Capítulo 4

Tras un amor extranjero un deseo indestructible

Se imaginarán que el caso lo conozco, trabajé durante más o menos doce años con esta persona. Se los voy a ir relatando tratando de seguir cómo se fue desarrollando. Aunque obviamente, como la verdad tiene estructura de ficción, irá tomando esa apariencia. Lo voy a relatar siguiendo más o menos la cronología de cómo las cosas fueron apareciendo, voy a jugar un poco con el suspenso. No es sólo aunque sí también, para hacer más atractivo el libro pero además para que puedan ir haciendo el ejercicio de conjeturar sobre lo que irán leyendo como tuve que hacerlo en su momento. Si les hablara desde las retrosignificaciones que se fueron produciendo durante el paso del tiempo, cerraría mucho las posibilidades de conjetura de ustedes. Esta señora se presentó cuando me pidió las entrevistas iniciales. Tenía alrededor de cuarenta años. A pesar de la edad había tenido pocas experiencias con hombres, una de ellas prolongada. Había sido en un matrimonio del que habían nacido hijos. Había tenido un par de noviecitos en la adolescencia. Y luego, el deslumbramiento por aquel con quien fue hasta el altar, efectivamente se había casado por el rito católico. Venía de una casa muy pobre. La madre había sido mucama toda su vida. El padre murió cuando ella tenía cuatro años y ella no tenía en claro de qué había trabajado el padre. De ese padre conservaba dos recuerdos: en uno, ella balanceándose en una hamaca de plaza, comiendo unos caramelos que ese padre le había regalado. Mientras, él estaba en un asiento de dicha plaza, mirándola y cuidándola. En relación a su primera infancia es el único recuerdo de juego con alguno de sus padres que trajo durante todo el análisis. En el otro recuerda el día de la muerte de él. Se recordaba sentada en el umbral de una casa de una vecina desde el que veía mucha gente aglomerada, entrando y saliendo de la casa de ella. No la llevaron al velorio, no vio el cadáver. Lo que le contaba la madre después, pasado el tiempo, es que habían hecho eso para protegerla, para que no se impresionara, era una chiquita de cuatro años. Claramente era una hija de la vejez, tenía un hermano y una hermana mucho mayores que ella. La hermana que la seguía, tenía doce años más que ella, y el hermano como quince o dieciséis años. En los recuerdos se diferenciaban aquellos provenientes de cuando vivían en un inquilinato en vida del padre, de aquellos de cuando vivieron en una villa luego que él murió. El hermano hacía changas. La hermana hasta que se casó trabajó de mucama, cama afuera. Para ella la madre se había esforzado en construirle un destino distinto, quería que fuera profesional. Quería y se lo decía, que ella fuera su seguro para cuando fuera vieja y no pudiera trabajar más. Esto, que tal vez a alguno de los lectores les horrorice, era de sentido común hasta 1946 más o menos, cuando se aprobó el régimen de jubilaciones, actualmente en decadencia. Empiezo a escuchar en el consultorio otra vez, esto de los hijos como seguro de la vejez. Ella cumplió, con su esfuerzo y el de su familia y se recibió de abogada. Mientras era estudiante, conoció a otro estudiante que la deslumbró. "Hablaba tan bien, sabía tanto de marxismo". Esa doctrina que iba a liberar a los que sufrían como sufría su familia."Era tan lindo con sus cabellos largos y grandes bigotes sesentistas". Fue un noviazgo largo. Era un hombre de postergar, también postergaba recibirse, tanto, que nunca se recibió. Pero finalmente se casaron, y a pesar de que él tenía algunas dificultades sexuales: eyaculación precoz, escasas veces ganas de coger, adicción a la masturbación no solo la intelectual, pudieron tener dos hermosos hijos. Vivían de lo que ella fue aportando con sus sucesivos trabajos parte de lo cual iba para su madre y de lo que él aportaba con el suyo. Más avanzado el análisis ella contaría que él se dedicaba a defraudaciones menores en las que a veces lo había ayudado en cuestiones técnicas. "-claro que en este país, usted sabe, eso es de lo más común".

