Psyche Navegante Nº 60
Sección: Fatigando conceptos
Sección: Fatigando conceptos
Título: Un “apres côup” sobre la presencia del analista y su incidencia en la cura[i]
Tema: Escritura de recuerdos e informaciones que rescatan para la eficacia clínica la importancia de los cambios introducidos por Lacan del psicoanálisis.
Para los más viejos este comienzo de relato será solo un recuerdo. Para los más jóvenes contendrá información de un tiempo que pasó. Durante la hegemonía kleiniana, la presencia del analista se estipulaba en APA como de 4 veces, y tres por semana en lo que entonces era una hermanita menor para psicólogos y no médicos, y para poco pudientes económicamente, la Escuela de Psicoterapia para Graduados. Las vacaciones tenían que ser en febrero, sino el paciente debía pagar obligatoriamente el lucro cesante del analista. También era imprescriptible pagar cada ausencia a sesión y la utilización del diván después de las dos primeras entrevistas.
Abundaban las interpretaciones cliché que llevaban todo al “aquí y ahora conmigo”. Las ausencias y llegadas tardes eran irrecusablemente interpretadas como resistencias. Para que el analista funcionara sólo como “espejo”mantenía celoso secreto sobre su vida. Una supuesta asepsia exigía no atender conocidos, familiares, etc. Excluir las consideradas “confesiones contratransferenciales” o por lo contrario incluirlas sistemáticamente. Aislar los análisis de las “supervisiones”. Largos silencios del analista, seguidos de largas interpretaciones comprensivas (todo era largo). Se producían interrupciones prematuras (con excepción de los que se metían en el didáctico, de los obsesivos –del tipo dependientes- y de las histéricas mientras les duraba la identificación al analista “maestro”.) Los bares de Villa Freud se transformaban en sedes de traductorado de interpretaciones hechas en común por la “barra” de analistas recién analizados.
Las supuestas interpretaciones y las medidas correctivas (del tipo: “se falta, se paga”) hacían de dicha práctica un “endoctrinamiento[1]” correctivo y una fábrica de clones. En las “supervisiones o análisis de control” muchos trabajaban según el instante de ver. A la segunda frase ya sabían lo que iba a pasar, lo que traía como efecto que pasara. Y se concluía obligatoriamente a los 50’ que marcaba el reloj. Según la lógica de la mirada y a partir de que se colocaba al saber referencial comandando el trabajo y no al saber proveniente del texto enunciado enunciación del analizante, se comprendía demasiado. Demasiadas reglamentaciones explícitas o implícitas que encorsetaban la atención, dificultándole ser libremente flotante. Lo que acentuaba la dificultad para asociar libremente por parte de los analizantes.
Abundaban las interpretaciones cliché que llevaban todo al “aquí y ahora conmigo”. Las ausencias y llegadas tardes eran irrecusablemente interpretadas como resistencias. Para que el analista funcionara sólo como “espejo”mantenía celoso secreto sobre su vida. Una supuesta asepsia exigía no atender conocidos, familiares, etc. Excluir las consideradas “confesiones contratransferenciales” o por lo contrario incluirlas sistemáticamente. Aislar los análisis de las “supervisiones”. Largos silencios del analista, seguidos de largas interpretaciones comprensivas (todo era largo). Se producían interrupciones prematuras (con excepción de los que se metían en el didáctico, de los obsesivos –del tipo dependientes- y de las histéricas mientras les duraba la identificación al analista “maestro”.) Los bares de Villa Freud se transformaban en sedes de traductorado de interpretaciones hechas en común por la “barra” de analistas recién analizados.
