Capítulo 10

El silencio del analista ante los dilemas éticos de la analizante

Les dije que en relación a Lucia Luciano, el tema del silencio fue tal vez el más complicado, porque no lo había. Era una paciente muy conversadora, muy asociativa, cumplía casi sin dificultad la regla de la asociación libre. Con lo cual no daba lugar a que se armaran situaciones en las que el silencio jugara fuertemente. Repaso lo que fui leyendo a lo largo de mi formación como analista en relación al tema del silencio. Fue un tema más trabajado en el psicoanálisis pre-lacaniano. Por ejemplo, por la escuela suiza de psicoanálisis, que le dio un valor muy fuerte. También por la escuela inglesa. En mi práctica como supervisante y después como supervisor, encontré en muchos psicoanalistas una idealización del silencio. Casi les diría una sumisión al silencio como herramienta fundamental, casi única del psicoanalista. Silencios llevados adelante hasta la deserción del consultante. Hubo épocas en que los psicoanalistas analizaban psicoanalistas o gente muy identificada a un supuesto psicoanálisis. Me acuerdo de un comentario que me hizo un colega cuando estábamos en los inicios, tanto él como yo, haría un año o dos. Me contó, –al fin me encontré con un verdadero analista. Hizo silencio las dos sesiones, yo sentí como que el culito me temblaba–. Interesante la metáfora, evidentemente el silencio del analista le puso en juego de entrada, fuertemente, la pulsión anal. Pero un ciudadano común, probablemente ante esa sensación habría salido corriendo. Y los que no eran analistas y se metían a analizarse, se metían, como lo leen en El hombre de las ratas por ejemplo o en varios ex pacientes de Freud que han descrito su experiencia, se acercaban a analizarse por la lectura de los libros de Freud y el imaginario que se les iba armando alrededor. Para que se produjera tal manejo del silencio contribuían dos cosas: una era una interpretación errónea sobre la cuestión de no responder a la demanda del analizante. Lo más angustioso para esas personas que consultaban era no sólo el silencio sino que muchas veces apretados por ese silencio comenzaban a hacer preguntas directas al analista. La respuesta era otra vez el silencio, lo cual ofendía profundamente al narcisismo de quien no estuviera preparado para hacer su curso de arte marcial con estos psicoanalistas. Inclusive si era una estructura más o menos frágil los resultados eran catastróficos. Entonces, primero critico la idealización que se produjo del silencio. La otra cuestión por la cual creo que ellos hacían ese uso del silencio fue porque, excepto Ferenczi, la mayoría de los otros psicoanalistas tomaron muy al pie de la letra, los planteos de Freud sobre la abstinencia, la neutralidad del analista y el analista como pura pantalla de proyección. Para eso, hacían uso del silencio. Lacan progresivamente va transformando esa cuestión y apoyándose en la práctica de Ferenczi del psicoanálisis fue armando su concepto de hacer semblant. Al plantear el hacer semblant como concepto, el silencio puede ser una herramienta para ese hacer semblant en determinados momentos. Pero obviamente no como única ni mucho menos. Entonces se produce otro tipo de analista en el que el silencio es un instrumento más y nada más.

Una vez hice una entrevista a Salomón Resnik, un psicoanalista argentino muy particular que según cuenta en el reportaje se fue a analizar a Inglaterra porque había leído (ahí encuentran otro ejemplo) los trabajos de Herbert Rosenfeld sobre hipocondría, y como se tenía autodiagnosticado como un gran hipocondríaco se fue a analizar con Rosenfeld en Inglaterra. Después me contó que también fue a analizarse a Inglaterra porque estaba muy interesado en el movimiento surrealista. Entonces le dije: -pero te fuiste a analizar a Inglaterra ... te hubieras ido a analizar a Francia-. Francia era el fuerte de dicho movimiento. Me dijo: sí, bueno, pero se me dio por ir allá. Un tipo muy interesante. Llegó a ser un discípulo importante de Melanie Klein, al estilo de lo que fue Emilio Rodrigué. Era uno de los que concurría el jueves al té que hacia Melanie Klein para cinco o seis extranjeros regularmente. Me contó que ella no se supo transmitir en sus propios escritos; que en la clínica Melanie Klein era mucho más astuta y ágil que lo que transmite en sus escritos. Encima vinieron los escritos de los discípulos que leyeron los escritos de Melanie Klein. Lo que se nos transmitió de la clínica de Melanie Klein no fue la clínica de Melanie Klein. La clínica de Melanie Klein si se la quiere observar un poco y relativamente, se lo logra leyendo Richard. Melanie Klein se adhirió mucho a las interpretaciones icónicas. El trabajo que hacía con las fantasías a partir de los sueños se apoyaba mucho en la utilización del símbolo icónico[1]. Utilizar esa simbología desde el inicio de las entrevistas era imposible. En las entrevistas iniciales trabajar a la letra, lo que va siendo enunciado es una cosa y otra es mandarse con interpretaciones icónicas. Creo que esa fue otra razón que los hizo silenciosos en las primeras entrevistas.

