Capítulo 2

Las primeras semblanteadas van construyendo un espacio potencial y transferencial

Escribiré sobre las primeras entrevistas en las que las semblanteadas entre entrevistador y entrevistado, entre anfitrión y huésped, van constituyendo un espacio potencial para que el objeto vaya instalándose cayendo. Planteo esta paradoja, no sin darme cuenta. Irán advirtiendo de qué se trata. ¿Cual será el objetivo de mi escritura? Que trabajemos juntos ese primer tiempo en que alguien busca ser ayudado por un psicoterapeuta –lo digo a propósito así, para indicar que mayormente suelen no saber que buscan un psicoanalista, suelen preguntar por el psicólogo o, menos ahora, por el doctor–. El analista buscará o encontrará cómo hacer para que se instale una situación adecuada para llevar adelante un análisis. O sea, una experiencia de trabajo que logre ir a favor del sufriente mucho más allá de lo que éste cree posible, de lo que éste cree buscar. Por lo tanto, de entrada lo que se instala es un desacuerdo entre lo que el sufriente cree buscar, su demanda y lo que el analista sabe que pueden lograr si aquél le toma respeto a lo que su inconsciente produzca y él, –el analista– por confianza en dicho inconsciente no deja que se eluda su realización. O sea que se articulen lo simbólico y lo imaginario en función fallida pero operante en relación a lo ausente. Tal vez les parezca una tontera que diga esto, sin embargo, si ustedes prestan atención a los comentarios fortuitos, los que más vale la pena escuchar, que suelen producirse por ejemplo en los offices o en los pasillos de hospital y también cuando funcionan casas de consultorio colectivas, en esos lugares, ustedes se van a dar cuenta de que muchos colegas se avergüenzan de sorprenderse porque de golpe en una conversación social aparece alguna formación de su inconsciente. Es más, suelen negarla, por ejemplo: –no, no, quise decir tal cosa, quise decir tal otra. Es un síntoma importante de no captación a fondo del descubrimiento fundamental del psicoanálisis, que es el descubrimiento del inconsciente. ¿Por qué les digo esto?, porque conlleva una especie de idea de que el inconsciente sería una enfermedad y no de que es la estructura de un segundo discurso mucho más ligado al deseo por lo tanto mucho menos afectado por los ideales del yo, por el yo y el superyó. Por lo tanto mucho más representante de lo propio del sujeto. Esto no quiere decir que sea el buen discurso o el mal discurso, no es esa la historia. Esta cuestión es muy importante. Que cuando los pacientes empiezan a analizarse se avergüencen de su inconsciente es explicable, lógico y razonable. Lo curioso es que uno lo observe dentro del movimiento psicoanalítico, que le ocurra a gente que lleva muchísimos años de trabajo como psicoanalista.

Lacan en Los cuatro conceptos hablando del inconsciente cuando diferencia el inconsciente lacaniano del inconsciente freudiano, dice: “se habla de rechazo”. Ahí, a mi modo de ver está aludiendo a Freud, porque la idea que tuvo Freud toda su vida era que el inconsciente era más bien una producción de la represión en relación a los ideales y al superyó. Desde el comienzo, en La interpretación de los sueños cuando habla de la censura onírica y compara con el censor en la política hasta más adelante cuando comienza con la cuestión de la conciencia moral desembocando finalmente en el ideal del yo y del superyó, es evidente que está mucho más pegado a la idea de que lo que se reprimía, lo que quedaba inconsciente tenía mucho que ver con los prejuicios sociales para decirlo en términos sencillos, y que de ahí provenía el rechazo. En cambio Lacan dice: “se habla de rechazo. De ese modo se va demasiado de prisa en la cuestión. Por otra parte, desde hace algún tiempo, cuando se habla de rechazo ya no se sabe lo que se dice.

