Jornadas del Centro de Salud Mental Nº 3 Arturo Ameghino
10 de setiembre de 1999
10 de setiembre de 1999
Mi posición ante la participación en los medios masivos de comunicación
Cuando se inventó el psicoanálisis, los medios masivos de comunicación se reducían a diarios sábana, y a la incipiente aparición de la radio a galena, difícilmente escuchable y propiedad de pocos. De Freud se conserva su voz, tomada de una emisión radial y pasada a cassette, y su imagen en un cortometraje, comprables en el museo que lleva su nombre. Épocas en que la lectura era un hábito entre la intelectualidad y en sectores importantes del movimiento obrero. En ese mundo de, en términos relativos pocos escritores y publicaciones y que paradójicamente tenía a los libros como uno de los principales medios de comunicación masiva, Freud produjo los 20 tomos de sus obras completas y un abundante epistolario. Los tiempos, también eran distintos. De largos viajes en tren, que le servían al maestro para escribir maravillas como su Proyecto de psicología para neurólogos bajo el acicate de combatirse la fobia. Mundo de carros de a caballo, en el que el automóvil era raro y sus subproductos inexistentes. Las imprentas -minervas, y los manuscritos, efectivamente escritos a mano y con plumafuente. Las pocas máquinas de escribir, mecánicas, como las viejas y pesadas Remington.
Un pequeño salto en la historia, apenas 100 años (un par de generaciones) nos colocan ante este otro mundo: procesadores de textos trabajados en computadoras, e- mail que estimulan comunicaciones breves y de rápida contestación y que permiten dirigir y producir una revista con los redactores sin moverse de su casa y con reuniones que más que nada están destinadas a ver y sentir la presencia del otro. Bombardeo constante con informaciones que repetidas por radio, televisión y prensa están deshabituando a leer diarios, revistas, libros. Hemerotecas y bibliotecas enteras instaladas como bancos de datos en el cyber espacio. Es un comentario habitual de los enseñantes en cualquier profesión, también entre los oficiantes del psicoanálisis, el de que los alumnos leen cada vez menos. Les confieso una problema particular. Cada vez que estoy llevando adelante un seminario de la forma que considero más psicoanalítica posible, si tengo que recomendar bibliografía, me encuentro en dificultades. Cuando empecé a estudiar psicoanálisis, la mayoría de los psicoanalistas escribían universitariamente, sobre temas, lo que les facilitaba recomendarnos bibliografía a quienes nos enseñaban. Luego, un famoso programa de lectura de Freud elaborado por Masotta, iba recorriendo esa obra temáticamente y según la metodología de la retrosignificación. O sea, en lugar de, según hábitos previos leer cronológicamente, se partía de los conceptos más elaborados para alumbrar los previos. Lacan, siguiendo a Bachelard y promovido por Althusser había marcado la ruta.
Pero hoy, los que no seguimos el hábito escolar de exprimir seminario por seminario, o época por época, nos encontramos frente a un doble problema. 1) Multiplicación geométrica de la bibliografía. 2) Como consecuencia del arraigo en algunos de nosotros de la propuesta en acto de Lacan de tomar temas y vueltas como pre- textos, para desde la clínica interrogar la teoría con los efectos de re- crear el psicoanálisis que trae esa estrategia de transmisión, nos encontramos con que la bibliografía se haya, además de multiplicada, fragmentada, y por lo tanto difícil de indicar.
Entonces, acuden en nuestra ayuda nuevos medios masivos de comunicación, el ya señalado cyber espacio (internet con su entrada a bibliotecas y bancos de datos) y cd de las obras de Freud, Lacan y otros autores, con buscadores por palabras, temas, etc. Los que tenían como antecedente el tomo con índices de la Standard edition de Freud y el índice razonado de los Escritos de Lacan. Lo que quiero señalar, es que el desarrollo tecnológico y el desarrollo en general, incluido el del psicoanálisis trae dificultades y soluciones. Por lo tanto no es bueno pontificar ni a favor ni en contra. Lo importante es formularse la pregunta: ¿cómo me reposiciona lo nuevo, como me reposiciono ante él?
Recuerdo la primera vez que me invitaron a participar de un programa en TV. Por un lado se me vino encima el superyo institucional ¿cómo reaccionarían mis colegas? El temor era a un supuesto rigor doctrinario que descartaría a la televisión como viable para que un psicoanalista pudiera hacer algo en ella. Dicho fácil, se abría el peligro de que me consideraran una chanta. Había antecedentes para eso, las desgraciadas y frecuentes intervenciones de Arnaldo Rascovsky, moralizantes con sentidos diversos, incluso contradictorios. La otra variante provenía de mi propia responsabilidad: ¿se podía intervenir sin contrariar la ética del psicoanálisis? La esencia de la misma reside en hacer trabajar la castración en el Otro para llevar al sujeto a encontrarse con su real. Dicho más sencillo (como si estuviéramos en la tele) no pretender decir que se debe y que no se debe hacer. De eso, como psicoanalistas, no sabemos nada. Sí de pescar en lo que los otros dicen las fracturas lógicas, las insistencias, las emergencias de lo inconsciente, o sea a la letra de la enunciación en el Otro, para ponerla a trabajar.
De ahí suelen surgir efectos de sentido, que pueden o no coincidir con nuestras opiniones personales, pero que serán el resultado de nuestro trabajo analítico con lo que el discurso pone en acto, contribuyendo a una mejor lectura colectiva de los temas en cuestión. Planteadas así las cosas, no creo sólo que se puede participar en los medios masivos, sino que resulta conveniente, tanto por las marcas que se puede dejar en lectores, oyentes o televidentes, como por la contribución que significa, tanto a la difusión del psicoanálisis como de nuestro nombre propio. Es con ese criterio que me manejo, tanto en Psyche Navegante la revista que edito en gráfica y en Internet, como en radio y TV.