Otra cosa que se decía en esas épocas y se idealizaba también era que había que soportar la angustia del paciente. En ese sentido el silencio se usaba también como una herramienta destinada a producir la angustia. Fíjense que es distinta a la posición de Lacan. Lacan lo que plantea de entrada, es: modular la angustia. No es lo mismo. No idealizaba la angustia del paciente como motor de trabajo sino que planteaba modularla, captar hasta qué punto esa angustia es productiva y dónde comienza a ser contraproducente para el desarrollo del análisis. Esto tiene que ver también con tomar en cuenta un consejo de Freud muy acertado. El de que hay que mantener un cierto nivel de angustia porque ese nivel de angustia es motor para el análisis. Pero eso no es lo mismo que angustiar a través del silencio, que hasta puede resultar sádico de parte del analista. Otro elemento lo empecé a enunciar cuando decía que el silencio podía tener efectos catastróficos. En el movimiento psicoanalítico (y eso ocurre aún en parte de los no-lacanianos) hasta el Seminario 3 de Lacan y Una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, al no estar bien determinadas las diferencias estructurales entre psicosis no desencadenadas y neurosis y tampoco haber una convicción clara de que no es conveniente desencadenar las psicosis, una parte de los psicoanalistas, especialmente bajo influencia kleiniana y de la antipsiquiatría, buscaban llevar la regresión del paciente hasta sus núcleos psicóticos y desencadenar las psicosis, para desde ahí reconstruir su personalidad. Que yo sepa, nadie volvió de dichas regresiones. Entonces, no tomaba entidad, importancia, la cuestión de cómo manejar el silencio según qué paciente estuviera en entrevistas. Lo cual podía producir desencadenamientos. Imagínense si el esquizofrénico, como plantea Freud[2] a lo que no puede acceder es al encuentro con el objeto, el encuentro con un analista silencioso mucho tiempo frente a un pre-esquizofrénico, fácilmente le desencadena la enfermedad.

Les cuento estas cosas porque estamos tan metidos dentro de un caldo, el lacaniano, y tan habituados a lo que en ese caldo se produce que más de una vez perdemos de vista por qué Lacan logró tomar el vuelo que logró dentro del movimiento psicoanalítico por lo menos en los países de lenguas romances y a pesar de haber quedado al margen del oficialismo de la Asociación Psicoanalítica Internacional. No es porque si, no es por moda, como dicen algunos; desde para la práctica, su aporte fue fundamental para desarrollar el psicoanálisis.

Cierta vez hice un reportaje a un psicoanalista italiano que anduvo por acá: Sergio Benvenuto[3]. Como reportaba, no me puse a discutirle. Hombre muy agradable. Marcaba los lugares donde se había expandido el lacanismo y donde eran fuerte la ego-psychology o discípulos de Melanie Klein como Meltzer, o de Bion. Se hacía evidente que los lugares donde eran fuerte la ego-psychology o los discípulos kleinianos eran los lugares donde el psicoanálisis perdía influencia dentro de sus culturas. En cambio en aquellos lugares donde el psicoanálisis trascendía los límites del consultorio y además tenía una relación importante con la salud pública era donde se había asentado fuertemente el lacanismo. Los aportes de Lacan generaron mejores condiciones para mantener fuerte al psicoanálisis en una situación difícil como la que plantea la cultura posmoderna. Otra cuestión llamativa de aquella época y que creo sigue todavía vigente en muchos lugares, incluido dentro del propio lacanismo, es un manejo intuitivo del tiempo. Se manejaba a partir de una lógica puramente de la experiencia. Pero planteada la lógica temporal de los tres tiempos por Lacan a partir de los finales de los años cuarenta, el tema del tiempo en el desarrollo de los análisis tenemos que manejarlo tomando en cuenta esa lógica, tratando de ser lo menos intuitivos posible. Hay una lógica para el manejo del tiempo y funciona sólo en relación al manejo del tiempo dentro de cada sesión, que es lo más extendido en el movimiento lacaniano (siempre que nos les haya dado el ataque de las sesiones breves). Es bueno también, tener en cuenta dicha lógica temporal para observar y operar sobre cómo se está desarrollando un tratamiento psicoanalítico y la cura en toda su extensión. Es muy importante tener en cuenta las formas del semblant y eso tiene que hacernos utilizar o no utilizar el silencio según la estructura y vicisitudes del caso y del tiempo con el que estamos trabajando. No es lo mismo un silencio sostenido en los comienzos de un análisis que un silencio sostenido cuando una transferencia está muy bien instalada, cuando se han recorrido una serie de rulos de la problemática del paciente en ese análisis y se está en determinada vuelta de uno de esos rulos.

