Lacan transformó la práctica y acentuó la eficacia del psicoanálisis

Psyche Navegante Nº 62
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Área: Sociedad
Sección: La historia presente

Tema: Paremai llevó a cabo el 25 de abril un homenaje a Lacan en La Feria del Libro. Entre otros, habló Sergio Rodríguez. Aquí cuenta lo dicho, y lo amplía.

En la producción de la práctica psicoanalítica se articularon dos incidencias que se potencian mutuamente. El descubrimiento por Freud, del inconsciente y la pulsión de muerte. Y por Lacan, el de la función del lenguaje en la estructuración de los “hablantes seres”[1] y su consecuencia: el ordenamiento en tres registros anudados Real, Simbólico e Imaginario, en función de las faltas de saber de los seres parlantes. O sea: lo reprimido –el saber que no se sabe, el saber inconsciente-, deformado su valor simbólico por lo imaginario. Y lo real: cuando en los hablantes las faltas de saber radicales, los afectan. De dicho anudamiento proviene que los seres parlantes funcionemos en transferencia. O sea, según las imagos de los tiempos más arcaicos de nuestras vidas: suponiéndole saber a otros sobre lo que sentimos como faltas de saber en nosotros. Frustrándonos cada vez que dichas suposiciones fracasan. Fracasos que la vez, pueden lanzarnos a investigar. Pero también, a volverle a suponer que sabe a algún otro, reiniciando la rueda de la “esperanza”, la última desgracia de la caja de Pandora pero también un ingrediente importante para desear vivir.

Estas incidencias, produjeron y producen una fractura epistemológica de tal orden, que toda la relación con el saber debería reestructurarse. Esto no ocurrió ni va a ocurrir, particularmente por consecuencia de lo que también Lacan descubrió: la función anudadora y necesaria, o sea, que no cesa de escribirse de lo imaginario. Necesaria para evitar la disgregación de cualquier lógica colectiva. Anudamiento imaginario que vulgarmente suele ser llamado “sentido común”. Sentido que es el menos común de todos los sentidos, lo que no impide que sea supuesto así. Tal es la fuerza de esta necesidad que incluso eminentes psicólogos lacanianos como Roberto Harari no pueden resistirse a la misma, como puede advertirse en el peso que le da de por sí al mandato de Führer para hipnotizar a la masa, en un artículo publicado por Página 12 el 8 de abril del presente año. Lo imaginario le resulta un “atractor” que lo lleva a colocarse en ese terreno y a la cola de dichos universitarios como los de Giorgio Agamben. Dice Harari en dicho artículo: “En efecto, basta que el Führer diga su palabra, y esa palabra es ley. Más lo interesante es que ello acontece no por el hecho de tratarse de un dictador feroz o de un advenedizo, que se hubiese apropiado ilegítimamente del poder contra la voluntad del pueblo, por cuanto el Führer -ejemplifiquémoslo con Hitler, ahora sí- “era” el intérprete genuino del pueblo alemán. En consecuencia a través de su discurso hablaba ese pueblo, obteniéndose -creencialmente, claro- una identidad poco menos que perfecta y consolidada entre los actores sociales así convocados.

