo mismo que dar indicaciones.
Aquí tuve un lapsus cuando estaba escribiendo, puse: “decidí analizarme con él y supervisar con un lacaniano”. Recién después me di cuenta, que el lapsus estaba diciendo en cierto sentido la verdad. Mi tercer analista cometió un error en los inicios, si no lo hubiera cometido probablemente hubiera llevado mucho menos tiempo terminar el análisis mal terminado por aquella segunda analista. Esta es otra idea que tienen que hacerse. Porque es muy común escuchar que alguien va a su segundo, tercero o cuarto análisis y que lo empiezan a analizar como si recién empezara y eso puede ser o puede no ser así. Recuerdo un hombre que vino a analizarse conmigo, tenía sesenta años, se había analizado seis años con un colega de APA que era esquizofrénico, –esto no es rumor, todo el mundo lo sabía. Yo estaba muy asustado cuando vino este hombre. A las pocas entrevistas me di cuenta de que era un hombre que había analizado mucho de su vida y tenía muchas cosas resueltas en ella excepto una imago: la del padre. Pero se metió a eso de cabeza. Asociando libremente, no porque se hubiera propuesto “voy a resolver el problema de mi papá”, sino que se metió de cabeza ahí y a los dos años terminó el análisis. Recuerdo que siempre decía que el papá había fallecido cuando él tenía ocho años. Sobre los finales recordó que no era así, sino que había muerto cuando él tenía dieciocho años. Simbólica e imaginariamente, o sea para su realidad, había muerto cuando él era un niño de ocho años. No llevé adelante toda la extensión de su análisis sino que terminé un análisis que había logrado conducir bastante bien a pesar de su enfermedad y de sus creencias doctrinarias, el primer colega.
En el caso de Lucía Luciano, se analizó exitosamente diez años antes y después continuó conmigo doce años más. También terminó un primer análisis, pero obviamente necesitó seguirlo luego otro. Observen la repetición que se me armó, mientras escribía. Lucía Luciano, yo, el paciente del colega de APA. No se hagan esquemas de qué pasa con la gente cuando viene y cuando va. Era un buen analista freudiano el colega lacaniano con el que me analicé por tercera vez. Ese análisis empezó a terminar –porque duró tres años más– empezó a terminar ese análisis no por una interpretación acertada de él, sino al revés, porque cometió un error garrafal en el seno del análisis. Creo que estaba muy inducido por algunos intereses en los que estaba muy enganchado y que lo hicieron operar de una manera determinada en relación a lo que iba diciendo y a lo que había hecho en el movimiento psicoanalítico. Lo he comentado con algunos colegas inclusive del propio lugar donde él es uno de los jefes y coincidíamos. Pero lo curioso fue que en ese error garrafal él repitió un determinado tipo de error de mi padre que era justamente el punto donde yo menos había sabido cómo arreglármelas con mi viejo. Se abrió otro mundo para mí, algo así como –ah!, ¿también se puede hacer así? Pero fíjense qué interesante, porque algo que este colega produce y que se me aparece como muy real a mí y a él –a ambos– en la transferencia, abre el comienzo del final. Lo que quiero decir es que la gente pregunta cuando anda buscando con quien analizarse y en la pregunta pre-selecciona. Comentario común: no, yo con un hombre no, yo con una mujer no. Pero no sólo eso, también: che, y de donde lo conocés, cómo, y esto o aquello, y eso suele no llegar a veces en las primeras entrevistas. Mejor si uno lo puede observar. Es muy importante observarlo. Pues comienza a ponerse en juego ahí la transferencia.
Recuerden lo de Freud. Empezó en La interpretación de los sueños con lo de transferencia de carga de una representación a otra. Después advirtió la transferencia de imagos, luego la repetición en relación a dichas imagos. Lacan diferenció transferencia de repetición y repetición de re-edición. ¿Qué hace la diferencia? ¿Por qué lo que repetimos no es por absoluta identificación? Los seres parlantes no procedemos meramente por identificación como hasta cierto punto centró la escuela kleiniana y la Psicología del yo. Procedemos por un entrecruzamiento entre el deseo inconsciente y las repeticiones de goce, que ellas sí provienen de diversas modalidades de identificación. Tengan en cuenta que las identificaciones son en parte, algo así como una mochila de significantes que llevamos puesta y que nos indican donde, cómo, de qué manera, hasta dónde, hasta qué límite gozar. En ese entrecruzamiento aparecen las diferencias y dichas diferencias convocan a la pregunta por el saber. Esa pregunta lleva a demandar terapia. Lo digo a propósito así, la gente viene a buscar curarse, después si las cosas andan bien entran en el deseo de analizarse, y el deseo de analizarse no es como algunos colegas suponen, el deseo de saber más sobre uno, sino que es el deseo de encontrarse y hacer algo con su inconsciente para enfrentar mejor la vida. Dependerá del arte, incluida la técnica del analista, –porque todo arte exige una técnica depurada como cosa previa, o al mismo tiempo– y de los límites de la estructura del demandante; que dicha demanda termine siendo transformada en demanda de análisis.