El inconsciente en primer lugar se nos manifiesta como algo que se mantiene a la espera, en el aire, podría decir, de lo no nato” (o sea de lo no nacido, S.R.). “Que la represión vierta en él algo no debe sorprendernos”. O sea, él no niega la función de la represión en relación a los ideales, al superyó. Pero agrega, “esa es la relación con el limbo de la abortera”, es interesante, aunque un poco grosera la metáfora que usa pero es interesante porque piensen que las aborteras obviamente matan a criaturas no nacidas. Recuerden desde el punto de vista religioso la función del limbo. Fíjense que pone en relación no lo obsceno sino lo contrario de lo sagrado, lo sacrílego. Relaciona la abortera con lo sagrado. Entonces agrega: “esta dimensión debe evocarse con certeza en un registro que no tiene nada de irreal ni de desreal, sino de no-realizado”. Esta frase es clave para entender la política de Lacan en la clínica. Porque cuando Lacan produce la discriminación entre los registros, diseca y organiza la experiencia humana en relación a tres registros, real, simbólico e imaginario. Capta la realidad como una articulación entre lo simbólico y lo imaginario. Entonces, cuando nos dice que el inconsciente es del orden de lo no realizado, es de lo que todavía no ha producido una realidad (que sabemos nunca dejar de ser en buena medida mítica). Por eso ubiquemos la represión más en lo imaginario y lo simbólico más en lo reprimido. A propósito, no digo del inconsciente. Hasta aquí estamos hablando en términos totalmente formales, lo cual está bien pues nos permite generalizar sin apelar a significados, a sentidos, que parcializan al particularizar supuestas generalizaciones. Lo digo porque la mayoría de ustedes se han formado como psicoanalistas en plena dominancia lacaniana. Por lo tanto lo que les voy a contar para ustedes es prácticamente desconocido, pero los que lo vivimos sabemos lo que significó. Como no había una formalización de la teoría del estilo de la que produce Lacan, porque hubo intentos de formalización primero en Freud –ustedes encuentran algunas formalizaciones como el esquema del yo en el Proyecto, el esquema del peine, el esquema de Psicología de las masas y análisis del yo y con las críticas que podemos hacerle el esquema de El yo y el Ello, y luego en algunos otros autores, especialmente un hombre como Bion por ejemplo, que intentó hacer un fuerte trabajo de formalización. No logró en ese sentido a mi modo de ver la eficacia que logró Lacan con el suyo, justamente porque le costaba desprenderse de las cuestiones del sentido. A Lacan se lo suele criticar creyendo que él quiso hacer una matemática del psicoanálisis. Jamás se lo propuso, lo que buscaba en realidad era vaciar lo más posible de contenido, de significado, de sentido, justamente porque si no el sentido produce el efecto que nos ocurría a nosotros, que era que leíamos a los autores post-freudianos, al propio Freud, ni qué decir a la gente ya de la generación previa a nosotros y era como escuchar una cantidad de relatos particulares imposibles de generalizar. Y cuando se los generalizaba se violaba la práctica clínica. En la APA tenían una rotaprint, una máquina de imprimir, creo que Cabrenta era la marca, algunos de ellos (recuerdo a Gilberto Simoes) se burlaban diciendo: ese es un trabajo Cabrenta, porque eran trabajos que en realidad se escribían para ser impresos, donde el caso se lo hacía entrar en el lecho de Procusto de la teoría. Al no haber una formalización no había otra posibilidad que tratar de producir coincidencias a toda costa entre tal caso y tal otra presentación que hizo tal psicoanalista, supónganse alrededor de la noción de las fantasías específicas en Chiozza. Entonces, el valor de la formalización de Lacan reside en que ninguno de nosotros puede particularizar con la generalización de otro caso para entender el que tenemos a la vista. Sólo podemos vaciarlo de sentido y entender en que generalidades de un matema o de un nudo lo podemos ubicar para encontrar las diferencias con el caso y con la formalización misma. Pero planteada así esa cuestión, tenemos también que entender que dichas estructuras formales se encarnan en seres parlantes que traen al desencuentro sus propias estructuraciones previas en las cuales sentidos, significados previos, hacen su trabajo construyendo sus apariencias. Estoy hablando en plural porque estoy hablando no sólo del que viene a analizarse sino también del analista. De ahí que cuando presentamos viñetas o casos clínicos no podemos dejar de hacer mejor o peor literatura, ficción, para describir a los protagonistas del encuentro clínico. El que escucha y/o lee, en estas circunstancias cada uno de ustedes escuchándome a mí, por ejemplo o leyendo después las desgrabaciones sabrá encontrar a través de lo que el relator en este caso yo, relata, qué digo en lo que digo, atendiendo no sólo a mis enunciados sino también a mis enunciaciones.

El que escucha y/o lee, será en el desencuentro entre relato y enunciaciones que podrá ir aproximándose, no al hecho tal cual ocurrió, a su verdad material que queda perdida para siempre por tener que trasmitirse en palabras y/o imágenes tomadas desde distintos puntos de mira, sino que se acercará al verosímil fantasmático que se construye entre los partenaires a través de la búsqueda que fueron realizando en discurso. Se acercará así a advertir deseos inconscientes y modalidades de goce inadvertidas en sus implicancias, por quien busca dar cuenta de los reales que lo acosan. Esa creencia de algunos periodistas de que puede haber un periodismo objetivo e independiente, es una ilusión vana.

