Psyche Navegante Nº 80
Escrito sobre Gran Hermano presentado como panelista invitado en el 14º Congreso Internacional de Psiquiatría organizado por la Asociación Argentina de Psiquiatras, como miembro de la World Psiaiquiatric Association en setiembre del 2007
Por lo que gozando placentera o sufrientemente se pierde, se causan los deseos inconscientes. Estos mueven a la mayoría de los hablantes a ver televisión “con los ojos ciegos”, a mirar (a propósito no digo leer) diarios, revistas, y a oír (en general casi sin escuchar) radio.
Cuando precipitan deseos homicidas así como goces opuestos a legalidades, suelen encontrar su límite tanto en la civilización por el significante como en la posibilidad de ir a prisión o perder la vida. Límites, que muchas veces, resultan recursos insuficientes. En consecuencia, son esos deseos y goces los que sostienen el negocio de los medios, en tanto éstos ponen en escena aquello de lo que no se puede gozar sin límites: sexualidad, violencia, asesinatos, pero que por eso mismo de modo intermitente, forma parte de las fantasías a veces conscientemente, otras de una inconscientes. Los medios masivos de comunicación dan lugar y escenario a un goce en plus para la mirada y la audición. El consumidor, más que consumir, se consume pasivo, mirando televisión, escuchando radio, mirando algún medio gráfico, que le sirven de exutorio para un plus de libido que sino tendría que ser consumida en una infinita y por lo tanto imposible actividad sexual directa y/o, en agresiones sostenidas.
¿El hablante, consumido por los medios, sublima? Creo que, en general, no. Sólo adormece sus pulsiones. Lo que se escucha, queda expulsado, no registrado; tras los ruidos de lo que se oye y las ligerezas que se dicen. Sublimar lleva a crear. El desvío sublimatorio, exige letras[1] y significantes que hagan posible la creación y generación de otra cosa. Esto ocurre, incluso en artes aparentemente iletrados como la pintura, la escultura, la música. Siempre están sostenidos en algún sustento inconsciente de letras y significantes que generaron sus productos.
La emisión, mediática tiende principalmente, a mostrar imágenes (viso-auditivas) excitantes. De eso dependen los rátings, targets, shares y especialmente el recién llegado ráting minuto a minuto[2]. Y de éstos dependerán las ganancias dinerarias de las corporaciones propietarias de los medios. Paradójicamente, las emisiones de los medios masivos aletargan las pulsiones al mismo tiempo que las excitan, incitándolas a presionar según el imaginario predominante en esta época, el de la Cultura hegemónica en los Estados Unidos de Norteamérica. En él, según lo ilustran sus series, películas, noticias y accionar como nación; las escenas más insistentes son las de persecuciones, violencia en general y guerras en particular, sean de pandillas o de invasiones a otros países. Dentro de esa tónica, también toman una dimensión cada vez mayor, la presencia de asesinos y violadores seriales. También las desestabilizaciones, en mayor número de adolescentes y jóvenes, que desembocan en matanzas masivas. Imaginario que, tras una supuesta libertad de información, transparencia e idealización de La Transgresión, mete en las pantallas de los televisores una ejercitación procaz de la sexualidad, obscena, promiscua, arrasadora de las diferencias sexuales en nombre de una supuestamente democrática igualdad de géneros. Nuevos productos son volcados a la aldea global, los talk show y más sofisticadamente los reality show. Se ha repuesto con nuevos objetos para ser devorados por la corporación y pasivamente por la mirada de los espectadores, la, por ahora, guinda del postre: Gran hermano. Agrega algunos “detalles” más evidentes en esta nueva emisión. Toda la publicidad, acentuó el carácter de gente común de sus protagonistas. Posteriormente y a la inversa, el de famosos. Detalles importantes, pues apuntan a hacerle creer a la gente común, que cualquiera de ellos puede vivir lo que en el laberinto para ratas[3] en que consiste esa casa artificial que construyó la producción del programa, viven sus habitantes transitorios. Seleccionados previamente en un casting al que efectivamente se presentó gente común (entre las que se eligió en desproporción estadística, un ex presidiario y algún homosexual). No fueron seleccionados con cualquier criterio. Un equipo de técnicos lo hizo de acuerdo al tipo de emisión que querían lograr. Empecemos porque sólo seleccionaron jóvenes. Seguramente fueron tenidos en cuenta también, juicios estéticos y psicológicos. Elaborada esa “pre pizza” se los encerró por un, en términos relativos, largo periodo de tiempo para que actuaran según sus impulsos. ¿Lo hicieron, lo hacen así?: No. Se torna evidente que sobreactúan personajes, por suponer que van a impactar a los televidentes lo que podría abrirles el camino al éxito televisivo. Tal vez el episodio más claro de eso, pero no el único, fue el coito desplegado bajo los cobertores de la cama pero ante las cámaras, por la que era novia de Sergio Denis con uno de los jóvenes del “Truman show”.
