25 años, el malestar que no cesa de escribirse

Cierta vez escuché a una psicoanalista decir que "lo que habían hecho los militares del proceso iba más allá de lo humano". Hacía referencia específicamente al secuestro de niños, asesinato de sus padres y entrega de los mismos en propiedad, a gente de su calaña.

La frase de la colega me recordó una vez más, que ni para los psicoanalistas El Malestar en la Cultura, no cesa de no leerse. Con esto no quiero decir que dicha colega no lo haya estudiado. Todo lo contrario, seguramente su vista recorrió sus páginas muchas veces. Seguro también, se entusiasmó con las elaboraciones doctrinarias del mismo. Ahora, leerlo, lo que se dice leerlo en el sentido freudiano del término, no parece.

Lo humano se caracteriza, según nos muestran las repeticiones en la historia, por ir de lo sublime a lo más degradado y de esto a lo sublime, sin que sus protagonistas noten el pasaje. Con esto no planteo la "Teoría de los dos demonios" a la que es tan afecto Grondona (no el de la AFA, sino el profesor de la tele)
Me refiero a esas historias según las cuales, el idealista de ayer, si algo de poder caer en sus manos, se transforma en el tirano de ese instante. Lo que suele ocurrir en nombre de los intereses de los tiranizados, como lo mostraron casi todas las grandes revoluciones. También ocurrió con quienes dicen representar a los que sufrieron el holocausto, cuando autorizaron legalmente las torturas y el bombardeo a una población que defiende su suelo a pedradas. La política tiene la estructura de la banda de Moebius, además de que algunos de sus personajes más prominentes la ejerzan en banda. Dicho de otra manera exigidos por las circunstancias de "la razón de Estado", sus actores pasan imperceptiblemente de una cara a la otra del artefacto topológico.

Lo que diferenció a los protagonistas del 76, residió en: si ejercían el terror desde el aparato estatal o en la búsqueda de capturarlo. Diferencia radical. También con que fines lo llevaban a cabo. La primer diferencia hizo que la acción de los que lo ejercieron desde el aparato del estado, arrancó la vida a más de 15.000 argentinos, mientras la de los que creían que llevaban a cabo una guerra revolucionaria dejó mucho menos víctimas. La segunda residió en que los resultados del genocidio dictatorial dejó un país enajenado y con una economía regresiva. Regresión de la que uno de los autores principales fue Domingo Felipe Cavallo (niño mimado ahora no sólo del establishment tradicional, sino también del tandem Chacho - de la Rúa) a través de la decisión del Banco Central de entonces, de hacerse cargo de la deuda en pesos de las grandes empresas que el estado luego pagó en dólares, inflación mediante.

¿Qué hubieran hecho los revolucionarios de capturar el poder?. No podemos saberlo, aunque si tomamos en cuenta la "evolución" de algunos sobrevivientes tipo Firmenich o Galimberti, o la experiencia de la inmensa mayoría de las revoluciones socialistas (prototipos del perigeo moebiano) nada demasiado bueno hubiera podido esperarse.

Desde acá vuelvo a la anécdota de los inicios del artículo. La posición del psicoanalista no es la del político. El psicoanalista no pretende "dar" soluciones, sólo facilitar a quienes arriesgan involucrarse en la experiencia, a encontrar las propias. Por lo tanto el psicoanalista, que por su oficio está atento a lo que emerge desde lo inconsciente, o sea desde el deseo reprimido, por eso mismo queda en posición crítica hacia quienes gozan del poder constituido. Este puede ser estatal, político, sindical, o de otro orden, hasta de una institución psicoanalítica. El problema no reside en que sean mejores o peores los seres humanos que lo detenten, sino en la estructura de las organizaciones artificiales de masa, develada por Freud[1] y de que manera involucra a los hablantes seres[2] que las integran.

Dicho esto, no debemos olvidar que estos seres pueden ser mejores o peores. En el 76 los peores se hicieron cargo del aparato del estado y llevaron adelante su plan de exterminio. Enfrente, entre los que intentaron resistir había muchos (pero no todos) de los mejores. El querer serlo, se lo hicieron pagar con la vida.
En el Príncipe, Maquiavelo decía más o menos así: a la política se dedican hombres buenos con fines buenos para los que utilizan medios buenos, y hombres malos con fines malos para los que utilizan medios malos, por eso siempre ganan los malos. En las décadas de los 60/70, muchos hombres buenos quisieron hacer lo que consideraban fines buenos con medios malos. Inadvertidamente atravesaron a la otra cara de la bande de Moebius. Cuando se dieron cuenta ya era tarde, los medios utilizados, habían mal signado su gesta.

[1] Ver el capítulo "Enamoramiento e hipnosis en Psicología de las masas y análisis del yo".
[2] Formulación de Lacan en su crítica al humanismo filosófico