/.../ El bando es, en tal caso, el referido vehículo que transporta la emanación de la verdad del pueblo alemán”. ¿Basta con el bando? Lacan se rompió el alma luchando contra la mediocridad de creer en intérpretes representantes representativos y Harari vuelve a creer en que hubo un intérprete genuino del pueblo alemán. Con lo que recae además en uno de los peores vicios tributarios de lo imaginario, la creencia en generalizaciones como: “pueblo” y peor aún “la verdad”. Olvida o reniega así del trabajo de orfebre llevado a cabo por Freud en Enamoramiento e hipnosis de Psicología las masas y análisis del yo, el excelente libro escrito por Freud sobre esta temática y en el que concluye que los integrantes de una masa se identifican a quien condensa en su persona el funcionar como objeto e ideal, lo que les permite identificarse entre sí. Hitler desfiló miserablemente con sus primeros y escasos “boy scout” durante años, hasta que la herida al amor propio de muchos alemanes por el pacto de Munich y el terror de otros a los comunistas, fueron las faltas que facilitaron la transferencia del 33 % de los votantes a su liderazgo inicial. A Harari también le queda en el camino la indicación de Lacan en La Proposición del 9 de octubre de 1967, de tener en cuenta el peso de la función del Sujeto supuesto Saber. “Un sujeto no supone nada, es supuesto”[2] y es supuesto, porque como lo señalé en el párrafo anterior con respecto a Hitler, lo que se articula es el malestar de una masa de individuos a la suposición de que dicho “sujeto” u organización de “sujetos” sabrán hacer lo necesario para resolverlo.

Cuando los análisis de los analistas no encuentran fuertes y viscosas resistencias de estructura en el analizante y/o el analista y llegan suficientemente lejos, dejan al inconsciente de dichos analizados en mejores condiciones para trabajar con los tres registros, el “sínthoma” y el inconsciente, tanto en los psicoanálisis en intención como en la extensión del psicoanálisis más allá de los límites del psicoanálisis personal. Advertir esto, también ha sido y es, un fuerte e incidente legado de Lacan.

Entre muchos lacanianos, ya no es como antes que se atendía al paciente 4 o al menos 3 veces por semana, pretendiendo mantener la abstinencia y la neutralidad con una apariencia “seca”, distante, inexpresiva, reeditada en cada sesión y que hacía usos exagerados del silencio. Que se interpretaban los dichos con demasiado peso de lo icónico, que se utilizaba escasamente las formaciones del inconsciente y se extrapolaba excesivamente al aquí y ahora conmigo en la transferencia, a la vez que se estaba poco atento a los cambios en la vida del paciente. Todo lo cual, solía empujar a los analistas a formular enunciados excesivamente explicativos y muy marcados por las interpretaciones cliché y a funcionar desde una posición asaz pedagógica y adoctrinadora.

Que los inconscientes de los analistas queden en condiciones, no quiere decir que sus involucrados logren siempre agujerear con lo simbólico a lo real en medida suficiente. Dicha contingencia depende en ambas operaciones del psicoanálisis (intensión y extensión), de la sobredeterminación[3] de una serie de variables. Por ejemplo: dotación significante en cada uno, vs. real a ser trabajado; circunstancias, incidencia de los diferentes pesos de la numerosidad en el uno por uno, dotación simbólica de la Cultura del momento, vs. Real en cada época; efectos en el analista de su posicionarse como semblant de objeto en el psicoanálisis en “intención”. Y en el psicoanálisis en extensión, también peso y marcas en el analista de no poder dejar de estar en objeto gozado y gozante de lo que analiza.

Estos avances introducidos en la práctica clínica por las formalizaciones de Lacan, liberan al psicoanálisis de discusiones bizantinas como: psicoanálisis individual vs. familiar o de pareja, facilitando conducir con el formato y los instrumentos más útiles para cada momento de una cura. Facilitan usar el diván o el cara a cara como herramientas y con ese criterio utilizar los movimientos corporales y dichas diferencias de posiciones físicas. Psicoanalistas como Ferenczi, Winnicott y otros; en nuestro país: Pichon Riviere, Ulloa y Rodrigué, implementaron también movimientos como los descriptos. Pero la teorización de Lacan sobre la función del lenguaje y su consecuencia: los tres registros, el cuarto nudo y el discurso como generador del vínculo social, nos facilita a los psicoanalistas contemporáneos estar dotados de razones para actuar, que nos preserven de la arbitrariedad y la pura intuición. La atención libremente flotante del analista es convocada entonces, no sólo ya por las formaciones del inconsciente sino también por indicios de lo real y lo imaginario que, tomados en cuenta, sirven para ir precisando tácticas y estrategias sobre variantes a manejar para favorecer el desarrollo de los tratamientos y resolver impasses y resistencias.