De paso digamos que es un buen ejemplo de las falencias de muchos experimentos de psicología al no registrar que, por colocar a sus objetos en condiciones especiales, contaminan la experiencia. Pero si traigo a cuento esta cuestión de Gran hermano, no es tanto por los objetos directos de experimentación, sino por los otros objetos del experimento: los televidentes. Particularmente los más jóvenes, que son los que más compran o más inducen a sus padres a comprar, de ahí el criterio de selección en el casting. La masa le otorga a la pantalla televisiva la suposición de que los que la producen y los que actúan en ella, saben sobre lo que representan y lo que hablan. Big Brother oferta a la identificación, particularmente de los más jóvenes, dichas sobreactuaciones. Entonces, ya no queda solamente en un circuito de retroalimentación como otros programas, sino que impulsa la generación de nuevos rasgos culturales cada vez más confrontados con los necesariamente inhibitorios de cualquier Cultura. Culmina dicha función al haber instalado como una acción “democrática” vía el voto telefónico, que le da pingües ganancias a las empresas del ramo particularmente a las que dominan el circuito comercial de teléfonos celulares, la decisión del Gran Hermano de ofertar a la masa de votantes dos nombres, para que elija a cual va a dejar fuera de la competencia. Es impactante que a esos dos los designen como “nominados”. Trasmiten así la idea de que sólo quienes están en el borde que limita exclusión de inclusión, tienen nombre propio aunque determinado por un omnipoderoso, El Gran Hermano.
Metáfora perfecta de lo que está ocurriendo en esta Cultura hegemonizada por las corporaciones financieras, en la que se nomina para excluir y el que se “salva” vuelve a ser un posible futuro nominado. La masa ululante vota entre dos condenados por El Gran Hermano, quien sale y quien queda. Se ilusiona con haber decidido algo, cuando lo único que hizo fue engordar las arcas de las corporaciones telefónicas. Es la escena del emperador romano levemente disimulada y sin sangre concreta pero sí metaforizada, “dándole” a la multitud, la decisión de a quien excluir y a quien incluir, unas funciones más. Dicho sencillamente, es un programa venenoso[4].
No es más que amplificada electrónicamente, la historia antigua. Panem et circenses, exclamaba peyorativamente Juvenal sobre la decadencia del imperio romano y sus espectáculos sanguinarios en el Coliseo. Pregunto: ¿Se puede suponer una sociedad sin panem et circenses, incluidas las “barras bravas” de los espectáculos masivos, llámense fútbol o rock? El totalitarismo fascista ofreció privilegiadamente, ascéticas escenas deportivas en pro de la superioridad aria o del "risorgimento romano". Claro que, para desembocar en una de las guerras más crueles, contra el capitalismo liberal en alianza con el capitalismo de estado totalitario de los comunistas, que había llegado al poder a horcajadas de las demandas de paz, pan y tierra, de masas hambrientas y desangradas por la primera guerra mundial, y de ideales de políticos que creyeron que constituyéndose en dictadura los iban a hacer posibles. Su "realismo socialista" pretendió erradicar de los "medios" al erotismo y la violencia (a menos que ésta apareciera al servicio de fines "nobles"). Sólo logró tornarlos aburridos, in-mirables e in-escuchables. O sea: inviables. Y con represión violenta y constante, acallaban toda disidencia. Hasta que el muro que ocultaba el fracaso con la ayuda de los medios masivos de comunicación de propiedad estatal y su manipulación cayó, abriendo la vuelta de un capitalismo salvaje inmisericorde, mafioso, apenas oculto tras el consabido barniz democrático.