Las supuestas interpretaciones y las medidas correctivas (del tipo: “se falta, se paga”) hacían de dicha práctica un “endoctrinamiento[1]” correctivo y una fábrica de clones. En las “supervisiones o análisis de control” muchos trabajaban según el instante de ver. A la segunda frase ya sabían lo que iba a pasar, lo que traía como efecto que pasara. Y se concluía obligatoriamente a los 50’ que marcaba el reloj. Según la lógica de la mirada y a partir de que se colocaba al saber referencial comandando el trabajo y no al saber proveniente del texto enunciado enunciación del analizante, se comprendía demasiado. Demasiadas reglamentaciones explícitas o implícitas que encorsetaban la atención, dificultándole ser libremente flotante. Lo que acentuaba la dificultad para asociar libremente por parte de los analizantes.
Como a pesar de todo lo descrito, la transmisión vía diván iniciada con Freud y sus discípulos más cercanos, había mantenido alguna relación con las formaciones del Inconsciente – del paciente y del analista-, algunos análisis lograban resultados analíticos. Incidía mucho en eso, en qué cadena generacional de analistas quedaba incluido quien se analizaba. Aquí: Garma – Rascovsky – Pichon – Marie Langer – Cárcamo. Lo que también se relacionaba con las diferencias que sobre la práctica había habido en el círculo cercano a Freud. Son clásicas, las ocurridas entre Ferenczi y Etington o en Inglaterra entre Ana Freud – Melanie Klein - Winnicott.
Lacan intervino sobre la teoría y la práctica psicoanalítica buscando darle una estructura formal que evitara lo más posible la tendencia a imaginarizar de toda doctrina, y que ampliara la base simbólica heredada de Freud. Dicha intervención alcanzó una dimensión tal, que irrumpió al modo de lo real. Ubicó al tiempo en una lógica dependiente del curso del discurso y no de la cronología. Tanto para la duración de las sesiones, la frecuencia, la duración de los análisis.
Abstenerse de la atribución de dar altas burocráticamente, dejando la interrupción como decisión y acto del analizante o por el contrario en algunos casos como intervención última del analista. Se semblanteó “contagioso”, pero no sin razones. Es interesante analizar su convite de dátiles y comentario crítico sobre EE.UU. - exceptuándole el whisky Jack Daniels - a Stuart Schnieiderman; la utilización del señuelo de la traducción con Bety Milán; el atender cara a cara durante 10 años y en alguna sesión vaciarle los bolsillos a Pierre Ray; o llamar telefónicamente a una argentina que había huido despavorida, etc. Desmoralizó al psicoanálisis y lo instaló en una ética. De la que formaba parte su obsesión fracasada de que los analistas llegaran a terminar sus análisis, para que dicho funcionamiento ético se basara en la comunicación de inconsciente a inconsciente. Lo que exige una escucha muy fluida y rápida de su propio inconsciente por parte del analista.
Abstenerse de la atribución de dar altas burocráticamente, dejando la interrupción como decisión y acto del analizante o por el contrario en algunos casos como intervención última del analista. Se semblanteó “contagioso”, pero no sin razones. Es interesante analizar su convite de dátiles y comentario crítico sobre EE.UU. - exceptuándole el whisky Jack Daniels - a Stuart Schnieiderman; la utilización del señuelo de la traducción con Bety Milán; el atender cara a cara durante 10 años y en alguna sesión vaciarle los bolsillos a Pierre Ray; o llamar telefónicamente a una argentina que había huido despavorida, etc. Desmoralizó al psicoanálisis y lo instaló en una ética. De la que formaba parte su obsesión fracasada de que los analistas llegaran a terminar sus análisis, para que dicho funcionamiento ético se basara en la comunicación de inconsciente a inconsciente. Lo que exige una escucha muy fluida y rápida de su propio inconsciente por parte del analista.
Hubo otros antecedentes. Freud convidándole arenques al “hombre de las ratas” y poniéndole límite y favores al análisis del Hombre de los lobos. Ferenczi, manejando el tiempo al margen del reloj, a la vez que teniéndolo muy en cuenta para mensurar la marcha de los análisis en función de los cambios en la vida de los analizantes. Winnicott, aceptando análisis de una sola sesión, ampliando el tiempo de muchas de ellas, conviniendo con ciertos pacientes sesiones a pedido, abrigando y tomando la mano a Margaret Little en una crisis de tipo psicótica.