Lucía me dejó un mensaje en la mensajería. Eran otras épocas, casi no había teléfonos particulares ni existían los contestadores automáticos y los celulares se popularizarían unos veinticinco años después. Estamos hablando de una época cuando por ejemplo, yo no tenía teléfono en mi casa, entonces iba al negocio cercano que tenía teléfono público, recuerdan los teléfonos negros, después vinieron los naranjas, metía la monedita, hablaba a la mensajería, me decían: ¿Doctor?, le habló fulana de tal, número tal, plum. La llamé y me dijo que había sido dada de alta en su análisis pero que algunas circunstancias que estaba atravesando la llevaban nuevamente a consultar para ver esta cuestión puntual. Agregó que mi número se lo había dado su ex-analista, que se estaba yendo del país, y no iba a poder atenderla. Le di una cita. Fui a mi consultorio a encontrarme con ella con cierto montante de ansiedad. Eran épocas difíciles para mí: había ocurrido el Rodrigazo, una devaluación, no me acuerdo el porcentaje pero fue brutal, digamos la plata que teníamos en la mano se transformó en papel sin valor prácticamente. Los argentinos somos expertos en eso. Mi padre se acercaba a la muerte con una desgraciada enfermedad invalidante, yo estaba en los comienzos de mi práctica, llevaba nada más que 5 años en ella, antes había trabajado de médico, y no tenía un consultorio excesivamente visitado –qué elegante para decir que tenía pocos pacientes– en cambio sí tenía una familia agrandada por mi primer divorcio, del cual me quedaban dos hijos. Tenía una segunda pareja con la que habíamos tenido mellizos, o sea criaba cuatro hijos en total. Ustedes dirán ¿para qué dice este tipo todas estas cosas? Porque lo que quiero plantearles, es que cuando se va a una primera entrevista, se va desde ciertas condiciones en que uno está. Uno no es un robot que va a escuchar a quien viene ahí. Sabía que la analista que Lucía me nombraba estaba en trámite de exilarse debido al accionar de las Tres A. En esos días había ocurrido un acontecimiento que me había puesto en peligro de tornarme objetivo de éstas, y por lo tanto yo también tenía en tela de juicio sobre si quedarme o exilarme. Ella, –me refiero a Lucía– también venía nerviosa, impresionada por la amenaza recibida por su ex-analista –Lucía era abogada de presos políticos y pasible de resultar amenazada también–, pero lo que verdaderamente la turbaba era que crecía en su corazón el enamoramiento por un hombre con el cual había tenido encuentros ocasionales. Dudaba porque era casado, eso es lo que decía, a pesar de que él le insistía en que estaba llevando a cabo la separación –cosa que era cierta–. Pero lo que más dudas le producía eran las diferencias notorias que tenían en política (evidentemente estamos hablando de otras épocas). A pesar de formar parte del mismo movimiento, él pertenecía a su ala de centroderecha y ella a la revolucionaria.

La conflictuaba enormemente sentirse atraída por ese hombre rudo, sospechable y con ideales absolutamente diferentes de los de ella. Como irán advirtiendo, éstos (los de ella) eran cercanos también a los de la ex–analista y a los del candidato a nuevo analista en ese momento. Éste traía ya sobre su inconsciente unos siete años de análisis. Principalmente dentro de los parámetros hegemónicos en el post-freudismo argentino. Aún tenía poco acercamiento a Lacan, había leído el Seminario 1. Y los tres tiempos del Edipo en Las formaciones del Inconsciente, y había leído El Estadío del espejo. Ambas cuestiones (me refiero al análisis recibido hasta ese momento, y a las lecturas que tenía) le facilitaron no enredarse en cuestiones de ideales a pesar de que el cortejante de la consultante no le cayera nada bien. Estoy mezclando entre la tercera y la primera persona, aunque siempre ¿era yo?

