Las usinas del rumor

Nuestro país se puebla de rumores con frecuencia. Los directamente afectados suelen desmentirlos, ofendidos. Es habitual en estos "casos", que algún funcionario los atribuya a "sectores interesados", a "usinas", o a irresponsabilidad del periodismo. Ese tipo de comentarios no es patrimonio solamente del gobierno actual. Ni de la Argentina. Suele ser la salida más habitual de políticos, militares, sindicalistas, empresarios, etc., cuando se encuentran en dificultades. Recuérdese si no, el proceso de desmentidas y acusaciones al periodismo en EE.UU., previo a Watergate. Esa "salida" rápida, "piensa" sólo en el emisor. No se pregunta por lo fundamental, porqué el rumor se difunde rápidamente. O sea, no quiere preguntarse qué pasa entre los receptores para que el mismo pueda adquirir cuerpo. Más que las "rapideces vivarachas" del tipo de políticos antes aludidos, nos va a facilitar pensar en este tema, el análisis de un episodio efectivamente ocurrido y del que por azar pude reconstruir la trama precisa; un cuento de Gabriel García Márquez. Algo muy grave va a suceder en este pueblo, y la interpretación de rumores de diverso género que se repetían entre los reclusos políticos en las cárceles del "Proceso".
Comienzo entonces por relatar los elementos que tomaré como material de análisis para luego intentar algunas conceptualizaciones sobre este fenómeno prototípicamente eslabonado de boca en boca.

Una institución estaba realizando su congreso anual. Como gesto de apertura había invitado a participar en el mismo a líderes representativos de instituciones "hermanas" y en los que reconocían aliados frecuentes. Llamativamente no invitaron al líder de otra institución "hermana" a quien tradicionalmente invitaban. En ese contexto, y después de varias vacilaciones, autorizaron a un librero a instalar un "stand" de ventas en uno de los lugares de paso. Después de llevar un buen rato de trabajo se apersonó al librero, quien presidía la entidad organizadora del evento exigiéndole retirara de la venta los libros editados por la institución adversaria y, ¡oh sorpresa! también las revistas dirigidas por el líder tradicionalmente invitado, pero que esta vez no figuró como tal. Indignado ante lo que consideró un atropello, el librero levantó el puesto y al cruzarse casualmente con un dirigente de una de las instituciones invitadas, le comentó el caso expresándole su deseo de enviarle una carta documento a los organizadores y promover una denuncia pública. Planteadas así las cosas se generó una atmósfera de que esto último es lo menos que se merecían los que habían procedido de manera autoritaria y discriminadora. Envuelto en esa situación dicho dirigente aclaró que aunque compartía el disgusto de los libreros no le correspondía, por una elemental norma de urbanidad -recordemos que él participaba como invitado- tomar parte de la denuncia pública del desgraciado acontecimiento. Hasta ahí los hechos. Días después, quien presidía los destinos de la organización convocante al congreso, llama al dirigente antes referido y le pide cuentas sobre su decisión de sacar una carta abierta sobre el episodio del stand. Sorprendido, éste desmiente lo que ya había tomado carácter de rumor y decide investigar los orígenes del mismo. Recuerda que de la conversación con los libreros implicados sólo habían sido testigos los mismos y un colega de éstos. Los interpela por separado y recibe seguridades de los primeros de no haber contado a nadie la conversación mantenida con él (en consecuencia mucho menos haberla falseado), indicándolo como dispuesto a publicar una carta abierta. . Incluso le comunican que ellos mismos decidieron dar por terminado el incidente y no proceder como habían pensado en una primera instancia a darlo a la luz pública. Interpelado el otro librero le asegura no haber tampoco trastocado la versión y haber comentado el incidente solamente con una persona. Preguntada esta, responde haber trasladado la información, pero con absoluta veracidad, solamente al marido. Resultó ser que éste había sido quien había llamado al presidente de la asociación organizadora del congreso increpándolo por el episodio y diciéndole que el dirigente invitado iba a sacar una carta abierta denunciándolo.