Una paciente estaba metida en un rollo de amor como nos ocurre en general a los seres humanos. Estaba que sí, que no, que sí, que no. Me contó una serie de cosas terribles. Era una paciente con la que trabajaba hacía mucho tiempo, había una transferencia muy fuertemente establecida. En determinado momento le interrumpí una sesión. Me dijo: ¿cómo, no me vas a decir nada? Le dije: ¿qué, querés que te diga cómo vas a arreglar esa historia? La interrupción tuvo la función de silencio. Esa es otra cuestión; si ella se hubiera quedado callada, yo podría haberme quedado callado. La interrupción hizo explícita su demanda. Otra paciente atravesaba una situación diferente. La que referí antes estaba en una situación entre tensa y divertida en cambio ésta atravesaba una situación dramática, fuertemente dramática. También es una persona que no sólo está en una fuerte transferencia, sino que es una fuerte transferencia en su vuelta al análisis. Había ocurrido una de esas cosas que suceden a veces en los análisis, cuando un paciente muy tensado por lo que está enterándose en el mismo, por decisiones que se le van tornando imprescindibles tomar, interrumpe el análisis y se va hasta enojado con el analista. Pero como obviamente la interrupción no les arregla la situación, al tiempo vuelven. Pero cuando vuelven, ya vuelven en otra posición transferencial. Hicieron la experiencia. La segunda persona sobre la había iniciado el relato, atravesaba una situación fuertemente dramática. De esas que combinan la realidad de cómo se fue desarrollando la vida de esa persona, con topetazos de lo real, como que fulano se quedó sin trabajo, perdió tal cosa, perdió tal otra en fin, una situación muy dramática que fuimos trabajando. En determinado momento lloró y quedó silenciosa, sin hablar. Ahí, no interrumpí la sesión, sino que respeté su silencio, la acompañé silenciosamente en él. En determinado punto, ella retomó la palabra para decir: en realidad está claro lo que tengo que hacer. Ahí sí, interrumpí la sesión. Ese acto trasmitió mi semblant para esa circunstancia y paciente. En algunos casos Lacan, según lo que relata Jean Allouch en el libro de Las 213 ocurrencias con Jacques Lacan presionaba al paciente a que siguiera hablando. Pero el punto es cuándo, en qué situación, qué efecto produce en el semblant. Si en esa situación particular resulta útil para vencer la resistencia. El análisis lacaniano cambió la política del analista ante la resistencia. En el kleiniano, incluso en el propio Freud, se interpretaba la resistencia. El analista lacaniano va a la interpretación de lo resistido, del deseo. Pero puede ocurrir también que haya situaciones en que no encuentre interpretación de lo resistido. Se hará otro tipo de intervenciones destinado a quebrar la situación de resistencia y cuando efectivamente incitar, incitar, incitar a hablar puede ser uno de los movimientos. Eso también arma un semblant porque en esas ocasiones el analista aparece como amo. Y lo es. Está funcionando como tal al ordenar: ¡hable-hable-hable! Apunta a que se reanude y refunde el inconsciente. Inclusive podría aparecer como parte de una maniobra de interpretación, aparecer como un amo obsceno y feroz, superyoico. Útil, en tanto sirva para conmover, poniéndolo en escena, algún singular de ese paciente. En conclusión, el silencio y su contrario constituyen rasgos del semblant. Para poder manejar el silencio adecuadamente a las necesidades de cada análisis el primer punto clave es silenciar los pre-juicios y los prejuicios del analista, en ambos sentidos, tanto de los juicios-previos como de los prejuicios propios de la conformación moral de cada uno de nosotros. Es prácticamente imposible no hacerse juicios previos. No es que uno se pone a pensar, sino que a uno los pensamientos se le caen en la cabeza. Pero a esos hay que silenciarlos. Allí el silencio apunta al propio analista, o más exactamente hacia los ideales del yo y el superyó del analista para poder respetar el desarrollo asociativo y por lo tanto el desarrollo enunciativo del analizante.

Con Lucia Luciano, la cuestión la planteé de entrada. Era una paciente que si la hubiéramos calificado psiquiátricamente, vivía en una ligera hipomanía. No era una hipomanía desatada, era una persona que entraba hablando al consultorio y se iba hablando del consultorio. Y que además hablaba muy sonriente, ya lo he contado otras veces, y se iba hablando de esa misma manera. No dejaba espacio al silencio. Pero ojo, no era un hablar ansioso o angustiado. Es importante observar en función del silencio sus elementos semiológicos. Cuando estamos analizando la forma en que habla un paciente debemos tener en cuenta también el silencio. Las pausas o no-pausas, la forma en que toman o no-toman esas pausas, todo tiene que ver con el silencio. Era lo que llamaríamos una charlatana. Pero no una charlatana en sentido peyorativo sino en tanto persona que habla mucho. Era muy desenvuelta y al mismo tiempo tenía esta modalidad de presentación. Se advertía de su parte la búsqueda del aval del analista cada vez que el análisis llegaba a un punto donde se avizoraban posibles modificaciones en sus posiciones subjetivas. Posición clásicamente obsesiva. Hablando en nuestra lalengua lacanesa diríamos: buscaba la garantía del Otro. El silencio del analista era fácil y necesario en relación a la primera faceta, ya que si ella hablaba y hablaba, que yo estuviera callado no era un problema; pero en cambio era tan necesario o más, pero más difícil en relación a la segunda faceta. Ahí sí, la respuesta abstinente y neutral, callar, producía elementos de angustia en la paciente. Alguna vez me he sentido necesitado de modular esa angustia a través de algún comentario que no fuera aval ni dejara de serlo, pero que al mismo tiempo no la dejara frente al espacio de silencio solamente. Por el tipo de análisis que fue y por mi posición en la vida frente a algunas cuestiones fue uno de los análisis en que me sentí más obligado a ir analizando a qué tensiones me sometía mi silencio. Por qué tensiones no me tenía que dejar presionar a romper mi silencio. La primera y más fácil, que ya la conversamos otras veces, era en relación a mis ideales políticos. En la medida en que se iba desarrollando el análisis y ella iba pasando de sus iniciales posiciones políticas ideológicas más cercanas a las mías, aunque no fuéramos del mismo color político, a posiciones más bien diferentes o hasta contrarias me sentía tensado por no intervenir en un sentido de tratar de pararla en ellas. Lo que hubiera sido un error grave, porque hubiera hecho del análisis un análisis de sus ideales y no de sus deseos.

