Psicoanalista no es un título

Psyche Navegante No 68
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Sección: Dossier


Tema: Instituciones, institutos, postgrados, universidades, ministerios, burocracias en general anhelan titular psicoanalistas. Por estructura, es imposible que los produzcan.

Cuando el juicio contra Theodor Reik por práctica ilegal de la medicina, Freud aclaró que el psicoanálisis no era una medicina, ni se enseñaba en la universidad. Luego la Asociación Psicoanalítica Internacional establecería normas para formar analistas. Pasó a ser la pieza maestra, el análisis del analista en sus dos vertientes: el de los goces y la articulación con sus deseos inconscientes, y el de control. Esta nominación, control, y la obligación de que fueran piloteados durante un tiempo preestablecido por analistas didactas titulados por las asociaciones respectivas, manifestó un síntoma clave del movimiento en aquella época. A la vez que se hizo cargo de que no se puede producir un psicoanalista sin que haya pasado al menos por un psicoanálisis, pautó dicho proceso desde la suposición que el trabajo del psicoanalista podía ser garantizado por un control adecuado y era producto de una enseñanza. Dichos ideales del movimiento, resultaron de la identificación a la lógica del discurso de la universidad, y a los paradigmas científicos de la época (observador no participante, deducción, verificación empírica, idealización de las estadísticas). También a las normas de producción de los recientes y pujantes burgueses industrializadores. La eficiencia fabril, “garantizada” por controles de productividad y calidad. Dichas identificaciones obsesivisantes del imaginario psicoanalítico, se estableció importando métodos seguidos en campos que forcluyen al sujeto, lo reniegan o reprimen. El deseo de Freud, al que se identificó parcialmente la práctica del movimiento estuvo causado por la inexistencia de un método para reproducir oficiantes. Inexistencia resultante de la ruptura epistemológica que produjo el descubrimiento del Inconsciente. Éste nuevo, imprevisto e impensado objeto de estudio y operación, no es tratado con métodos provenientes de campos que gestionan y ordenan con la lógica de la Conciencia.

Luego de la muerte de Freud, la segunda guerra mundial, advino la pérdida de brújula en un movimiento psicoanalítico horrorizado de su propio acto. Ana Freud y los psicólogos del yo, trataron de devolver la razón al yo. Melanie Klein intentó reducir el Inconsciente a un catálogo de fantasmas referenciados en la maldad, la bondad, la envidia y la reparación, que danzan sus coreografías buscando externalizar ansiedades internas esquizoparanoides y depresivas transferenciándolas al analista como objeto casi exclusivo. En una parte numerosa de la generación posterior a los 7 Anillos[1], la afirmación de ideales humanistas (marxistas o liberales) los enfrentó contra el trascendental descubrimiento freudiano de la pulsión de muerte y su función radical en el malestar en la cultura.

Allá por 1938, comenzó a afirmarse como psicoanalista Jacques Lacan con su trabajo sobre la familia y su primera formulación del estadio del espejo presentado en 1939 en el Congreso de Marienbad. Los primeros grandes temas que encaró, seguramente movido por reacciones a su mito familiar y por las marcas que le dejaron la investigación del caso Aimeé y del crimen de las hermanas Papin, ya mostraban una tendencia. Discernir que el ser parlante se realiza desde su narcisismo, en lazo social. Sus investigaciones apoyadas en la lectura que hace Kojeve de la dialéctica del amo y del esclavo descifrada por Hegel, de las relaciones elementales de parentesco investigadas por Levi Straus y de la teoría del significante de Ferdinand de Saussure, le facilitan afinar la lectura de Freud y afirmar sus principales conceptos. Lo hace discerniendo la estructura y articulación en tres registros, de la experiencia humana. Abrió así un nuevo campo al psicoanálisis y a los psicoanalistas, más allá del Inconsciente pero no sin él. En ese camino, se le fueron despejando nuevos senderos para la práctica de la cura. El Inconsciente se le había aparecido a Freud como atemporal, tal como se lo mostraban las representaciones oníricas y las compulsiones a repetir. También como retrosignificador para la formación de síntomas. Estas precisiones de Freud, le facilitaron a Lacan advertir los movimientos de una lógica temporal en que se articulan percepción, conjetura y acto. Acto que a la vez que termina dicho movimiento retrosignificando, lo reinicia. Un nuevo sofisma... da cuenta de ese descubrimiento. Estos hallazgos se fueron manifestando en su práctica clínica, que fue saliéndose de los patrones establecidos por la IPA, y no sólo en el manejo del tiempo. Salida que se tornó insoportable para los acomodamientos de carácter obsesivo, alcanzados por la masa de psicoanalistas en la asociación internacional y sus filiales. Lo conminaron a ceder, y como no lo lograron, lo expulsaron. Cinco años antes, en La situación del psicoanálisis francés en 1959, Lacan había escrito una flamígera crítica a la situación en la alta burocracia de IPA y sus socios franceses.

