Viagra

Sección: La Caldera
Editora: Nélida Halfon


Nuestros predecesores trataban de arreglarse con las cercanías de la muerte, recurriendo a creencias animistas, en dioses, o más próximamente, en Dios. Había que sostener de cualquier modo, la credibilidad en alguna forma de inmortalidad.

La ciencia “progresa”. Desplegó el sueño de alargar la sobrevivencia. Si el promedio de vida de los griegos era de 40 años, el de los países desarrollados de occidente al promediar este siglo: 60. A esta altura poco más de 70. Sobrevivencia, en tanto este pareciera ser el fin, no importa a qué costo. Trasplantes, plásticos y ortopedias varias, dan sostén real a dicho sueño. Del cual mejor no despertar. Para que preguntarse ¿qué Frankestein es lo sobreviviente? ¿Por cuánto más y en que condiciones? Tampoco cuestionarse los efectos que eso produce en las sociedades y la Cultura. Por ejemplo: la multiplicación excesiva de la población, que regalará a la “aldea global” en el 2050, diez mil millones de habitantes.

En este paisaje de colágenos, penes ortopédicos y vaginas quirúrgicas, ha hecho su presentación en sociedad (¡suenen clarines y atronen timbales!) el Viagra. 1º) -Erección asegurada. 2º) –Frigidez derrotada. 3º) -Histéricas ¡a callar!.

Un hombre mayor va a hablar con un psicoanalista. Cumplía los años que el imaginario social y el propio, alienado en aquel, marcaban como la entrada a la elegantemente llamada: tercera edad. Andaba fenómeno, pero no quería envejecer. Tan fenómeno andaba, que no le alcanzaba con la esposa (con la que, según sus dichos, mantenía excelentes relaciones sexuales). Tenía una amante estable y varias ocasionales provistas por una madama. Todo de maravillas, de no ser el miedo a envejecer y a la muerte. A poco andar se manifiestan inequívocos signos de enamoramiento de la jovencísima amante, a quien su hidalguía llevó a ayudar pecuniariamente. Advertido el enamoramiento, y el embarazo de ella a causa del marido, prestamente la abandona y la sustituye por otra -presentada por la madama. Mientras, la circulación de varias conocidas por la misma vía, abundaba. Lo que la jerga de la calle, suele llamar “gatos”. Sin embargo las relataba como si fueran conquistas. No era él que las buscaba, sino la madama que lo utilizaba para servir a señoras ricas de posición acomodada.

Y ocurre lo inesperado, esta vez no puede evitar enamorarse de la nueva. Nueva que tenía una particularidad que no presentaba la esposa, ni las otras amantes. Se negaba a ciertas “porquerías”: fellatio y penetración anal. Además, era hermosa. Cuando entraba a una confitería, todos se daban vuelta para mirarla. –“Y como sabemos, el hombre es importante si lleva la billetera bien forrada y una bella mujer a su lado”

Así las cosas, ocurrió lo que era posible que ocurra. Apareció la impotencia. Ni con la esposa, ni con las ocasionales. Con el adorable gatito, de cuya condición nuestro dis-fálico personaje se empeñaba en renegar. Hasta que una serie de acontecimientos y el desarrollo de su análisis se lo hicieron imposible. No obstante lo cual, se empeñaba en seguir poniendo (pene y dinero). Pero el pene, no pensaba lo mismo. En ese gatito, se habían concentrado inconscientemente, una serie de rasgos de la madre. Belleza, virginidad por lo menos de algunas zonas, y emputecimiento para obtener dones. Y se sabe: -¡con mamá, no! Aún no existía el Viagra, pero sí sus antecesores. Un pequeñísimo supositorio de uso uretral y un inyectable local con pequeña jeringa y finísima aguja. Acudía a veces a uno, otras a otro. Todo a escondidas de la joven gatito. Una vez tuvo la mala suerte de, como efecto de la inyección, sangrar inadvertidamente (para él) del pene. Ella no sólo lo advirtió, sino que puso el grito en el cielo y encontró un pretexto para negarse al encuentro sexual que él tanto anhelaba. En ese entonces comenzó a venderse el Viagra en EEUU (como sabemos la vanguardia de la aldea global). Se lo hizo traer, y ansioso lo tomó para la ocasión pertinente y -¡oh sorpresa!. No cesó la obstinada negativa del órgano a funcionar en esa escena. Por el contrario, seguía activo en todas las otras.

No sólo apareció el Viagra, también mapean cerebros. Reconocen el hemisferio de las metonimias y el de las metáforas. Del pensamiento conceptual y de los sentimientos. Se ilusionan e ilusionan, con llegar a resolver por vía medicamentosa y ahora genética (habrían encontrado el gen de la delincuencia = Lombroso resucitado) las tribulaciones del alma. La pequeña ilustración muestra, que de no mediar causas estrictamente anatómicas o fisiopatológicas (ínfima minoría de los casos) detrás de los problemas de impotencia, laten siempre diversas “malas formas” que toma el complejo de castración (vejez, muerte, dificultades en la identificación sexual) y el posicionamiento edípico del sujeto. Hasta puede ocurrir que “ortopédicamente” se yugule un síntoma. Lo que eso no yugula, es el complejo ideativo inconsciente que da razón al síntoma y que traerá sufrimiento por otras vías. De eso sólo puede dar cuenta el análisis del Inconsciente. Lo otro es insistir en la robótica que muestra la televisión, cuando pone en escena los rostros de ciertos políticos, comunicadores sociales y miembros de la farándula. Además de contribuir al ascenso en la estadística de muertes por infarto. ¿Será que el corazón, albergue del amor, se venga de esa manera de los falos imaginarios empastillados?

Sergio Rodríguez (23 de julio de 1998)