Lex dura lex: ser padre

Psyche Navegante Nº 79 www.psyche-navegante.com
Sección: Práctica



Padres escuchan un llamado que el hijo no advierte que hace. Ellos tampoco, pero acuden a un psicoanalista para que ocupe sus lugares. Éste los ayuda a que lo ocupen ellos. El padre, huérfano prematuro, culmina psicoanalizándose. Mejora él y su función.

Un colega le deriva a otro analista, una pareja de la que él atendía a la señora. Querían llevar a análisis al hijo de 15 años. ¿La razón? La señora ordenando placares había encontrado en el de la habitación de ese joven, único hijo del matrimonio, una gran cantidad de elementos evidentemente hurtados. Revisaron más a fondo y hallaron Marihuana. El pibe, hacía tiempo, presentaba trastornos de aplicación y conducta en su escuela secundaria. Recordando una cantidad de hechos, cayeron en la cuenta, registraron, “que se juntaba” con la barra más díscola y transgresora de la división.

Acudieron ansiosos para que dicho psicoanalista se hiciera cargo del tratamiento del muchacho. El colega preguntó, -pero él ¿quiere venir? El padre contestó decidido: -¡no, pero lo traeré! Respondía a la lógica de su profesión. Era abogado, y según la ley quien delinque no puede decidir sobre su libertad. Esa tarea es del poder judicial y en el caso de menores, responsabilidad de los padres que él no eludía. El colega les explicó que la diferencia residía en que no le iba a aplicar un correctivo al hijo de ellos, sino que trabajaría tratando de entender que le ocurría, analizando sus habitantes inconscientes, con el objetivo de que eso le aflojara el impulso a delinquir. Entonces, los padres, preguntaron cómo hacer. El colega les planteó que en principio vinieran ellos a entrevistas y en el decurso de las mismas se iría viendo qué y cómo hacer.

Aceptaron. En dichas entrevistas, rápidamente, se fueron estableciendo conversaciones en las que se los iba orientando a estar menos pendientes de las “malas compañías” y más de lo que le ocurría al muchacho que transitaba su salida de la pubertad sin novias ni amigovias, con vocaciones indefinidas y molestias por un disciplinamiento “careta” en el colegio. Lo que era acompañado por una presencia escasa del padre en la casa, absorbido por razones laborales y otras. A la vez se notaba entre ellos una relación de pareja tensa, sobre la que preferían no hablar. De diversas maneras fueron recorriendo durante dos años diferentes anzuelos del espinel. Recalco que las entrevistas, tenían básicamente el semblant, la apariencia, de entrevistas de orientación para padres. Pero funcionaban mucho, como combinación de entrevistas sobre una crisis de pareja y hasta ocasionalmente, con algunas interpretaciones dirigidas a alguno de los sujetos que alguna formación del Inconsciente precipitaba en acto y era introducible sin violar la intimidad del mismo.

Entre el paso del tiempo y los resultados de esa modalidad de trabajo, a la cual el muchacho nunca concurrió en persona aunque no era un secreto para él que existían, fueron cayendo las actuaciones del cada vez más adolescente. Se forjó un mayor compañerismo entre él y el padre, que pudo salir de rígidas oscilaciones entre funcionar como compinche o censor implacable. Lo primero que cayó, fueron los actos delictivos. Fue muy impactante para el padre y también para la señora cuando el profesional les hizo notar que los delitos los cometía un hijo de abogado. Lo que denotaba el carácter desafiante al padre, a la vez que demandante de su intervención. También que en ese sentido se les insistió en la diferencia entre el legista, que procura hacer caer todo el peso de la ley sobre el delincuente, y un padre que introduce al hijo en el respeto a las leyes sociales. Y, por eso mismo, la diferencia entre un padre y un compinche. El pibe fue mejorando su conducta y rendimiento en la escuela. Empezaron a aparecer amigovias que lo entretenían más que la vieja barra, el porro fue suplantado por la cerveza sin excesos demasiado grandes. Cambió de orientación escolar y se arraigó a una primera novia. Los padres ya estaban más tranquilos y el colega también. En consecuencia propuso dar por terminada la experiencia, cosa que ambos aceptaron. Pero inmediatamente el padre sorprendió al analista, pidiéndole analizarse él.