Él era un hombre que proviniendo de los márgenes de su ciudad de origen y habiendo tenido una niñez difícil y una adolescencia y primera juventud de trabajos pesados, vivía de sus relaciones adquiridas entonces con dirigentes sindicales que el analista despreciaba y odiaba. Esas relaciones le habían facilitado tener abonados contingentes fijos para un par de hoteles en algunas zonas turísticas de los cuales vivía con suficiente holgura y escasa labor. No era vago sino que sus horas de trabajo estaban dedicadas a construir fuerza en el sector del partido en que militaba. En ese lugar era el segundo del caudillo que lo piloteaba. Como suele ocurrir, un segundo a la espera de la muerte del primero. La pregunta que le planteó el analista a la paciente produjo en ella un primer movimiento que abrió paso a que se instalase la transferencia simbólica y el deseo de analizarse: ¿por qué el amor tendría que subsumirse a la identidad ideológica? Hasta ese momento habíamos estado en pura transferencia imaginaria. Para ella, ese supuesto analista que estaba enfrente era nada más y nada menos que un compañero seguro e inteligente, ya que se lo había derivado su amiga y anterior analista, ambos venían a encontrarse con un semblante que especialmente la paciente suponía conocer. En las primeras entrevistas, éste parece afirmarse, me refiero al semblante, hasta que la pregunta deconstituye a ambos, al semblante del analista y al semblante de la analizante y ante lo real del goce de la paciente logra que comience a operar lo simbólico y la aparición de otros semblantes. Además la pregunta instaló la suposición de que se podría arribar a un saber sobre el sufrimiento de ese goce y sobre los caminos para resolverlo que estaban más allá de lo sabido por cada uno y de que esperaba una respuesta no fácil de abordar. Si el enamoramiento había conmovido el fantasma en el que esa hablante se había refugiado hasta entonces, la pregunta transformaba la certeza condenatoria del superyó, sostenida en ideales correspondientes a las vestiduras más superficiales de dicho fantasma en legitimación del derecho a interrogarse. Nos decía Donald Winnicott en Realidad y Juego, en su capítulo sobre objetos transicionales y fenómenos transicionales en el apartado Desarrollo de la teoría de la ilusión-desilusión, es un artículo que obviamente recomiendo. Decía: “Aquí se da por supuesto que la tarea de aceptación de la realidad nunca queda terminada, que ser humano alguno se encuentra libre de la tensión de vincular la realidad interna con la exterior y que el alivio de esta tensión lo proporciona una zona intermedia de experiencia que no es objeto de ataques.

Las artes, la religión, (yo voy a agregar la práctica del análisis). Dicha zona es una continuación directa de la zona de juego del niño pequeño que se ‘pierde’ en sus juegos”. Afirmo que los psicoanalistas debemos lograr que nuestra actividad con los analizantes tome las características de esa zona para ser posible la entrega de éstos –siempre parcial– a la imprescindible regla de la asociación libre. Nuestra construcción y sostenimiento del semblant conveniente, es condición lógica primera y necesaria para que se establezca ese espacio potencial también necesario para que el análisis se desarrolle, suponiendo que en él se va a producir un saber hacer adecuado con las dificultades que afectan al paciente.

Preguntas y comentarios

Silvia Sisto: cuando hablás de la zona esta de ilusión-desilusión, pensaba en la zona, como Winnicott lo plantea, que es la zona de juego entre la mamá y el bebé, el momento constitutivo digamos. Hay una zona que se arma entre los dos de ilusión-desilusión. ¿Es así o lo pensás de otra manera? Pensaba si pensás de la misma manera la zona de intervención del analista y el paciente, como que estarían los dos incluidos en esa zona.

