Después que Discepolin pidió inyeciones en el sobretodo

Publicado en Página 12 el 13 de mayo de 1988.


Antes de morir, cuando ya pesaba solamente 37 kilos, ironiz" que "pronto las inyecciones me las van a poner en el sobretodo". Se había recluído en el silencio tras la campaña de calumnias desatadas contra él por el gorilismo en formación que no toleraba su adhesión al peronismo detrás de su inolvidable personaje "Mordisquito", látigo implacable de oligarcas, niños bien y señoras gordas, que fascinaba incluso a quienes éramos "contreras" de izquierda.

Enrique Santos Discépolo se apagó del todo "aquel fatídico 23 de diciembre de 1951". Pero hasta ahora es inmortal su vigencia y la vigencia de su mítica figura. "Cambalache", "Yira Yira", "Uno" están entre los tangos más propalados por los medios electrónicos y silbados en estas calles, especialmente en épocas como ésta. ¿En qué nos representa que tanto lo amamos?

Prohibido por la absurda concpeción de aquellos que en otros tiempos hicieron lo mismo con la matemática moderna, "Cambalache" permite acceder al enigma de la magia de Discépolo. Si para don Enrique, "...los inmorales/ nos han igualao...", es evidente, y no hay que ser psicoanalista para advertirlo, que la consecuencia de ello ha sido una pérdida para él y para quienes, como él, mantenían valores morales. Esa "maldad insolente" que no hay quien niegue hiere, entonces, su amor propio y hace sentir al autor dolorosamente manoseado.

Discépolo sufre así la caída de las jerarquías ("cualquiera es un señor/cualquiera es un ladrón"), la insolencia de la maldad que lo revuelca con iguales en un mismo lodo y lo que marca su principal sorpresa: el atropello a la razón. Discépolo que creía en Dios no tolera que "herida por un sable sin remaches! ves llorar la Biblia/junto al calefón" y se sorprende aún más cuando tampoco la razón es aceptada como ordenadora del mundo.

Discepolín, quizás adelantándose unas décadas al posmodernismo, registra lúcidamente el fracaso de los dos grandes relatos de la modernidad: el cristiano y el racionalista. Su desgracia consistió en que lo hizo todavía apegado a ilusiones modernistas que, entonces, le hicieron sufrir su fracaso. Creía en Dios y la Razón, y al ser horadados ambos por lo real de un cambalache que los terrícolas tratan de arreglar como pueden, ordenados por la única razón eficaz -la del deseo- y por la muerte como único límite real al goce, siente que caen las verdades naturales ya denunciadas en los siglos anteriores, pero sin poder ser sustituídas con éxito por las promesas racionalistas. Pero además de eso, cree. Y el exceso de creencia le impide la duda. Queda preso en la cárcel de la lógica binaria en la que se cree o no, pero no se duda. Junto con Dios y la razón cae el sujeto que entiende toda falla como fracaso.

El mito fundador de la Argentina se reconoce en los versos de Discépolo. Tanto la Madre -primero España y luego, por inmigración, desplazamiento y seducción, el resto de Europa- como el Padre -Don José de San Martín- dejaron mandatos que recoge Cambalache.
Por razones políticas, económicas y de objetivos de colonización, la Madre bien representa "una suerte que es grela (mina) y fallando, fallando nos larga parao". El genocidio y la rapacidad de los conquistadores españoles, el vaciamiento "civilizador" de los ingleses, la traspolación cultural de los franceses, y el "venir a hacerse la América" de todos ellos, más los italianos, son elocuentes al respecto. Si triunfan en sus objetivos nos vacían, y si fracasan nos echan la culpa: "El problema de los argentinos es que no les gusta trabajar..." declaraba en un reciente reportaje publicado en este medio el maternal Astor Piazzolla.

Del Padre San Martín quedan otros legados: su renuncia en Guayaquil que le impide culminar la gesta y el "serás lo que debas ser o si no serás nada". En el primer acto, como ya lo señaló Héctor Rúpolo, para evitar la disputa entre hermanos renuncia a su deseo. Esto, más allá de sus intenciones conscientes y las de Bolívar, crea antecedentes para el fracaso del sueño común de ambos libertadores: "la Patria Grande". Y en la máxima para Merceditas es clarísima la lógica binaria que destrozó a Discépolo y que sigue manteniendo al país entre "la Argentina potencia y la nada". A partir de ella Yrigoyen, Evita, Perón, Alfonsín, repiten la lógica de aquel renunciamiento y de esa máxima. Viejos temas como el apostolado, el deber y la deuda, son puestos permanentemente en circulación. La presentación de la alternativa "victoriosos o derrotados" como ineludible crea en muchos sectores de la sociedad esa melancolía que expresa el tango de Discépolo.

Su trascendencia y particularmente la de Cambalache se deben a que, como muy pocos autores, logró expresar el cruce de caminos de la tragedia nacional. Renunciar a la herencia de renunciamiento y de la lógica binaria es capital para modificar la cultura que nos produce, salir de la tragedia y entrar a un drama con distinto desenlace, que la repetición de desencanto que encerró a Mordisquito cuando ya solamente le podían "poner inyecciones en el sobretodo".