Paradojas

Paradoja de los medios de comunicación masiva[1]

Deseos inconscientes causados por lo que gozando se pierde, son los que mueven a la mayoría de los hablantes a mirar televisión, a mirar (a propósito no escribo leer) diarios, revistas y escuchar radio. Los mismos cuando son homicidas, así como los goces asintóticamente convergentes o crucialmente resistentes a las legalidades, encuentran su límite en la posibilidad de la muerte y en la civilización por el significante como pobre recurso contra ellos. Son dichos deseos y goces los que sostienen el negocio de los medios, en tanto éstos ponen en escena aquello de lo que no se puede gozar sin límites: sexualidad, violencia, asesinatos. Los medios masivos de comunicación dan lugar, escenario, a un goce en plus; a través de la mirada y la audición. El consumidor, más que consumir, se consume pasivo, mirando televisión, escuchando radio, mirando algún medio gráfico, que le sirven de exutorio para derivar un plus de libido que sino tendría que ser consumida en la actividad sexual directa y/o, en derivaciones agresivas.

¿El hablante, consumido por los medios, sublima? Creo que en general no, sólo adormece sus pulsiones. Sublimar lleva a crear. El desvío sublimatorio, exige letras[2] y significantes que lo hagan posible y generen otra cosa. Esto ocurre incluso en artes aparentemente iletrados como la pintura, la escultura, la música. Siempre están sostenidos por algún sustento inconsciente de letras y significantes que estimularon la generación de sus productos.

La emisión mediática tiende principalmente a abrochar significados, sentidos. De eso dependen los rating, share y especialmente el recién llegado rating minuto a minuto[3]. Y de estos dependerán las ganancias dinerarias de las corporaciones propietarias de los medios. Paradojalmente las emisiones de los medios masivos aletargan las pulsiones, al mismo tiempo que las excitan, incitándolas a actuar según el imaginario predominante en esta época. Hoy, el de la Cultura hegemónica en los Estados Unidos de Norteamérica. En él, según lo ilustran sus series, películas, noticias y accionar como nación; las escenas más insistentes son las de persecuciones, violencia en general y guerras en particular, sean de pandillas o de invasiones a otros países. Dentro de esa tónica, también toman una dimensión cada vez mayor, la presencia de asesinos y violadores seriales, y los desanudamientos, en mayor número de adolescentes y jóvenes que desembocan en matanzas masivas. Imaginario que tras una supuesta libertad de información, transparencia e idealización de La Trasgresión, mete en las pantallas de los televisores una ejercitación de la sexualidad, obscena, promiscua y arrasadora de las diferenciaciones sexuales. Nuevos productos son volcados a la aldea global, los talk shows y más sofisticadamente los reality shows. Se ha repuesto con nuevos objetos a ser devorados por la corporación y pasivamente por la mirada de los espectadores, la por ahora, guinda del postre: Gran hermano. Sobre él, no quiero abundar. Ya lo he analizado en el artículo citado en pie de página y publicado por Página 12 de entonces. Sí quiero agregar algunos “detalles” más evidentes en esta nueva emisión. Toda la publicidad del este producto, acentúa el carácter de gente común de sus protagonistas. Este “detalle” tiene importancia pues apunta a hacerle creer a la gente común, que cualquiera de ellos puede vivir lo que en el laberinto para ratas[4], viven sus habitantes transitorios. Éstos han sido seleccionados en un casting al que efectivamente se presentó gente común. Pero no fueron seleccionados con cualquier criterio. Un equipo de técnicos usó criterios convenientes al tipo de emisión que querían lograr. Empecemos, porque sólo se seleccionó jóvenes. Seguramente fueron tenidos en cuenta además juicios estéticos y psicológicos. Elaborada esa “pre pizza” se los encerró por un, en términos relativos, largo período de tiempo a que actuaran según sus impulsos. ¿Lo hicieron, lo hacen así? Afirmo que no. Observándolos se torna evidente que sobreactúan personajes que suponen van a impactar a los televidentes. Tal vez el episodio más claro de eso, pero no el único, fue el coito desplegado ante las cámaras por la que era novia de Sergio Denis con uno de los jóvenes del “Truman show”. De paso digamos, como es un buen ejemplo de las falencias de muchos experimentos de psicología, que simplemente al colocar a sus objetos en condiciones especiales ya invalidan la experiencia. Pero si traigo a cuento esta cuestión del Gran hermano en curso, no es tanto por los objetos de experimentación, como por los otros objetos participantes del experimento, los televidentes particularmente los más jóvenes. La pantalla televisiva, el supuesto saber de la misma, oferta a la identificación particularmente de los más jóvenes, dichas sobreactuaciones. Entonces, ya no queda en un circuito de retroalimentación como otros programas, sino que impulsa la generación de nuevos rasgos culturales, cada vez más confrontados con los necesarios rasgos inhibitorios de cualquier Cultura. Dicho sencillamente, es un programa venenoso.

