De torturas y confesiones o cuando saber fragmente

Publicado en Revista Argentina de Psicología: Derechos Humanos.
Año 1987


CUANDO LA TRANSFERENCIA TORTURA

Lo que voy a presentar no alcanzará a ser un escrito, será a lo sumo algunas propuestas de investigación. No es un tema fácil.

Decidido a escribir, traté de buscar un material clínico y me encontré con que alguien a quien analicé y había sido terriblemente torturado, casi no habló de ello. Cuando lo hacía, lo hacía humorísticamente. En cambio otra persona que me consultó por alcoholismo, encubría con él una personalidad paranoide y un delirio encapsulado. Tenía la certeza de que su hijo mayor había sido concebido durante la tortura en que fue violada. El detalle estaba en que su hijo había nacido 12 meses después del episodio de la violación. El delirio: ¿metáfora de un horroroso goce inconsciente, imposible de decir? El hijo de 4 años en ese entonces, llevaba en el cuerpo eso que no se podía decir, una espantosa psoriasis y presentaba síntomas de un probable autismo infantil. No lo salvó de ello que los padres le hubieran puesto el nombre de quien había sido su líder, caído, salvajemente asesinado por las Tres A.

Pensándolo mejor, tal vez en esa paradoja, de haberle puesto el nombre de su líder asesinado, a quien la madre consideraba hijo de su torturador y de su goce horroroso, estaba el origen de la psoriasis y el autismo del chico.
Decidí buscar material clínico en los servicios hospitalarios. Supe de dos en los que ex-torturadores habían consultado. En ambos había ocurrido algo parecido. Ante la aparición de esos sujetos se había producido un gran rechazo de la mayoría de los profesionales a atenderlo. No obstante algunos aceptaron. Los jefes me autorizaron a entrevistarme con estos profesionales. Les dejé mi teléfono para que me llamaran. Después de largos cabildeos, llamaron dos colegas, que habían realizado una sola entrevista. De los dos, finalmente vino uno a la reunión. Casi no había tomado notas y tenía olvidada la mayor parte de la entrevista. De lo que recordaba, traía algún dato confirmatorio de que el torturador también era hijo del discurso -en ese caso del padre- y de que en él se había desplazado el síntoma que lo hacía torturador.

Cuando pasó a ser "mano de obra desocupada" se dedicó a vender aparatos eléctricos en desuso. Pero, ¿por qué consultaba? Porque desde que no trabajaba en su antiguo oficio, cada vez se descontrolaba más en la casa y le pegaba feroces palizas al hijo de la esposa, enojado porque ésta lo trataba como a un bebé. El síntoma se había desplazado. El hijo de la esposa era el nuevo objeto metonímico de una antigua pasión.

Recorriendo esta experiencia me adviene al recuerdo de que en 1977 rechacé la derivación de un militar que había hecho un brote sicótico después de cumplir la orden de fusilar a una niña de 15 años en un operativo. Pensé bastante en aquel momento. No quise proceder bajo el impacto de la aversión que me producía el relato que acompañaba a la derivación. Lo cierto es que me despertaba una gran curiosidad el caso. También temor. Podía echarme encima a los servicios de inteligencia de la fuerza a la que pertenecía el sujeto. Esto incidió, pero no fue determinante. Había aceptado, e incluso tenía en análisis casos en los que corría riesgo. Lo determinante fue pensar que la aversión que me producía la historia, me iba a impedir posicionarme, ser sujeto del deseo del analista. ¿Es una defensa contra lo Unmheimlich -lo familiar- siniestro, lo que origina el rechazo en el analista? Otra vez la oscura frontera entre el síntoma y la sublimación, y si no, pensemos en la voraz curiosidad que me empujaba a tomarlo como paciente.

Pero no termina ahí la historia de este trabajo que en su recorrido ya va dando algunas pistas. Hace poco más de un año, apareció en un periódico un artículo de una colega que en ese momento tenía actividad destacada en una institución defensora de los derechos humanos. Trataba en él de dar cuenta de su experiencia como analista de víctimas de la represión terrorista de Estado. En él decía cosas que, además de horrorizarme, me volvían a plantear la cuestión de la posición del analista. Guardé el recorte, pues pensé que alguna vez iba a escribir un trabajo e iba a usar ese material. LLevé más de un año el recorte en mi portafolios. El día que me siento a escribir, lo busco y no lo encuentro. Dos horas estuve buscándolo. Finalmente lo encontré. Lo había dejado sobre una biblioteca adentro de un libro. Este detalle no deja de ser interesante, pues el libro era "La confesión" de Arthur London, ex viceministro de Relaciones Exteriores de Checoeslovaquia, víctima de las purgas del stalinismo, uno de los dos sobrevivientes de un grupo de 13, donde los otros fueron fusilados, tras ser condenados por falsas acusaciones y falsas confesiones arrancadas bajo tortura. Con esta colega habíamos sido compañeros en organizaciones políticas que se subsumían en ideologías que sirvieron de sostén a esas aberraciones. Ese libro hace casi 20 años me había producido una marca que relanzó mi pensamiento. Cuesta hablar, cuando hablar, significa romper con viejos amores.

