Una madrugada de sol

Psyche Navegante Nº 62
Sección: Acrílicos Urbanos


Pocas cosas debe haber más lindas que un amanecer de invierno seco, límpido y con sol. Si corre brisa, mejor. Produce un fresco suave y ligero en la cara recién despierta. Ligero, porque el sol que ya deslumbra, entibia la ráfaga.

Así era ese domingo; Lito, se había levantado temprano, un poco malhumorado. No le gustaba levantarse los domingos a esa hora, pero había que laburar. Los tres pibes y la señora (que también trabajaba) se lo merecían. Era eso de las 7 y ya estaba en el auto. Un Corsa nuevo, recién comprado, el sueño de su vida. Trabajador “independiente”, había logrado al fin cambiar el viejo cascajo que se venía abajo en cualquier bache por ese lindo “fierro”. Bueno, tampoco para exagerar. No podía negar que cuando veía pasar un BM... un respingo de envidia lo fastidiaba brevemente. Pero para la edad que tenía y el oficio, se la había rebuscado bien. Más, teniendo en cuenta que nunca había querido aceptar un peso del padre, que había estado preso por defraudar a la empresa del estado en la que era gerente de compras, aceptando coimas. Claro que para el Corsa, la casa y el estudio de los pibes, él y la flaca habían tenido que deslomarse. No era la primera vez que se levantaba temprano y se iba a trabajar “un rato”, hasta las “pastas” del domingo.

Así iba perdido en sus pensamientos cuando lo agarró el semáforo que siempre lo agarraba, el de la villa. Paró a esperar la verde. Él no era de esos pequeños burgueses pelotudos que creen que porque ahí vive gente pobre era más peligroso que en otros lados, él respetaba las normas de tránsito.
En eso, por la ventana del conductor, por la misma que entraba la brisa, asomó un revolver y una cara odiante que le decía: corréte. Del otro lado alguien abría la puerta y se sentaba apuntándolo con una pistola. En un santiamén quedó encerrado entre dos pibes, excitados, nerviosos, temblorosos que lo puteaban y amenazaban mientras le daban algunos culatazos en la cabeza y las costillas y le decían: ¡agacháte, tiráte al suelo boludo!. Lito no entendía nada. Eran pibes mal vestidos, con los jeans y las zapatillas ajeadas, los pulóveres desteñidos, igual que los pasamontañas que les semicubrían los rostros.

Asustado se tiró al suelo, no atinaba a decir nada. Sólo se le cruzaban los rostros de sus pibes y de la mujer. Quedó en el piso hecho un ovillo. Mientras, interminablemente el auto daba vueltas y vueltas. Los rebotes le informaban que eran calles llenas de agujeros y el “rascado” de las cubiertas, que se habían metido en tierra y barro. A partir de ahí la velocidad era escasa y el recorrido muy “enroscado”. Pararon, quiso levantar la cabeza para mirar y un culatazo del tercero que iba atrás, se la bajó sin apelaciones. Pero notó una diferencia, éste le gritó: “bajá la cabeza imbécil!”

De pronto un grito del acompañante cambió todo. Pará bolú que están los verdes!. El coche frenó de golpe, giró en seco y se metió de nuevo en el laberinto. Poco después el mismo griterío, otra frenada y una chorrera de puteadas y palabras inintelegibles mientras el acompañante cagaba a culatazos a Lito que literalmente se estaba cagando y meando. En eso frenan, abren las puertas y con un arma entre las costillas lo bajan al tiempo que ellos se bajaban. Lito al canza a ver gente en las puertas de las casillas.