Una vez recibida su trabajo comenzó rápidamente a ser más remunerable y él a trabajar menos. Le llevaban mucho tiempo las discusiones de política en el bar Coto, en el que se reunían estudiantes de filosofía e intelectuales a tratar de arreglar el mundo desde sus sillas y esas mesas. Muchos de ellos murieron mejor dicho fueron muertos tratando de arreglarlo, él no. Nunca fue más allá de la mesa del bar. Las discusiones entre ellos por las diferencias de aporte de trabajo y por la falta de goce erótico fueron subiendo de tono. Cada vez lo pescaba en mayor cantidad de mentiras, ninguna en relación a infidelidades. Él nunca había tenido relaciones extramatrimoniales ni ella tampoco. Todas las mentiras de él tenían como función encubrir lo que no hacía. En ese período fue que cursó un análisis previo al que después realizó conmigo. Finalmente se hartó y a pesar de los ruegos de él que seguía jurándole amor eterno, lo echó de la casa. Ya muy avanzado el análisis conmigo él le seguía jurando amor eterno y esperándola. Ella comenzó una nueva vida. En verdad lo único nuevo era que se había sacado de encima el lastre que ese hombre le había significado. Ahora se hacía cargo de los hijos a solas sin ningún tipo de veladuras, especialmente en lo económico. Él, de vez en cuando, los sacaba a pasear. Mientras, el país ardía. Ella no era mujer de perder el tiempo en los cafés. Había tomado partido por los insurgentes y como abogada batallaba arduamente y exponiendo su propia vida, por liberar a todos los que pudiera y por defender los derechos laborales de los trabajadores. Estamos hablando del período 1969-73. Llegó 1973, su voto a Cámpora y después del triunfo ir en manifestación a liberar a los presos políticos encerrados en Devoto y en Caseros. Después votó a Perón e Isabel, se ilusionó con romper el cerco que Perón mismo había construido en su derredor, y sufrió la desilusión junto a los que serían tildados de imberbes en la Plaza un 1° de mayo, por dicho líder. Las Tres A desplegaron su accionar. Ahí, su ex analista se tuvo que ir. Vino el Rodrigazo, la caída de toda ilusión, la vuelta a la lucha por liberar a los nuevos detenidos políticos. Finalmente la noche del 76. Se acabó la posibilidad de ejercer ninguna defensa jurídica. Es más, muchos de sus viejos colegas y compañeros iban desapareciendo forzadamente. Ustedes recordarán que la Asociación de Abogados Laboralistas tuvo cerca de cien desaparecidos. Le llegó el momento de retirarse a cuarteles de invierno, seguir trabajando en el cuidado de sus hijos chicos y en el desarrollo de su estudio de abogada. En ese clima, contexto e historia, un vecino del edificio comenzó a tirarle ondas. No era algo a lo que estuviera desacostumbrada. Mujer de cara medianamente linda, siempre sonriente y con un buen cuerpo, fuertemente constituido y mantenido, se sabía poseedora de una figura que atraía las miradas y los deseos de los hombres. Después de la separación había tenido alguna aventura transitoria pero ningún hombre le había resultado lo suficientemente atractivo como para ir más allá. Pero éste la inquietaba. Había algo en él ...; físicamente era completamente diferente al anterior. El anterior era blanco, rubio, de ojos azules y modales muy cuidados. Este en cambio era morocho, grandote, tosco y con un hablar no grosero pero tampoco intelectual. Era más parecido a la gente de su infancia y adolescencia. Muy distinto de los universitarios que la habían deslumbrado en su juventud y primera adultez. Además, era muy atrevido, no se andaba con vueltas a la hora de abordar. Al que había sido su marido prácticamente tuvo que abordarlo ella pues él se iba en vueltas y postergaciones. Este en cambio no le había dado respiro ni tiempo a pensar. Cuando quiso acordar estaba en la cama con él. Pero una cosa era una aventura transitoria y otra formalizar. Rudoni, vamos a llamarlo así, presionaba. Quería que se fueran a vivir juntos con vistas a un futuro matrimonio. Fue demasiado. Habló a su amiga (la ex analista) y corrió presurosa a consultarme. El hombre no le disgustaba, todo lo contrario. La excitaba de un modo que nunca había sentido. La posición económica en que estaba no era de persona rica, pero sí sólida y con un nivel de entrada similar o un poco mayor que el de ella. Juraba y re-juraba estar separado y gestionando un divorcio muy difícil porque no era de común acuerdo y además porque la familia de la ex lo amenazaba con modalidades mafiosas. Pero él le aseguraba que estaba decidido y que llevaría a cabo ese divorcio fuera como fuera. Todo daba, pero la angustia la invadía. No podía ser que se enamorara de alguien que era tan extraño a sus ideas. Se trataba de un dirigente de los ubicables en la centro derecha del movimiento en el que ella militaba en su extrema izquierda.