Otra cuestión que advertí y también en muchos otros análisis que conduje fue que una tensión que se producía, era con deseos de algún modo resignados por parte del analista, y que veía potencialmente realizables en el paciente. De paso, esto es algo bastante común también en la relación de padres e hijos. Uno puede sentirse impulsado a buscar realizar deseos propios por procuración a través del paciente. Y con esto, ¡ojo! Porque vérsela con los ideales tal vez es más fácil. Los ideales aparecen más conscientemente pero en cambio estas cuestiones son más del orden del propio deseo, más difíciles de advertir por parte del analista. Ahora, cuando uno no esta atento a eso y se deja trabajar por esa cuestión y por lo tanto en cierto modo tener actuaciones en relación a los pacientes, se originan esas legiones de analizantes que se ven por ahí, y con los que es fácil darse cuenta de que los analistas están chochos con ¡lo bien que les salió ese paciente! Así como las madres y los padres hablan generalmente de algunos hijos. Es grave.

El tema del Silencio pone en cuestión si ese analista está verdaderamente tomado por el deseo del analista o no ha resignado las ansias de poder que más o menos habitan a los seres humanos y cuando disponer a favor la transferencia de los pacientes, coloca en situaciones de fácil aprovechamiento y manipulación. Con esto no estoy hablando de malas intenciones de esos analistas. Insisto en que pueden ocurrir inconscientemente. Me acuerdo que en un trabajo de 1954 ya lo advertía con mucha lucidez Mauricio Abadie, en un simposio[4] que está publicado en una revista de APA. El otro elemento que tiene parentesco con el anterior pero es distinto, es cuando en el analista se producen resistencias por adhesividad a posiciones de goce sintomático, donde entonces el silencio puede estar funcionando a favor de la resistencia del analizante. Determinadas posiciones de goce compartidas por analista y analizante pueden producir resistencia justamente por la vía del silencio del analista. Con respecto a Lucia podría decir que hubo cuatro momentos claves en los que sentí que me resultaba muy difícil sostener el silencio. Haberlo logrado, permitió que el análisis anduviera.

El primer momento consistió en no haberme aliado con la inquietud de ella por sentir que se estaba enamorando de ese personaje y dejándose cortejar por él. Por supuesto que desde la conciencia yo tenía absolutamente claro que no lo tenía que hacer pero podría haberlo hecho inconscientemente porque no me caía simpático, nunca me cayó simpático.
Otro silencio difícil fue cuando empecé a enterarme de los negocios del personaje. Por supuesto que comparado con las cosas que hemos visto a partir de la década del noventa para acá, ¡el muchacho era Blanca Nieves! Pero tenía sus negocios con ciertos dirigentes sindicales tipo Hoffa[5].

Otro momento difícil fue cuando Viola que era Presidente en ese momento, invitó al personaje a que fuera con sus hijos y con los de la paciente al Museo de la Subversión. Eso sentí que me desbordaba, que era demasiado para mí. Para ella también era demasiado porque a pesar de la evolución que había hecho le era demasiado. Fíjense cómo habrá sido de demasiado esa cuestión (para ella y para mí) que no me acuerdo cómo se resolvió o sea si los pibes fueron o no. Lo que sí recuerdo es que pude sostener mi silencio allí y dejarla que trabaje y trabaje alrededor de la cuestión.

