Al Maestro con cariño

Tema: Saldrá un libro escrito por un grupo de psicoanalistas e intelectuales que como homenaje a su cumpleaños número 80, le entregarán a Fernando Ulloa. Éste es el artículo que escribió Sergio Rodríguez.

Fernando Ulloa es un buen tipo. Fuertemente solidario y sagaz psicoanalista. Virtudes que a veces entran en colisión. Su espíritu solidario a veces le complica su sagacidad. Lo prefiero así a aquellos supuestos psicoanalistas que con tal de mantener la cáscara, pueden perder de vista el sufrimiento y hasta alguna meta mortífera de algún paciente.

Siendo su oficio escuchar y leer en lo que escucha, es un gran relator de historias. No tanto fuera del consultorio como dentro de él. Yo, que estaba habituado a una supuesta interpretación lacaniana, seca, desnuda, las primeras veces que le escuchaba algunas de sus narraciones me desconcertaba. ¿A dónde quiere ir? me preguntaba. En sus historias aparecía don Carlos o un viejo peón de campo, o... Luego fui captando que con dichas historias no me daba un sentido, un significado preciso, sino que me facilitaba situarme en un tejido extraño, en una malla que no era la mía pero que me resonaba familiar. En la que encontraba ese enigma que mi relato trasmitía sin saber que lo hacía. Entonces el enigma prendía luces que me impedían no advertirlo. Es su estilo.

Para Ulloa invariablemente fue una ocupación lograr que los psicoanalistas no fuéramos “ianos”. Su escritura siempre fue un esfuerzo, tal vez desmedido, para no ser “iano”. ¿Cuidó demasiado el culo? Tal vez, pero lo prefiero a aquellos que para sentirse dentro de una “camiseta” pierden la posibilidad de conjeturar, de permitirle al psicoanálisis ejercer su función creativa. A mí, que me siento lacaniano me facilitó ser, como dice Emilio Rodrigué en el prólogo del volumen 2 de mi libro En la trastienda de los análisis: “Creo que sos tan ortodoxo que puedes no serlo, ¿understand?”.

Cuando digo que es un buen tipo y solidario podría dar muchos ejemplos, daré sólo uno. Instalada la dictadura militar del 76, un querido y admirado colega fue secuestrado y corría el peligro de desaparecer. Utilizando conexiones familiares que nunca utilizaba, logró entrar al regimiento donde estaba el secuestrado y hablar con la mano derecha del jefe. Este liberó al colega, con la condición de que se fuera del país y... que también se fuera Fernando. Esa fue la razón de su exilio en aquellos malos tiempos. Es todo un mérito que llegue a los 80 años siendo un buen tipo solidario y sagaz psicoanalista. ¿Verdad?.

Tenemos muchas diferencias en el terreno teórico y práctico. Principalmente cuando recorremos los caminos de la extensión del psicoanálisis más allá de los límites de los análisis de una persona. Sin embargo, lo considero mi Maestro. He tenido muchos maestros. Pero Fernando ha dejado en mí una fuerte impronta de libertad, responsabilidad y rigurosidad. Libertad que no es arbitrariedad ni libertinaje, porque en el a posteriori siempre se pregunta si el acto ejercido sirvió, resultó inútil o fue contraproducente. Ahí: responsabilidad y rigurosidad. No la inhibición almidonada de aquellos a los que, por querer ser siempre exactos, frecuentemente se “les escapa la liebre”. El consultorio de Ulloa ofrece calidez, seguridad, sorpresa. Recuerdo una interpretación que me hizo por la vía de un aparente comentario de circunstancias, de saludo de despedida, cuando ya me iba y estaba de espaldas a él y que me clavó los zapatos al suelo. Fue un verdadero tiro por la espalda, que me facilitó vivir.

Ulloa es un importante teórico, lo que suele subestimársele. Comentaré un ejemplo de su importante artículo Herramientas personales y domésticas de mi práctica psicoanalítica publicado en Psyche Nº 7 de marzo de 1987 y con algunas modificaciones en su libro Novela Psicoanalítica editado por Paidos. Hablando de un concepto construido por él y al que llama Estructura de demora dice: “Pueden describirse entonces diferentes aconteceres. Por de pronto los siguientes: siento, quiero o no quiero lo que siento, creo –acerca de este querer o no querer- lo que siento. Luego vendrá lo memorioso y finalmente algo que denomino: lo impensado. Aclaro que sólo estoy estableciendo una cronología por requisitos de exposición. En la realidad no hay tal secuencia. Siento describe un sentir elemental, aquel que señala que todo organismo vivo es reactivo al medio, o sea que lo interpreta para vivir o para sobrevivir. Entonces sentir es placentero o paranoide según lo que interprete. De inicio suele prevalecer el acontecimiento paranoide. Es fácil entender que se quiere o no se quiere lo que se siente. Este quiero o no quiero puede considerarse base de la primera operación elemental clínica en tanto promueve acercamiento o alejamiento espacial o cambios corporales y procesos emocionales. Desde lo anterior surgen en el psicoanalista las creencias acerca de estos movimientos y afectos.

