12-07-92
Todo sujeto, al mismo tiempo que pasa singularmente por la vida, cae dentro de los universales de la estructura formal en que los seres parlantes se moldean.
Es el deseo inconsciente, producido por lo que gozando pierden, lo que los mueve en su mayoría a mirar televisión, a mirar (a propósito no digo leer) diarios, revistas y a escuchar radio. Esos deseos se originan en la primera infancia, como consecuencia ineludible de que la civilización de los niños se realiza por efecto de la erotización que producen los cuidados maternales y parentales en general, y de la pérdida del contacto carnal como efecto de la prohibición universal del incesto. A la vez, porque esta no puede no haber sido fallida en algún punto, por exceso o por defecto, ya que el significante y habitualmente el acto, no logran realizarse totalmente -la agresividad, el miedo, y el temor como inconscientes, son componentes inseparables de la vida.
Tanto el goce erótico, como la agresividad encuentran el límite en la muerte posible y en la civilización por el significante como recurso contra esta. Como consecuencia de la limitación -pérdida. Y la pérdida, causa deseo por lo perdido. El deseo sostiene al negocio en la televisión, ya que ésta -y con sus diferencias de lenguaje lo hago extensivo a los otros medios- pone en escena aquello de lo que no se puede gozar infinitamente, la sexualidad, la violencia, la muerte, dando sitio a un goce supernumerario a través de la mirada y la escucha. El consumidor puede estar sentado gracias a que está mirando televisión, escuchando radio o mirando algún medio gráfico que le sirve de exutorio para derivar un plus de libido (energía sexual) que sino tendría que ser consumida en la actividad sexual directa en su vertiente erótica, en su derivación agresiva, o en su desvío sublimatorio o creativo. Desvío que exige disponibilidad significante que haga posible el trabajo de simbolización.
Me instalo así en una disyuntiva y una discusión tan antigua como la historia."Panem et circenses", la exclamación peyorativa de Juvenal en la decadencia romana, sobre las prácticas sanguinarias en el Coliseo, toma el guante desde los que critican a la violencia en escena como opio para los pueblos.
¿Se puede suponer una sociedad sin panem et circenses? El totalitarismo fascista ofreció privilegiadamente la escena deportiva en pro de la superioridad aria o del "risurgimento romano" y desembocó en provocar una de las guerras más crueles sostenida en dictaduras de igual carácter. El totalitarismo comunista, ungido desde el deseo de los pobres de paz, pan y tierra unido a los ideales de políticos que creyeron que constituyéndose en dictadura los iban a hacer posibles, fue matriz de una violencia y un sadismo difícil de registrar.Su "realismo socialista" pretendió erradicar de los "medios" al erotismo y la violencia (a menos que esta apareciera al servicio de fines "nobles") tornándolos aburridos, inmirables e inescuchables. Lina WertmÜller en el prólogo al guión de Portero de noche relata su horror al darse cuenta que de Viena, la ciudad más limpia, más ordenada y más culta de Europa, salió el mayor porcentaje de componentes de los SS, el cuerpo de máxima crueldad de las FF.AA nazis.
¿Qué estoy tratando de plantear? Que pareciera haber una relación entre retirar a la violencia del espectáculo y que ésta se haga presente realmente en la vida social. Llamo la atención sobre el carácter sintomal de ese intento de exclusión. Al cubrimiento por la CNN de la guerra del Golfo, tomando la forma de un "video game" excluyente de las imágenes concretas de la violencia en el campo de batalla, hay que leerlo creo, como una más de las diversas manifestaciones de la tendencia a una facistización sofisticada y tecnologizada en el capitalismo norteamericano.
La experiencia de trabajo con el Inconsciente llevó a Lacan a captar que el sujeto se estructura en tensión entre tres registros de la experiencia: lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario. Lo Simbólico deviene de la plurisemia del significante y de que el efecto de sentido es el resultado por diferencias en la combinación y la sustitución que se opera en el sintagma y en los paradigmas. Por lo tanto es el registro de la anfibología, de la apertura a diferentes posibilidades. Es el que por la vía de la polivalencia y la combinatoria abre la posibilidad de creación de saber con eficacia práctica sobre lo Real. Éste es el registro de lo que se escapa a lo Simbólico y a lo Imaginario, es el registro de lo no significado, de lo que sorprende, de lo inesperado por no haber podido ser simbolizado a pesar de que se nos repita en un mismo lugar. Lo Imaginario es el registro del sentido y de la imagen, particularmente de la imagen del espejo, o sea la de la correspondencia biunívoca y punto a punto, pero que nos sitúa a través de una visión invertida de lo que nos representa de una manera aparentemente sin resto. Por lo tanto representación fallida por exceso o por defecto, generadora de fascinación y agresividad.
Planto estos elementos mínimos aunque fundamentales de la formalización lacaniana intentando responderme desde la práctica y la teoría psicoanalítica a la pregunta ¿qué busca el consumidor de un medio masivo, cuando se sienta a mirar o a escuchar?
Son el saber imposible sobre el destete, el control y la higiene esfinteriana, sobre la separación del niño del cuerpo de la madre, sobre que pasa en la cama entre los padres, sobre de donde vienen los niños y fundamentalmente sobre la ausencia de pene en las mujeres que resitúa a todas las otras preguntas, las carencias que originan a la curiosidad infantil. Curiosidad sobre la que se constituye por desplazamiento la curiosidad del adulto. Esta relación entre las pérdidas, la imposibilidad de comprender, de saber sobre ellas y la curiosidad como consecuencia, promueven uno de los fundamentos estructurales de la subjetividad. En la relación al Otro la demanda de saber es una de las principales. Buena parte del tiempo de la vida es dedicado a demandarle a Otro, saber, y a poner en cuestión el saber del Otro. Por otro lado la batería significante que teje al sujeto ingresa a su red bajo la forma de saberes que por efecto de la estructura del lenguaje quedan en condiciones de ejercer la función significante.