Dio comienzo ahí, sin diván, la mirada y el rostro del analista eran imprescindibles para el paciente, un psicoanálisis en toda regla: asociación libre, atención libremente flotante, abstinencia, interpretaciones y algún otro tipo de acto con efecto analítico. Se fue desplegando la evidencia de una relación de pareja, en la que lo que unía “no era el amor sino el espanto”. Frase que tomaba forma encarnada en determinados hechos que transcurrían en la casa, que sin violar ninguna legalidad, tenían pendiente del azar la vida del marido. Resueltos los mismos, no la tensión de fondo, se comenzó a desplegar una historia edípica muy marcada por la muerte temprana del padre y la existencia de un hermanito no auto válido, que lo obligaron a salir a trabajar desde muy pibe. Encima en la época de la dictadura, su otro hermano se salvó de ser un desaparecido pero a costa del exilio, con lo cual él tuvo que quedarse solo a sostener a la madre y el hermanito. Su reacción fue, que para nada quería que algo de eso le pasara al hijo. Exitoso en su profesión, lo logró en exceso, pero a costa de una relación poco cercana con el mismo. Venía de una grave enfermedad orgánica que casi termina también, tempranamente, con su vida. Médicamente, no hacía lo necesario para no repetir el destino del padre. Este era un vericueto que hubiera podido, a pesar de sus intenciones conscientes, llevar a que el hijo quedara en las condiciones que él había quedado por la desaparición prematura de su padre.

El análisis continuó unos cinco años. Se reordenaron muchas cosas de su vida y mucho de su goce, en un sentido más cercano a sus deseos. Otras, se mantuvieron parecidas a antes. Pero era evidente que había límites que no estaban dispuesto a atravesar, ni él, ni su esposa. El goce de la escena familiar era muy pregnante y el análisis no logró ir más allá, el analista tampoco presionó en ese sentido.
Pasaron muchos años de comenzada aquella experiencia. ¿Quince, veinte? Más o menos eso. ¿De terminada? Unos diez. El analista de vez en cuando ha tenido noticias de la continuación de la película. El matrimonio se mantiene. Él atravesó otra situación grave física, pero nuevamente fue sorteada con vida. En la profesión le fue cada vez mejor, lo que se reflejó en ingresos y propiedades.

Y el muchacho, iniciador no presencial de esta historia analítica, se recibió en dos carreras universitarias; una técnica otra artística. ¿Novias? Muchas, aún no ancló en ninguna. ¿Delitos? Con la PYME que instaló con un amigo y en la que le va bien, evade impuestos. ¿Qué quien no? Eso puede saberlo quien se haya formulado la pregunta mientras lee este último párrafo. El padre, súper legalista, sigue tratando de convencerlo de que no lo haga.
Pero entonces… ¿está todo igual qué al principio? Dejo a cuenta de la tontería de quien piense eso, la respuesta afirmativa.

¿Fue un psicoanálisis que llegó hasta el fin? Seguramente no. Creo sí, que por lo menos hasta ahora, llegó hasta su fin posible. ¿Podrá ir más allá? ¿Quién puede saberlo? Los caminos del Señor (digo, de lo real) son tan misteriosos… ¿Fue un solo análisis, el chico no fue analizado para nada? Los efectos del trabajo parecieran decir que algo de función analítica, también se ejerció sobre el muchacho, in absentia. ¿Y la señora? Probablemente sea el mayor enigma. Sólo ella podría contestarlo, y si hubo análisis, quien lo haya conducido. Claro que hasta la limitación que cualquiera de nosotros tiene, para llegar a saber hasta donde llegó un análisis que condujo.