De eso algo saben los analistas, que todos los días deben dejarse caer, para que por su boca hablen los significantes del Otro, a pesar del amor de transferencia.
Pero, ¿qué me horrorizó tanto? Cuenta la colega en su artículo una sesión: "Paciente: Habían vuelto a esposar a mi hermana conmigo...por la capucha yo no la veía, pero ahí estaba, sin moverse...La oí gritar..."
Terapeuta: "¿Alguna vez la habías oído gritar?"
P:"Así no".
T:"¿Eran alaridos?"
P:"Sí, eran alaridos".
"En la respuesta se le arquearon los huesoso del rostro como si yo estuviera torturándola, seis años después del tiempo removido, obligándola a que se colocara en aquel instante del suplicio".
P:"Yo hablo desde afuera, no puedo volver a ponerme en ese lugar".
T:"Pero vos sabías qué le habían hecho".
P:"Me lo imaginaba".
T:"Mucho más, hay olores fétidos, jadeos de dolor, inmovilidades agónicas, la piel reseca o sudorosa...eso lo percibías de fulana esposada a vos, no lo estabas imaginando".
No abundo, el resto continúa en el mismo sentido. Y más adelante fundamenta su actividad intervencionista. "Yo psicoanalista que trabajo con afectados por las violaciones de los derechos humanos desde 1976, en el exilio, y desde 1980 en la Argentina, soy un interrogador policial frente a los relatos desafectivizados que cada paciente hace de sus experiencias traumáticas de estos últimos diez años en nuestro país".

No abundo ni entro en discusiones teóricas sobre el encuadre más conveniente para atender a las víctimas del terrorismo de estado. Traigo este material a colación sólo para señalar, sin necesidad de agregar ni de quitar nada a las palabras de la colega, el efecto que ha causado en ella lo acontecido en el país y el relato, que de ello hacen los pacientes que atravesaron la experiencia de la tortura. Seguramente no son ajenos a ese efecto la estructura subjetiva de la colega y las ideologías psicoanalíticas en que se sostiene. Pero en todo caso mi intención es señalar lo borroso de una frontera.

Muchos piensan que es demasiado pronto para hablar, que todo es demasiado real aún. Si hay algo demasiado real es la tortura. Pero como toda actividad humana, no sólo.
Dije humana y no por equivocación, es sabido que los animales no torturan. Por otra parte no es patrimonio exclusivo de los regímenes totalitarios. Antes aludí al que nos asoló con los "reorganizadores nacionales" y al stalinismo. Pero no olvidemos que los que torturaron en los campos de concentración, fueron discípulos de quienes se formaron en las escuelas de contrainsurgencia de la democracia norteamericana, o de la democracia francesa, forjadas sus experiencias en Indochina y en Argel. Pero, si con diferencias importantes, es una lacra ubicable en diversos regímenes, también lo es a través de la historia.

Si la ética del psicoanálisis, a través del deseo del analista, enfrenta al sujeto con lo real, esa ética es puesta a prueba hasta el límite, en el intento del psicoanalista de dar cuenta del fenómeno de la tortura. Por eso para empezar no pude hacer otra cosa que hablar de la implicación del psicoanalista. Desde ahí, sólo puedo proponer, como dije al comienzo, algunos problemas a investigar y algunas pistas a seguir.


POR LA ZONAS EROGENAS HACIA LA FRAGMENTACION.

1) La tortura opera sobre las zonas erógenas, fuentes de la pulsión, llevando su tensión al extremo de lo insoportable. Desde su parcialidad tensionada al máximo, excluyendo la mirada y haciendo de la palabra, sólo amenaza, que remite a la fragmentación significada retroactivamente desde el estadio del espejo.