Estos verbos: siento, quiero, creo, designan la manera como el clínico “está afectado”, involucrado emocionalmente, diría afectado por contagiado, frente al clinado. Aquí llegamos a una estación importante en la estructura de demora. Estar afectado no sólo significa estar involucrado o contagiado, sino que también tiene el sentido de estar afectado a una tarea. Pues bien, esta vocación, esta tarea, en psicoanálisis es la de la abstinencia, que no es tarea de supresión o purificación sino que se afecta como tarea al estar afectado, involucrado para perfeccionar la acción clínica.

Detengámonos. El creo –tal o cual cosa- suele ser la expresión más frecuente del estar afectado, contaminado. Guarda poca objetividad con lo que el clinado expresa, sino que se refiere a lo que le acontece al clínico frente al estímulo que ha recibido. En este sentido la creencia se emparienta con la sustancia de la cual están hechos los delirios. Si el psicoanalista habla desde su “creo que”, está sólo opinando. Esta opinión significa más que una objetivación acerca del campo, el imperativo de una catarsis emocional. El abstenerse de esta descarga emocional opinante, trasforma el siento, quiero, creo, en algo así como un importante nicho ecológico emocional pronto a albergar una próxima idea aún impensada. Se va estructurando la demora, por el momento emocional, que agudiza empatía clínica. Podría generalizar diciendo que un psicoanalista “no opina” (en el sentido que aquí señalo) y que ésta es la primera estación de la abstinencia.

Toca ahora el turno a las ideas, a lo específico del pensar. Se trata de un pensar memorioso. De cuatro memorias. Próximo a la creencia no opinada, surge la memoria de propias experiencias que evocan en el analista situaciones personales semejantes a las de su analizado. Es la importante memoria que permite poner en nosotros lo del otro. Es la base de la continencia clínica. También la memoria se ocupa de aquellos otros momentos semejantes en la historia del analizado. Es la memoria que permite organizar el hospital del paciente.

Por ahí surgirá la memoria casuística que agrupa al sujeto con otros analizados.
Finalmente la memoria más importante y frecuente: la memoria teórica, que encuadra en determinado capítulo teórico al paciente y su suceder.
Nadie duda de la importancia de la continencia, el historial clínico, la casuística o la ubicación teórica, mas el psicoanalista en el acto psicoanalítico si quiere acceder a la singularidad interpretativa eficaz “no habla de memoria”.

Pero así como no suprimió el registro afectivo tampoco suprime el registro memorioso. Sólo lo demora hasta alcanzar el premio de esta demora. El premio llega en la forma de una idea nueva que se articula con lo que llamé el nicho ecológico emocional. Se estructura una distinta relación ideativa – emocional: lo impensado... hasta ese momento. Lo impensado es el resultado de ambas abstinencias, la de opinar y la de hablar de memoria. Lo impensado es una de esas ideas clínicas que integran el repertorio de las ideas descartables. Se integra en base a dos núcleos: el que resulta de la abstinencia de opinar, que agudiza la intuición clínica y el que resulta de la abstinencia memoriosa que acrecienta la eficacia ideativa de la palabra. Lo impensado que habla al y del inconsciente del analizado disparará en éste otro producto: lo impensable. Pero esto es otra historia”

Ulloa logra discernir las claves de la metapsicología, la estructura estructurante, de la interpretación psicoanalítica “suficientemente buena” y de sus efectos en el analizante.
Leamos: Comienza haciendo una descripción fenoménica de aconteceres habituales en la persona del analista mientras escucha. Desmenuza las pasiones de sus sentimientos y de cuatro formas con que la memoria lo asalta. Propone que hacer con eso para que advenga lo necesariamente esperado: lo impensado.

Discierne como: sentir, querer, creer; afecta al analista, contagiándolo de su paciente y otorgándole pertinencia en el trabajo con él. Y que esa pertinencia se jugará en la abstinencia que pasa a definir: no es tarea de supresión o purificación sino que se afecta como tarea al estar afectado, involucrado para perfeccionar la acción clínica. Le quita a la abstinencia psicoanalítica toda connotación superyoica sacrificial y la torna tributaria del deseo de cada analista de perfeccionar su accionar clínico. Subraya que el siento, quiero, creo; son efectos del acontecer en la subjetividad del analista y no tienen relación confiable con lo que le está ocurriendo al analizante. Acentúa el carácter de creencia de lo que ahí se incuba y su cercanía con el delirio. Y recorta lo que lo causa: el impacto en la castración del analista ante lo que escucha, que lo angustia y lo presiona a la catarsis opinante. El abstenerse de dicha catarsis es lo que: trasforma el siento, quiero, creo, en algo así como un importante nicho ecológico emocional pronto a albergar una próxima idea aún impensada. Se va estructurando la demora, por el momento emocional, que agudiza empatía clínica.