Procedo ahora, para quienes no lo hayan leído a reconstruir los hilos fundamentales de la trama del cuento de García Márquez. Una señora enuncia ante sus hijos: "...-he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo-". Uno de ellos se va a jugar al billar. Erra una carambola sencillísima. Lo explica, por la preocupación que le ha dejado la frase de la madre. No impresiona a sus compañeros. Uno de ellos, riendo, cuenta la anécdota ante su madre. Esta madre sentencia: "No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen". Este enunciado vuelve a tener eficacia. Si la primera vez causó un acto fallido -la errada carambola, desgraciada, pero preferible a que algo más grave ocurra en el pueblo- en esta ocasión impulsa un pasaje a la acción. Una tercer persona sale urgida a aprovisionarse de carne y ante el comerciante comenta: "Mejor véndame dos porque andan diciendo que algo grave va a pasar y mejor es estar preparado". Lo que en el primer agente de lo que se transforma en rumor era un presentimiento, y cuyo valor ha sido subrayado por la segunda madre interviniente en el relato, ha tomado ya su forma, aderezado por la reacción y la interpretación que a diferentes "signos", dieron diferentes receptores.

Cuestiones a anotar. Las principales emisiones iniciales provinieron de personajes a los que los receptores les atribuyeron una fuerte función de saber (madres-viejos). Inconscientemente el primero, conscientemente la tercera. El movimiento del rumor queda estatuido entonces a través de desplazamientos en los que la emisión partió de un lugar que para el primer receptor gozaba de fuertes atribuciones de saber y se consolida aunque el emisor quede anónimo y sea sustituido por la tercera persona del plural: "...andan diciendo...". Aquella condición facilita que el rumor se cristalice como tal y ha dejado su marca en el enunciado "...andan diciendo..." que en el plural remite a la tercera persona, o sea a más allá de la relación binaria. El emisor pasa así a ser un Otro anónimo pero con atribuciones de saber. Desde el punto de vista psicoanalítico podemos afirmar que el rumor se difunde aunque el nombre del emisor quede reprimido, si se transmite de él un aura de saber y en tanto haya interesados en el mismo con fuerte poder de divulgación. En el cuento, al igual que en la anécdota, comerciantes minoristas entre otros. A veces se transmite atribuyéndolo a la boca de algún personaje trascendente (esto se hace evidente en el incidente de los libreros) y que por su ubicación, efectivamente tendría que saber. Se puede colegir entonces que una posibilidad del fenómeno reside en las apariencias de verosimilitud que el enunciado reúna.

Hay una diferencia notable entre el episodio de los libreros y el del cuento.
En el primero la generación del rumor va en el sentido de los deseos de los principales protagonistas y por ende del principio del placer. En los actores del incidente había manifiesta disposición inicial a llevar la denuncia adelante. En el dirigente invitado señalado por el rumor, el hecho había producido enojo y se puede notar que la idea de hacer una denuncia pública se había hecho presente en tu conciencia, en tanto se había sentido necesitado de negar dicha intención. El tercer librero puede haber sido presa de sentimientos de solidaridad con su colega a la vez que de resentimiento con la institución convocante por haberle otorgado a ellos una concesión de la que evidentemente quedó excluido. La dama que continuó con la cadena transmisora del rumor, además de pertenecer a una institución no incluida en las invitaciones, estaba casada con quien habiendo sido candidato a presidente de la entidad organizadora del congreso, había perdido las elecciones ante el que en ese momento detentaba la presidencia y había sido protagonista activo de incidente execrado. El matiz que cambió de color a la información fue aportado (como efecto de un malentendido) por dicho candidato derrotado, cuando al reconvenir a su adversario triunfante trastocó la intención del dirigente invitado. Pero evidentemente no es este trastoque lo importante del fenómeno. El mismo a lo sumo es la guinda del postre. Lo subrayable son las condiciones de posibilidad existentes en los transmisores que dieron pista a la circulación del mismo y que como pudimos ir observando eran efecto de situaciones de rivalidad y deseos latentes en los mismos. Es más, pienso que estas son condiciones fundamentalmente necesarias para que un rumor tome cuerpo. De existir, puede disminuir la necesidad de atribuir saber a la fuente de información.