¿Qué trato de plantear? Que pareciera haber una relación entre retirar la violencia y la trasgresión del espectáculo, y facilitar que ésta se haga realmente presente en la vida social. Lo que no excluye que su presencia en las pantallas, radios y diarios la estimule. Llamo la atención sobre el carácter sintomal de los medios. El ejército israelí, el norteamericano, y los fundamentalistas islámicos, censuran mostrar las imágenes más terribles de su guerra. Exterminios masivos, genocidios. Pero no excluyen las que buscan aterrorizar a los enemigos: decapitaciones, campo de concentración de Guantánamo, torturas, bombardeos masivos etc.
En esta paradoja, los medios electrónicos cuentan con el aura de la tecnología y la sensación de saber universal que produce la contemporaneidad omniabarcativa que logran con la trasmisión satelital en lo que llaman tiempo real. A partir de dicho efecto, generan la creencia de que trasmiten toda la información al instante. Lo que les facilita construir hipnóticamente imaginarios, engendradores de identificaciones que soportarán nuevas violencias.
Los objetos perdidos o nunca tenidos, siempre remiten a escenas en las que no se accedió a lo anhelado y quedaron bajo represión primaria o secundaria. La pantalla televisiva, las voces radiales, las fotos en diarios y revistas, resuenan en lo reprimido y con cierto parentesco con los restos diurnos que disparan sueños, abren vías de realizaciones de deseos, desnudan claves de goce. De ahí que le sea tan difícil sino imposible, al consumidor de medios, apartarse de ellos. Los que en verdad lo consumen, al aplastarlo contra los sillones de la pasividad.
A este recorrido moebiano[5] humanamente afirmado en lo imaginario y en la pulsión, -de muerte al final de su tour-, está atada la paradoja de los medios masivos de comunicación.
[1] Letra como litoral entre lo real y lo simbólico, tal como lo discernió Lacan en su artículo Lituraterre. En consecuencia no sólo referida a los componentes de los abecedarios.
2 Sistema de medición a través del cual calculan minuto a minuto la cantidad de televidentes de un programa en particular.
[3] No me refiero con esta metáfora a las personas encerradas en él, sino al artificio inventado por los cerebros corporativos.
[4] El 12 de mayo del 2001, a pedido de Página 12 escribí algunas observaciones sobre Gran Hermano que publicó la sección Psicología de dicho diario. Reciclado el programa por Telefe, sólo agrego algunas cuestiones.
[5] O sea: según la torsión de la banda de Moebius que torna imperceptible el pasaje de una cara a la otra de dicho artificio topológico.
Por lo que gozando placentera o sufrientemente se pierde, se causan los deseos inconscientes. Estos mueven a la mayoría de los hablantes a ver televisión “con los ojos ciegos”, a mirar (a propósito no digo leer) diarios, revistas, y a oír (en general casi sin escuchar) radio.
Cuando precipitan deseos homicidas así como goces opuestos a legalidades, suelen encontrar su límite tanto en la civilización por el significante como en la posibilidad de ir a prisión o perder la vida. Límites, que muchas veces, resultan recursos insuficientes. En consecuencia, son esos deseos y goces los que sostienen el negocio de los medios, en tanto éstos ponen en escena aquello de lo que no se puede gozar sin límites: sexualidad, violencia, asesinatos, pero que por eso mismo de modo intermitente, forma parte de las fantasías a veces conscientemente, otras de una inconscientes. Los medios masivos de comunicación dan lugar y escenario a un goce en plus para la mirada y la audición. El consumidor, más que consumir, se consume pasivo, mirando televisión, escuchando radio, mirando algún medio gráfico, que le sirven de exutorio para un plus de libido que sino tendría que ser consumida en una infinita y por lo tanto imposible actividad sexual directa y/o, en agresiones sostenidas.
¿El hablante, consumido por los medios, sublima? Creo que, en general, no. Sólo adormece sus pulsiones. Lo que se escucha, queda expulsado, no registrado; tras los ruidos de lo que se oye y las ligerezas que se dicen. Sublimar lleva a crear. El desvío sublimatorio, exige letras[1] y significantes que hagan posible la creación y generación de otra cosa. Esto ocurre, incluso en artes aparentemente iletrados como la pintura, la escultura, la música. Siempre están sostenidos en algún sustento inconsciente de letras y significantes que generaron sus productos.