El psicoanálisis se desenvuelve entre paradojas aparentes. Sujetos y objetos son efectos y productos de la estructura general de la lengua en su producción y encuentro con lo real. Pero dicha generalidad sólo puede ser utilizada, en tanto se use sólo su forma. O sea vaciada de contenidos, sentidos, significados o como se quiera llamarlos. Sujeto y objeto sólo pueden ser discernidos singularmente. Lo singular es limitado por lo universal. Y lo único universal que reconoce el psicoanálisis es la castración. La que divide al sujeto por resultar éste efecto de al menos dos significantes (el que lo representa y el que lo significa desde otro lugar, lo que hace que esa división sea siempre coproducida por lo que resta sin significar el objeto a). Además dicha estructura sólo se despliega en discurso, y éste puede serlo sin palabras (que no son sinónimo de significantes). Un ejemplo son las estructuras elementales del parentesco. De esta “ensalada” proviene que el psicoanálisis se desenvuelva siempre entre los intentos de darle rigor científico positivo y tener que operar desde una práctica artesanal y hasta artística. Bleger trató de hacerlo responder a la lógica de la epistemología neo positivista. De ahí su trabajo sobre el encuadre, tan influyente en su tiempo y para algunos, inconscientemente, en los actuales. A diferencia de la ciencia, el psicoanálisis no puede apoyarse en la repetición de protocolos (de ahí el fracaso de la estrategia de 1as entrevistas pautadas). Como el arte está obligado a crear, al igual que el científico con sus hipótesis y el inventor con sus inventos. Pero también como ellos no lo hace a partir de la nada. Nuestro insumo es el texto del analizante, particularmente aquellas enunciaciones que deconstituyen su yo en el enunciado en que se producen.
Para acentuar esa producción y darle condiciones que la hagan sostenida en el tiempo y con la dimensión que los límites de la estructura del analizante, del analista y de la que - mediada por el significante - se genera entre ellos; buscamos atraer la neurosis a la transferencia para curarla. Es en ese punto que la presencia del analista debe salirse de los límites estrechos del analista espejo, de la abstinencia sin razones y de los códigos morales en boga (aunque sean supuestamente “psicoanalíticos”). Sostenemos para el fantasma del analizante una apariencia de que podemos llevarlo a realizar sus deseos sin afirmarlo explícita ni taxativamente y manteniendo la incógnita de hasta donde y cómo. El neurótico busca analista desde su síntoma, por eso lo busca con una apariencia de padecer un síntoma parecido. Tendrá suerte, si el elegido ha logrado en su análisis que el mismo haya dejado de ser obstáculo al deseo del analista y se haya transformado en un sinthoma que lo sostenga en el mismo.
En ese punto el analista debe responder disfrazándose de objeto que causa el deseo para usar esos deseos y generar y sostener el deseo de analizarse, la curiosidad sobre el propio inconsciente[2], a eso le llamamos “hacer semblant”, apariencia, simulación. Lo que es distinto de personne (máscara) más ligado al carácter de cada uno. Apariencia y agente fueron siguiendo un recorrido en destiempos y paralelos en la obra de Lacan hasta desembocar en articularse fijos como el primer elemento a la izquierda y arriba en los matemas de discurso. El agente acciona, representando a otro. Hace falta que alguien o algo accione para que la estructura se ponga en movimiento. Pero para hacerlo no debe dejar de parecer ser lo que hace, el rol que se propone; dentro de los límites que cada forma de discurso le impone. El agente siempre lo es en apariencia.
