Los complejos caminos de la castración en el siglo XXI

Una persona que anatómicamente tenía apariencia masculina[1] logró del juez Pedro Hooft la autorización judicial necesaria para ser objeto de una operación que la cambiara a una femenina. Conocida la noticia se desplegó una interesante e importante polémica. El juez fundamentó su decisión alegando que “es una persona con identidad psíquica de mujer, en un cuerpo de hombre”.
Aunque resulte extraño al sentido común, lo dicho por el juez es certero. A diferencia de lo que pensaba Freud, no siempre la anatomía es el destino. Hay personas que en razón de causas genéticas y/o ligadas a la historia del desarrollo de su psiquismo, de cómo éste reaccionó ante los acontecimientos que la vida le presentó en la infancia, se instalan en una posición sexual inconsciente con manifestaciones conscientes diferentes a la organización sexual anatómica recibida. La polémica fue centrada en el derecho de las minorías, y el uso de presupuestos de hospitales públicos. Por ejemplo, Ricardo Roa en la edición de Clarín mencionada dice: “Es irónico que en un país con graves carencias, donde a menudo se suspenden operaciones[2] y ni la salud pública ni la privada reconocen los gastos de inseminación o fecundación asistida, los contribuyentes paguemos la cirugía del transexualismo.” Roa parece tener una idea conflictiva de la salud y la enfermedad. Razonablemente poyaría que los contribuyentes paguen inseminaciones y fecundaciones asistidas, prácticas médicas que buscan subsanar deficiencias anatómicas, fisiopatológicas y dificultades psíquicas, pero que en sí no dañan al cuerpo del afectado sino a las facultades de procreación. Pero se opone a operaciones que se proponen adecuar el cuerpo de la persona a la posición psíquica en la que se halla instalado y cuya inadecuación daña psíquica y físicamente al padeciente.
En este sentido es necesario tener en cuenta que para muchas de esas personas, una operación de esa índole puede servirle para que no se desencadene una psicosis que causada por la forclusión del Nombre del Padre, fue suturada identificándose a una posición sexual inconsciente distinta a la portada por su sexo anatómico. Posición que suele ser mucho más compleja que sólo la identidad hombre o mujer. En el caso de Mariela Muñoz es evidente que dicha identificación estuvo guiada mucho más por su pasión de ser madre, crió 17 hijos[3], que su deseo de feminidad. Pasión que posiblemente la reivindicó fálicamente de algún sentimiento de minusvalía en su apariencia masculina. Además del derecho de cada persona adoptar la posición sexual que más le cuadre, hay que tener en cuenta razones que el desarrollo de las ciencias en general y del psicoanálisis en particular, van indicando como más adecuadas para proteger la salud mental. En muchas de estas personas la cirugía transexualizante toma la función de sinthome, de 4º nudo, que lo defiende del desencadenamiento clínico de una psicosis.

No son razones que al sentido común le resulte fácil aceptar, pues conducen a fantasías que el psiquismo dominado por dicho sentido suele aborrecer. Mientras el juez habló de “adecuación a su realidad”, Ricardo Roa en su artículo habla de: “ablación de los órganos genitales”[4]. Roa imagina la operación como una castración, mientras la paciente y el juez la concibieron como el camino para acceder al sexo al cual aquella se sintió identificada.

Equívocos y neologismos aparecidos en artículos y declaraciones, son indicios del efecto angustioso que causa en los horrorizados, lo que viven como una amenaza de castración. Por ejemplo, el cirujano interviniente Dr. Fidalgo refiriéndose al genital construido a través de la cirugía plástica lo llama neovagina (como si hubiera sustituido una vieja). O sea que con su neologismo sostiene el fantasma que animó al/la paciente. Uno de los periodistas[5] escribió “vello público” en vez de púbico, haciendo público lo no afectado por la operación. Roa afirmó que “la ley nos protege de que no nos hagan daño y también de que no nos hagamos daño a nosotros mismos” en lugar de que la ley nos protege de que nos hagan daño y de que nos hagamos daño. O sea: afirma lo contrario de lo que creía afirmar. Sin duda el tema angustia.



[1] Clarín 28 de enero 2004, páginas 2 y 24/25
[2] El subrayado es del autor
[3] El mismo Clarín, página 25
[4] En el mismo, página 2
[5] Página 24 de la misma edición mencionada supra