Ciudad Futura Nº 2

Abril de 1988


Tradición y modernización
¿Desde dónde enunciamos los socialistas?
Por Sergio Rodriguez

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Hace poco mas de tres años, cuando estaba por comenzar la asamblea que fundaría el Club de Cultura Socialista, me crucé con Carlos Altamirano. Me miró con mirada traviesa y con su mejor socarronería correntina me espetó: “acá estamos dispuestos a cometer otro error”. Como es habitual el chiste dijo mejor que mil disculpas, algo de la verdad. Resumía las cicatrices de los que, protagonistas de los “60”, habíamos ofertado la vida en la frontera con los "70" y éramos los sorprendidos y atribulados sobrevivientes de la matanza del “Proceso”. El chiste disparó en mi recuerdo, multitud de escenas y muchas caras entrañables que ya no estaban. Pero la verdad del chiste iba mas allá de esos dolorosos efectos. Residía en el reconocimiento de que la política no puede ser otra cosa que un eterno errar. Y en los dos sentidos fuertes de esta última palabra. Un peregrinar sin fin por vivencias para, en cada una de ellas encontrarse finalmente, con la emergencia del error que impulsara a quien lo detecte, si no está excesivamente capturado por la creencia, a proponer otro sendero.

Concebir así la política no es pesimismo. Es como el chiste, efecto de la experiencia y de saber que al ser el sujeto producto de la palabra, y al ser ésta limitada para dar cuenta de lo real, no hay otra posibilidad en la construcción de la sociedad que soportar el ensayo y el error. Error fecundo, en tanto incita a corregir, a renovar formulaciones, en el infinito trajinar del movimiento social.

A esa articulación del sujeto a lo real, el discurso lacaniano la ubica en lo que propone como modalidad lógica de lo imposible, definiéndola por lo que no cesa de escribirse. O sea, no sólo como lo que no logra escribirse en lo simbólico, valga la redundancia, sino que por eso mismo no puede dejar de intentar hacerlo. Cada vez que algo se escribe, se hace posible; pero siempre un resto no cesa de no escribirse.

En este sentido planteo que todo discurso político se rebela como de lo imposible. El “posibilismo” ignora justamente esto y se ilusiona con la “posibilidad” de pensar la conciencia y a la racionalidad de sus actores. Ignora, casi cien años después de Freud, que los sujetos son movidos en razón de deseos inconscientes. Si en la reflexión sobre la política no se atiende eso, no se entienden vaivenes y paradojas del movimiento social. La perplejidad de nuestra izquierda fue efecto de haber creído en los “60” que renunciando a la democracia, obteníamos la “posibilidad” del socialismo. Y como efecto de los “70” que rebanando aspiraciones, defendemos la “posibilidad” democrática zafando de la amenaza uniformada. La obstinada crueldad de la historia ha cuestionado ambos posibilismos y básicamente la idea de modelos. No hay modelo posible. La historia, discurso puesto en acto, no es más que un eterno trabajo de sus actores sobre si. He ahí, la “base objetiva” de la variedad de postulaciones entre los socialistas.

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Por el flanco que deja la rigidez de la vieja izquierda y la perplejidad en la nuestra, se cuela la ofensiva de la derecha centrada en reivindicar a la libre competencia, a la libertad en la oferta y la demanda, a la propiedad privada, en fin, a la liberalización del mercado en lo que esto conviene a los monopolios y a la utilización del estado para favorecer sus negocios como ocurre en nuestro país con “la patria contratista” o con la licuación de pasivos (Austral 1987 último ejemplar). Revisar el “legado estatalista, patrimonio tanto del leninismo y sus variantes cuanto de la socialdemocracia, que hace del Estado el instrumento privilegiado –por no decir único- de la transformación social y que concibe al socialismo como un orden que se construye de arriba hacia abajo es una de las condiciones de innovación para no caer en los estereotipos del pasado y ser víctima de sus efectos totalitarios”.

Frente a esta ofensiva y avance de la nueva derecha me parece de gran importancia la puntualización precedente extractada de la declaración de principios del Club de Cultura Socialista. ¿Por qué?

Porque en aquellos lugares donde comu-nismo y /o socialdemocracia fallaron, al no producirse reformulaciones desde una ética socialista, se coló el sentido común de los capitalistas que confunden iniciativa del sujeto con iniciativa privada y cree que el único motor de la actividad humana es la mayor ganancia, ignorando las leyes más elementales que estructuran al deseo y al goce. La declaración en cambio, plantea una ética que empieza por abjurar de las experiencias piramidales de socialismo, que como efecto totalitario crispado al máximo, llevaron a las matanzas estalinistas y en su vertiente de la insensibilidad “modernizadora” a sacrificar a una amplia franja de desocupados en el altar de una reconversión industrial que no complique demasiado a los capitalistas.

La sociedad moderna se debate entre una serie de “bienes” contradictorios. Mayor ganancia o ecosistema. Ocupación o eficiencia. Solidaridad social o libertad individual. Restricción universitaria o desocupación calificada, por solo plantear algunos dilemas que convulsionan tanto al sistema socialista como al capitalista.