Sergio Rodríguez.: sí, así lo entiendo. A la zona, en una traducción que circula habitualmente la llaman zona transicional. Jorge Rodríguez prefiere traducirla como “espacio potencial”. No sé inglés, no me puedo meter en esa discusión. Pero desde cómo entiendo esa zona, la entiendo como potencial y transicional. Transición en tanto este significante la describe en su función temporal, potencial en tanto condiciona las posibilidades de crear. Lo vamos a ir siguiendo durante todo el año. Ustedes van a ver que es un caso límite. Es una neurosis pero es un caso límite. Digo esto como introducción, porque la pregunta tuya es muy importante. Los psicoanalistas, al igual que la hinchada de Boca y River solemos dividirnos según a la capilla a la que pertenecemos. Y creernos que si alguien es de la capilla en la que nosotros estamos es un buen analista y si es de la otra capilla es un mal analista. Las cosas no son así. Me he llevado muchas sorpresas por mi tontería “capillista”, sorpresas en relación a la cuestión de los analistas. Por ejemplo ustedes pueden encontrar analistas no lacanianos que son excelentísimos analistas y eso lo pueden verificar porque pasó con los analizantes que ellos analizaron. Ustedes nunca se guíen para el concepto sobre un analista por otra cosa que no sea enterarse de qué le ocurrió a la gente que se analizó con él, esto es clave. También les puede ocurrir de encontrarse con que hay analistas lacanianos que son de madera. Entonces, hice ese introito donde les contaba que no tenía formación lacaniana consistente en el momento en que empecé a trabajar con esta señora, es más, empecé a trabajar con sesiones de 50 minutos, en fin, con lo tradicional. Era un analista de formación tradicional desde el punto de vista del estudio, había estudiado a esa altura fundamentalmente con Santiago Dubcovsky, José Rafael Paz, Hugo Bleichmar, Marisa Pastorino, una colega de APA, con Forster, otro colega de APA. Estaba muy formado con ellos. Pero había tenido un primer análisis que había durado dos años de aquellos siete. Cuando digo siete años era porque ya llevaba cinco años en el segundo análisis. El primero fue con un colega, después no me lo encontré más, a veces lo añoro y supongo que se volvió a su país porque era de origen paraguayo, Guillermo Figueiras, que era un tipo muy agradable y agudo. Primera cuestión, muy buena persona, buena onda, un hombre formado por lo menos en parte en la psicología del yo, tal es así que en medio del análisis me presta a Brenner, uno de los primeros autores psicoanalíticos que leí. Por ejemplo, andaba con problemas que solemos andar todos, no todos pero sí muchos psicoanalistas, lumbalgias, ponía un puf en su consultorio y se sentaba en el puf, y lo atendía a uno desde el puf. Hacía chistes, me acuerdo que yo estaba pasando algunos problemas económicos importantes en ese momento, entonces se me ocurrió sacar un crédito en la Caja de Ahorro, (¿se acuerdan la época que la Caja de Ahorro daba crédito para los profesionales?). Fui a sacar un crédito en la Caja de Ahorro, pero no tenía garante entonces se me ofreció hacerme de garante. A mí me resultó raro pero estaba apurado por el crédito. Cuando fui a la Caja de Ahorro me dejó plantado y después me dio explicaciones, me dijo: –no mire, lo estuve pensando, yo no le debo hacer de garante a usted–. Les cuento, para darles una idea del guiso que era ese análisis. Ahora, ese analista, en ese clima, en esa situación donde había despertado en mí una gran confianza en él, realmente una gran confianza, me pegó una interpretación que me acuerdo que me quedé demudado, desconcertado, le dije: –me pateaste el tablero. En esa época tutear, estamos hablando de los años 69-70 ó 68, en esa época tutear a un analista era un sacrilegio de la peor especie. Bleger hubiera dicho que yo estaba psicótico, por ahí tenía razón, vaya a saber. Me acuerdo que le dije me pateaste el tablero, fue una interpretación sobre mi madre y obviamente sobre mi relación con ella. Bueno no era mi madre, era yo con mi mamá. Me cambió completamente mi relación con las mujeres a partir de ahí, pero completamente, no voy a entrar en detalles. De mis análisis recuerdo tres, cuatro interpretaciones, no más, que fueron clave, no las interpretaciones que uno hace permanentemente para que el análisis continúe. Bueno la primera me la hizo él. Pero les cuento esto porque creo que a la paciente esa la barajé bien, no por lo que sabía, si no porque me había analizado con Figueiras. Y entonces pude barajar a esa paciente muy en relación a lo que había sido aquella corta experiencia de análisis –dos años– porque después también por cuestiones políticas de mi lado, ese análisis se interrumpió. Por ejemplo, los ex –analizantes o supervisantes de Pichon en APA en general son muy buenos analistas. Ulloa, Bleger, Liberman. Los de Garma el principal fundador de APA, fueron buenos analistas. En cambio de otros de ellos, sus analizantes resultaron un desastre, y sin embargo todos leían más o menos lo mismo. El diván es el lugar clave de formación de los analistas, todo el resto no hay que despreciarlo, no hay por qué dejar de leer, ninguna de esas cosas, pero comparado con el análisis del analista, éste es el lugar fundamental de formación de los analistas. Ahí es donde se transmite el psicoanálisis, en los otros lugares se enseña, y capten las diferencias entre las dos palabras.