El tabicamiento no perseguía principalmente que los torturadores no fueran reconocidos, ni que no reconocieran a sus compañeros. Buscaba que la mirada de las víctimas no mirara a los torturadores. Buscaba que en la víctima, al no poder ver, lo que no era dolor, fuera pura imaginación. Imaginación que no podía sostenerse en la presencia de la imagen del otro. Sobre esa base, la picana en sus diversas sofistificaciones, casquete, agujas clavadas en los músculos, electrodos hechos tragar o introducidos por ano o vagina o simplemente recorriendo pezones, labios y genitales envía al sujeto a las más horrorosas sensaciones de evisceración y fragmentación espasmódica, sobre una musculatura previamente ablandada por los golpes. De más está decir, que muchos fueron efectivamente eviscerados con una especie de tirabuzón que metían por ano o vagina, a partir de lo cual se transformaba en amenaza para el resto. Jerónimo del Bosco fue transformado así, en un pintor naif. Las sesiones de tortura remitían al horroroso real de la prehistoria del estadio del espejo. Con el agravante de que en las zonas erógenas el exceso era llevado al extremo del puro dolor.

La barrera de defensa contra las excitaciones (Freud), la red significante (Lacan), era absolutamente desbordada.
La sesión de tortura se instalaba como verdadero trauma y no cesaba de volver desde lo real, sobre un yo desintegrado por no dormir,por el hambre, y la sed.
Norberto Liwsky relata: "Cuando no estaba en sesión de tortura alucinaba con ella. A veces despierto y otras en sueños".1.

2) Freud descubrió que en el inconsciente no hay representación de la propia muerte. No hay un significante que la represente. Con eso tiene que ver que, en las sesiones de tortura, la propia muerte se hacía deseable pues se representaba como la paz, el cese de todos los sufrimientos. En realidad no hay otra forma de representarse la propia muerte que no sea delirantemente. Entre sesiones era temida. La técnica represiva proponía una siniestra representación anticipatoria. El tabicamiento, anulación de la visión y el aislamiento total , no sólo de familiares y amigos, sino también de los propios compañeros de infortunio."La sensación era que giraba hacia el vacío en un gran cilindro viscoso por el cual me deslizaba sin poder aferrarme a nada".2.

Dice él mismo, más adelante: "De todo ese tiempo el recuerdo más vívido, más aterrorizante, era ese de estar conviviendo con la muerte. Sentía que no podía pensar. Buscaba, desesperadamente, un pensamiento para poder darme cuenta de que estaba vivo. De que no estaba loco. Y al mismo tiempo deseaba con todas mis fuerzas que me mataran cuanto antes".3.

En esta situación, la "filtración" del verdadero fin de los "traslados", de las muertes en tortura y de las evisceraciones, daban la información necesaria, para que el secuestrado, estuviera en la condición que estuviera, aún los "recuperados", no pudieran esperar otra cosa que esa muerte horriblemente anticipada.

3) La omnipotencia del Otro, que aparecía imposible de ser barrado, y la reducción del "chupado" a un número, prohibido el uso del nombre propio, que no ve y que sólo siente el dolor de las torturas, reducía al secuestrado a ser un objeto al servicio del goce del Otro. Pero ahí,en la tortura, la cosa se complicaba.
El torturador torturaba con fines distintos. A veces sabía, y lo único que buscaba era reducir al torturado a un resto, según la verdad que ordenaba el estado "apocalíptico-mesiánico-dictatorial".

S2 a. ¿Discurso universitario hasta la extrema aberración?
S1 S
Otras, no sabía, y necesitaba saber del torturado, esclavo de su saber.
S1 S2. ¿Discurso del amo hasta la extrema aberración?
S a


EL ENAMORAMIENTO DESPUES DE LA MUERTE

En este apartado no me voy a referir a las relaciones sexuales que aunque todas tienen ciertos puntos que las articulan entre sí, pienso se ofrecen a la investigación en por lo menos dos categorías, las producidas con violencia física en el propio acto de tortura, y las logradas bajo chantaje, como intercambio de dones, por ejemplo la vida propia o de familiares a cambio del coito.

No obstante, analizando al torturador, el segundo caso es eslabón hacia el que resulta más siniestro, y no utilizo el término descuidadamente, el enamoramiento entre el torturador y la torturada.
No es un fenómeno común, y menos común es que se hable de él. Sin embargo es más común y amenazante para el posicionamiento en enemigos, de la pareja torturador-torturada, de lo que se cree.