Cuando lo hago de esta manera, no dejo de tener en cuenta la pregunta más elemental que se hace cualquier periodista: ¿a quien me dirijo? ¿qué público quiero inventar?. Y escribo, hablo, actúo para ellos. Aquí me voy a explayar un poco. Primero: ¿por qué digo inventar? Porque si intervengo, es porque algo no me suena bien. No soy un pedagogo que interviene para enseñar lo ya instituido. Soy analista, y por ello fundamentalmente interesado en el saber que no se sabe, en el saber por venir. Por lo tanto no me dirijo a un público existente. Es el mismo acto en que intervengo, el que de resultar tal, habrá generado al público y a mí como agente. ¿Les llama la atención que les diga que actúo?
El planteo de Lacan sobre la función del analista de hacer semblant de objeto, es lo que lo llevó a decir en la Tercera de Roma: ¡Soy un payaso, aprendan de mí. Pero no me imiten! ¿Hay mayor actuación que la del payaso? Sin lugar a dudas: no. En consecuencia estoy planteando no sólo que me parece conveniente concurrir a los medios, sino también que hay que hacerlo lo más adecuadamente posible, tomando en cuenta las leyes de su forma, para operar eficazmente. Tenemos que saber colocarnos en aquel lugar conveniente, de lo que el público fantasmáticamente comparte, para interesarlo en nuestro acto. El zapping existe no solamente para la televisión, también se hace presente cuando trabajamos desacertadamente en el consultorio. Por lo tanto, estudiar como nos manejamos en los medios, también es una buena práctica para nuestras tareas más habituales.
Actualidad de los efectos del psicoanálisis en la Cultura (y en los "mass media")
Una discusión sobre si hay o no influencia del psicoanálsis, si esta es o no positiva y si es o no una moda pasajera, lleva muchos años. Por lo menos desde que el psiquiatra francés Robert Castell denostó la influencia del psicoanálisis en la Cultura, acuñando la expresión despreciativa psicoanalismo.
Voy a hablar con toda franqueza y con el mayor rigor posible. Se puede derivar de lo referido en los párrafos precedentes que considero como lo más importante de la operación psicoanalítica, la de la intervención con lo simbólico sobre lo real. Es a lo que más comúnmente se le llama interpretación. No debe ser arbitraria. Tempranamente en la introducción del capítulo VII de La interpretación de los sueños, Freud nos indicó su legalidad al decirnos que: los sueños no deben interpretarse según su valor figural, sino según su referencia signante. Desde lo que aprendimos en Lacan podemos decir: que la metáfora será un efecto de sentido de ese significante sin sentido, por articulación al contexto metonímico en que emergió en algún sitio del discurso, como letra fuera de lugar (nunca mejor ubicada). Podemos entonces hacer un chiste y decir que Freud nos enseñó a interpretar al acontecimiento televisivo antes que la televisión fuera inventada.
Gracias a eso, es que aparecidas las videocaseteras y asumiendo Miguel Rodríguez Arias lo que sus deseos hacían de él, lector de televisión, inventa con las Patas de la Mentira un método para registrar lo que en esta se emite como formaciones del inconsciente, con lo que nos ofrece un medio idóneo para hacer del acontecimiento televisivo una escritura. Es un efecto importante del psicoanálisis, por ahora patrimonio nacional de este país al que la corrupta dirigencia política nos hace a veces, por carácter transitivo, vilipendiar tanto. Lo que estoy planteando entonces, es que el mayor aporte del psicoanálisis y de los psicoanalistas a la Cultura, es en acto, y vez por vez.
Pero ocurre que el discurso del analista, como cualquier otro discurso es enunciado y no sólo enunciación, en consecuencia produce efectos de sentido que inercialmente tienden a coagularse y a conformar imaginarios diversos. Es a lo que Robert Castell llama equivocadamente psicoanalismo. Creo que hay que llamarlos psicologismos, ya que por definición se instalan en la conciencia. Llevan a muchos comunicadores sociales (psicoanalistas o no) a andar dando consejos supuestamente psicoanalíticos. Los concibo, no como efectos positivos de nuestra práctica, sino como el lógico resultado resistencial que la intervención psicoanalítica siempre ha despertado. Recordemos a Freud llamando la atención sobre la resistencia que despertó su develamiento de la sexualidad infantil, o a Lacan hostigado por su descubrimiento de que "no hay relación sexual".
Diría que es un resultado del mal encuentro permanente que se produce entre los descubrimientos o inventos de la Cultura, que no sólo representan lo que hasta ese momento era irrepresentable, sino que rápidamente se tornan insuficientes ante los nuevos reales que han generado. Lo que fue descubrimiento, saber que dejó de no saberse, pasa a ser un saber represivo, resistencial, que dificulta al saber por venir, imprescindible para tramitar lo real. Real que si no, se torna síntoma, atravesándose en cruz e impidiendo que las cosas funcionen. Algo de eso se torna evidente, no sólo en los consejos de los hombres sabios, sino también en la banalización interpretativa a que someten algunos comunicadores sociales, a lo que ellos llaman furcios.
Podemos apreciar entonces que la intervención de los psicoanalistas en los medios masivos de comunicación no sólo es posible, sino que además es imprescindible, para obstaculizar la degradación a que es sometida nuestra teoría y nuestra práctica en dichos lugares.