Vuelvo a Lucía. Venía porque le suponía saber hacer a su ex analista y a esa altura su amiga. En ese sentido hay que diferenciar entre el saber imaginario y presupuesto y el saber hacer retrosignificado como resultado inconsciente del acto. Por lo tanto el saber hacer, en lo fundamental es inconsciente. Lacan tenía un aforismo que comienza a plantear en La proposición del 9 de octubre, cuando dice: “Un analista no sabe lo que dice, pero debe saber lo que hace”. Es un poco oscuro ese aforismo. Pero efectivamente, un analista no sabe lo que dice. Primero, porque muchas veces lo que dice le sale al modo del equívoco, del acto fallido, del olvido. Otras no, puede ser inclusive una interpretación elaborada pero se encuentra con la sorpresa de que el analizante a partir de esa interpretación tomó para un lado que el analista ni había pensado. Entonces, no sabía lo que decía aunque creyera que sabía lo que decía porque enunciaba un enunciado pensado. Pero debe saber lo que hace. Fíjense qué interesante la ambigüedad de la formulación porque debe saber lo que hace uno puede interpretarlo como: vos tenés que saber que si juntás cal con arena y con cemento vas a armar una mezcla adecuada para pegar ladrillos. Pero también es interpretable en el sentido de que recién cuando la pared esté armada se va a tener la seguridad sobre si esa mezcla era la adecuada o no, recién ahí se va a saber qué se hizo. Creo que Lacan nos advierte que tenemos que estar permanentemente atentos al efecto de lo que hacemos en el consultorio porque eso es lo que nos va a devolver el saber sobre lo que hicimos. Típicos saberes hacer son los del artista y los del artesano, distintos al saber hacer industrial. El industrial sí sabe a grandes rasgos, lo que va a salir de su proceso de producción. El artista, el artesano se entera después. Es su producto el que lo va a fundar a él, como artista o artesano. Muy probablemente la amiga le había hablado de mi inteligencia, mis glorias pasadas, etc. Por lo tanto venía al nuevo analista empujada por su deseo e inhibida por sus ideales. Sin embargo toda la apariencia era que venía empujada por sus ideales. Mi maniobra de semblant fue ni aclarar ni desmentir la cuestión en relación a los ideales pero utilizarla. Hubo en eso algo similar a lo que hizo conmigo mi segunda analista. Desde ese malentendido intervine con la pregunta que ayudaría a instalar la transferencia más en el sentido de su deseo. A la vez que colocando entre signos de interrogación la consistencia de sus/mis ideales.
Preguntas y comentarios:
Alicia Smolovich: escuchando todo, un poco me vuelve esto que vos planteaste en relación al analizante, a la persona que viene a demandar en relación a encontrar un analista que tenga que ver o que resuene en su síntoma pero que en el lugar del analista lo esperable es encontrar este lugar del sinthome. Digo esto porque cuando vos contaste toda esta cuestión del recorrido de tus análisis, cuando al comienzo aparece toda la cuestión ideológica, la transferencia imaginaria muy fuerte, como vos lo contaste por lo menos jalonando todo el tiempo que vos lo relatabas tenía muy presente a Lucía, que en realidad este es el punto de su análisis, que vos una y otra vez trajiste.
Sergio Rodríguez: creo que ella tuvo la suerte de que logré anudar bastante bien mi sinthome en ese terreno. Entonces desde ahí, uno al mismo tiempo que es del mismo gallinero puede mirar desde otro.
Alicia Smolovich: esta cuestión del sinthome me parece muy importante en relación a esa idea que muchas veces sigue circulando en relación a que se supone que un analista parece que tuviera que tener su inconsciente como totalmente liquidado y me parece que en ese sentido la cuestión del sinthome es como un elemento fundamental para poder pensar la posición del analista.
