El cuerpo del analista

Para Imago/Agenda de marzo del 2005
El cuerpo del analista tiene cabeza. A veces sirve , a veces no (la cabeza). A veces con pelo, a veces no, a veces teñido a veces no (el cabello). A veces con implantes capilares algunos varones y de siliconas algunas mujeres (estas, no en la cabeza). Tiene cara. Hay de las clásicas tirando a imitar a Freud, barbita, bigote, anteojitos redondos en los más atávicos, a última moda en los más agiornados. Casi infaltable, la pipa. También están los que les (¿nos?) gusta posar de marginales y rebeldes. Pelos al viento, mirada de: ¡qué me importa la mirada que atraigo!, andar apurado. Los más copiados de Freud, tienen un andar de pasos largos, cansino o lento... ¡vaya a saber!. Espalda gibosa, como mostrando al mundo cuanto pesan las miserias neuróticas[1] que diariamente se cargan sobre sus hombros.
Ellas: bellas, esbeltas provocadoras cuando son jóvenes, como la mayoría de las jóvenes y más aún cuando los libros de Freud las incitaron a abrir el corral de su libido. Pasados los años, los kilos solieron hacer su obra y no siempre con el estilo de Botero[2]. Cada kilo que suben, agregan alguna pulsera o collar a las muchas que ya llevan y algún color en sus ropas, que de jóvenes no se animaban a usar. En estos últimos 10, 15 años, se han agregado las cirugías estéticas. A veces bien, a veces mal, Mirta Legrand y Ernestina Herrera de Noble, muestran. Claro que no todas se hacen tantas operaciones. También hay señoras que mantienen su compostura y se ubican en la edad que portan cuando eligen vestimentas. Algún buen análisis las ha ido ayudando a hacer un duelo adecuado por lo que va perdiendo su cuerpo. Además, si anduvo bien, les facilitó descubrir que con el paso de los años se pierde en el cuerpo y se puede ganar en otros terrenos.
Los hombres nos apretamos el cinturón lo más que podemos y corremos. Algunos en Palermo, otros siempre en el mismo lugar, la cinta del Gym o de la casa. Resulta curioso correr para no avanzar y sí, retroceder en kilos y colesterol. Casi suena metafórico. En fin, como dice la cueca, el cuerpo de los analistas: casas más, casas menos, ¡igualito que los demás! Con algunos rasgos del oficio: 8, 10 horas sentados, oyendo sobre el dolor de existir, y recordando el propio si lo había olvidado.
A sabiendas o no, siempre funciona como herramienta.
El hombre de las ratas se cruzó con Ana al entrar a una sesión. Para lo simbólico de Pablo Lorenz, ella formaba parte del cuerpo de Herr Doctor. Esa noche soñó con unos lentes de bosta. La ambición anal tomó como resto diurno al síntoma de Freud[3]. Otra vez, el Dr. le convidó té con arenques y el paciente soñó un coito con la señorita de ano a ano, ejecutado con un falo de arenques fecales. Fueron dos de los sueños más importantes del Hombre de las ratas. En ambos, de una manera u otra, el cuerpo de Freud estuvo presente.
