Planeta tiembla

13 de febrero de 2003


La tierra tiembla. En la tierra argentina y en otras, el terremoto ya ocurrió. Indicios siniestros parecen indicar que se avecinan réplicas[1]. La tierra tembló cuando las Fuerzas Armadas de EE.UU bombardearon sin piedad a la civilidad iraquí, incluidos sus niños. Tembló también cuando terroristas fanáticos, religiosos y fundamentalistas, deshicieron las torres gemelas causando en pocos minutos más de tres mil muertes civiles en la bella Nueva York. Tiembla la tierra cuando un país como el argentino, que supo ser uno de los graneros del mundo y desarrollar una cultura muy avanzada en Latinoamérica con monumentos como el teatro Colón, ve reducida a la indigencia a 9.200.000 compatriotas y a la pobreza a 19.800.000[2] sobre una población de unos 35.000.000 al mismo tiempo que se deterioran dichos monumentos por falta de fondos para mantenerlos. Tiembla cuando la mayor economía del mundo, la norteamericana, no logra salir de la recesión y mantiene una serie de indicadores alarmantes. Tiembla cuando lo mismo ocurre con Japón, Alemania, Rusia y otras grandes potencias.

Lo que está ocurriendo en el planeta y en nuestro país está sobredeterminado por muchos factores. Por supuesto la bondad y la maldad de diferentes actores se hacen presentes. También intereses económicos, militares y geopolíticos. Y no tienen un lugar menor, rasgos subjetivos de “jefes” como George Bush jr., Bin Laden Tony Blair o Saddam Hussein. Pero pretendo analizar otro ángulo de la cuestión, que estimo afecta a la “aldea global” en su conjunto y facilita condiciones de posibilidad para que dichos líderes lideren o para que se presente un vacío de liderazgo, como ocurre en nuestro país.

Hay significantes, frases que insisten en el lenguaje coloquial y en los comunicados de gobiernos y políticos. Por ejemplo: credibilidad, gobernabilidad, sustentabilidad, transparencia, cumplimiento, no se sabe, seguridad jurídica. Si insisten, es porque están heridas.
La disyuntiva aparece entre que se gobierna con mano de hierro o se corre el riesgo de la anomia y la anarquía. Lo primero es lo que hacen los cuatro “jefes” señalados. Si la guerra se desata nadie sabe que dimensiones puede llegar a tomar y en consecuencia hasta donde lo que hoy aparece como “sustentablemente gobernable” puede desembocar en catástrofe.

La anomia y la anarquía recorrieron la Argentina en los finales del 2001 y los primeros meses del 2002. Hoy afecta a Bolivia. El rumor de los medios masivos de comunicación dice que vivimos un veranito, el Presidente y su ministro de economía insisten en que la crisis ya pasó. Pero hay síntomas que hacen temer réplicas del terremoto de finales del 2001 sin permitir saber que intensidad adquirirán. El principal es la crisis que afecta a los cuadros tradicionales de la política argentina. Los dos partidos más influyentes (el peronista y el radical), anécdota más anécdota menos, afectados por la corrupción que llevó a masas enormes de ciudadanos a enarbolar la consigna inaplicable “que se vayan todos”, tienden a la disgregación. El líder izquierdista mejor posicionado en las encuestas se auto excluyó de la futura pugna electoral y aparece acusado por algunos de sus compañeros de autoritario y de manejos financieros poco claros. La diputada delarruista devenida en candidata antimodelo y en cruzada de las denuncias anticorrupción, intentó aliarse con los conservadores y no logra armar un plan de gobierno creíble y sustentable. En su lugar repite consignas insuficientes y vacías como las que agitaba la Alianza antiduhaldista en la campaña electoral que la llevó al gobierno. Algunos dirigentes tratan de atravesar este desierto político proponiendo elaborar entre ellos un consenso. Algunos recuerdan el pacto de la Moncloa que le permitió a España salir pacíficamente del franquismo.