A partir de lo dicho, me re instalo en una disyuntiva y una discusión tan antigua como la historia. Panem et circenses, exclamaba peyorativamente Juvenal ante la decadencia del Imperio Romano y sus espectáculos sanguinarios en el Coliseo. Pregunto: ¿Se puede suponer una sociedad sin panem et circenses incluidas las “barras bravas” de los espectáculos masivos, llámense fútbol o rock? El totalitarismo fascista ofreció privilegiadamente, ascéticas escenas deportivas en pro de la superioridad aria o del "risorgimento romano". Desembocó en provocar una de las guerras más crueles, contra el capitalismo liberal en alianza con el de estado totalitario comunista que había sido ungido por los deseos de paz, pan y tierra de masas hambrientas y desangradas y los ideales de políticos que creyeron que constituyéndose en dictadura los iban a hacer posibles. Su "realismo socialista" pretendió erradicar de los "medios" al erotismo y la violencia (a menos que ésta apareciera al servicio de fines "nobles") Sólo logró tornarlos aburridos, in-mirables e in-escuchables, o sea, inviables. Al mismo tiempo, con represión violenta y constante, acallaban toda disidencia. Hasta que el muro que ocultaba la insatisfacción, entre otras cosas con la ayuda de los medios masivos de comunicación de propiedad estatal y su manipulación cayó, abriendo la vuelta de un capitalismo salvaje inmisericorde, apenas oculto tras un barniz democrático.

¿Qué trato de plantear? Que pareciera haber una relación entre retirar la violencia y la trasgresión del espectáculo, y facilitar que ésta se haga realmente presente en la vida social. Lo que a la vez no excluye que su presencia en las pantallas, radios y diarios la estimule. Llamo la atención sobre el carácter sintomal de los medios. El ejército israelí, el norteamericano, y los fundamentalistas islámicos, censuran mostrar las imágenes más terribles de su guerra, las de exterminios masivos, genocidios. Pero no excluyen las que buscan aterrorizar a los enemigos: decapitaciones, campo de concentración de Guantánamo, torturas, bombardeos masivos etc.

En esta paradoja, los medios electrónicos cuentan con el aura de la tecnología y la sensación de saber universal que produce la contemporaneidad omniabarcativa que logran con la transmisión satelital, en lo que llaman tiempo real. A partir de dicho efecto, generan la creencia de que transmiten toda la información al instante. Lo que les facilita construir hipnóticamente dichos imaginarios. Consiguientemente, engendran identificaciones que hacen de soporte a nuevas violencias.

Los objetos perdidos o nunca tenidos, siempre remiten a escenas en las que no se accedió a lo anhelado y que quedaron bajo represión primaria o secundaria. La pantalla televisiva, las voces radiales, las fotos en diarios y revistas, resuenan en lo reprimido y con cierto parentesco con los restos diurnos que disparan sueños, abren vías de realizaciones de deseos, desnudan claves de goce. De ahí que le sea tan difícil, sino imposible, al consumidor de medios apartarse de ellos. Los que en verdad lo consumen, al aplastarlo contra los sillones de la pasividad.
A este recorrido moebiano[5] humanamente afirmado en lo imaginario y en la pulsión, -de muerte al final de su tour-, está atada la paradoja de los medios masivos de comunicación.

SERGIO RODRIGUEZ
Consultor en Psyche Anudamientos Psicoanálisis-Cultura-Sociedad





[1] El 12 de mayo del 2001, a pedido de Página 12 escribí algunas observaciones sobre Gran Hermano. Reciclado el programa por Telef., agrego algunas cuestiones.
[2] Letra como litoral entre lo real y lo simbólico, tal como lo discernió Lacan en su artículo Literaturre 2 Sistema de medición a través del cual calculan minuto a minuto la cantidad de televidentes de un programa en particular.
[4] No me refiero con esta metáfora a las personas encerradas en él, sino al artificio inventado por los cerebros corporativos.
[5] O sea: según la torsión de la banda de Moebius que torna imperceptible el pasaje de una cara a la otra de dicho artificio topológico.