A pesar de su práctica y escritos, el peso en Freud de la inmadurez por la novedad de sus descubrimientos, de una modernidad que se desperezaba, de las marcas universitarias y por qué no, de los restos de su neurosis obsesiva, hicieron que su intervención en el movimiento psicoanalítico no le permitiera, especialmente a partir del Congreso internacional de 1910, ponerle límite a los efectos en las reglamentaciones, de las neurosis obsesivas dominantes en la mayoría de sus discípulos. Ellas invadieron entonces, vía Eitington, a la formación y la práctica de los psicoanalistas. Esto no impidió que la transmisión del psicoanálisis se sostuviera gracias particularmente a los “divanes” que heredaron a don Sigmund. Pero obstaculizó bastante. Lacan, al captar tempranamente el peso de lo imaginario como una de las resistencias principales al psicoanálisis, pudo ir desprendiéndose de ese obstáculo y en la medida que fue depurando su elaboración sobre lo simbólico en su función de agujerear lo real, fue estructurando una modalidad de acto psicoanalítico liberada de la obsesividad reglamentarista de la IPA. En cambio, adhirió la práctica a la función de la letra y el significante (concebido no tanto como palabra, sino “como lo que representa a un sujeto para otro significante”[4]). También al peso en el tiempo, en desmedro de Cronos, de la lógica de la retrosignificación por articulación significante y puntuación, escansión. Asimismo, trabajada la advertencia freudiana sobre la función del deseo en el sostenimiento de los análisis, desplazó la interpretación de la resistencia y la defensa, en favor del trabajo con la posición y función “semblant” del analista, la interpretación del deseo y la intervención contra el goce cuando obstaculiza el desenvolvimiento de los análisis. Interviniendo incluso, para invalidar la principal paradoja con que se encontró: el goce del significante como obstáculo, como resistencia, como inductor de impasses en los análisis.

Desde este recorrido, intentó encontrar las formas institucionales más adecuadas para evitar que la organización artificial de masa, desde y con sus legalidades, obstaculizara el efecto de discurso. Centralmente, del discurso del analista. Fue en este terreno donde fracasó más estrepitosamente, como él mismo lo planteó en la carta de disolución de la Escuela Freudiana de París. No obstante, dicha disolución fue su último esfuerzo para “que el efecto de grupo consolidado no se sobrepusiera al discurso”. Y nuevamente dejó una marca profunda que toma vida hoy en un movimiento lacaniano con forma de archipiélago, integrado por una multitud de islas, que como ocurre en los archipiélagos, de alguna forma se relacionan, aparecen y desaparecen. Y aunque muchas veces imperceptiblemente, se desplazan, navegan e inciden sobre los grandes continentes. Ese efecto no fue anulado por la anulación obsesiva de Lacan cuando inmediatamente convocó a fundar la Escuela de la Causa Freudiana. Dicha anulación anuló en ese momento al sujeto Lacan, pero no al efecto del acto previo. Ojalá quienes reconocemos en Lacan nuestro principal referente teórico y práctico, seamos más capaces que la Cultura actual para mantener al archipiélago como un ecosistema. Que no caigamos en la tentación tan habitual en las corporaciones fundamentalistas del neoliberalismo, el islamismo, el cristianismo y el judaísmo, presionados por el trasfondo real de la economía, de - pretendiendo salvarnos - contribuir a destruir, destruyéndonos.



[1] Formulación con la que Lacan subrayaba la incidencia del habla en la diferenciación del ser humano del resto del reino animal.
[2] Proposición del 9 de octubre de 1967, Jacques Lacan
[3] Concepto planteado por Freud, ya en La interpretación de los sueños
[4] Los Cuatro Conceptos fundamentales del Psicoanálisis