Luego describe las memorias al asalto: 1) Memoria de experiencias en la propia vida parecidas a las del paciente. Facilitará ser hospitalario con el paciente. 2) De casuística que compara al paciente con otros. 3) La teórica, a la que declara la más importante por la posibilidad que brinda de colocar al paciente en algún capítulo de conceptos. Remata esta descripción con esta aseveración fundamental: Nadie duda de la importancia de la continencia, el historial clínico, la casuística o la ubicación teórica, mas el psicoanalista en el acto psicoanalítico si quiere acceder a la singularidad interpretativa eficaz “no habla de memoria”. A la vez que marca la utilidad de dichas memorias subraya desestimarlas, para lograr singularidad y eficacia en la interpretación.

La clave: no opinar, ni suprimir el registro afectivo ni el memorioso. A éstos, demorarlos. Se forja así un nicho ecológico (refugio de conocimientos en equilibrio) emocional que alojará la llegada de lo impensado que dicha demora disparará y hablará del y al inconsciente del analizante para que en él se dispare lo impensable: aquello que sólo el sujeto está en condiciones de advertir en sí mismo. Lo impensado será descartable, cosa que la experiencia cotidiana nos reafirma cada vez que el paciente se refiere a una supuesta interpretación que nosotros ni logramos recordar.

A mi modo de entender esto, Fernando coloca la operación analítica singular y eficaz, en el registro de la comunicación de inconsciente a inconsciente, aludida por Freud, Racker, Lacan, Winnicott y otros. La retira del proceso secundario de los pensamientos pensados, de lo Imaginario; y la lleva a articular una relación entre lo Simbólico y lo Real en que lo inconsciente agujeree a lo real.

Esta descripción, interpretación y propuesta de forma de trabajo, es una producción original de Ulloa. En la cual no hay “iano”, sí: precipitación de maestría en un Maestro.
Su pasión de originalidad hace difícil a veces compartir paneles con Fernando. Toma una dimensión tal, que dificulta a los otros panelistas y al público encontrar un lugar donde situarse. Pero si uno logra demorar el enojo, tomar cierta distancia y observar, puede terminar enterneciéndose (la ternura, otro de los objetivos teóricos de nuestro homenajeado). A uno se le despierta la ternura que despiertan los chicos cuando a toda costa buscan el centro de la escena. Y ese es otro mérito de Fernando, frisando los 80 sigue teniendo algunos rasgos de niño. Rasgos que contribuyen en su estructura de demora a pergeñar intervenciones que sólo la frescura de un niño puede pergeñar.

Tal vez quien lea estas líneas se esté preguntando ¿Sergio se habrá analizado con Ulloa?. Es una pregunta que muchas veces me hice. Informo que con él “supervisé” cuatro años paralelamente al transcurso del último de los tres análisis por los que pasé. También durante un año, un hijo mío y yo hicimos con Fernando una terapia conjunta. Esa es la información. La lectura de dicha experiencia me precipita, al terminar estas líneas, a creer que efectivamente me analicé con Ulloa. Sé que rompo muchos imaginarios. ¿Cómo se sostuvieron dos transferencias paralelas, dos modalidades distintas de intervención sobre mi discurso? Lo que puedo decir es que se sostuvieron y que ambas incidieron en re-anudar mi nudo Borromeo, en acercar mis deseos y mis goces, en transformarme síntomas en “sínthomas”. Por supuesto ninguno de los cuatro análisis logró doblegar algunos de mis síntomas. Pero se me hace evidente que llevo una vida mucho más en paz, que si ellos no hubieran transcurrido. Esta precipitación refuerza una creencia que sostengo hace unos cuantos años de que es preferible, no obligatorio, que el analista se analice y supervise con un mismo analista cada vez. También, que es mejor que los analistas hagan más de una experiencia de trabajo con su inconsciente.

Finalmente: ¿qué creo que he sido para Ulloa? Lo que él me ha dicho más de una vez pública y privadamente: “un amigo extranjero”. Familiar y siniestro. ¿Qué es él para mí? Un sueño inquietante, cercano al despertar a lo real y en el que como nos enseñó Freud las “o”, deben ser interpretadas como “y”.