Sergio Rodríguez: sí, justamente mi idea es dedicar todo el final del seminario a la cuestión del fin de análisis porque creo que hemos leído parcialmente lo de Lacan, y que eso no nos sirve. Hace poco un colega, Enrique Lofreda, escribió en Imago Agenda un artículo muy apasionado defendiendo la necesidad de que los analistas se re-analicen cada x tiempo, según planteaban Freud, Winnicott, etc. Es un colega que tiene mucha lectura lacaniana. Entiendo su apasionamiento justamente en el sentido de que hay muchos otros colegas que es como si hubieran cumplido un rito. Terminaron su supuesto análisis y suponen que se terminó el análisis. Por lo menos lo que pasó conmigo es que terminado mi tercer análisis continué mi análisis en serio, o sea en serie. Por un lado con el supuesto supervisor con el que advierto ahora, también me analicé y en paralelo con el curso del tercer análisis con el supuesto lacaniano. Si leen con atención La propuesta del 9 de octubre, lo que cae es el analista como resto. No el análisis, y esto es muy importante y da otra respuesta a la pregunta sobre si análisis es finito o infinito. El análisis es infinito, el inconsciente nos acompaña hasta la exhalación del último suspiro. Me vino a la memoria ahora algo que recordaba con mis hijos hace poco. Me tocó presenciar por casualidad los quince minutos previos al fallecimiento de un viejo anarquista (no hay caso, me persigue la idea). El viejo anarquista había estado quince días internado en ese hospital, ya eran sus días finales y los curas y las monjas se le iban encima todo el tiempo. El viejo los sacaba carpiendo y quince minutos antes de su muerte pasa una monja y el anarquista le dice: –monjita, monjita ... cuélgueme un escapulario. Otra me la contó el doctor Luis Munist que fue decano de la Facultad de medicina, ahora ya muerto, y que fue muy amigo de Alfredo Palacios. Contó que cuando Palacios ya estaba agonizante, en determinado momento llama a sus amigos –para las amigas chilenas que hay acá, Palacios fue un dirigente socialista argentino muy hispánico y muy particular– llamó a sus viejos amigos, seis o siete alrededor de la cama y les dijo: “Miren, sé que me estoy muriendo, en cualquier momento entro en coma, si me escuchan pedir un cura, no me den pelota, estoy delirando”. El inconsciente funciona hasta el final y a él le temió Palacios, podemos conjeturar que temió que se le impusiera el deseo de que hubiera otra vida en el más allá.
Gabriela Gil: cuando te referías a esta analista que te dice “yo no me quiero quedar con la melancolía de su padre”, esto tiene que ver con un fin de análisis en relación a la caída del objeto que queda del lado del analista, ¿no?, no el objeto de cerámica ...
Sergio Rodríguez: me parece que en ese caso no, en primer lugar voy a tratar de responderlo estructuralmente, justamente porque ella dice: “no me quiero quedar con la melancolía de su padre”, o sea que ella no se hace cargo de eso. Creo que tenía razón en el sentido de que no había ocurrido algo ahí por lo cual yo dejara la melancolía de mi padre ahí, yo dejaba una vestidura de la melancolía de mi padre que era Discépolo. Creo que en ese sentido ella como maniobra, como intervención hizo algo de lo que los kleinianos hablaban y siempre advertían de hacerlo con cuidado –que salió bien, lo que probaría que no soy psicótico– y que era reintroyectar el objeto. Dicen que con los psicóticos no hay que hacer eso porque se les puede desencadenar la psicosis. Ella me lo reintroyecta, en cierto modo me dice: “te la llevás puesta, no la dejás acá”. En ese sentido yo creo que ella se había dado cuenta a esa altura de que no era un análisis terminado y que tuvo, lo digo con cariño y admiración por ella, tuvo los cojones suficientes para no importarle con qué idea me podía ir yo de ahí con respecto a ella. A ella le importó qué hacer con y por su analizante y ¡punto! Supongo que después para ella, habrá sido una alegría que yo haya vuelto a contarle que me iba con otro, pero supongo que ella debe haber percibido algo así como: bueno, por suerte salió bien.
Alejandro del Carril: hablaste mucho de la muerte y de los ídolos y la clase gira en torno al semblant. Lo que me parecía era si, para poder sostener un semblant lo que había que poder era matar el ídolo narcisista que uno siempre lleva adentro. Matarlo una y otra vez, incluso el del fin de análisis.
Sergio Rodríguez: es interesante porque lo decís de un modo paradojal, te das cuenta ¿no?, porque decís matar el ídolo que uno siempre lleva adentro, y creo que es acertada tu fórmula, me hizo acordar esa de Winnicott que el adolescente tiene que matar al padre y el padre no se tiene que dejar matar. Creo que nunca terminamos de matar alguna forma de ídolo, lo interesante es si el análisis nos deja en posición de estar matándolo todo el tiempo, y no quedar atrapados, ya sea en la genuflexión ante el ídolo o en el goce narcisístico que produce sentirse ídolo.
[1] Me refiero a Real, Simbólico, Imaginario.
[2] Así llamábamos a nuestra creencia política.