En la reconstrucción histórica que del infierno de la ESMA hace Bonasso en su novela "Recuerdo de la muerte", además de presentar uno de los casos más impactantes, porque fue un enamoramiento a pleno, da testimonios de momentos puntuales en que el torturador o en el torturado se despliegan, aunque sea fugazmente, sentimientos tiernos hacia el partenaire.

Cito sólo dos. Uno de cada representante del par, pero hay varios más en el libro. En uno, el capitán Acosta, apodado el "Tigre" enamorado de una cautiva logra que le cambie la vida de los padres y de un hermano por su entrega sexual. Bonasso imagina que en referencia al "Nariz", un secuestrado que logró escapar de la ESMA, el Tigre tuvo una secuencia de pensamientos entre los que estaba que..." le caía bien, para colmo. Siempre se había sentido inclinado a protegerlo. Vaya uno a saber por qué. Y justo éste me la tenía que dar".4.

Quica Osatinsky contó que el Tigre dio orden de no torturarla.
"Vos sufriste demasiado en tu vida", admitió con acento paternal y se fue a darle máquina a otro".5.
El asistente conscripto de este "personaje", Sergio Tarnopolsky, desapareció, como se sabe, con toda su familia, excepto un hermano que no corrió la misma suerte sólo por azar.

En la página 58 de ese libro, leemos sobre un secuestrado refiriéndose a un guardia: "El pelado reparó en que lo había tratado bien, sin tutearlo ni vejarlo y se sorprendió reprimiendo una idea de gratitud hacia el muchacho reconcentrado y sombrío que lo hacía jugar a la gallina ciega en la casa del terror". (Observemos, de paso, que la evocación es de un juego infantil).
Plantados desde saber que el fenómeno existe, corresponde preguntarnos, ¿por qué un torturador se puede enamorar de su torturada? ¿Cómo puede ser que la torturada se enamore de quien la torturó?

Para la primer pregunta seguiremos lo que Bonasso nos cuenta del Tigre Acosta y algo del capitán Pernía. Para la segunda lo que nos cuenta de Lucy.
Del primero nos dice: "Iba sumido en esa dulce certeza, en esa blanda sensualidad que lo arropaba y lo acunaba: El Almirante lo había llamado". "Lo había llamado a él sólo".

Fíjense,la sensualidad que se despierta en él, remite a los cuidados maternos. ¿Hacia quién se despierta esa sensualidad? Continúa el relato..."El Almirante lo había llamado a él. El Almirante era joven (más joven que sus colegas del Ejército y la Aeronáutica). El Almirante era pintón.El Almirante conseguía muchos recursos. El Almirante sabía hablar con la gente. Las minas se derretían por el Almirante.¿No decían que hasta la Chabela había quedado embelesada con su pinta? Es que... ¿quién podía llegar a comparar al Brujo con el Almirante? ¡Vamos! ¡Ni punto de comparación!
"Además el Almirante tenía bolas".
Ante el jefe, discurso de la histérica

S S1.
a S2

"...Había cosas, secretos que no podría compartir con su mujer, que lo miraba con cara de imbécil y no entendía nada".
...Ante su mujer, como su verdad era el Almirante era puro discurso universitario y ella desperdicio.

S2 a
S1 S

Entonces una pesadilla de repetición de la cual despertó así: "Pese a haber dormido casi desnudo estaba empapado de sudor malsano cuando despertó. La acidez subía y bajaba como una columna de mercurio por su esófago. El caminaba de noche por un muelle que se hacía cada vez más estrecho. Olía la fetidez del agua cercana. Cuando sintió los pasos detrás. Se volvió y la reconoció: era la viejecita esa de todos los sueños. Lo peor no era su cara, un rostro desvaído, redondo como una galleta. Lo verdaderamente peligroso era esa tonadilla asquerosa que canturreaba casi sin mover los labios. Sin mirarlo. Como si estuviera en lo suyo. Pero él sabía perfectamente que la inmunda cancioncita estaba destinada a desequilibrarlo. Se avergonzó al admitirse a sí mismo que tenía ganas de correr. Entonces sacó el revólver y no pudo tirar. En lugar de la cola del disparador había una sustancia repulsiva. Como un moco. Que no ofrecía resistencia, pero tampoco accionaba el mecanismo del martillo. Simplemente un moco infecto que se pegaba a su dedo birlándole toda respuesta.
Y la vieja seguía caminando hacia él, tarareando entre dientes su canción incomprensible. Hasta que despertó".