Analizó lúcidamente muchas de las fallas que afectaban al movimiento. Apasionado, enojado, acuñó la boutade SAMCDA (Sociedad de ayuda mutua contra el discurso psicoanalítico -el subrayado es mío SR-) Dicha boutade situó el problema en el terreno conspirativo. Lo imaginario melló el filo simbólico. Según su propia observación[2] sobre aquel registro, el emisor recibe del receptor su propio mensaje invertido. Al comité ejecutivo de IPA le resultó más fácil conspirar y expulsarlo.

Dicha expulsión lo colocó ante lo real, de que la realidad (imaginario / simbólica) de IPA que lo había reconocido como analista y autorizado como didacta, le retiró el banquito y lo dejó solo en medio del ring, como diría Ringo Bonavena.
Fue ante dicho real, que acuñó la frase “un psicoanalista no se autoriza mas que de sí mismo”[3]. La expulsión lo había dejado solo, aunque lo acompañaran unos 500. Un par de años después, ante el aventurerismo que había desatado dicha frase entre algunos, agregó: un psicoanalista no se autoriza mas que de sí mismo y de algunos otros. Este “algunos otros” deja indeterminado, de qué algunos se tratará. Cosa paradojal, articulable a que en La proposición..., al mismo tiempo que reivindica que un psicoanalista no se autoriza más que de sí mismo, propone un órgano para el reconocimiento de analistas que otorgara el título de Analistas Miembros de la Escuela de la Escuela Freudiana de París como garantía (¿?) de que tenían formación suficiente para ejercer el oficio. También un jurado dictaminaría si el analista hizo el pase necesario para quedar en posición de analista, en cuyo caso dicho jurado le otorgaría el título de Analista de la Escuela -con obligación de teorizar sobre la marcha del movimiento- y de Analista Miembro de la Escuela a quien lo hubiera analizado (¿?). Por otro lado cuando propone el jurado de pase, centra la fundamentación en su anhelo de investigar lo atinente al final de análisis. Luego, muchos lacanianos recentraron a éste en una supuesta formulación sobre el final de análisis enunciada como “atravesar el fantasma”. Formulación de por sí no fácilmente objetivable. Pero que si se la cree fundamento único, lleva a un fundamentalismo negador de la inconsistencia como propiedad ineludible de la lógica estructural de los seres parlantes. Se instala como código[4], como ideal de final de análisis. Contradictorio con lo descubierto por el mismo análisis: la función de obstáculo que juegan los ideales para la aproximación de los goces a los deseos inconscientes y negadores del efecto analítico que por lo menos, atenúa dichos ideales.

Esta enunciación, un psicoanalista no se autoriza más que de sí mismo, más allá y más acá de las circunstancias en que fue emitida, merece ser evaluada. 1) Remite a cada analista a su singularidad, tanto para autorizarse como para no autorizar a otros. 2) La autorización queda en poder de una instancia que no es el Inconsciente, menos la conciencia, tampoco el yo, superyo o ello. Sí mismo, enunciado poco usado por Lacan. Inaugurado en psicoanálisis por Freud particularmente en Introducción del narcisismo y en Duelo y Melancolía y referido principalmente a un sentimiento, el sentimiento de sí. Retomado por Helene Deutsch en su definición de personalidades como sí para definir a un tipo de hablante caracterizado por perfiles inconsistentes y que puede desembocar en alguna esquizofrenia. Sostenido durante casi toda su vida por Winnicott en su formulación de falso sí mismo, con sentimientos de vacío resueltos por pasajes a acciones, no actos, en tanto no retrosignifican. El sí mismo no aparece como una instancia, sino como una percepción sentimental del hablante sobre su estar en la vida.

