Sólo del psicoanálisis en intención devienen psicoanalistas


La creencia de muchos “recién recibidos” de que con el título de Licenciado en Psicología ya están en condiciones de psicoanalizar produce, más que psicoanalistas silvestres, psicoterapias salvajes. Tres variables favorecen aquella y generan a éstas.
Una, el peso que tomó en el movimiento psicoanalítico la adoración al saber universitario infundida desde varias cátedras e instituciones. Otra, el tobogán que afecta en los últimos años de la vida nacional a los bolsillos de las grandes mayorías, incluyendo a los profesionales. En tercer lugar y por malentendido, una seudo identificación a la acertada práctica de Lacan de no considerar imprescindible que los analizantes controlaran las curas que conducían por fuera de sus análisis.
Para analizar esta problemática, primero pondré sobre el tapete cómo concibo que los analistas deben prepararse, por qué y para qué.
La preparación fundamental de quien pretende aprehender el oficio es provista por la serie de actos en los que un analista le analice las formaciones del inconsciente producidas cuando relata sus encuentros con los vericuetos reales de la vida. También por que en dicho análisis se encuentre con intervenciones que le generen condiciones para horadar reales que induzcan repeticiones. Convocándolo por “vía de levare”[1] a reubicarse como sujeto para encararlas.
Lo principal que debe lograr el análisis de un aspirante a analista, es socavar sus resistencias al psicoanálisis, para que precipite como causa de su futuro trabajo: el deseo de analista[2]. Cada uno de nosotros es un ser parlante como cualquier otro. Buscamos analizarnos cuando la “miseria neurótica”[3] se nos torna intolerable. Si en ese trabajo nuestra estructura y la de nuestro(s) analista(s) no trabaron demasiado, descubrimos el valor del psicoanálisis y la desventaja de las resistencias al mismo. Sean provenientes de nuestro yo y su principal soporte, el registro imaginario con el peso de los enunciados en discurso y de las identificaciones a imagos que le suponemos saber. O fogoneadas por los ideales del yo y su fogonero el superyo como mirada y oídos críticos y por su aprovisionamiento de combustible proveniente del ello, para su orden obscena y feroz de: ¡goza![4].
El buen resultado del análisis de cada analista no se mide por que se conozca mejor a sí mismo, como dicen algunas corrientes pre lacanianas, ni tampoco porque se esté advertido de algún rasgo repetitivo, como suelen enunciarlo algunos lectores de Lacan. Ambas formulaciones siguen suponiendo que analizarse provee de conocimiento sobre sí mismo. Recaen en la ilusión del Freud de los primeros tiempos, de que se podía hacer consciente lo inconsciente aumentando el conocimiento de la persona sobre sí y reduciendo lo inconsciente. El Inconsciente, según lo formalizó Lacan, es una estructura de producción y no un oculto museo de significantes. Con éstos y a partir de la presencia de lo ausente, tejerá sus producciones.
Los resultados se miden por cómo quede situado su producto más importante: la reubicación de ese ser parlante en su nudo de cuatro (Real, Simbólico, Imaginario, Sinthôme) ante las formaciones de su inconsciente y ante sus repeticiones. Si las registra, asocia y analiza, querrá decir que ha quedado sujeto al deseo de analista. Si las desprecia o elude con cualquier tipo de racionalización, será índice de que aún no ha precipitado suficientemente dicho deseo, lo que hará de obstáculo a la hora de analizar a otros. Indicará también, que aún sigue excesivamente anclado a una relación fija con sus fantasmas y de entre ellos, el que se revele primordial.
Es por estas razones que el principal campo de formación de los analistas es su propio análisis. Aquí se plantea la pregunta: ¿es necesario que la llamada supervisión o análisis “de control” se haga separadamente?. La Asociación Psicoanalítica Internacional bajo influencia de Eitingon y con la aprobación de Freud reglamentó la separación del análisis del analista del análisis de control. Lacan en su práctica, poco a poco fue quebrando ese aislamiento. Al mismo tiempo, nunca indicó una pauta fija para llevar adelante dicha tarea. Es así, que muchos colegas que se analizaron con él o con alguno de sus discípulos, atravesaron la experiencia de analizarse y “controlar” con el mismo analista. Si bien me inclino a sostener que es mejor conjugar en un mismo analista ambas tareas que en verdad no son más que una, considero para esta cuestión como para cualquier otra del psicoanálisis, que lo adecuado es decidir estrategia y táctica, analizante por analizante y registrando qué está ocurriendo en el tiempo de cada uno.