Analizar un sueño "post scriptum" reconoce sus límites. Principalmente porque no hay posibilidad de respuesta del analizado a las puntualizaciones que propone el analista. No obstante pienso que podemos encontrar, en este sueño, algunas pistas.
"Caminaba por un muelle que se hacía cada vez más estrecho".
Este párrafo se articula con el despertar, del cual dice: "La mañana empezó mal. Se había despertado angustiado antes del amanecer. Apenas una débil claridad verdosa se filtraba por las pesadas cortinas del cuarto que, aún en tierra insistían en llamar camarote".
"Tardó en reconocer la silueta de los objetos conocidos. Los banderines de los barcos donde había estado, la placa conmemorativa de la Campaña Antártica, el obsequio de un San Martín de bronce que le dieran en la visita a un regimiento del Ejército. Las pocas cosas personales que tenía en ese cuarto de paso, en esos eternos camarotes en los que vivía más horas que en su casa..."

O sea el muelle, el atracadero, la tierra firme, el camino fuera del barco de la soledad, se le hacía cada vez más estrecho. Cada vez menos posible caminar por fuera de esos repetidos camarotes donde hay otra ley que la del gallinero. En la misma serie de asociaciones anterior decía: "Esas puertas descoloridas que un superior podía abrir de improviso, pero a las que los subalternos llamaban con tímidos golpes". "Olía la fetidez del agua cercana cuando sintió los pasos detrás". ¿La fetidez que olía diariamente cuando entraba a los calabozos y a los cuartos de tortura? Desde ese olor, su propio olor, podemos suponer, lo perseguía detrás, la conocida viejecita que canturreaba, pero no para él, ya que no lo miraba, estaba en lo suyo, lo que lo desequilibraba. ¿Huir o tirar? No puede disparar su pistola sobre esa mujer que le es esquiva. Impotencia. Pero además porque la cola del disparador -el disparador es él, es un moco repulsivo- es caca (el olor fétido), es un cagón (recordemos tributario de la ley del gallinero). Lo que le canta la vieja, es incomprensible.

Este sueño, como veremos, pone en acto a la repetición, en la vida de Acosta, por la vía de Tyché y Automaton. Y es anticipatorio del destino de su enamoramiento de la torturada, de su fracaso.
Más adelante empieza a tomar conciencia de su enamoramiento. Sucede en un carrito de la costanera a la vuelta de una importante entrevista con Massera de la que sin embargo "El Tigre" salió dividido por sentimientos opuestos. Por un lado había aumentado su fidelidad al jefe; por otro lo alarmaban ciertas ambigüedades que nacían en el Massera político. Hubiera preferido las órdenes secas y precisas del militar".

O sea, empezar a tomar conciencia de su enamoramiento, cuando vacila su sostenerse en el discurso de la histérica ya que en el otro, como agente en vez del S1, aparece el S2. El S1 lo preferían los periodistas y asesores del Almirante.
Como la estructura lo mantiene como el otro del agente no puede ser otra cosa que "a".

S2 a
S1 S

Pero al virar el agente, ante Pelusa se posiciona como deseante S. Pero deseante de una amada que como la vieja del sueño, no lo mira histérico ante una "Pelusa" que sabría sobre su deseo. El amo revela su verdad de sujeto deseante cediendo el falo a quien cree que lo es. Gira así de S1 a S yendo S1 al lugar otro: Pelusa.

S S1
a S2

Dice la novela. "El Tigre había perdido los efluvios del poder y caía en un nuevo cono de sombra."
"Un sentimiento insidioso comenzaba a enseñorearse de su alma oscura. Un sentimiento que rechazaba como una debilidad, que lo iba corroyendo como si tuviera una planta carnívora en las entrañas".
"Algo volvía a traerlo a la memoria. Tal vez el vuelo de una falda bajo el sol. O el encendido tono de una blusa frente al ancho, inacabable Río, tal vez venía en la brisa costanera, como un perfume venenoso".

Atendamos a las diversas metáforas que aluden a una oralidad ambivalente."No tenía nada que ver con él y por eso mismo lo desarmaba. No era una de esas clásicas pasiones sucias y mezquinas que lo habían acompañado tantos años. Era una suerte de imposible retorno a los quince. A los días anteriores a su ingreso a la Escuela. A los poemas cursis de entonces. Los poemas que copiaba de los libros baratos y le enviaba a la amada que no se casó con él, que no quiso siquiera ser su novia" (Reaparece el tema del rechazo femenino). "Ahora resurgía en el humo azulado de las parrillas, veinte años después". Recordemos que parrilla le decían a la mesa de picana. Por lo tanto es lícito interpretar: "-a su lado en la parrilla".
Y ahí aparece una clave: "Porque aunque el Tigre no quería reconocerlo, estaba enamorado de una de esas mujeres a las que podía matar o salvar con la misma facilidad con que acababa de pedir comida.