Recordemos en este punto las burlas de Lacan al sentimentalismo, por su ligazón a lo imaginario como obstáculo para conjeturar. Los sentimientos son respuestas a realidades fallidas, que por defecto o exceso, intentan dar cuenta de lo real que interpela al sujeto. Las reacciones especulares y los significantes inconscientes emitidos o reprimidos por acoso de la angustia, ejemplifican. Autorizarse de sí mismo entonces, es hacerlo desde un sentimiento de sí. Dicha autorización puede resultar engañosa, pero es la única valedera. Sólo si está presente positivamente, soporta al hablante en su acto. Cuando la autorización viene de un Otro que aparece como garante, puede ocurrir que no logre inducir dicho sentimiento de sí. Este responde no a la palabra que venga de otro, sino a que ella encuentre apoyo en los significantes que habitan su inconsciente. En la melancolía, mientras más se palmee al afectado más se reforzará su depresión, pues en algún lugar de su tesoro de los significantes sabe que hay algo por lo que merece alguna pena. Si alguien ejerce el oficio sin herramientas mínimas necesarias no habrá garantía venida de Otro que le sirva, pues inconscientemente sabe que dichas garantías no existen. Y si en hipomanía “se la cree”, lo real de su práctica lo descreerá. No es raro saber de colegas con cargos directivos en instituciones, con “sesudas” y abundantes publicaciones y no sólo con la publicación de algún aviso publicitario ofreciendo atención psicoanalítica, que habitan consultorios vacíos y/o no producen efectos de cura psicoanalítica en quienes concurren a ellos.

Se nos presenta entonces la siguiente paradoja: es estrictamente acertada la formulación “un psicoanalista no se autoriza más que de sí mismo”. Sólo el sentimiento de sí aprobando lo que se practica, da la paz necesaria para oficiar psicoanalizando. A la vez, ese sentimiento puede resultar engañoso. En el corazón mismo de la autorización, la castración nos recuerda su presencia universal. Es lo que el movimiento institucional del psicoanálisis ha querido suturar desde Freud a Lacan incluidos. Sostengo que es la sutura a la debemos renunciar. Insisto en señalar que esa misma formulación de Lacan impugna la de “y algunos otros”, tomen la forma de jurados o de currículos parecidos a los que exigen las universidades. Pero entonces qué. ¿Anomia, anarquía? ¿Autoexclusión del psicoanálisis de las coordenadas imaginarias que sostienen el lazo social en referencia a las prácticas profesionales? ¿El Psicoanalista como excepción? No, creo que eso es dañoso para la utilización de las herramientas necesarias en el movimiento de la cura. Tanto porque cualquier aventurero se puede creer con derecho a analizar si leyó algún libro de Freud, de Lacan o de algún otro analista de fuste, como porque introducirse en el psicoanálisis exige haber pasado por una fuerte preparación intelectual. En este sentido, creo que poseer un título universitario previo (particularmente de facultades que tienen relación con prácticas conjeturales[5]) es necesario para la preparación como psicoanalista (no cesa de escribirse, es un síntoma formativo). Se me argumentará que hubo y hay, Heinrich Racker, Germán García, etc., psicoanalistas que no pasaron por facultades. Considero que son la excepción que confirma la regla. Ahora bien, el título universitario será solamente la base previa sobre la que se iniciará la preparación. La preparación se inicia, luego de él.

Y ahí viene mi última aseveración. La formación del psicoanalista no debe estar centrada ni en el control, ni en formas que refuercen el Discurso universitario según el cual un profesor enseña solamente lo que otros publicaron.

La transmisión psicoanalítica debe transitar rutas que vayan instalando desde los inicios la práctica de los tres registros, del análisis del deseo en su relación al goce y de la producción significante. El funcionamiento de seminarios y grupos de estudio tiene que responder a esas premisas. Serán entonces instituyentes de una posición psicoanalítica, y no sólo un venero de saberes psicoanalíticos instituidos. Trato de escribir dicha ruta, con un matema: el De apertura de la partida.

El psicoanalista que oficia en función de agente dando curso a su saber hacer inconsciente, debe semblantear los “a” que causan el deseo de psicoanalizar en sus discípulos. La comunicación de enunciados teóricos provenientes de otros, será hecha a partir de esa premisa básica. Buscará así, llevar al significante por el que se supone representado el discípulo, a producir la escisión que lo ligue al deseo de perseguir ese objeto inaprensible pero practicable, que es el deseo del analista.



[1] El círculo de analistas más cercanos a Freud: Sandor Ferenczi, Otto Rank, Enest Jones, Hans Sachs, Karl Abraham, Max Eitingon.
[2] Apoyada en lo producido por el grupo de Filosofía analítica de Inglaterra
[3] Proposición del 9 de octubre de 1967
[4] Ver el último artículo escrito por Ricardo Estacolchic y publicado en el número 35 de esta revista “Fines y Finales de los análisis”
[5] Psicología, medicina, letras, filosofía, sociología, economía, etc...