Pero... ¿qué es un consenso? ¿Simplemente un acuerdo entre cúpulas? No fue eso lo que ocurrió en la Moncloa. Fue algo mucho más complejo y profundo. Los ciudadanos españoles en su inmensa mayoría y de derechas a izquierdas, estaban habitados por la convicción de que la España cerrada y detenida en el tiempo perjudicaba a patrones y trabajadores. Los animaba el deseo de salir de la misma sin recaer en el baño de sangre fratricida que había significado la guerra civil de 1936/39. Sangre que no había color político ni religioso o antirreligioso que lo validara. Palpitaban que la cuestión en España no residía en redistribuir la miseria o cerrar los ojos a ella y acumular vorazmente. Había algo más urgente: lanzar la potencialidad productiva y turística de ese país. Más allá de anécdotas diversas, el deseo de consenso habitaba a los españoles transversal y longitudinalmente. Se sabía que había por hacer, porque se sabía qué no se quería hacer. Las cúpulas pudieron consensuar, porque disponían como base de esos consensos en la población.

Trabajar el tema de la “globalización” se vuelve decisivo en este punto. De 1900 a 1963 se habían producido el 90 % de los grandes descubrimientos científicos y desarrollos tecnológicos de la historia humana. Observemos la velocidad que esa tendencia adquirió en los 40 años posteriores y tendremos una idea del salto que se ha producido y que al tenernos como objeto, no nos facilita apreciarla y mucho menos pilotearla. Justamente la década del 60 se distinguió por desenvolver un profundo cambio en la geopolítica mundial. Más de 60 países arribaron a la independencia en los primeros años de dicha década. Eso significó la puesta en marcha de un enorme laboratorio social en el que derrotado el fascismo, entraron en experimentación diversas variantes populistas que abrevaban en los restos de aquella ideología nazionalista autoritaria y en el comunismo en expansión. Mientras, en las democracias se afirmaba la hegemonía de las grandes corporaciones capitalistas y su brote más endiablado el capital financiero. La confluencia entre el hiper desarrollo científico y tecnológico, que brinda las posibilidades de desplegar la producción cada vez con menos mano de obra y la afirmación hegemónica antedicha, tomó por sorpresa a la humanidad. A lo que se le sumó el desastre en los países en que se había impuesto la estatización absoluta de los medios de producción bajo la constricción dictatorial de los que condujeron el experimento comunista. El caldo de cultivo así cocinado facilitó la emergencia del fundamentalismo neoliberal que impuso el aborto de las regulaciones estatales para el habitual conflicto económico social. Por ejemplo en nuestro país, a partir del auto-llamado “Proceso de reorganización nacional” se eliminaron casi absolutamente las paritarias en las que se tramitaban los convenios colectivos de trabajo. Lo que liquidó el escenario principal en el que patrones y obreros podían tramitar y negociar sus diferencias. Se entró así a la década del 90 con las piruetas y velocidad de un helicóptero desbocado. En nuestro país capotó en diciembre del 2001.

En la Argentina, en otros países y en la superpotencia dominante en la aldea global, así como en muchos sectores que se le oponen, producto del fundamentalismo neoliberal han ido cayendo los dispositivos de diálogo y negociación para tomar su lugar el vacío, la anomia y la confrontación. George Soros, uno de los más fuertes operadores en los llamados Mercados mundiales en un interesante artículo reproducido en el diario La Jornada de México con el titulo -De Fundamentalismos, democracias y mercado. En EE.UU. todos somos cómplices de la crisis- dijo: “Dejados a su propio arbitrio, los mercados financieros son proclives a conducir a extremos socialmente destructivos. La falacia de atribuir calidad moral al mecanismo del mercado cala aún más hondo. Lo que distingue a los mercados es precisamente que son amorales, es decir, las consideraciones morales no encuentran expresión en precios de mercado”.

Si se abandonan las mesas de negociaciones, si se ignoran las bases sociales para estructurar consensos y las funciones reguladoras de las que no deben abdicar ni los estados ni las corporaciones y organizaciones sociales, y con la capacidad destructiva tanto en la guerra como en la paz de las nuevas tecnologías, podemos encontrarnos con réplicas de los antiguos terremotos, pero que esta vez pueden borrar a la especie humana del planeta que supo (¿?) dominar.


Sergio Rodríguez



[1] Sacudones posteriores al inicial que pueden ser de menor o mayor intensidad que el que inició la serie.
[2] Cifras del INDEC, según Clarín del martes 11 de febrero.