Finalmente, ya estando Menem en el gobierno ella tomó a su cargo la defensoría de uno de los doce apóstoles, como les decían en esa época, en uno de los primeros escándalos de corrupción que hubo durante ese gobierno. Yo calladito también a pesar de que se me revolvía la panza mientras ella daba sus dimes y diretes alrededor de dicha cuestión. Finalmente la resolvió desde el profesionalismo de su profesión. Lo cual me sometió a una situación compleja porque al fin y al cabo se apoyaba más o menos en el mismo argumento por el cual yo me callaba la boca con ella.. Como síntesis y final ustedes se darán cuenta de que el tema del Silencio fue permanente en todo ese análisis. Estuvo presente tanto a través del silencio al sostener la abstinencia como a través del silencio como forma de intervención. Y por supuesto esto sostiene un supuesto: una forma de sostener la abstinencia puede ser justamente no silenciarse y una forma de intervenir puede ser silenciarse. El tema del silencio por lo tanto, se darán cuenta, me parece clave dentro de los análisis y con Lucía también lo fue.

Preguntas y comentarios

Ethel Greizerstein: sobre el final me pareció que habría que diferenciar entre el guardar silencio y callarse la boca. Porque a mí me viene esto de que uno es amo de sus silencios y esclavo de sus palabras. Que en el primer silencio uno es amo, porque está manejando los tiempos del paciente. Y callarse la boca es en la abstinencia fundamentalmente. Mantenerse fuera de marcar una emoción o de hacer una intervención que pueda marcar una ideología o el deseo no de analizar sino de que el paciente sea el ideal o algo por el estilo. Como la diferencia entre el silencio y el callarse la boca.

Alicia Smolovich: me preguntaba en relación al silencio como insoportable, del lado que provoca cierta angustia insoportable, si no es una forma en que puede aparecer el analista en su presencia real. Y esto ser realmente insoportable. Esto por un lado. Y por otro, me preguntaba también en relación al silencio y el tema de la voz. No porque tenga demasiado claro esto sino como pregunta. Pensaba en un paciente esquizofrénico, cuando los silencios son realmente insoportables, donde uno entra a conversar hasta sacar algún tema cualquiera pero en relación a este paciente (y escuché a muchos otros analistas hablar de esto) no importa tanto lo que se dice sino cómo se dice en tanto un decir calmo, con un tono de voz determinado. Como manera de sostener un silencio que al menos a ese paciente se le aparece como insoportable me parece, porque al silencio no lo tiene. No puede producir ese silencio. Me parece que algún tipo de voz, alguna modulación en la voz hasta puede producir silencio, un silencio que él no tiene como silencio.

Sergio Rodríguez: parto primero de lo de Ethel. Sí, efectivamente no es lo mismo, aunque se cruzan, el hacer silencio que el callarse la boca. Porque una forma de silencio puede ser hablando o sea uno puede ingeniárselas para, (que es lo que planteaba recién Alicia en relación a ese esquizofrénico) uno puede ingeniárselas para hablar pero no hablando o sea haciendo silencio en aquellos puntos donde sabe que no tiene que hablar. Entonces allí sería un silencio hablado. El callarse la boca es un silencio explícito que se diferencia del otro en que es un silencio total pero puede ser muy sugestivo. En el otro es un silencio bordeado. Que efectivamente es muy importante en pacientes con algunas esquizofrenias donde uno nota que le piden a uno que hable para poder durante un rato no escuchar las voces que lo acosan desde lo real y sentir una voz amablemente acompañante.

Participante: pregunta inaudible …

Sergio Rodríguez: si, eso de los pensamientos pasa también con los obsesivos graves, cuando están muy tomados por pensamientos obsesivo-compulsivos. Es observable en algunos esquizofrénicos. A veces también habría que preguntarse respecto de algunos que pasan con el auto y la radio a todo volumen si no están tratando de acallar voces que los torturan. Y en las casas, muchas veces las peleas de padres con hijos esquizofrénicos, por el volumen al que ponen el televisor o la radio, no captan que es la forma de producir un silencio dentro de su propia cabeza. Por lo cual sí, considero que es así, me parece que ya la apertura que están haciendo Ethel y Alicia, muestra cómo el tema del silencio está lleno de detalles y como, justamente no se puede hacer un vademécum del silencio ...

Ethel Greizerstein: la abstinencia no tiene que ver con el silencio. Se confunde abstinencia y silencio. Y me parece que son cosas distintas.

Sergio Rodríguez: eso aparece muy claro en lo que hablábamos antes, esto de que a veces uno puede hablar para producir un silencio.

Roberto Vecchiarelli: bueno, voy a contar una pequeña experiencia clínica ... que suena un poco fanfarrona porque parece que son éxitos de uno y errores de los demás ... pero bueno, la cosa era así. Trabajando en un momento en la admisión de una Obra Social, donde tenia que después derivar al prestador de Salud Mental me encontraba con esta sorpresa (que en realidad no era una sorpresa). Venían los pacientes, los escuchaba, les daba cierto sostén, y después los derivaba a la clínica que correspondía según su pertenencia y toda esa historia de obras sociales. Y me encontraba muy frecuentemente que después los pacientes volvían y me decían, ahí donde usted me mandó no quiero ir más, quiero tratarme con usted. Y yo les decía: pero yo no lo puedo atender, acá no es, es una oficina, acá no es un consultorio y me retrucaban lo que pasa es que usted me mandó ahí ... con usted me sentí bien y en ese lugar al que usted me mandó me atendió un médico, psicólogo (lo que fuera), y se me quedó mirando, no me dijo nada y a los diez, quince minutos me dijo bueno, dejamos por hoy. Me pareció interesante lo que decía Alicia, primero con la cuestión de que se le hace demasiado real al paciente el analista tan silencioso. Se le viene encima, en determinadas circunstancias. Pero además me parece que identificado a un ideal que a veces puede producir una situación de permanencia, una especie de pulseada con el paciente en el eje a-a’, me ha parecido en algunos casos percibir eso. Y que en todo caso coincido con vos. Sabes que el libro de Santiago Kovadloff El silencio primordia, a mi me gustó mucho. Ahí dice que el silencio consiste en permitir, facilitar que se despliegue el discurso del paciente para lo cual uno debe suspender su saber previo momentáneamente.