Lo que me fue enseñando el pasaje de los análisis de muchos colegas por mi diván, fue que cuando se llevan a cabo separadamente análisis personal y análisis de control, tiende a suceder que se excluyan del análisis las vicisitudes laborales. Por el contrario, éstas ocupan en los análisis de los no analistas buena parte de los mismos, lo que se incrementó con la crisis económico social que padecemos. Aprendimos en el seminario de Lacan El sinthôme, que el trabajo, en tanto experiencia de producción y una de las vías principales para la articulación de los adultos a lazos sociales, suele funcionar como cuarto nudo. Función indispensable para sostener anudadas a las otras tres cuerdas (R. S. I.). En consecuencia, que las vicisitudes del trabajo queden excluidas del análisis del analista es absolutamente contradictorio con su fin. El análisis del analista habrá tenido un “final feliz” si logró que este haya hecho del síntoma que lo llevó a analizarse un sinthôme eficaz para su economía libidinal. Final que tiene una gran importancia en tanto de un modo u otro, lo más habitual es que quien va a comenzar un análisis elija a quien lo analice por suponer que tiene su mismo síntoma y que lo maneja exitosamente. El aislamiento obsesivo del análisis del analista de su “análisis de control” a que somete por reglamento la Asociación Psicoanalítica Internacional, atenta contra la buena formación de los analistas.
Califico la calidad del analista por la escasez de resistencias al inconsciente y al encuentro con lo real. La enseñanza universitaria por el contrario, acentúa las represiones y resistencias, en tanto no parte de los agujeros en el saber en pro de que los alumnos investiguen cómo tramitarlos para encontrar un saber hacer para cada ocasión. La Universidad, por estructura,
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parte de ser depositaria de algún saber universal con el que atiborra a sus objetalizados alumnos. De ahí la proliferación del síntoma entre sus alumnos y del negocio universitario vía universidades privadas, o privilegiando los postgrados arancelados en la estatal. El saber pasó a ser una mercancía más, que vendida a los alumnos transforma a éstos en unidades de valor, más rigurosamente, en soportes de un precio.
De lo que se trata entonces, no es tanto de que los “recién recibidos” no estén supervisando, sino que muchos de ellos no se analizan y muchos más interrumpen sus análisis prematuramente.
Aparece como razón para ello la miseria económica que golpea a muchos, o niveles de austeridad que no dejan margen dinerario para iniciar la experiencia. Pero a eso se puede responder concurriendo para empezar, a buenos servicios de “psicopatología y salud mental” o logrando acuerdos de honorarios con analistas que dispongan de una parte de sus horarios para instrumentarlos de diversas formas: fijación de honorarios transitoriamente menores y hasta veces de diferentes modalidades de trueque. Claro que estas “novedades” traen dificultades. Pero no más ni menos que cualquier irrupción de lo real en cualquier análisis. Ahora, después de Lacan, ¿se puede considerar psicoanálisis en intensión cualquier práctica que rehúse lidiar con lo real?
Finalmente, no es conveniente que los psicoanalistas querramos aparecer al margen de la legalidad social. Ni por intereses inmediatos, -como evitar argumentos a juicios por mala praxis-, ni por algo mucho más de fondo consistente en no aparecer desligados de la realidad, o sea de la articulación simbólico imaginaria que tramita lo real en las diversas sociedades.
Pero mucho menos adecuado es allanarse al imaginario universitario de que los títulos de la academia habilitan para analizar. Hacer eso es faltar a la ética del psicoanálisis, en tanto deja a los pacientes en tratamiento con universitarios que no pueden trabajar de otra manera que no sea “endoctrinando”[5], alimentando las resistencias, las represiones, los síntomas y sus desplazamientos.

Sergio Rodríguez 31 de julio de 2002
[1] Freud: Dora. (De sustracción y no de agregado)
[2] Robert Levy: Un deseo contrariado
[3] Freud: Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica (1918)
[4] Lacan: Encore
[5] neologismo inventado por Lacan que condensa adoctrinando con el “en” que alude a introduciendo