Se articula él, identificado a la omnipotencia del Otro, señor de la vida y la muerte en el registro de la pulsión oral. Él, sin embargo, es carente, ama. Hay un canturreo, seguramente escuchado en la primera infancia, que no era para él. Pero no sólo eso. Eso marcado por el objeto rival, tornado signficante, el falo. "El Tigre la vio de lejos y el corazón se le aceleró como cuando estaba por interrogar a un tipo importante. Se avergonzó de la debilidad de sus rodillas. Y para darse ánimos la recordó desnuda, a su total merced en la parrilla, el día que la trajeron. No sabía qué le impidió violarla. Tal vez el fijarse en ese lugar que parecía resumir todo el desamparo. Tal vez algo en su mirada que era, en medio del terror, tan remota y lejana. Que quizá pertenecía al flaco boludo y suicida que había perdido meses atrás, cuando se cagó a tiros en un control".6.

Verla a ella, le hace presente al "tipo importante". ¿Por qué no la violó? Porque la sinécdoque de un lunar, metonimizaba su propio desamparo, patente en el sueño. O sea, ese lunar, era semblant de él como objeto "a",que caía prematuramente, porque la mirada de ella, miraba a un "flaco boludo y suicida que murió cagándose a tiros en un control". O sea, a alguien al que la pistola no le falló, aunque también se cagara.

La novela cuenta más adelante. "Recordó por fragmentos: los muslos soberbios que se retorcían en la parrilla, el venenoso imán del pubis o la aureola rosada, levemente violácea de los pezones. Trató de imaginarla de pie, avanzando hacia él en la penumbra, pero no le salía: la imagen se desvanecía en hilachas demasiado vagas o en pensamientos demasiados duros y concretos que no lograban recrear la esencia carnal de la diosa. Pese a no poder reconstruirla, se le secaba el paladar y palpitaba en un deseo doloroso, insoportable. A medida que el deseo crecía avanzaban otras fantasías se juntaría con ella como el Trueno con la Lucy y mandaría a la mierda a su mujer, que le parecía cada vez más sosa y empequeñecida".7.

Por fragmentos, de nuevo, la oralidad envenenante: "muslos en la parrilla -pubis venenoso-pezones".Aquí adquiere importancia saber, que Pelusa al caer tomó la pastilla de cianuro y lograron resucitarla.
Señalo también que dentro de la Marina, Acosta pertenecía, igual que Massera, a la logia de los luteranos, aderadores de la diosa de cuatro brazos Khali. Y llegamos al final de esta historia que cumple la profecía del sueño, que no puede evitar el destino del histérico.

"El Tigre se puso de espaldas hacia la puerta del baño. Pero en la penumbra, a través del gigantesco espejo, vio consumarse su sueño de meses: la diosa avanzaba casi desnuda, con una bombacha que dejaba traslucir la sombra del pubis. El pelo salvaje cayendo sobre el tallo increíble de la espalda; los pechos opulentos con los pezones rosados; los muslos soberbios que había contemplado en la parrilla. Un pavor incontenible se apoderó de los músculos tensos y llegó a pensar que no podría hacerle nada"./.../"Pancho reapareció, brutal entre las sombras, cuando era demasiado tarde. Desaforado, torpe, el Tigre la estaba penetrando. Al unísono, como una cuchillada llegó a fondo el recuerdo de la última noche de amor con Pancho, la víspera de su muerte". (En los pensamientos de ese momento de Pelusa).

"El Tigre había sentido los primeros espasmos al llegar a las puertas de la diosa. Buscó mil recetas mentales para contenerlo, pero supo que estaba derrotado desde el vamos y se dejó ir en un orgasmo estúpido y amargo".8.
Al cagó, le fracasó la pistola ante la diosa, que miraba para otro lado.
Si no fuera la E.S.M.A., donde era jefe de la patota, y lo que en su infierno se cocinaba, las torturas, los miles de asesinados, la piratería corsaria, sería sólo la historia de una histeria vulgar.
Recordemos: 2º pregunta: ¿Y el enamoramiento de la torturada?