Sergio Rodríguez: claro, van apareciendo varias cosas. Lo de confundir abstinencia y silencio (mas o menos lo conversamos recién) pero es algo muy importante no confundir estos términos porque también la abstinencia, aunque resulte paradójico, puede transformarse en un modo excesivo de intervención. Especialmente en pacientes muy graves, en pacientes con psicosis no desencadenadas. Y en cambio una abstinencia puede ser muy bien llevaba a cabo durante bastante tiempo si se la conduce a través de conversaciones. Mientras las conversaciones tengan la habilidad de no intervenir en ese punto donde la ruptura de la abstinencia perjudicaría el desarrollo del análisis. Esto que traía Roberto del silencio como pugna, ahí traes un tema que me parece que es más amplio en el psicoanálisis. Lo he pensado bastante pero creo que recién me empiezo a animar a hablar ahora más claramente. Muchas veces una serie de reglas técnicas se endiosaron, se idealizaron y por lo tanto las apliqué durante muchos años, porque así fue como se me explicaba la cuestión. Progresivamente me fui preguntando si no estaban basadas en confundir el psicoanálisis con una pedagogía. Ustedes saben que esa tentación fue siempre grande en el psicoanálisis. En Anna Freud era declarada en relación a los niños. Pero no sólo en ella. Lacan critica esa cuestión, la llama “endoctrinamiento”. Pero ¿por qué tipos de cuestiones pasa? Una es ésta por ejemplo, si se transforma el silencio del analista en una pugna en relación al silencio del analizante, en realidad lo único que se hace es entrar a un ring de oposiciones imaginarias, por eso vos lo planteabas entre las dos “a” minúsculas. Eso es así. Y sabemos que acentúa la resistencia, y no sólo acentúa la resistencia sino que puede llevar a la interrupción de los análisis. Es completamente distinto a lo que plantea Alicia en cuanto al silencio como una de las formas de (lo digo redundantemente a propósito) presentar la presencia del analista. Efectivamente si el analista tiene que hacer semblant de objeto a, en la medida en que van cayendo las vestiduras de ese objeto puede haber un punto en que el silencio intente metaforizar de algún modo la falta de objeto. Lo digo así, intente metaforizar de algún modo porque nunca lo logrará totalmente. A veces se hace una lectura mecánica de eso, y se supone que porque el analista se queda callado hace presente la ausencia de objeto, pero no es así porque lo que está presente igual es el cuerpo del analista, la mirada del analista, la piel del analista, la voz, aunque sea cuando saluda a la entrada y a la salida. Pero es cierto que especialmente en los finales de análisis el silencio del analista puede facilitar al paciente su duelo por el objeto en tanto perdido. Recuerdo uno de los análisis que creo llegó hasta su final conmigo y que no fue el de Lucía, en el último periodo, donde se había producido ya el último movimiento fundamental, donde evidentemente se anunciaba que ya ese sujeto quedaba en posición de analista en relación a su propio inconsciente o sea que no le resistía, no lo rechazaba, lo trabajaba él mismo. Me acuerdo que venía al consultorio y hablaba, hablaba y yo no tenía nada que decir. No tenía verdaderamente nada que decir. Si yo hubiera intentado decir algo hubiera sido para recordarle que yo estaba ahí, lo cual por supuesto hubiera sido una huevada. Lo único que observaba (eso esta relatado en “Pollerudos”) era que a partir de determinado momento él había empezado a llegar sistemáticamente media hora tarde. Pero sistemáticamente, era muy evidente. Era la única formación del inconsciente que se hacia presente en el consultorio. Decidí esperar porque se hacia presente en acto, no había enunciados alrededor de eso. Pero pasado un tiempo (y era muy evidente que ese análisis estaba terminando) le dije ¿qué pasa que siempre llega media hora tarde?. No sé, que sé yo, que el subte, que esto, que aquello. –Está viniendo al análisis a medias. Dijo: –y, la verdad que si, porque yo vengo por si acaso ...” Entonces le contesté: bueno, entonces no venga más. Pero durante todo ese periodo, el silencio era lo que me pareció que me correspondía hacer como analista, hasta ese punto donde ya se hizo necesario interpretar el acto sintomático y a partir de la respuesta del paciente, dar por terminado el análisis.