La emisión, mediática tiende principalmente, a mostrar imágenes (viso-auditivas) excitantes. De eso dependen los rátings, targets, shares y especialmente el recién llegado ráting minuto a minuto[2]. Y de éstos dependerán las ganancias dinerarias de las corporaciones propietarias de los medios. Paradójicamente, las emisiones de los medios masivos aletargan las pulsiones al mismo tiempo que las excitan, incitándolas a presionar según el imaginario predominante en esta época, el de la Cultura hegemónica en los Estados Unidos de Norteamérica. En él, según lo ilustran sus series, películas, noticias y accionar como nación; las escenas más insistentes son las de persecuciones, violencia en general y guerras en particular, sean de pandillas o de invasiones a otros países. Dentro de esa tónica, también toman una dimensión cada vez mayor, la presencia de asesinos y violadores seriales. También las desestabilizaciones, en mayor número de adolescentes y jóvenes, que desembocan en matanzas masivas. Imaginario que, tras una supuesta libertad de información, transparencia e idealización de La Transgresión, mete en las pantallas de los televisores una ejercitación procaz de la sexualidad, obscena, promiscua, arrasadora de las diferencias sexuales en nombre de una supuestamente democrática igualdad de géneros. Nuevos productos son volcados a la aldea global, los talk show y más sofisticadamente los reality show. Se ha repuesto con nuevos objetos para ser devorados por la corporación y pasivamente por la mirada de los espectadores, la, por ahora, guinda del postre: Gran hermano. Agrega algunos “detalles” más evidentes en esta nueva emisión. Toda la publicidad, acentuó el carácter de gente común de sus protagonistas. Posteriormente y a la inversa, el de famosos. Detalles importantes, pues apuntan a hacerle creer a la gente común, que cualquiera de ellos puede vivir lo que en el laberinto para ratas[3] en que consiste esa casa artificial que construyó la producción del programa, viven sus habitantes transitorios. Seleccionados previamente en un casting al que efectivamente se presentó gente común (entre las que se eligió en desproporción estadística, un ex presidiario y algún homosexual). No fueron seleccionados con cualquier criterio. Un equipo de técnicos lo hizo de acuerdo al tipo de emisión que querían lograr. Empecemos porque sólo seleccionaron jóvenes. Seguramente fueron tenidos en cuenta también, juicios estéticos y psicológicos. Elaborada esa “pre pizza” se los encerró por un, en términos relativos, largo periodo de tiempo para que actuaran según sus impulsos. ¿Lo hicieron, lo hacen así?: No. Se torna evidente que sobreactúan personajes, por suponer que van a impactar a los televidentes lo que podría abrirles el camino al éxito televisivo. Tal vez el episodio más claro de eso, pero no el único, fue el coito desplegado bajo los cobertores de la cama pero ante las cámaras, por la que era novia de Sergio Denis con uno de los jóvenes del “Truman show”.
De paso digamos que es un buen ejemplo de las falencias de muchos experimentos de psicología al no registrar que, por colocar a sus objetos en condiciones especiales, contaminan la experiencia. Pero si traigo a cuento esta cuestión de Gran hermano, no es tanto por los objetos directos de experimentación, sino por los otros objetos del experimento: los televidentes. Particularmente los más jóvenes, que son los que más compran o más inducen a sus padres a comprar, de ahí el criterio de selección en el casting. La masa le otorga a la pantalla televisiva la suposición de que los que la producen y los que actúan en ella, saben sobre lo que representan y lo que hablan. Big Brother oferta a la identificación, particularmente de los más jóvenes, dichas sobreactuaciones. Entonces, ya no queda solamente en un circuito de retroalimentación como otros programas, sino que impulsa la generación de nuevos rasgos culturales cada vez más confrontados con los necesariamente inhibitorios de cualquier Cultura. Culmina dicha función al haber instalado como una acción “democrática” vía el voto telefónico, que le da pingües ganancias a las empresas del ramo particularmente a las que dominan el circuito comercial de teléfonos celulares, la decisión del Gran Hermano de ofertar a la masa de votantes dos nombres, para que elija a cual va a dejar fuera de la competencia. Es impactante que a esos dos los designen como “nominados”. Trasmiten así la idea de que sólo quienes están en el borde que limita exclusión de inclusión, tienen nombre propio aunque determinado por un omnipoderoso, El Gran Hermano.