Laura Lueiro: yo quería volver un poco a la clase, se me hizo confuso el relato todo el tiempo, no sabía muy bien de quien hablabas, y llegado el momento, si no entiendo mal, vos hacés girar el centro de –por lo menos del planteo de hoy– en relación a esa intervención que marca el inicio de la transferencia simbólica: “¿por qué debe subsumirse el amor a los ideales políticos?”. Y hacés toda una lectura en relación a los ideales y al superyó que te pregunto si la podés repetir, porque no pude seguir muy bien por qué sancionás ese momento como de instalación de la transferencia simbólica y la lectura posterior que hacés. Pero además me doy cuenta de que no pude seguir porque me quedé colgada en que no sabía de quién hablabas, del amor de quién y de los ideales de quién, entonces lo que me vino siguiente a la cabeza es que, si no se estaba estableciendo ahí el amor de transferencia como de transferencia simbólica porque de alguna manera vos lo que contás es que lo que los convoca como analizante y analista son los ideales políticos, la derivación es en relación a ideales políticos y donde quedan ambos sometidos más o menos a una misma circunstancia, la posibilidad de amenaza, la Triple A, el riesgo, revolución y demás. Entonces cuando aparece esta frase: ¿por qué el amor debe subsumirse a los ideales políticos? me parece que también estás hablando de la relación analítica ahí. Pero bueno insisto, lo que me gustaría es que despliegues un poco esa cuestión.

Sergio Rodríguez: espero que cuando lean la clase que por supuesto como buen zorro la voy a corregir bien, la voy a poner hecha una pinturita, puedan entender mejor. Pero en todo caso lo que acaba de hacer Laura es un diagnóstico de discurso. Digamos, un lector común puede decir “este hombre estuvo confuso al hablar en su clase en relación a esas tres personas, la cuestión del amor, la cuestión de los ideales”. Un analista se pregunta: ¿por qué estuvo confuso, qué le pasó? ¿Qué está transmitiendo en esa confusión? Eso es lo que les digo que deben hacer con el seminario éste y de paso con cualquier libro de psicoanálisis, léanlo a la letra, no lo lean para encontrar qué aprender solamente, sino para encontrar ahí qué dice en lo que dice.

No lo había pensado, pero ahora que te lo escucho decir: ¿por qué vacilo entre la primera persona del singular y la tercera y en algún momento la primera persona del plural? La voy a dejar más o menos cómo fue dicha, para que puedan hacer el ejercicio ese. Ahí indica que en lo que se está transmitiendo, el que lo está transmitiendo denota que alguna dificultad había en ese terreno. Digamos, el amigo Bleger rápidamente podría decirme que el mío era un discurso ambiguo. Muy bien, preguntémonos qué lo causa. Ahí viene la cuestión que vos planteás del amor, de los ideales y de la transferencia. En cómo leo el psicoanálisis, el amor de transferencia, así como la resistencia de transferencia o la transferencia positiva y la transferencia negativa, las ubico en el terreno de la transferencia imaginaria. Es más, creo que un debate clave que hubo entre Melanie Klein y Freud y que no se pudo resolver en aquella época, recién se puede resolver a partir de Lacan, justamente porque éste dirime los registros. El debate giraba alrededor de que Freud decía que en la psicosis no había transferencia, Melanie Klein decía que la transferencia era masiva. Ustedes se dan cuenta de que son dos posiciones polarmente opuestas. Creo que en la psicosis, digámoslo más precisamente en la psicosis de transferencia, porque podemos estar con un psicótico en un momento en que su transferencia no es psicótica y no me refiero a ese momento, en la psicosis de transferencia se está absolutamente en el terreno de la transferencia imaginaria. Ese es justamente el gran problema con que se las tiene que ver el analista en el trabajo con las psicosis. Con esta paciente todo venía en un contexto en que la cuestión política estaba muy vibrante, la represión política, la muerte estaba muy presente, los homicidios. Una cuestión que para la Argentina no es que era desconocida, pero era desconocida en esa dimensión. Estaba el tema del exilio. No era desconocido, porque en la segunda gobernación de Perón, del 51 al 55 hubo una cantidad de radicales, socialistas que se exilaron en el Uruguay.