Graciela Guidi: vos hablaste mucho de la dificultad de un analista silencioso y yo pensaba en los silencios del paciente que se vuelven a veces insoportables. Y más que nada con una paciente que creo que es una pre-esquizofrenia y el silencio a mí me era insoportable. Entonces, en esos momentos me venía a veces el libro de Margaret Little en donde decía que ella necesitaba el silencio previo a las sesiones, como para hacerse del espacio del consultorio. Y quería preguntar qué pensabas de esos silencios, en esos casos como pre-esquizofrenia …

Sergio Rodríguez: lo que planteás es interesante para pensar una posición en relación a la semiología de los silencios. Y de los silencios de los analizantes. Porque a veces, observo en colegas (no tanto en el área lacaniana, para serles franco) lo observo más en algunos colegas del área winnicottiana. Curiosamente, porque ellos justamente toman mucho lo que dice Winnicott acerca de que la mejor interpretación es la que produce el propio paciente. Sin embargo algunos parecieran sentirse compulsados a entender los silencios de los pacientes, lo cual me parece algo peligroso. En relación a los silencios de los pacientes se puede hacer cierta semiología pero nada más. Quiero decir, uno puede captar si es un silencio tranquilo, sedado, de quien está tocado por algo y reflexionándolo o si en cambio es un silencio ansioso, angustiado, porque hay algo que no está pudiendo decir, por lo cual calla justamente porque eso lo angustia, que no lo está pudiendo decir porque no encuentra las palabras para decir, que es por lo general el tipo de caso como el que traés vos. Inclusive si uno los hace hablar dicen: siento algo acá, me esta pasando algo que no encuentro las palabras para decirlo. Es el texto que suelen tener. Hay otros tipos de silencios acongojados, tristes, dolidos, que me parece que son silencios a respetar. Entonces, creo que en la semiología del silencio lo que uno puede reconocer son estados de ánimo. Como esos estados de ánimo son reconocidos en relación a un discurso previo, ya sea dentro de la propia sesión o por el tiempo en que está transcurriendo ese análisis, se puede captar en relación a qué anda pero de lo que uno debe abstenerse es de interpretar el silencio de otro, porque eso sí me parece que es aventurado, excepto en casos muy puntuales, muy particulares, donde la cuestión caiga muy redonda después de una serie de cosas planteadas en una sesión. Me parece que lo mejor es soportar la angustia que efectivamente se produce en uno, porque ese tipo de silencio es el que produce más angustia. Porque es angustia ante lo real. Recuerdan el planteo de Lacan: la angustia como angustia ante lo real, y la angustia como angustia ante el superyó. La más insoportable es la angustia ante lo real, que es la que sentimos en esas situaciones.

Roberto Vecchiarelli: en relación a lo que vos decías, me parece que todavía más grave es lo que me parece que pasa con la psicología del yo o algunos terapeutas que tienen una especie de interpretación de bolsillo multiuso para el silencio. Que consiste en decir por ejemplo que para todo tipo de silencio percibo como que usted tiene dos partes, una que quiere venir y otra que no quiere venir. Algo así, y esa interpretación utilizada para todo tipo de silencio. Me parece que es disparatada y aplana la particularidad de cada caso.

Alejandro del Carril: otra cosa que notaba en varios colegas en relación a esto de que la mejor interpretación es la que dice el paciente es que muchas veces no interpretan lo que hay para interpretar porque quedan esperando a que lo diga el paciente. Si el paciente pudiera decirlo no iría a analizarse.

Sergio Rodríguez: sí, esto que plantea Alejandro confrontado inclusive a la caricatura que plantea Roberto, plantea justamente lo que hay de arte en nuestra profesión. Y en ese sentido ya me habrán escuchado decir que me encuentro liberado, liberado de la obsesión de Freud y Lacan de querer hacer del psicoanálisis una ciencia. Estoy sumamente liberado porque declaro al psicoanálisis en báscula entre el arte y la ciencia y ya está. Me quedo en el medio, como buen obse. Pero, creo que tengo razón. Claro, porque ahí está ya el arte del psicoanalista. A mí no me cabe la menor duda de que Winnicott raramente haya dejado escapar una interpretación que tuviera que producir y que al mismo tiempo por la modalidad de trabajo que tenía, efectivamente en más de una oportunidad debe haber logrado que el paciente llegara a su propia interpretación. Pero hay todo un arte allí del psicoanalista. Un arte que no se lo puede escribir, no se lo puede reglamentar, no se lo puede vademecunizar, generalizar, etc. Y aquí esto que planteaba Martha Hernandorena que no se lo puede generalizar porque además tiene muchísimo que ver con el estilo singular de cada analista. Por cómo cada uno de nosotros se presenta al analizante, cómo cada uno de nosotros funciona, cómo cada uno de nosotros es; como rumor entre los analizantes. Eso también es muy importante, no lo olviden. Obviamente hace que las sesiones tomen un determinado ritmo, una determinada forma, un determinado color en la relación del paciente con nosotros.