Ya les conté que mi primera intervención ayudó a estabilizar la transferencia e iniciar un nuevo análisis que entre dimes y diretes duraría unos doce años. Insistí en una pregunta: "¿Y eso qué tiene que ver?". La pregunta la descoloca. La primera vez me miró atónita, no supo muy bien que responderme y tartamudeante empezó a buscar argumentos. Lamentablemente en esa época yo trabajaba aun con los cincuenta minutos tradicionales. Tal vez esa situación me hizo empezar a pensar en cambiar de técnica y me llevó a leer un reportaje a Maud y Octave Mannoni que habían sacado en el número cuatro de los Cuadernos de la Escuela Freudiana de Buenos Aires cuando aun la dirigía Oscar Masotta. Como no me satisfizo ampliamente fui a leer en los Escritos de Lacan, se los recomiendo a los que no lo han leído, El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma. Me llevaría algunos años y pasar por la experiencia de un control y un análisis lacaniano, entender la lógica del tiempo de las sesiones y poder utilizarla con más, o menos eficacia. Pero volvamos a Lucía. En dicho tartamudeo y desconcierto debería haber interrumpido la sesión. Había entrado en el tiempo de comprender, o sea cuando había dejado de entender al saber previo aparentemente tan consistente. Lo que vino después en la sesión fueron desesperados razonamientos para tratar de demostrarme y demostrarse que –¡no podía nunca establecer una pareja con alguien tan diferente! Siguió el dilema algunas sesiones más. Yo insistía con una pregunta muy simple: "Si eran tan diferentes, ¿por qué se sentía tan atraída?" Dicha pregunta era el muro en el que morían las palabras o en verdad empezaban a relanzarse. En esos intentos de demostración iban asomándose vía equívocos, giros utilizados o descubrimientos perceptivos que no había sólo diferencias ideológicas, que también había importantes puntos de contacto. Ambos eran de acción, venían de abajo y tenían historias no tan santas como ella se imaginaba a la propia. La lalengua en una sola palabra, la jerga que hablaban, retirado el barniz profesional tenía tantos significantes comunes como las ciudades de donde provenían y tanta vecindad como los barrios que los habían acunado. Detrás del amor que parecía extranjero se desprendía un deseo que en el fantasma que lo sostenía reconocía muchos elementos inconscientemente identificables con escenas perdidas y con otras no llegadas a realizar. De todo eso empezábamos a enterarnos. Recién asomaba la puntita de las cartas que decidirían el buen destino de ese análisis.

Pero resultaron suficientes para que se instalara aquello que Lacan describió y designó como el Sujeto supuesto al Saber y que pasaba a encarnarse transitoriamente en mí, sirviendo de sostén a un amor sublimado de transferencia que facilitó durante esos doce años el despliegue de un análisis que no fue fácil para su sujeto y en muchos trechos fue muy difícil para mí sujeto, sujeto que hube de dejar en stand by, en souffrance, para poder sostenerme como analista y no defraudar el análisis a mí encomendado.