Pero iban, volvían, era otra cosa. No fue esa estampida que se produjo con las Tres A. Insisto en el tema de la atmósfera. En Psyché-navegante un día hicimos una discusión en la que partimos de la cuestión de la mirada, de la voz y de la pulsión oral y terminamos en la cuestión de la contratransferencia y la atmósfera, porque realmente es una temática muy importante en el desarrollo de un análisis. La atmósfera era esa. En ella, un análisis había terminado exitosamente ya que esta señora dejó de padecer cierto síntoma y algunas otras cuestiones que la habían llevado a ese análisis. Entre otras cosas, no lo dije todavía porque pienso ir desplegando de a poco, pero les adelanto, en ese análisis se había divorciado de su primer marido. Lo que había sido sacarse un peso de encima, no sólo se había sacado de encima la voz y al hombrecito de la voz, sino que se había sacado a un pesado. Esta mujer venía de ese análisis. Ahora, fíjense que el efecto que produjo ese análisis fue de refuerzo de la transferencia amorosa, por lo tanto de la transferencia imaginaria. Esto no invalida a aquél análisis. Sí creo, que si hubiera sido otro analista el que hubiera trabajado, especialmente un analista lacaniano y hábil, le hubiera dicho: mire, si usted quiere interrumpir, interrumpa, pero este análisis no terminó. Y podríamos dar razones de por qué, pero la otra analista se enganchó con que había logros, había paz espiritual, a ella le había caído muy bien esa mujer que además para que se ubiquen para esa época era una heroína, había estado en el asunto de Trelew, en la que habían asesinado a mucha gente joven que habían quedado presa sin poder escapar. Lucía había sido abogada de algunos ellos. Una mujer verdaderamente respetable. Ahí empezó un clima de transferencia amorosa mutua. Lacan no hablaba de contratransferencia, pero sí habló de transferencia recíproca. Es una frase interesante para hacerla trabajar. A quienes les interese está en Intervención sobre la transferencia, Escritos 1 donde trabaja el análisis de Dora. Empezó por el lado del amor, se desarrolló analíticamente de alguna manera, aunque yo no sepa cómo, porque obviamente no estuve adentro de ese análisis y la paciente del mismo me habló poco, me habló de lo que había obtenido, pero no de lo que había pasado. Pero se habían producido esos buenos efectos. Terminó el análisis y se hicieron amigas, verdaderamente amigas. Deben seguir siendo amigas, nada más que ahora a la distancia. Porque esta mujer vive acá en la Argentina y la otra en el exterior y lejos. Todo eso pasó. Esta mujer, supuestamente vino motivada por problemas del corazón, como vamos la mayoría de nosotros a analizarnos. Ahora, lo primero que volcó sobre la mesa fue todo ese mambo que había alrededor de si a la analista anterior la mataban o no, si se exiliaba o no. Ella misma dudaba sobre si quedarse o no, si estar tres meses más y luego irse, yo mismo que estaba con una idea en la cabeza de ese estilo, todo eso estaba funcionando en los tres.

Entonces, les resultaba muy difícil discriminarse a esos seres parlantes. Se puede decir, uno se llamaba Sergio, la otra Fulana y la otra Lucía. Pero luego, en cuanto se habla de eso, a propósito digo se habla de eso, no digo –hablo o ella habla–, si no se habla de eso la cuestión de la discriminación subjetiva no resulta tan clara. Digo esto porque otro de los problemas que tuvieron los post-freudianos era justamente discriminar excesivamente en entidades psicopatológicas, entonces la simbiosis era una entidad psicopatológica, es cierto que también podía ser una modalidad sintomática. Pero evidentemente en cómo yo les transmito la clase, estoy transmitiendo sin darme cuenta algo de una cierta simbiosis que se establecía de entrada en la relación entre esos tres personajes, que por un lado sirve para asentar el comienzo del análisis en tanto establece una relación fuerte, pero por otro lado es también una fuerte función de resistencia. Ambas cuestiones están jugando ahí. Lo que recuerdo, tengan en cuenta que este análisis transcurrió hace mucho, no recurro a papeles a propósito, además si les digo la verdad, casi no los tengo, lo que recuerdo es que esta mujer me hablaba y me hablaba de ese hombre, y que a mí lo que me sorprendía era por qué se hacía tanto lío, si a ella le gustaba, era evidente que le gustaba, no sólo que le gustaba sino que estaba metida hasta las orejas. Que ya habían pasado escenas como por ejemplo, que alguien había tocado el timbre y él había atendido en pijama en la casa de ella y otras cosas de ese estilo. Pero ella insistía en que no, que lo moral, que no estaba separado, que la ex-esposa, que los hijos, etc. Al mismo tiempo, cuando conversábamos más sobre eso, aparecía que en realidad él había iniciado el juicio de divorcio, no vivía hacía años con su, a esa altura, ex-esposa y que también estaba metido hasta las orejas con ella. Entonces, ¿qué le pasaba? Cuando ella seguía alrededor de eso, la cosa política, que si él estaba en tal cosa, y ella en tal otra y si esto y si aquello, y en un momento me salió, algo así como: ¿Y por qué no se pueden enamorar dos personas que piensan políticamente diferente? Para mí esto era un progreso porque yo estaba bastante imbuído de la cuestión de ¿cómo te vas a enamorar de alguien que piensa políticamente diferente? Entonces ¿quién habló? Creo que ahí habló el análisis mío en realidad. Fíjense, ahora que les estoy contando, les cuento que con ese primer analista el patadón fue sobre la relación con mi madre, en la que obviamente, la cuestión del amor, del falo, todo eso estuvo muy presente. Como se podrán imaginar, dije eso y cuando dije eso cambió toda la situación. Salió de la escena la política y entró el tema del amor y ella se puso nuevamente en análisis.