Es a partir de esa impronta que el consumidor de medios masivos de comunicación se relaciona con estos. En tanto la vida enfrenta cotidianamente al sujeto con cuestiones que se le presentan con aspectos reales, o sea fuera de los sentidos conocidos, se orienta hacia quienes suponga posean el saber hacer que dé cuenta de esos aspectos que a él lo desbordan. Según de que se trate buscará al médico, al psicólogo, al psicoanalista, al tirador de Tarot, al astrólogo, al político, al militar, al cura, al televisor, la radio, la revista, el diario y a todos cuantos imagine puedan dar ese saber. Los medios electrónicos cuentan con la ventaja del aura que les dá la tecnología y la sensación de saber universal que produce la contemporaneidad omniabarcativa que logran con la trasmisión satelital. Generan la creencia de que trasmiten, como dicen las autopublicidades de los telenoticiosos toda la información al instante, lo que, sabemos, es imposible.
Si a estas condiciones le sumamos el carácter de la imagen electrónica formada por transiluminación "imagen en constante formación -icónica- conformada por puntos que se encienden y se apagan, la cual nunca está acabada por instante"(**), tenemos las condiciones básicas para los efectos de hipnosis que puede producir la televisión. Pero lo imposible, o sea lo que no cesa de no registrarse por mas avances tecnológicos que haya, en razón de la posibilidad sólo parcial de cualquier discurso para reflejar los hechos, y del hecho de que el mismo no puede no ser desplegado mas que desde una posición subjetiva condicionada por el deseo, genera los puntos de desarticulación de "ratings" y de generación de nuevos éxitos. Poder ubicar esos puntos de falla dá el primer indicio de lo qué, sin saberlo, "espera ver o escuchar" el público en sus diversas parcialidades. Esto es válido también para el erotismo y la violencia en los medios. No es cualquier erotismo, ni cualquier violencia. No porque sí, hay épocas de tetas y épocas de culos.
Épocas en las pantallas de violencia ilegal por parte de las fuerzas de represión y épocas de reivindicación del marco legal para el ejercicio de la violencia del poder. Todo es según y cuando lo exija la nostalgia en los consumidores y en los amos de los medios, en una articulación no fácil por probables diferencias de deseos, pero que si no se produce genera el fracaso del mensaje. Si los receptores suponen que aquel trasmite el saber adecuado para lo que viven como carencia, el éxito está asegurado y tomará la forma no sólo del pico de encendido, sino también de generar identificaciones masivas que se manifiestan hasta en los hábitos y las jergas. En ese fenómeno está la base del éxito de las "merchandise". "Los Simpsons" son, en la actualidad argentina, una de estas manifestaciones.
A mi modo de ver por lo tanto, la discusión no puede girar alrededor de si hay mucha o poca violencia y erotismo en los medios, o de si su presencia está bien o mal, sino de analizar sus manifestaciones como síntomas sociales de la hora y sacar las deducciones correspondientes para la acción política, social y cultural. Mi hipótesis entonces: La necesariedad de la violencia y el erotismo en los medios masivos de comunicación son síntoma de lo que no cesa de no inscribirse en lo psíquico y de perderse, en el goce cotidiano de los sujetos.
Ese análisis conlleva a un problema delicado. ¿Como posicionarse entre el derecho a la libertad de expresión y la defensa de la intimidad y privacidad familiar con la que está barriendo la omnímoda televisión? No es un pequeño problema. Se podría, en cierto modo, decir que su omnipresencia con la autoridad que impone está sustituyendo en ciertos aspectos a la función paterna, viga maestra de la estructura familiar histórica. Claro que el control remoto con su consecuencia el "zapping" ha aportado una débil defensa, un nuevo modo defenderse contra la televisión que nos goza, para gozar fragmentando, sumando, recombinando a lo que la escena electrónica nos manda.
El "zapping" violenta a la violencia instalada en la pantalla y para muchos se ha transformado en un ejercicio excitante que transforma, tal vez más ilusoria que realmente (pero en general así son las cosas de la vida) al dominado en dominador, hasta que el nuevo dominador cae en cuenta que ha caído bajo el dominio de un "zapping" que lo goza a él. Le escuché decir a alguien: "empiezo con el "zapping" a buscar algo que sé que no voy a encontrar, pero no puedo parar de buscarlo hasta llegar al momento en que me invade la angustia".
Finalmente, ¿el erotismo y la violencia en la escena de los medios distrae a las masas de lo real que las abruma? Sí. Y de no ser así, ¿se cree por ventura que podrían hacer algo mejor? Si se distraen de esa manera es porque lo simbólico de que disponen no es suficiente para situarse de otra, ante el acoso de lo real. El problema entonces, no reside en el Imaginario que los medios sostienen y que efectivamente amortigua la relación de esos sujetos con lo real, sino en la debilidad de la producción significante para enfrentar ese real. En cierto modo los "medios" tienen relación con la función del sueño que protege el dormir. Y sabemos, no se puede estar despierto permanentemente y menos, cuando despierto no se dispone de la posibilidad de simbolización como para un hacer eficaz sobre lo real. Despiertos de esa manera se está en la antesala de la violencia irracional y real y del sexo mortal.
(**)Video mirando televisión de Jorge Laferla en el libro Ojos y bocas en la génesis de una obra