Por eso el analista no es analista, sino que como le gusta formularlo a Fernando Ulloa, puede estar o no en analista. Estar nos exige una forma de presencia que: 1º) logre que se instale la transferencia no sólo imaginaria, sino también simbólica, según la cual el analizante va tomando curiosidad sobre su inconsciente[3] como representador de lo Otro en sus aconteceres, o sea sobre lo que desentona en sus enunciados por efecto del encuentro con su reales. 2º) Que dicha transferencia se mantenga para que avance la cura. 3º) que se vaya disolviendo para que el analizante se “reciba” de tal, o sea quede en condiciones de seguir analizando por su cuenta sus formaciones del inconsciente. Así interpreto el planteo de Lacan en La proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el pase de analizante a analista.
Por eso el analista no es analista, sino que como le gusta formularlo a Fernando Ulloa, puede estar o no en analista. Estar nos exige una forma de presencia que: 1º) logre que se instale la transferencia no sólo imaginaria, sino también simbólica, según la cual el analizante va tomando curiosidad sobre su inconsciente[3] como representador de lo Otro en sus aconteceres, o sea sobre lo que desentona en sus enunciados por efecto del encuentro con su reales. 2º) Que dicha transferencia se mantenga para que avance la cura. 3º) que se vaya disolviendo para que el analizante se “reciba” de tal, o sea quede en condiciones de seguir analizando por su cuenta sus formaciones del inconsciente. Así interpreto el planteo de Lacan en La proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el pase de analizante a analista.
En La Tercera de Roma Lacan resume toda esta complejidad con la formulación: “¡Soy un payaso! ¡Aprendan de mí, pero no me imiten!” En Quartier Lacan, Granoff se manifestó molesto al advertir que Lacan fue girando de ser un dandy a ser un payaso. Lo tomó en su funcionamiento mundano en el que efectivamente podía aparecer ridículo ese giro del Lacan “social”. Pero se le escapó que en 1974 había formulado esa posición como herramienta importante en la dirección de la cura. La reivindico y paso a argumentar por qué. El payaso se distingue por buscar el goce de los niños básicamente desde una posición de objeto con apariencia masoquista. Mientras los otros personajes del circo llevan a cabo sus exhibiciones exitosamente, el payaso se especializa en equivocarse, con lo que promueve la risa de su público. Lo bizarro de su vestimenta dificulta suponer qué envuelve. ¿Será alguien risueño, lloroso? ¿Alegre, triste? ¿Amable, amenazante?. Trabaja principalmente en los entreactos cuando se desarma la escenografía del número que pasó, para armar la del próximo. El agalma payaso soporta al público desde esas vestiduras y esas funciones. Los entreactos, al modo de las formaciones del inconsciente desnudan las luces, los disfraces y los oropeles de la arena circense. Dejan a la vista un real imposible de descifrar. El payaso a la vez que distrae la atención, hace patente la verdad descarnada del circo: su alma trágica. Soporta la escena de la tragicomedia de la vida... digo: del circo. Particularmente pone en acto que todo brillo (fálico) no es más que una apariencia que envuelve la desnudez de los mortales. Pero lo hace de forma tal que rescata la risa. Por lo menos a aquellos que no han perdido su niño, atrapado entre las cuatro cuerdas que sostienen lo imposible del nudo Borromeo.
Tal vez las payasadas callejeras y/o académicas de Lacan en las callejuelas de París, en los imponentes muros de Saint Anne, de la Facultad de Derecho o del París VIII de la Sorbonne, no eran tanto una renuncia a su mundanalidad como un nuevo y último intento de trasmitirle a sus colegas lo que no lograban leer de sus letras: que en el mejor de los casos, los psicoanalistas no somos más ni menos, que buenos payasos.
[1] Neologismo acuñado por Lacan en su Seminario I
[2] Como gusta decirlo: Fernando Ulloa
[3] Formulación de Fernando Ulloa
[i] Escrito sobre la base de una intervención presentada en las Jornadas de “Reuniones en la biblioteca del Congreso”