La ética socialista debe pensar y operar desde lo que sea el bien supremo para la base de la sociedad, por ello en su horizonte no puede dejar estar la “sociedad de productores libres”. Por el contrario, el sentido común del capitalismo piensa y opera desde el que resulta el bien supremo para el que triunfe en la rivalidad (llamada por ellos libre competencia).

Pero, la multiplicidad, la complejización y contradictoriedad de bienes que acarrea el desarrollo científico tecnológico, replantea el viejo problema de la ética. Problema que cuando se resolvió mal en la práctica socialista, acarreó consecuencias desgraciadas.

Lo que se plantea como bien supremo debe tener un carácter suficientemente general, como para señalar solamente una tendencia que de lugar, luego, a que cada cuestión se discuta en particular y en una relación puntual con el momento en que se la encara, evitando la tentación totalizante, integrista, totalitaria. Quiero decir: debemos poder librarnos de fetichizar las grandes cuestiones planteadas por el socialismo y el capitalismo: regímenes de propiedad, orden, libertades individuales. Pero ¿desde qué límite? –mantener activa a la sociedad contra su natural tendencia a la muerte- (por supuesto no me refiero solo a la biológica) y para el cual, el mejor andarivel es la democracia que con su estatuto de libertades y de alternancia en el poder por vía electoral, crea las mejores condiciones para dicha actividad. Obsérvese que en el lugar del bien supremo no coloco objetos o valores, sino un verbo.

Armonizar democracia y socialismo –imposible como plenitud- por eso mismo, se sostiene insistentemente como deseo, en quienes no hemos renunciado al universo simbólico que nos fundó políticamente. Por lo mismo no hago de la democracia un fin, sino el medio, pero al que si se lo resigna, altera los fines.

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En las discusiones en nuestra izquierda, los planteos éticos, han sido tomados a veces, como excesos moralistas que no tendrían en cuenta que lo fundamental en política es la mensura de las relaciones de fuerza. Lo que no miden esos planteos, es que la relación política-ética produce efectos en las relaciones de fuerza. Por ejemplo, es demostrable que en la pérdida electoral del alfonsinismo, incidió una política económica que hace pagar los efectos de la crisis principalmente a los productores, y la inconsecuencia presidencial en el encaramiento de los delitos de desaparición de personas, filibustería y robo de niños por parte de la corporación militar, (instrucciones al fiscal, ley de punto final, ley de obediencia debida). Retomo aquí algo del comienzo del artículo. En la campaña electoral de 1993 Alfonsín prometió el castigo a los culpables según los diferentes niveles de responsabilidad y denunció el pacto sindical militar. En el discurso de asunción sentenció: el fin no justifica los medios. En Pascuas, le mintió en la Plaza a los que se habían movilizado para garantizar el orden democrático. Desde ese punto se significó retroactivamente todo su discurso previo sobre el tema, siguiendo las leyes según las cuales el mensaje es significado desde el lugar del Otro y por efecto retroactivo desde su última puntuación. Lógicamente, la significación producida, obliga a suplir los aliados perdidos con otros que se sienten cómodos bajo dicha significación. Se tendió entonces la mano al eje “liberal procesista” y dentro de la UCR, el fiel se inclinará a la derecha con la operación Angeloz-Casella.
O sea, que el cálculo ético es por lo menos tan importante como el de la correlación de fuerzas y por supuesto esto, es aún más válido para los socialistas.

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Dicho cálculo debe partir de tener seguro el lugar de enunciación. El mismo tradicionalmente fue (y no veo por qué haya que quebrar esa tradición), el de los productores. Si es así no se puede aceptar pasivamente la crítica de algunos socialistas al malestar de los trabajadores con el argumento de que: la mayoría de ellos logran resolver sus necesidades mínimas sobre la base de trabajos suplementarios. El 1º de mayo se conmemora a los que dieron su vida en la lucha por la jornada de ocho horas. No es el nuestro un país devastado por una catástrofe natural, sino por la satrapía de grupos sociales que lo vaciaron y no quieren renunciar a seguir haciéndolo.

Si hay algo que le da credibilidad a la nueva derecha es que no afirma que va a salvar al país con todos, sino contra algunos. Claro que como ellos tienen precisado su lugar de enunciación, enuncian claramente también, quiénes van a ser los patos de la boda. No ocurre lo mismo en Alfonsín y en quiénes lo rodean.

El período electoral 1983/1987 mostró, a mi modo de ver, una franja de insatisfechos que por lo menos por ahora no hipoteca su voto y sí, lo utiliza para manifestar su deseo de democracia (apoyo inicial a Alfonsín) y de justicia social (retorno posterior al peronismo).

Creo que esa es la franja que puede ser la base para recrear un fuerte movimiento socialista. Siempre que los socialistas que se lo propongan, lo hagan desde una clara posición ética y una inteligente reformulación de toda la nueva problemática.