Lucy. "Se bancó los golpes y la picana. No soltó un dato. Y luego..."Rechazó un intento erótico del Tigre. Se mantuvo altiva y ajena a toda intención de ablandarla por parte de los secuestradores hasta que un día le trajeron al compañero agonizante y a la hija viva, para obtenerlas el "Trueno", también conocido como "Rata", Pernía, había arriesgado su vida.
Transcribo parte del relato."La dejan acompañar al Monra en su agonía. El pelo de Lucy le roza la cara. Las lágrimas de su mujer le mojan el hombro aterido. Allí está el Rata Pernía /.../ 'Lucita' quería tener su hija -explica. El moribundo abre los ojos y los clava en la cabeza que se sacude sobre su hombro. -¿Y desde cuándo te llama a vos Lucita este hijo de puta?".
Es lo último que dirá. Minutos después Mengele certificará la defunción con gestos profesionales./.../ Nadie lo quería creer, hasta que tuvieron que convencerse. Ella misma se lo contó una vez que lo visitó en Capucha para darle esperanzas y confidenciarle sus planes salvavidas.9.

"¿Vos sabés lo mío y lo de Antonio verdad?10. Y le rehuyó la mirada. Con la vista en el suelo, vomitó todo: Lo quiero. Es horrible, pero lo quiero. El a veces me mira y me dice: ¿Cómo me podés querer si soy una mierda? Si soy una bestia y un asesino. Una vez, estábamos acostados fumando y me gritó: Levantate de mi cama, puta. Levantate que yo lo maté a tu marido.
No lloraba. Pero lo quiero, ¿sabés? Aunque me diga esas cosas lo quiero. No sé por qué. Tal vez porque me devolvió a mi hija.

Luego, fue de las principales conferencistas en el Centro Piloto de París. Se sabe que se le produjo un delirio místico. Atravesó Europa recorriendo Iglesias y confesionarios. Una carta decía: "El Trueno la trata mal. Le hincha las bolas esta locura mística. Empieza a hartarse de esta monja que lo sigue como un perro faldero. Claro, su ideal para la cama era la montonera dura y altiva, y no esta chupacirios que soporta todos sus desprecios como un acto de contricción".
No es mucho lo que tenemos. Tampoco es nada. Trabajemos con ello.

Había sido Oficial Mayor en Montoneros, una jefa. Esposa del Jefe de una columna. Eficaz operativamente. De ella dice la novela: "Compañera del Monra, pero valiosa en sí misma. Discutidora. Lectora. Conocedora al pelo de la historia de la Orga. De todas las orgas. Lucy carnaza del '68, de nuestra generación. Atiborrada de Althusser y Marighela".11.
Claramente identificada a sus ideales revolucionarios no cede bajo ningún tipo de tormento. ¿El enamoramiento y el cambio de bando tiene que ver como ella dice con que Pernía le devolvió la hija? ¿Es por agradecimiento? ¿Es eso solo? O podemos pensar que el enamoramiento como signo, se articula con su febril actividad salvavidas en la E.S.M.A., su locura mística y su actividad propagandística a favor de la dictadura y antimontonera en el Centro Piloto de París.

Esa actividad: ¿No es la respuesta a las terribles últimas palabras de su marido? Ella asume su horrible verdad de objeto que al precio de su escisión como agente salva al amo, todos esos hombres que arma en mano jugaban su vida, aunque en esa posición sólo ganara el desprecio de todos ellos. (Pernía montoneros).
Pernía, ¿agalma de la hostia salvadora?

Devolverle la hija fue, perdonarle -salvarle, la vida a la niña. Ese enamoramiento, horrible locura que ella misma advierte. Pero eso no es nuevo. Recordemos que Freud caracterizó al amor como una psicosis. Pernía, ¿inadecuado a lo que ella deseaba? Recordemos lo que Lacan nos decía en el Seminario de la Transferencia: "La dialéctica del amor de Sócrates nos lleva más allá de una encrucijada /.../ a saber captar el momento de balanceo, el momento de cambio total de una situación o de la conjunción del deseo con su objeto en tanto que inadecuado, debe surgir esta significación que se llama amor".

¿Es la muerte del compañero la que paradójicamente hace que se enamore de quien lo mató, en tanto éste queda con la llave salvacionista? ¿Más aún, mientras más la desprecia, ya que la desprecia en nombre de ideales antimuerte? Para pensar como lo planteo, es fundamental partir de que la relación del sujeto al Otro, mediada por el significante, es esencialmente singular.
O sea, en este caso la histérica se enamora del amo en tanto supone que él produce un saber sobre la vida. Desde la posición del analista: ¿podríamos decir, de los casos analizados, que no nos hallamos más que ante dos histerias más o menos graves, a las cuales algo llevó a que protagonizaran el amor, el sufrimiento y la muerte en el campo de lo siniestro?
Si es así, ¿qué es ese algo?