Él era un hombre de 40 y pico de años, tipo Humphrey Bogart. Ahí aparece el punto, y cuando aparece ese punto, cambia y empieza el análisis. Todo lo previo era el bebé buscando el pecho, ya que ando mucho con Winnicott en este capítulo. Yo no embocaba digamos, yo estaba vaya a saber, le daría el chupete, no sé que hacía, de golpe el poner esa pregunta puse ese objeto que ella va a pasar a usar, traer, llevar, atacar, cuidar, etc.

Graciela Guidi: El paso de la transferencia imaginaria a la simbólica, si me podés explicar un poquito más que no llego a captarlo.

Sergio Rodríguez: De un modo sencillo, piénsenlo así: la transferencia imaginaria es la transferencia en el terreno de los afectos: lo quiero, no lo quiero, lo odio, no lo odio, etc., por lo tanto si ustedes piensan no hay discurso en el sentido literal de discurso. Porque en éste lo que hay, es un intercambio de significantes que dejan marca. En lo quiero, no lo quiero, lo odio, no lo odio, se está siempre frente a la imagen. En cambio la pregunta y ¿por qué dos personas que piensan políticamente distinto no pueden estar enamoradas?, produce una fractura en la que se entra a hablar de la pregunta, y la pregunta no es una afirmación, es: ¿por qué? Una de las posibilidades era que estuvieran enamorados, ¿por qué no? Posibilidad que ella, rechazaba y rechazaba. Recuerden lo citado al comienzo de Lacan en Los cuatro conceptos. Pero quiebra ahí esa supuesta identidad imaginaria que había donde tenían que ser enemigos.

La pregunta simplemente es una frase significante puntuada de un modo particular, como la puntúa el signo de pregunta, en el sentido que hace que no quede como una afirmación desnuda sino que abre a posibles respuestas dentro de las cuales puede estar la afirmación contraria a la que la paciente desde sus ideales está dando por supuesto. Después lo vamos a ir viendo cada vez más claro, sus ideales eran una especie de barniz, bajo el cual había otro fantasma jugándose. La pregunta deconstituyó totalmente la imagen, el sentido de que una mujer revolucionaria no se puede enamorar de un hombre de centro-derecha. Sentido sin vuelta, e hizo funcionar la letra y el significante, buscado nuevas combinatorias. Abrió paso a un nuevo desarrollo discursivo que no estaba. En ese sentido se entró en la transferencia simbólica porque ya entonces la transferencia no está sirviendo simplemente para mantener ligados a analista y analizante, que es lo que pasa muchas veces, sino que se puso en juego una falla donde esa ligadura entró a funcionar alrededor de esa falla. Ahí tienen los tres registros funcionando, porque esa intromisión de lo simbólico, no sólo deconstituye a lo imaginario, sino que es una intromisión que logró deconstituir a lo imaginario porque lo real del amor estaba punzando. Si el analista hubiera hecho esa pregunta en cualquier otro momento, no hubiera pasado nada, ella hubiera dicho, pero no, cómo, por favor, mire si yo voy a andar con esa basura. Pero el corazón de ella palpitaba fuertemente por ese hombre y ella no sabía por qué. Por eso todas las explicaciones y vueltas. Ese no sabía, encubre en parte, lo real. Después vamos a ver que en parte también, está encubriendo muchas otros saberes inconscientes de esta mujer. Lo que la pregunta logró es poner a funcionar todo eso. Por eso, abrió paso a lo simbólico que entró a operar sobre lo real.