Recuerdo un analista que fundamentándose en la abstinencia y le neutralidad analíticas me criticaba mi consultorio por estar poblado de máscaras, fotos y cuadros. El de él, tenía las paredes blancas sin un solo adorno, al igual que las mesitas y demás muebles. Eso sí, no faltaba la poblada biblioteca con las obras completas de Freud, Lacan, Melanie Klein y muchos otros libros de autores psicoanalíticos, más varios de ficción y filosofía. Le hice observar que sus paredes blancas y sus libros, daban tanta o más información sobre él que sobre mí, el aquelarre que puebla mi consultorio. Y para bien y para mal. Piezas del aquelarre han jugado funciones importantes en sueños y otras formaciones del Inconsciente de muchos que se analizan o analizaron conmigo. Recuerdo un señor empresario muy serio y creyente religioso que me habían derivado. Se sentó frente a mí y comenzó a contarme sus cuitas de amor. Más de 60 años, siempre había sido estrictamente fiel y monógamo. Pues bien, a la vejez, viruela. Estaba perdidamente enamorado de una joven secretaria, lo que lo desesperaba, pues él quería a su esposa, hijos, familia y no quería tener ningún traspié que pusiera en peligro esos vínculos. Estaba convencido de que estaba loco. Ya Freud decía en Psicología de las masas y análisis del yo que el enamoramiento es un estado de psicosis transitoria (¿Sería por su experiencia con Lou Andrea Salomé[4]) Bueno, pues este señor estaba absolutamente convencido que había enloquecido. En un momento tengo que salir un instante y cuando vuelvo me dice: -Mire doctor, lo estuve pensando y yo con usted no me puedo analizar, si usted tiene tantas máscaras no puede arreglar mi locura. Tenía su razón, él quería desenmascararse y suponía que alguien tan afecto a las máscaras no lograría hacerlo. Era la primer entrevista, demasiado temprano para decírselo, así que opté por darle la mano y no resistirme a que buscara un analista serio. La transferencia, que en los comienzos de su ir instalándose, puede ir haciéndolo de una manera imaginariamente real, suele tomar fuertemente como referencia: lo que los ojos creen ver en la mirada que mira, las vestiduras, los gestos, la respiración, la escenografía del consultorio; los oídos en la voz y las palabras que oye o que no escucha, etc. del candidato a psicoanalista. Están los analistas que dan tímidamente la mano, casi como un colgajo, los que aprietan fuerte, los que aceptan besitos y los que no, lo mismo que con el tuteo, etc. Ya en situación, los que creen convenientes prolongados silencios iniciales interrumpidos a lo sumo por un carraspeo (son humanos) o con uno o dos: ajá. Cada uno de esos estilos, que en algunos son simples inhibiciones evitativas, produce efectos en quien consulta: fugas, desbloqueos, idealizaciones, etc. Lo importante no reside en, -a que molde responder-, sino en estar atento a observar que semblante, que apariencia se está portando, para adecuarlos según las reacciones que van produciendo en quien consulta. Lo que hay que buscar es que la transferencia se instale, para en su análisis, ir destituyéndola y curando al ser parlante que reclama eso de nosotros. Habrá que ir atravesando lo imaginario, el engaño de la mirada, del oído y la piel, para que lo simbólico, especialmente lo significante (lo que representa un sujeto para otro significante[5]) horade lo real, reordene el goce, lo acerque a los deseos del analizante.
El que demanda tratamiento, también se nos aparece.
Nosotros los psicoanalistas también somos parletres, a pesar de aquellas/os que se empeñan en disimularlo tras los oropeles de erudiciones universitarias (profundamente humanas). Sufrimos lo mismo y de lo mismo que nuestros analizantes: la castración del lenguaje y sus consecuencias. Ergo, en los primeros encuentros y a partir de ellos en todos, nos encontramos con desconocidos disimulados tras sus propios semblanteos. Tratamos de ir leyendo en cada enunciación el efecto sujeto dividido que la misma produce, para comunicársela si estamos en tiempo adecuado.
Dicha operatoria se produce a partir de como se encadena en cada circunstancia nuestro nudo de cuatro[6], con el del analizante. De ahí que no sea poco común que la mejor interpretación y/o operación[7] provenga de alguna formación del Inconsciente del analista. El deseo del analista la vehiculiza y le da «punch». También, que poco a poco, golpe a golpe[8], repetición a repetición, podamos ir construyendo las escenas fantasmáticas que soportan los deseos de cada analizante. Nuestro yo quedará en «stand by» sí y sólo sí, nos dejamos llevar como objetos a por dicha articulación entre los dos nudos. Se producirá entonces, entre analista y analizante un tercer anudamiento al que contribuirá decisivamente cada 4º nudo, poniendo en escena el encadenamiento correspondiente a ese instante de dicho análisis, su semblante en ese momento.
Esta cuestión es la que le da la relevancia que tiene al análisis del analista. Da la máxima posibilidad para que el encadenamiento no se produzca entre síntomas del analizante y del analista, sino entre sínthomes del analista y síntomas del analizante, facilitando las condiciones de posibilidad para que opere el discurso del psicoanalista según el cual en el lugar del agente operará el semblante del analista ajustado a la causa del deseo del analizante.
a
De tal manera
[1] Freud: Nuevos caminos de la terapia psicoanlítica
[2] El artista plástico colombiano
[3] Ver Freud en el siglo, la biografía del fundador, escrita por Emilio Rodrigué
[4] ver: Cartas
[5] Lacan desde Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis
[6] Imaginario, Simbólico, real y sinthome.
[7] Me parece un significante más adecuado que el en
[8] Como dice Miguel Hernández a través de la voz del entrañable Joan Manuel Serrat