Hay una paciente que se analizó unos cuantos años conmigo, después llegó a un sueño clave, realmente clave, además no me pude abstener de interpretarlo porque el abstenerme de interpretarlo se lo hubiera transformado en más superyoico al sueño, porque digamos era fácilmente interpretable por ella misma, por lo tanto si yo me abstenía de la interpretación el sueño redoblaba su valor superyoico. Se acuerdan de la fábula de Esopo, de la mona el oso y el chancho, donde la osa bailaba en el burgo del medioevo y cuando termina el chancho aplaude a rabiar y la mona hace un gesto ... Entonces la osa dice: la mona no aplaude, malo. El chancho aplaude, peor. (risas) Esto por el silencio del analista. Si yo no hubiera interpretado el sueño, se le hubiera transformado en mucho más en superyoico. Pero me acuerdo que se enojó a muerte conmigo e interrumpió el tratamiento. El sueño había sido en transferencia. Me podía dar cuenta de que ella estaba muy tomada por un rumor que hay sobre mí de que soy un tipo muy cabrón, que en parte es cierto pero que además hay un plus que tiene que ver con la forma en que me suelo expresar. A partir de allí durante unos dos años me pedía entrevistas. Me di cuenta de que lo que trataba era doblegarme como analista, que me saliera de mi lugar de analista. Durante este tiempo traté de ir trabajando, analizando esas cuestiones y traté inclusive de orientarla a que se buscara otro analista. Inclusive la última vez que estuvimos le dije que me parecía que la transferencia había tomado un grado tal de tensión que se le estaba haciendo muy difícil analizarse conmigo. Que entonces por qué no buscaba otro. Pero esas son las cosas donde uno es y esas son las cosas difíciles porque somos maleables pero hasta ciertos límites, hay límites donde ya no podemos, no nos sale.

Alejandro del Carril: justo por estos días estaba pensando en la cuestión del estilo del analista, hasta qué punto puede ser obstáculo o facilitador. En mi caso particular por ejemplo soy un tipo que tengo muchos sueños y lo que he notado cuando hablo con otros colegas es que mis pacientes en general traen muchos sueños y esto a otros colegas no les pasa y les llama la atención.

Sergio Rodríguez: ahí, en la cantidad de sueños que traen los pacientes lo que tengo observado son por lo menos dos cuestiones. Una, que hay determinadas patologías que tienden menos a soñar, especialmente las patologías cercanas a la psicosis y cuando sueñan suelen ser sueños traumáticos más que sueños de deseo. Y después, muchas neurosis obsesivas de carácter, me doy cuenta de que no sueñan u olvidan los sueños. Eso del lado del analizante. Del lado de los analistas creo que esto tiene que ver con si los sueños son interpretados o no. Si son interpretados, el analizante capta un interés por los sueños de parte del analista. Si los sueños no son interpretados, pasan a ser material de deshecho.

Participante: pregunta inaudible

Sergio Rodríguez: bueno, suele ser un gusto de la gente a la que le gusta el psicoanálisis. Fíjense que a Freud lo que le hizo inventar el psicoanálisis fue entender los sueños. Él lo dijo cuando dijo lo de la placa en Bellevue en la que debería figurar que “acá Freud descubrió el secreto de los sueños”. Sobre los chistes o Psicopatología de la vida cotidiana ¡no lo dijo! ¡Lo dijo sobre los sueños! En ese sentido estoy en desacuerdo, incluso con Freud mismo, cuando plantea que hay sueños que son resistenciales, que se sueña como resistencia. No es que no haya resistencia en muchos sueños, pero cuando se sueña hay algo resistido, hay un deseo allí. Excepto en los sueños traumáticos hay un deseo que está haciendo producir el sueño. Creo que son las formaciones del inconsciente más exquisitas.

Martha Hernandorena: la vía regia.

Sergio Rodríguez: efectivamente, la vía regia, decía Freud. En ese sentido, es raro que no interprete un sueño. Cuando no interpreto un sueño decirle al paciente, mirá, la verdad no lo entiendo. Ustedes dirán: ¿para qué se lo confesás, para que se lo decís? Para subrayarle que ese sueño quedó sin interpretar porque ahí sí creo con Freud que si un sueño no es interpretado vuelve a ser soñado, entonces es como dejarle subrayado mirá acá ... ¡Claro que no se lo voy a decir en una primera o segunda entrevista! Obvio. ¡Hasta la próxima!



[1] En el sentido planteado por el lingüista Charles Sanders Peirce.
[2] El discernimiento de lo inconsciente en: Lo inconsciente . Amorrortu, v. 14 (Trabajos sobre metapsicología).
[3] www.psyche-navegante.com No 49.
[4] Sobre las relaciones entre analistas.
[5] Jimmy Hoffa, dirigente sindical norteamericano que vivía entre defender a sus compañeros y hacer negocios con la mafia. Finalmente desapareció, pareciera ser que por una venganza de la mafia.