Cualquiera que haya ido a la cancha, y no sólo en estos últimos años, ha visto a grandes masas, lanzarse a cualquier tropelía a la sola convocatoria del nombre de su club. Los cánticos que se gritan, rápidamente se deslizan a la degradación del otro. Y lo que son cánticos, si una fuerza mayor y organizada no lo impide, rápidamente se transforman en agresiones físicas de todo calibre. Si algún rival queda aislado en el campo contrario corre serio riesgo de linchamiento y en todo caso, es absolutamente común ver una patota, moler a golpes a alguien. 12.

¿Cómo puede ser? Los gritos, los cánticos, el mensaje en que se sostienen, tienen un solo y unívoco sentido, excluyente del que le viene del otro. La palabra pierde así la capacidad de, desde su falla, hacer lazo social, sólo hace efecto de grupo. Por eso, ese tipo de enunciación que define al ideal por la exclusión del otro, produce, por identificación a ese ideal, creerse en masa, ser uno. Y para "ser" uno, es decir sostenerse en el amor, hay que destrozar al otro. El otro así queda del mal lado del espejo. Ahora bien, si en vez de ser el ideal un lugar absolutamente simbólico, (sólo los colores de una camiseta, aunque generalmente articulada a la del padre),está ocupado por un mensaje apocalíptico, salvacionista, totalizador, lo que en la cancha son incidentes, en las mazmorras son tortura sistemática, ya que en pro, del supremo bien, necesariamente se recurre, a los medios necesarios.


REGRESION A LA ESTRUCTURA MÁS PRIMITIVA.

¿Qué estructura reproduce el campo de concentración con la pareja torturador-torturado? Hay un punto de partida clave. Los torturadores son representantes del poder que decide sobre la vida o la muerte de los torturados. A veces, son ese poder mismo. A ese contexto se suma el aislamiento, el dolor erógeno (antes analizado), la administración de las necesidades fisiológicas por parte de los guardianes.

Esa estructura reproduce los términos básicos de la relación madre-niño, recién nacido. No va esto en desmedro de las madres. Independientemente de como ellas actúen, necesariamente la estructura es esa.
Si la actividad sádica de los torturadores reproduce constantemente las imagos más terroríficas de la fantasmagoría esquizoparanoide descubierta por Melanie Klein, el mínimo gesto no cruel, despierta sentimientos tiernos hacia (ya que estamos en la posición esquizoparanoide kleiniana) quien así se constituye en objeto bueno. Tácticamente los represores suelen hacer jugar esos roles diferenciados a los ejecutores.

Pero también es cierto que, la estructura del "chupadero" y de la tortura, moviliza esas imagos también en los torturadores. De ahí, esos inexplicables "aflojes", fuera de toda táctica.
Claro indicio de que la estructura de la represión clandestina corre por los andariveles más primarios es que opera negando la visión, privando de la mirada, remitiendo a la fragmentación imaginaria a través de lo real del dolor, tensionando al máximo los orificios erógenos y centrando la jerga, en significantes orales: "chupados", "parrilla".

Hemos llegado al fondo del infierno y en él encontramos la "cosa", la imago terrorífica de la madre omnipotente de los primeros diez días. Ella "sabe", desde su deseo, sobre ese pobre cuerpo que sólo atina a retorcerse por las líneas de fragmentación, de los dolores, y de la insuficiencia de la mielinización, que, a posteriori, una imagen especular anticipada, resignificará como mapa imaginario. De ella dependerán absolutamente, las experiencias de placer y de dolor. La electricidad, hace ahora innecesaria, la utilización de los caballos que reenviaron realmente a Tupac Amarú a la vivencia preespecular.

El saber que no sabe el torturado, o lo que sabe que no tiene que decir, lo condenan a ser objeto de ese saber que fragmenta del torturador, condenado por un sabor apocalíptico, mesiánico, que le ordena trabajar en la tortura como instrumento del Goce del Otro, en estos casos el Poder Absoluto.




1. Testimonio ante CONADEP, pág.32.
2. Liwsky, idem.
3. Idem, pág.30.
4. Pág. 264.
5. Pág. 304.
6. Bonasso,pág. 109.
7. Bonasso,pág. 264.
8. Bonasso,pág. 314-318.
9. Subrayado mío, SR.
10. Pernía.
11. Bonasso,pág. 242-243.