En el cuento es otra cosa lo que llama la atención. La misma consiste en que el rumor se transmite en contra de lo que se podría creer natural tendencia al placer de los seres humanos. Al final del mismo y como efecto del rumor, el pueblo es abandonado y quemado por sus habitantes, con lo que el mal presentimiento "se confirmó". Continúo con Freud: "Disposición y azar determinan el destino del ser humano". El rumor se difunde por el azar (de que no apareciera en la comunidad un pensamiento con atributos de eficacia frente a la cosa temida). Lo que produce la disposición necesaria en los receptores que se transforman entonces en traficantes del mismo. Pero... ¿en qué consiste dicha disposición? Un artículo de Emilio de Ipola (La Bemba) sobre los rumores en las cárceles del autollamado "Proceso de Reorganización Nacional"[1], mostraba cómo los mismos iban algunas veces en el sentido de los anhelos de los prisioneros políticos, y otras en contra, como en el caso del cuento. Entonces, ocurre que los rumores cabalgan enancados en los deseos de quienes los hacen correr, pero estos a veces encarnan fantasmas muy temidos.

Nuevamente Freud: "Mientras al individuo le va bien, su conciencia moral es clemente y permite al yo emprender toda clase de cosas; cuando lo abruma la desdicha, el individuo se mete dentro de sí, discierne su pecaminosidad, aumenta las exigencias de su conciencia moral, se impone abstinencias y se castiga mediante penitencias. Pueblos enteros se han comportado y se siguen comportando de ese modo"[2].
Pensando también desde otras reflexiones freudianas y tomando en cuenta lo observable en la actualidad nacional, es importante agregar que los peores fantasmas se encarnan fácilmente en rumores, cuando no aparecen alternativas positivas -viables-. La lógica de este hecho, responde a que la angustia más insoportable es la que produce la no aparición de pensamientos con capacidad de eficacia ante las exigencias de lo real. Palian esa angustia ante la evidencia de la ausencia de ideas eficaces para dominar la situación traumática, lo único que tiene posibilidad de emerger en esas circunstancias: las fantasías de calamidad, de catástrofe.

El hecho común de encontrarse en un examen con conciencia de no poseer el bagaje suficiente de conocimientos para sortearlo eficazmente, y preferir darlo lo antes posible aunque pueda significar un aplazo, a continuar en la indefinición de la espera, es otro ejemplo de lo mismo. También lo es el condenado que elige la pronta ejecución a una angustiosa capilla que sin embargo le alargaría la vida. En esta lógica, es preferible un simple rumor por más siniestro que sea, antes que no saber nada de lo que vendrá y que se supone amenazante. He ahí, por qué en las cárceles del proceso podían tomar alas rumores calamitosos pero creíbles, antes que rumores agradables pero increíbles, y más aún, antes que la incertidumbre de no saber que se avecinaba.
Definamos al rumor en consecuencia como: aquel fenómeno por el cual se transmiten de boca en boca con la participación o no de los medios masivos de comunicación noticias con diferentes grados de relación con la verdad material, y con un importante montante de creatividad, tanto en la producción de su texto como en las modalidades de transmisión, y que reconocen como condición necesaria fundamental para su realización, estar implicadas como deseo, más o menos consciente en sus transmisores, y como condición subsidiaria, originarse o suponerse que se origina en fuentes a las que se les atribuyen fuertes connotaciones de saber.



[1] Dictadura militar que asoló a la Argentina de 1976 a 1983, dejando un saldo de entre 15.000 y 30.000 desaparecidos según distintas estimaciones imposibles de precisar.
[2] El malestar en la Cultura, capítulo VII.