Metáfora perfecta de lo que está ocurriendo en esta Cultura hegemonizada por las corporaciones financieras, en la que se nomina para excluir y el que se “salva” vuelve a ser un posible futuro nominado. La masa ululante vota entre dos condenados por El Gran Hermano, quien sale y quien queda. Se ilusiona con haber decidido algo, cuando lo único que hizo fue engordar las arcas de las corporaciones telefónicas. Es la escena del emperador romano levemente disimulada y sin sangre concreta pero sí metaforizada, “dándole” a la multitud, la decisión de a quien excluir y a quien incluir, unas funciones más. Dicho sencillamente, es un programa venenoso[4].
No es más que amplificada electrónicamente, la historia antigua. Panem et circenses, exclamaba peyorativamente Juvenal sobre la decadencia del imperio romano y sus espectáculos sanguinarios en el Coliseo. Pregunto: ¿Se puede suponer una sociedad sin panem et circenses, incluidas las “barras bravas” de los espectáculos masivos, llámense fútbol o rock? El totalitarismo fascista ofreció privilegiadamente, ascéticas escenas deportivas en pro de la superioridad aria o del "risorgimento romano". Claro que, para desembocar en una de las guerras más crueles, contra el capitalismo liberal en alianza con el capitalismo de estado totalitario de los comunistas, que había llegado al poder a horcajadas de las demandas de paz, pan y tierra, de masas hambrientas y desangradas por la primera guerra mundial, y de ideales de políticos que creyeron que constituyéndose en dictadura los iban a hacer posibles. Su "realismo socialista" pretendió erradicar de los "medios" al erotismo y la violencia (a menos que ésta apareciera al servicio de fines "nobles"). Sólo logró tornarlos aburridos, in-mirables e in-escuchables. O sea: inviables. Y con represión violenta y constante, acallaban toda disidencia. Hasta que el muro que ocultaba el fracaso con la ayuda de los medios masivos de comunicación de propiedad estatal y su manipulación cayó, abriendo la vuelta de un capitalismo salvaje inmisericorde, mafioso, apenas oculto tras el consabido barniz democrático.
¿Qué trato de plantear? Que pareciera haber una relación entre retirar la violencia y la trasgresión del espectáculo, y facilitar que ésta se haga realmente presente en la vida social. Lo que no excluye que su presencia en las pantallas, radios y diarios la estimule. Llamo la atención sobre el carácter sintomal de los medios. El ejército israelí, el norteamericano, y los fundamentalistas islámicos, censuran mostrar las imágenes más terribles de su guerra. Exterminios masivos, genocidios. Pero no excluyen las que buscan aterrorizar a los enemigos: decapitaciones, campo de concentración de Guantánamo, torturas, bombardeos masivos etc.
En esta paradoja, los medios electrónicos cuentan con el aura de la tecnología y la sensación de saber universal que produce la contemporaneidad omniabarcativa que logran con la trasmisión satelital en lo que llaman tiempo real. A partir de dicho efecto, generan la creencia de que trasmiten toda la información al instante. Lo que les facilita construir hipnóticamente imaginarios, engendradores de identificaciones que soportarán nuevas violencias.
Los objetos perdidos o nunca tenidos, siempre remiten a escenas en las que no se accedió a lo anhelado y quedaron bajo represión primaria o secundaria. La pantalla televisiva, las voces radiales, las fotos en diarios y revistas, resuenan en lo reprimido y con cierto parentesco con los restos diurnos que disparan sueños, abren vías de realizaciones de deseos, desnudan claves de goce. De ahí que le sea tan difícil sino imposible, al consumidor de medios, apartarse de ellos. Los que en verdad lo consumen, al aplastarlo contra los sillones de la pasividad.
A este recorrido moebiano[5] humanamente afirmado en lo imaginario y en la pulsión, -de muerte al final de su tour-, está atada la paradoja de los medios masivos de comunicación.
[1] Letra como litoral entre lo real y lo simbólico, tal como lo discernió Lacan en su artículo Lituraterre. En consecuencia no sólo referida a los componentes de los abecedarios.
2 Sistema de medición a través del cual calculan minuto a minuto la cantidad de televidentes de un programa en particular.
[3] No me refiero con esta metáfora a las personas encerradas en él, sino al artificio inventado por los cerebros corporativos.
[4] El 12 de mayo del 2001, a pedido de Página 12 escribí algunas observaciones sobre Gran Hermano que publicó la sección Psicología de dicho diario. Reciclado el programa por Telefe, sólo agrego algunas cuestiones.
[5] O sea: según la torsión de la banda de Moebius que torna imperceptible el pasaje de una cara a la otra de dicho artificio topológico.